[VEINTICUATRO]
Perderme en sus labios fue el encuentro perfecto, con la mujer que tantas noches me robó el sueño.
ULISES SÁNCHEZ
...
FIDEL
—No sé por qué me sigo sorprendiendo que desaparezcas y vuelvas días después —murmuro molesto al ver a mi madre en la cocina.
Ha llegado esta misma mañana y no quiero siquiera preguntarle dónde ha estado o con quién. Debería hacerlo, sin embargo no quiero saberlo. Estoy casi seguro de que me voy a enojar aún más si llega a decírmelo.
—No fue tanto tiempo esta vez —se excusa.
—No se trata del tiempo, má, sino de que desapareces sin decir nada. Esta vez... —No termino la oración. No quiero escucharme como un hijo quejumbroso, pero tampoco quiero que siga comportándose como una madre irresponsable.
La mayoría de las veces soy yo quien la cuida. ¿Qué va a hacer cuando me vaya? No voy a quedarme toda la vida a su lado.
—Lo siento —murmura muy despacio. Se da la vuelta con una taza de café en las manos y me la tiende, no sé si esperando que la perdone tan fácil.
Hago una mueca y doy un paso hacia atrás. Su semblante cae.
—Está bien, a la próxima solo avisa. —Ella asiente al escucharme y bajo la mirada a mis pies descalzos—. No hay nada para comer —susurro.
—¿Nada? —cuestiona horrorizada. Sacudo la cabeza y escucho un sonido ahogado. Me sorprendo cuando elevo la vista y la encuentro con ojos cristalizados—. Oh, Dios.
—Si me das dinero puedo ir por los víveres —musito.
Muerde su labio pareciendo a punto de echarse a llorar y elevo mi mano pidiéndole sin palabras que no lo haga.
—Hijo...
—No te disculpes, no sirve de nada ¿sí?
—Pero...
—Má, por favor —ruego. No quiero verla derramar lágrimas porque me sentiré mal por ella y no quiero sentirme mal. Quiero seguir molesto. Estoy en mi derecho.
Aprieto la mandíbula y desvío la mirada cuando la escucho soltar un sollozo. Eso no se vale. Sabe lo mucho que odio verla mal, verla triste. Eso es chantaje.
—En mi bolsa —dice entre hipidos con voz temblorosa—. Busca dinero ahí, debe haber algo. —No espero que me lo diga otra vez. Busco el dinero, lo tomo junto con las llaves y salgo de casa.
* * *
Varias horas después, cuando ya estoy de vuelta en casa, cuando mi madre se encierra en su habitación, Kea llama y me pide que pase por ella, así que eso es lo que hago. Conduzco hasta su hogar y la espero en la acera frontal. Enciendo la radio para matar el tiempo y tarareo la canción que suena. No es como si aguardara mucho tiempo tampoco. Alrededor de dos minutos después de que he estacionado, ella sale luciendo molesta, tensa... y hermosa.
—¿Todo bien? —pregunto cuando subo el coche.
La tarde es calurosa, pero no parece importarle. Lleva una camisa de manga larga que cubre más allá de sus dedos. Ella abrocha su cinturón y se encoge de hombros sin responderme.
Algo me dice que nada está bien.
Conduzco de vuelta a mi casa y, cuando ya falta poco para que llegue, ella coloca su mano sobre mi antebrazo y aprieta un poco, logrando así que le dé un vistazo fugaz.
—Perdón, no quería... Iba a cancelarte —confiesa—. No he tenido el mejor día hoy y no quería amargarte con mi actitud. —Sonríe triste y vuelve a encogerse de hombros. Coloca las manos alrededor de su vientre y desvía la mirada por fuera de la ventana.
—Yo tampoco he tenido un buen día y por eso quería verte.
—Eres raro. Cuando estoy de malas no quiero ver a nadie —admite burlona.
—Es que tú haces todo mejor para mí.
Parece gustarle lo que escucha porque suelta una risa y entrelaza sus dedos con los de mi mano libre. No dice nada más, pero este pequeño gesto es más que suficiente para mí. Llegamos a mi lugar y entramos aún tomados de la mano. Escucho ruido en la cocina y sé que es mi madre, así que en vez de dirigirnos a la sala como siempre hacemos, tiro de Kea y la llevo a mi habitación. No quiero que la vea. En verdad estoy un poco avergonzado de mi madre en estos momentos.
Kea dice algo al entrar a mi cuarto, pero no entiendo muy bien. Nunca la he traído aquí así que me pongo algo nervioso cuando comienza a revisar alrededor.
—Parecido a lo que imaginaba —dice después de algunos segundos. Se encuentra con mi mirada y sonríe—. Tu estilo. Me gusta.
Se sienta sobre mi colchón y mil pensamientos acuden a mi mente cuando se deja caer de espaldas sobre este. Sacudo la cabeza y entonces me acerco a ella. Tiene los ojos cerrados y parece más relajada que cuando la vi subir a mi coche.
—¿Qué quieres hacer? —pregunto apartando el cabello de su frente.
—Nada. —Se encoge de hombros—. Solo no quiero volver a casa.
—¿Piensas dormir aquí? —cuestiono divertido enarcando ambas cejas. Ella ríe al escucharme y se gira sobre su costado para que nuestros rostros queden uno frente al otro.
—Eso te gustaría, ¿no es así? —Asiento. Ella vuelve a reír—. No, debo volver a casa por más que no quiera. Mi hermano... —Suspira y hace una mueca—. Ayer después de que te fueras, llegó él. Hoy se peleó con mi papá y ambos se largaron y me dejaron sola.
Ríe, pero no hay nada de humor en ese sonido. Me siento mal por ella.
—Mi mamá apenas llegó hoy —admito en un murmullo. Nuestras miradas están enganchadas y su mano sube hasta acunar mi mejilla raposa.
—Nuestras vidas son jodidas, ¿no?
—Cuanto estoy contigo no. —Sonríe.
—¿Por qué eres tan lindo? —Ahora sus dos manos rodean mi cuello y me acercan hasta que nuestros labios son separados por solo un soplo de aire—. Te quiero.
—Y yo a ti —alcanzo a decir antes de que me bese y me robe el aliento.
Así pasamos la tarde. Solo hablando y besándonos; queriéndonos como solo nosotros sabemos querernos. Diciendo tanto sin palabras y al mismo tiempo no diciendo lo suficiente. Si tan solo ella supiera lo rápido que estoy cayendo a sus pies, lo rápido que estoy enamorándome, cada vez más y más y más... seguramente saldría corriendo.
A veces tengo miedo, mucho. De que ella me quiera menos de lo que yo la quiero a ella. De que para ella no sea tan importante lo que tenemos como para mí. De que ella solo esté jugando, usándome para distraerse, cuando para mí se está convirtiendo prácticamente en todo.
La pienso todo el tiempo, la sueño dormido y despierto. La veo en todos lados... No sé en qué momento se ha tatuado debajo de mi piel. No sé en qué momento me volví tan cursi. Estar enamorado te cambia. El amor te vuelve el mundo de cabeza.
¿Cómo paso esto? No lo sé. Si antes nos odiábamos, no soportaba verla, y ahora...
Acaricio su mejilla y estudio cada detalle de su rostro. Tiene ya bastante dormida entre mis brazos, pero no quiero despertarla. Parecía tan triste hace rato, tan cansada de todo... Y la comprendo a la perfección.
Beso su nariz y sus párpados cerrados, me alejo un poco y la vio alzar una comisura. Creo que ya ha despertado.
—Me hace cosquillas tu barba —musita en voz baja. Hago una mueca y paso una mano por mi mentón.
—Ya debo rasurarme.
—Sí, urge que lo hagas. —Pico sus costillas al escuchar su broma y ella ríe abriendo los ojos—. Tengo hambre.
—¿Tú? No te creo, eso es rarísimo. Tú ni comes —suelto con sarcasmo. Hace amago de apartarse de mis brazos, pero entonces la atraigo contra mi pecho y río por su falsa indignación.
—No como tanto —me contradice.
—¿Solo cuando estás conmigo?
—Sí, tú quieres engordarme —se queja. Pongo los ojos en blanco y me siento sobre el colchón.
—Iba a traerte algo de comer, pero como dices que es mi culpa... —La miro por sobre mi hombro y ella me observa bajo sus párpados entrecerrados—. Ya, ya. Solo tengo frituras.
—Es suficiente para mí.
Se deja caer sobre las almohadas y estira los brazos por encima de su cabeza. El borde de su blusa se eleva y alcanzo a ver un lunar junto a su ombligo. Ella gime desperezándose...
Desvío la mirada.
—Eh, bien. Iré a la cocina por ellas —indico. Me pongo de pie con prisa y no espero su respuesta, salgo de la habitación cerrando la puerta con fuerza tras de mí. Una vez en el pasillo, suspiro y paso ambas manos por mi rostro.
Estar a solas con ella es una tentación; cada vez es más difícil mantener mi autocontrol.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top