Capítulo 3
El sol radiante golpea mi cuerpo sin piedad, dando calor a cada rincón de este cuerpo inexistente. Los caminos parecen ser laberintos, la tierra seca que piso me hace titubear al pensar que él pasó por aquí. Si fuera verdad vería huellas, pero no las encuentro.
Tan solo espero encontrar agua, mi piel reseca no soportará esta ola de calor mucho más. Aveces pienso en cómo puede ser que en los sueños necesitemos agua para el cuerpo. Seguro que cuando la encuentre me estaré haciendo pipí encima, ¿quién apuesta sobre eso?
Sonrío por mi estupidez, está claro que estoy delirando incluso en un desierto imaginario. Las pequeñas pendientes que puedo escalar con facilidad me echan hacia atrás, como una fuerza que me impide hacer trampas. ¿De verdad esto es un laberinto? No me lo creo.
Llevo caminando como media hora, es menos tiempo del que he estado desde lo del páramo helado, así que voy ganando tiempo gracias a mi abuelo. No me puedo creer aún que viniera a ayudarme cuando necesitaba una chispa de luz que me guiara. Ahora es imposible que lo haga, ya he gastado mi cupón de auxilio.
Pequeñas nubes se forman en el cielo azul que tanto he querido volar como un pájaro libre, difícil es ser libre, pero se intenta luchar contra eso. Mi respiración rítmica va disminuyendo, el cansancio en mis piernas me está dejando atrás, al igual que gasto tiempo tontamente. Faltan como un par de horas más o menos para despertarme. Si lo dejo para otra noche tendré que volver a empezar y no quiero eso, así que, haciendo caso omiso de mis piernas, sigo mi camino.
Un suave viento me acompaña, secando una pizca de mi sudor con su roce frío que se torna a templado. Pienso y pienso sin parar de mirar hacia delante, ¿qué haré cuando lo vea? No sé si mi cuerpo tiembla por el agotamiento o por la pregunta.
Ruidos extraños llegan a mis oídos. Suenan por todas partes, me está llegando a asustar. Nubes oscuras se generan en el cielo, oscureciendo el laberinto desértico. Me detengo al volver a escuchar aquel ruido, un gruñido amenazante que se acerca cada vez más.
Me giro por todos lados, no encuentro nada ni nadie, seguro es mi imaginación intentando gastarme una broma, aunque esto es mi imaginación. Sigo mi camino ignorando los gruñidos, si se quieren presentar que lo hagan, así sabré si tener miedo o no.
Se acerca por mi espalda, sin saber porqué, acelero el paso. Lo siento más cerca, así que me desvío por un camino a la derecha. Si esto es de verdad un laberinto, tendré que ir tomando caminos diferentes, no solo hacia delante. Más cerca aún, aumento mi marcha hasta correr.
Oigo pisadas aparte de las mías, algo o alguien viene a por mí, y no creo que sea amistoso. Me desvío un par de caminos más, lo siento un poco más lejos, estoy seguro de que lo voy dejando atrás. Otro camino a la izquierda, lo necesito. Camino a la derecha, quiero llorar. Otra vez a la derecha, mis pies están cansados y mi velocidad va menguando.
Cuando creo que lo he despistado, sigo el camino hacia delante, pero casi error, porque un par de orbes de color miel rojizo me miran por mundo camino distinto. La oscuridad que las nubes han creado no me deja verlo bien, pero los gruñidos me dan a entender que es un lobo.
Recuerdo esos ojos. Son los mismos de todas las noches, los que me despiertan una hora antes de la prevista. Sus dientes brillan con un color blanquecino, pero veo pizcas de sangre de mis otros cuerpos inexistentes, aquellos de los que saboreó en su momento.
Salta hacia mí, pero me agacho y choca con la pared de tierra. Tomo su camino sin pensarlo dos veces, así pierde tiempo girando en sí mismo. Corro sin parar, me da igual que el cansancio de mis piernas me griten desesperadamente que pare y me rinda, porque no lo voy a hacer, no después de toda la ayuda que he recibido y de lo lejos que he llegado, más de lo que hice ayer.
Un ladrido estremecedor me persigue, intentando saborear de nuevo mi sangre. Cuando tomo otro giro, se choca de nuevo con la pared, perdiendo tiempo que aprovecho para buscar la salida de este infierno.
Varios caminos que tomo son choques para el lobo, destrozando su hocico, cada vez más furioso.
Un haz de luz se proyecta en el cielo, es mi meta, mi puerta. Tomo las direcciones que creo que son correctas ante el miedo de mi mente al ser equivocado. Si me quedo en un callejón sin salida, acabaré muerto de nuevo.
Miro hacia atrás una sola vez y unos ojos en el aire se acercan a mí violentamente. Sin pensarlo, me tiro hacia la derecha, cayendo al suelo. El golpe que ha recibido en la cabeza lo ha dejado un poco mareado. Es mi momento de huir sin que sepa dónde estoy.
Por el camino que he tomado, llego a toparme con una pared que no me muestra nada. Maldigo en mi interior todo lo posible por no haberlo conseguido, por no haber llegado a ese haz de luz que se posa en el centro de este laberinto.
El par de ojos miel que tanto me perseguían se asoman por la esquina, victoriosos por su persecución. Seguro eran los caminos que quería que tomara.
—Ya no hay escapatoria —gruñe enseñando sus dientes—. Eres mío de nuevo.
—No lo haga, por favor. Estoy a punto de llegar a mi lugar.
—Es por eso que lo hago, destrozo los sueños de la gente.
—¿Por qué motivo? —pregunto asustado.
—Los sueños no deben cumplirse —y dada su respuesta, salta hacia mí.
Yo me apego más a la pared que me detiene y espero que algo pase, que me despierte de golpe en la cama, sudado y con la respiración agitada. Pero no, algo ocurre. La pared gira sobre sí misma y me adentra en ella con brusquedad, alejándome del lobo asesino. Maldice entre insultos todo lo que odia este laberinto, la verdad es que concuerdo con él en eso.
Miro de nuevo a mi alrededor al escuchar sus pasos alejarse. El haz de luz... Ahí está, posado en la puerta que tanto he estado buscando como un desesperado. Me acerco muy lentamente a mi recompensa, rozando el pomo. Brilla con intensidad, como el mismísimo sol.
—¡No entres ahí! —oigo al lobo gritar lleno de rabia.
Con el ceño fruncido, abro la puerta y me aparto. La luz que emana de dentro le da de lleno al lobo.
—¡Ah! —se restriega por el suelo, intentando deshacer las quemaduras de su cuerpo. Cuando se tumba ya sin fuerzas para poder huir, me amenaza—. ¡Te atraparé y te mataré! ¡Es una promesa!
Y se deshace como el polvo. Ya no hay rastro de él, no hay rastro de sus amenazas, de sus palabras, de sus ojos y de sus dientes. Sonrío, he conseguido vencer a la oscuridad que tanto me atacaba sin piedad, he conseguido ser libre de mis pesadillas.
De pie delante de la puerta, ¿esto es real? No, no lo es. Es tan solo un sueño. Pongo un pie dentro, disfrutando de la suavidad del clima. Meto todo mi cuerpo y cierro la puerta tras de mí.
Ya he llegado a un jardín hermoso, ese jardín que tanto quise en mi meta.
Esta es mi meta. Ya he llegado al final de este sueño.
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