[VEINTE]

Juro que cuando nuestros labios se tocan, puedo saborear los próximos sesenta años de mi vida.

RUDY FRANCISCO
...


FIDEL

Llego a casa sonriente y arrojo las llaves del auto sobre la mesita de café. Este día se siente perfecto. Kea por fin aceptó volver a ser como antes y, aunque dice que todavía debo ganarme su perdón, no me preocupo por ello. Todo va mejorando y espero que siga haciéndolo.

Miro a mi madre tumbada sobre el sillón y suspiro apesadumbrado.

No hemos interactuado mucho estas últimas semanas. Yo he estado siempre de un humor horrible y ella parece evitarme por eso. O yo la evito para no tener que responder sus preguntas, quién sabe.

Cojo la manta en el respaldo del sillón y la coloco sobre ella. Mis dedos parecen cobrar vida propia y quitan un mechón de cabello que cubre sus ojos.

El corazón se me estruja al ver que ha estado llorando. Tiene el maquillaje corrido y los ojos hinchados, y yo solo puedo pedir en silencio que ningún tipo se haya sobrepasado con ella otra vez. No sé cuándo va a aprender o si alguna llegará a hacerlo.

Ha pasado por lo mismo tantas veces que uno piensa que va a dejar de cometer los mismos errores, pero ella sigue... y me duele verla así. Es mi mamá.

Tomo el teléfono del bolsillo trasero de mi pantalón y me dirijo a mi habitación. Me dejo caer sobre mi cama desordenada y miro el aparato entre mis dedos preguntándome si es buena idea mandarle un mensaje. Ya es algo tarde y no quiero despertarla.

De igual manera decido que no es mala idea intentarlo.

Yo: Ya estás dormida?

La respuesta no tarda en llegar.

Kea: No puedo dormir.

Yo: Ya somos dos. Yo tampoco puedo.

Kea: Llámame.

No tiene que repetirlo dos veces. Marco su número y ella contesta al segundo timbrazo.

No es que te haya perdonado aún —dice apresurada—, pero en verdad desearía que estuvieras aquí.

Sonrío y cierro los ojos, disfrutando el leve susurro de su voz.

—¿Es una forma de decir que ya me extrañas? —bromeo. Ella resopla una risa y claramente puedo imaginarla rodando sus ojos—. Porque yo sí —confieso—, ya te extraño.

El silencio se hace durante algunos segundos y entonces ella suspira.

Las cosas en mi casa se están poniendo algo raras. Mi papá dice estar dejando el alcohol, pero cada vez lo veo peor, y Diego... Bueno, mi hermano se marcha a otra ciudad pasado mañana. Va a ser algo raro estar sola de nuevo —se sincera.

Escucho sábanas removerse al otro lado de la línea y la imagino recostada sobre su cama en medio de la oscuridad.

—No vas a estar sola. Me vas a tener a mí —indico. Ella ríe.

Justamente eso pensé. Me alegra que me hayas obligado a hablar contigo.

—Yo me alegro de que no te hayas cerrado otra vez, que me hayas dicho todo lo que pensabas y sentías.

Nuestras respiraciones son los únicos sonidos que llegan a mis oídos y puedo notar como se van calmando, volviéndose más lentas y profundas.

Sigo teniendo miedo —murmura después de un rato.

Me acomodo sobre mi costado y abro los ojos, que rápidamente se acostumbran a la escasa luz. La respiración de Kea se vuelve lenta tras unos minutos y entonces sé que ha caído dormida con el teléfono aún en la mano.

—Yo también.

***

—No sé, no me gustan estas películas. Son demasiado sangrientas —dice Kea arrugando la nariz.

Dejo la colección de Juego macabro sobre mi mesa y me giro para verla.

—Son viejísimas. Ni siquiera dan miedo —me burlo. Ella me lanza una mirada molesta y luego se recuesta sobre el respaldo del sillón.

—Haz lo que quieras entonces.

Pongo mis ojos en blanco y descarto esas opciones. Sé que si las pongo va a enojarse conmigo y me aplicará la ley del hielo por algunas horas; no sería la primera vez que lo hiciera. Ni la última.

Esta semana Naira y Asier se han ido a un viaje familiar por parte de él y Kea parece estar siempre de mal humor. Me pregunto si es porque su mejor amiga no estará cerca por siete días o si es otra cosa la que la incomoda. Sea lo que sea, parece estar nerviosa y de un humor extraño y, lamentablemente, soy yo el que tiene que pagar los platos rotos.

Soy el blanco de su sarcasmo y sus cambios de humor, de su frustración, su dolor, sus inseguridades, y todo esto lo aguanto solo porque es ella.

Además, cuando se ha dado cuenta de cómo se comporta, suele arrepentirse y comenzar a tratarme de una manera más dulce.

No pide perdón; nunca pide disculpas, no vaya a ser que su orgullo se haga más pequeño, sin embargo me gusta su manera de compensarme.

No me doy cuenta de que me le he quedado viendo hasta que sonríe y empuja mi hombro suavemente.

—Deja de verme, me pones nerviosa.

Yo río. A veces es tan confusa. Y lo peor de todo es que así de loca, confusa y enojona, me gusta.

—Es que a veces no te entiendo —replico.

Sus ojos se elevan para encontrarse con los míos y luego se acerca para acurrucarse contra mi costado.

—No lo hagas, no trates de entenderme. Solo quiéreme.

Rodeo sus hombros con mi brazo y recargo mi mejilla contra la cima de su cabeza.

—Ya lo hago —suspiro.

No me importa que ella no lo haga, que no me haya dicho ni una vez que me quiere, yo sé que le gusta escucharlo y se lo repito constantemente.

A veces esas dos palabras bastan para hacerla sonreír.

Esconde su nariz fría en mi cuello y la escucho exhalar lentamente.

—Dime la verdad —pide en voz baja—. ¿Me estoy portando como una bruja?

—Nada nuevo —bromeo. Uno de sus dedos pica mis costillas y río entre dientes—. La verdad es que... un poco —acepto haciendo una mueca.

Kea vuelve a suspirar con más fuerza y su mano se coloca sobre mi abdomen.

—A veces no sé por qué me aguantas.

—Porque te quiero —digo sin más—. ¿Necesito más razones?

Kea ignora mi respuesta y sigue hablando.

—Quiero decir... Yo ya me habría mandado a freír espárragos. Ni siquiera yo me soporto, pero aquí estás tú, siendo tan... tú, tan Fidel, y yo tan Kealani, y siento como que no combinamos. Como que no encajamos.

—Las combinaciones y los rompecabezas son aburridos —espeto. Mis ojos se abren como platos al darme cuenta de que ha dicho su nombre completo y la tomo de los hombros para que me mire—. Espera, ¿qué? ¿Kealani? Siempre pensé que solo te llamabas Kea —confieso asombrado.

—Bueno, sí. A veces amo mi nombre, pero la mayoría de las veces lo odio. No sé qué estaban pensando mis papás cuando me nombraron así.

Ella ríe bajito tras decir esto y yo resisto mi impulso por besarla.

Dios, ese sonido me persigue hasta en mis sueños. Su risa... es preciosa. Es como la lluvia fresca en medio de un caluroso día; como la llama de una vela en medio de la más espesa oscuridad. Su risa es como esa canción que adoras, que puedes escuchar mil veces y aun así no cansarte de ella. Es un sonido que quiero escuchar todos los días, hasta que muera.

Estoy seguro de que si llegara a quedar sordo, podría seguir escuchándola en mi cabeza. Es imposible de olvidar. Está grabada a fuego en mi memoria.

Me sorprendo ante el pensamiento tan cursi y parpadeo varias veces. Kea se está metiendo cada vez más y más dentro de mí; me está haciendo pensar cosas que nunca creía que sentiría. Se está adueñando de mí por completo y tengo miedo de que un día se vaya y ya no sepa quién soy sin ella.

Me está convirtiendo en uno de esos tipos de los que solía burlarme y yo gustoso la estoy dejando. Miro sus ojos brillantes y sonrientes y sé que yo sin ella sería completamente miserable. Estoy tan loco por ella que soy incapaz de volver a lastimarla.

Antes tenía miedo de enamorarme de ella, pero ahora que estoy enamorado tengo miedo de dejar de estarlo. No quiero olvidar lo bien que se siente.

¿Es esto el amor? ¿Esta mezcla de sentimientos? Miedo, alegría, inseguridad, entusiasmo, ansiedad... Una tortura maravillosa. Un desastre ordenado. Una calma agitada.

Kea y yo. Kealani y Fidel. Tan parecidos y al mismo tiempo tan distintos.

—Te quiero —digo sin poder evitarlo. Creo que mis palabras la toman desprevenida porque parpadea un par de veces y sus labios se abren solo un poco—. Solo quería recordártelo. Te quiero y no me importa que tú no lo hagas —miento.

Porque la verdad es que sí me importa mucho. Si Kea nunca llegara a sentir aunque sea lo mismo que yo siento por ella, me voy a venir abajo.

Ella vuelve a parpadear y después sonríe. Y, como siempre, no me responde con palabras. Sin embargo toma mi rostro entre sus manos y me besa. Yo me dejo hacer sintiendo una pequeña punzada de decepción.

«Kea, Kea. Qué no daría porque también me quisieras.» 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top