Capítulo 4 ✔

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Él hace una exclamación de dolor y empieza a fulminarme con su mirada. Estaba muerta. Sonreí de costado, ignorando el hecho de que estaba a punto de ser despedida. Agarré el trapo de limpieza y empecé a limpiar sobre la mesa. Sentí su presencia y como se levantaba de su silla.

-Lo siento, de verdad.-dije temerosa de su mirada. Mordí el interior de mi mejilla para evitar decir otra cosa que implicara mi despido.

-Tú...-cerró sus ojos apretando sus puños. Su remera estaba toda empapada y quise morir en ese instante. En mi primera semana de trabajo ya había echado café caliente a un cliente y estaba por ser despedida.

Genial.

-Lo siento, de verdad.-repetí. Vi en su rostro un amago de sonrisa, pero lo ignoré por el hecho de que había derramado café en su cuerpo. ¿Por qué estaría sonriendo?

Suspiró fuertemente, inhalando por su nariz y me arrebató el trapo que tenía en mis manos para empezar a secarse su remera. Me quedé a su lado esperando a que las personas que nos veían, se concentraran en sus cafés y volver a la charla que estaban teniendo antes de que todo esto ocurriera.

Odiaba llamar la atención. Me hacía sentir enferma. Y ahora era el centro de atención junto con el chico de ojos cafés. Mordí mi labio aguantando las ganas de escaparme y sentarme en alguna esquina de la cafetería escondida detrás de mis rodillas con mi cabeza gacha. Como escapando del mundo solamente por un momento. Hasta alzar mi cabeza nuevamente y enfrentar los problemas que cometía.

Era un desastre. Lo sabía. Mi padre me lo recalcaba todos los días y eso hacía que me sintiera peor, más de lo que ya estaba.

Tener un padre alcohólico y una madre enferma con cáncer, no era una linda historia. Y por eso es que nadie sabía sobre mi situación. No quería la lástima de nadie.

Él deja el trapo en la mesa haciendo que salga de mis pensamientos.

-Vi que ya te estabas yendo, necesito algo más con que secarme. Esto ya está más que húmedo, si es posible.-Sonrío haciendo que mi corazón latiera bastante rápido. Tenía una hermosa sonrisa. -

Fruncí mis cejas confusas asintiendo lentamente. Cuando quise darme media vuelta, un cuerpo choca conmigo. Era una compañera de trabajo-que tampoco sabía su nombre.- traía consigo unas servilletas secas y se las tendió, ganándose una sonrisa por parte del chico de ojos cafés. Supe que me labor ya estaba hecho y que había sido demasiado por hoy. Sentí que ya no pertenecía en este lugar, así que agarré el trapo húmedo y la bandeja con las cosas y me marché.

Y no supe más nada, hasta que vino la encargada a saber cómo había pasado todo.

Lo último que supe del chico de ojos cafés, es que se marchó con su paraguas rosa cuando terminó su trabajo con las servilletas. Quise disculparme de nuevo, me sentía más que arrepentida, pero se había ido antes de que yo saliera de la cocina.

Pasaron los días de Abril y el dueño de aquellos ojos seguía viniendo a la cafetería y como yo recogía las ordenes, me tocaba atenderlo. Sentía su sonrisa oculta pero trataba de ignorar todo aquello que tuviera algo con café y ojos.

No quería que el insomnio fuese parte de mi vida. No de nuevo.

Nunca lo encontraba por las calles de Florida. No era que yo lo estuviera buscando, si no que alguna vez esperaba cruzar miradas con él en algún lugar que no fuese en la cafetería.

Y una vez lo vi en el momento menos indicado y en el lugar equivocado.

Pasé la hoja de mi libro mientras estiraba mis pies sobre el sillón de la sala. Mi taza con café permanecía en la mesita que estaba al frente del sillón y la tele permanecía en silencio, como todos los días.

Levanto mi vista al ver a mi padre caminar lentamente desde la cocina. Traía una botella consigo y supe que dentro de ella no había agua, si no otro contenido de bebida. Era inevitable que dejara la bebida. El alcohol había sido su salvavidas desde que mi madre fue hospitalizada.

Lo miré en silencio esperando algún insulto, algún comentario o lo que fuese. Pero eso no pasó. Se quedó en silencio tratando de formar alguna palabra. Alcé mis cejas incitándolo a hablar, a que formulara alguna palabra u oración y luego de unos minutos en silencio, lo hizo.

-Olivia.-murmuró. Oculté la sorpresa en mi rostro. Hacía mucho que no me llamaba así. Tenía otras formas de formular mi nombre. -Llamaron del hospital, sé que no puedo atender el teléfono porque soy un borracho que no sabe diferenciar las llamadas de peligro o de bromas, pero esta vez sentí que tenía que atender. Preguntaban por ti.

-¿Qué?-dije dejando mi libro a un lado de la taza de café. Fruncí mi ceño prestando, por primera vez, atención a la persona que tenía delante de mí.- ¿Qué dijeron?

-Preguntaban por ti, yo solamente contesté.-algunas lágrimas empezaron a caer de su rostro. Su mano libre había empezado a temblar y me preocupada saber quién había llamado.-Perdón.-blanquee mis ojos frustrada por que no me decía que le habían comentado del hospital. Tenía que saber.

-Papá.-lo llamé haciendo que me prestara atención.-dime que te dijeron.-murmuré lentamente.

-Tu madre tuvo una recaída, pero ahora se encuentra estable.-mi corazón casi se detuvo por la sorpresa de la noticia. No me esperaba esa clase de información. No estaba lista todavía. Aún no.

-¿Por qué no me lo dijiste antes? Maldita sea.-empecé a caminar rápidamente hacia la puerta agarrando mi cartera en el camino junto con mis llaves. Tenía que llevarme al auto esta vez, aunque no me gustaba usarlo. Amaba caminar y rara vez usaba el vehículo.

No entendía porque le habían dado esa información a mi padre sabiendo que yo era la encargada de mi madre en el hospital. Todo lo que le sucediera a ella, yo era la primera en saberlo y firmar con consentimiento para que los médicos hicieran su trabajo.

Joder.

Paso por el lado de mi padre, ignorando su mirada fulminante. Ahora no me importaba su rostro o todo lo que tuviera que decirme. La persona que más amo en mi vida estaba esperándome en aquel hospital. Tenía que largarme.

Esa mirada la conocía de memoria, me culpaba por la recaída que tuvo mi madre recientemente. Yo no tenía la maldita culpa de todo. Él no lo sabía pero esta era la tercera recaída que tenía en el mes y ya empezaba a preocuparme.

Cerré mis ojos esperando que tuviera un poco más de esperanza. Todavía no estaba lista para dejarla ir.

-¡Olivia!-siento el grito de mi padre dentro de la casa cuando cierro la puerta lista para marcharme hacia el hospital. Abre la puerta y mira hacia mis ojos.- Quiero ir contigo, tengo derecho a verla. Es mi esposa.-lo miré incrédula de lo que estaba diciendo. Negué con mi cabeza dando media vuelta para irme de aquí lo más rápido que podía.

Cierro las puertas del auto y me adentro en la carretera en marcha para ir al lugar que menos quería, pero alguien me necesitaba.

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