[VEINTITRÉS]
Mientras te abrazaba supe, que el mejor lugar del mundo, es en ti, siempre en ti.
MARIANI SIERRA
...
KEA
Veo sus ojos abrirse con incredulidad y me echo a reír sin poder evitarlo. Pareciera que le he dicho que el cielo es verde o que inventaron un chocolate que no engorda. No sé, parece que le he explicado el origen del universo o algo parecido. Me ve con incredulidad y asombro. Me admira fascinado y yo tengo que desviar la mirada cuando mi estómago comienza a bailar raro.
No dije nada increíble, solo la verdad. Lo quiero. Lo quiero tanto o más de lo que él me quiere a mí. Amo sus chistes malos, sus bromas perversas y esa sonrisilla de medio lado que se le pinta en el rostro cuando digo algo tonto. Me encanta su inmadurez porque así podemos jugar y ser, por un instante, como niños de nuevo; me gusta que nos besemos como adolescentes sin preocupaciones, que de vez en cuando podamos charlar como dos adultos maduros. Me gusta pelear con él.
Dios, adoro las discusiones que tenemos. La pasión con la que defiende sus creencias y la manera en que me besa abruptamente cuando quiere que me calle. Me fascina que me vea cuando cree que no me doy cuenta y que me diga «te quiero» cuando menos lo espero. Lo quiero tanto que tengo miedo, pero ya era hora de que se lo dijera. Tenía derecho a saberlo y yo a sacarlo de mi sistema.
Maldición, creo que estoy loca. El amor me hace delirar. La mitad de las veces lo odio, sin embargo también lo quiero con locura. Quererlo es una total paradoja. Despierta en mí sentimientos contradictorios y a veces me confunde, pero al mismo tiempo me hace desear sentir esto en cada momento posible.
Cuando Fidel cae en cuenta de que no son alucinaciones suyas, de que, sí, le he dicho lo que tanto ha estado queriendo oír, prácticamente se abalanza sobre mí y me besa. Mi espalda se presiona contra el colchón y su cuerpo se cierne sobre el mío, sin embargo sostiene todo su peso sobre sus brazos. Explora mis labios con los suyos como si fuera la primera vez que lo hiciera y yo le correspondo gustosa.
—Repítelo —pide jadeante unos segundos después. Sus ojos brillan cuando se fijan en los míos y yo acuno su mejilla en mi mano sin poder dejar de sonreír.
—Te quier... —Me besa y corta mi admisión.
Sonrío bajo sus labios.
—Pensé que moriría sin escuchar esto —murmura sin separar nuestras bocas del todo. Pongo mis ojos en blanco y dejo que mis manos rodeen su cuello.
—Eres un dramático.
—Te quiero, Kea.
—Lo sé. Y yo te quiero a ti.
Vuelve a reír al escucharme y esconde su rostro en el hueco de mi cuello.
—Jamás imaginé que esas dos palabras saliendo de tus labios me harían tan feliz.
Nos quedamos ahí un rato, recostados sobre mi cama solo abrazados y respirando el aroma del otro, ignorando la película que se reproduce en la computadora. Escucho los constantes latidos de su corazón y absorbo el calor de su piel. Cierro los ojos y me permito olvidar todo por un momento... menos que nos queremos.
***
—¿Qué hora es? —pregunta Fidel en un susurro.
Abro mis ojos y me encuentro con los suyos en la penumbra de la habitación. Su mirada estudia cada rasgo de mi rostro como si quisiera memorizarlo. Una esquina de sus labios está curvada hacia arriba y mi boca imita ese gesto.
Ambos estamos sobre nuestros costados para poder quedar frente a frente. Hemos estado así por horas hablando, besándonos, bromeando, guardando silencio. Mis momentos favoritos son cuando nos quedamos callados y solo nos comunicamos con la mirada. Sonreímos y nos vemos hasta que es demasiado y uno de los dos desvía la vista.
—No lo sé —contesto en voz baja. Lo único que sé es que ya es de noche, muy, muy tarde, y que no quiero que se vaya. Escuché el auto de mi padre salir mucho tiempo atrás y ni siquiera me avisó si volvería.
No quiero quedarme sola otra vez.
Tanteo con mi mano sobre el colchón hasta encontrar sus dedos y los entrelazo con los míos. Le doy un pequeño apretón y él lo devuelve.
—Creo que debería...
—Quédate —pido interrumpiéndolo.
Nuestras miradas se enganchan y lo veo parpadear asombrado por mi solicitud.
—¿Toda la noche? —cuestiona. Yo asiento—. ¿Y si llega tu papá?
—Cerraré la puerta con llave.
Duda. Veo el titubeo en la manera en que sus ojos analizan los míos, pero al final suspira y asiente.
—Está bien.
Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, ambos nos incorporamos al mismo tiempo. Yo cierro la puerta y Fidel se quita la camiseta. Volvemos a acostarnos. Tomo su mano una vez más, elevó nuestros dedos entrelazados hasta que quedan debajo de mi barbilla y Fidel se acerca para cerrar la distancia entre nosotros solo un poco más.
Besa mi nariz. Río. Sonríe. Nos besamos. Somos felices.
Y luego, así juntitos, caemos dormidos entre los brazos del otro.
***
Si antes tratábamos de pasar todo el tiempo posible juntos, ahora parece que no podemos estar sin el otro. Siempre estamos juntos de alguna forma. Ya sea que yo esté en su casa o que estemos enviándonos mensajes hasta altas horas de la madrugada. Todavía no lo hemos hecho oficial y no sé por qué. No hemos tocado el tema.
¿O tal vez ya lo somos y yo no me di cuenta? Soy un fracaso en esto de las relaciones. No sé muy bien cómo funcionan. ¿Ya somos novios? ¿Está sobrevalorado el título? ¿Fidel me ve como su novia? ¿Siquiera quiere que lo sea?
Jamás me había importado tanto esto. Ha pasado un mes desde la primera vez que le dije que lo quería, ya hemos vuelto a clases y seguimos actuando como... Como perros y gatos. Él es el perro.
Me dejo caer sobre el sofá de la sala en espera a que responda el último mensaje que le envié y escucho que la puerta principal se abre y se cierra. No le presto mucha atención a las entradas y salidas de papá, así que no hago amago de levantarme.
—¿Hay alguien aquí? —Me incorporo de inmediato al escuchar la voz de mi hermano—. Eh, fea, ahí estás.
Le muestro la lengua y él ríe dejando caer una mochila negra sobre el suelo.
—¿Qué haces por acá? —inquiero.
—Venir a cuidar tu feo trasero.
—Este feo trasero sabe cuidarse solo —replico. Diego camina hacia la cocina y yo lo sigo de cerca. Jamás voy a admitírselo, pero me alegra mucho verlo.
—Lo sé, de hecho vengo a ver cómo lo está haciendo el bebé de la casa. —Hago una mueca al escuchar cómo se refiere a nuestro padre y él suspira—. ¿Así de mal?
—Peor.
—¿Ya no va a sus reuniones de AA?
—Parece que no —contesto encogiéndome de hombros y clavando la vista en mis zapatos. El silencio se hace en la casa y entonces siento que se acerca a mí y pone su mano sobre mi hombro.
—No tienes por qué estar soportando esto, Lani. Él es un adulto y es responsable por sus actos.
Lo empujo con suavidad al escucharlo nombrarme por el apodo que me dio mi mamá y aprieto los puños a los costados.
—No puedo dejarlo solo así, Diego. Es nuestro padre y está enfermo.
—Pero no quiere curarse, Kea. ¿Cómo salvas a alguien si no quiere ser salvado? No puedes curar a los enfermos a la fuerza, ellos deben prestarse de buena gana.
—Es mi papá —repito con voz pequeña—. Él me cuidaba...
—Porque era su responsabilidad —agrega.
—Ahora es mi turno de cuidarlo. Nada de lo que digas puede hacer que lo deje aquí solo.
Diego pasa ambas manos por su rostro en una clara señal de frustración y me siento mal por preocuparlo, sin embargo no pienso ceder en esto.
—¿Y la universidad? —cuestiona.
—Presenté aplicaciones para la local.
—Kea...
—No me voy de aquí —insisto.
—Ay, pero qué terca eres —masculla claramente irritado. Una pequeña sonrisa se pinta en mis labios—. Te extrañé, mocosa.
Se acerca a mí y me atrae en un abrazo que le devuelvo de buena gana.
—Yo no —miento. Él ríe y da un paso hacia atrás.
—Bueno, solo me quedaré aquí hoy. Mañana me regreso temprano. A menos que me necesites...
—No —musito—, tengo todo bajo control.
—Me alegra. —Revuelve mi cabello y luego pellizca mi mejilla—. Voy a dormir un rato. No he estado descansando bien estos días.
—Dale, descansa. ¿Te preparo algo de comer?
—Nah. Creo que... —Estira sus brazos sobre su cabeza al mismo tiempo que bosteza y yo me preocupo al ver las ojeras en su rostro—. Creo que necesito esa siesta ahora mismo. Al rato.
—Descansa —pido.
Veo a mi hermano desaparecer por el pasillo y cruzo los brazos sobre mi pecho al sentir un pequeño anhelo por irme de este lugar. Tal vez si no fuera porque ya casi acabo la preparatoria y, para que mentir, también porque tengo aquí a Fidel, no pensaría dos veces antes de empacar y fugarme también.
Siento el celular vibrar en el bolsillo trasero de mi pantalón y lo saco para ver el mensaje que ha entrado. Sonrío.
Fidel: Mañana a las cuatro en mi casa? Me muero por verte.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top