[TREINTA Y DOS]
Ojalá se te cansen los miedos, ojalá las dudas te abandonen, ojalá cruces los mares y te quedes.
MARIANI SIERRA
...
FIDEL
—Solo durante las vacaciones. O si deseas quedarte todo el semestre no hay problema para mí —dice mi padre.
Está sentado frente a mí, tratando de convencerme de que vaya y me quede en su casa mientras estudio la universidad, la cual está en otra ciudad; en donde vive él para ser exacto. Quiere pasar «tiempo de calidad» conmigo, llegar a conocerme mejor. Apenas ahora, después de casi diecinueve años, reconoce mi existencia.
¿Por qué? No lo sé a decir verdad. No quiere decirme la razón. Pero para ser sincero ya estoy harto de guardarle rencor.
Desde aquel día hace más de un mes cuando Kea se fue, cuando yo le pedí que se marchara de mi casa, él estuvo tratando de comunicarse conmigo. Mi madre me pidió que le diera solo una oportunidad para hablar. Mi madre, quien estuvo sufriendo desde su partida, me pidió que lo dejara intentar establecer un vínculo conmigo. En vez de tratar de convencerme de lo contrario, de guardarle rencor y estar enojada con él, quiso que volviera a contactar con mi padre. Así que acepté. Lo llamé, le dije que estaba de acuerdo con que nos viéramos, y entonces... las cosas comenzaron a cambiar.
No sé cómo ni por qué, solo recuerdo que mi mamá dejó de salir cada noche, de traer hombres a casa e incluso encontró un trabajo formal. Ahora es secretaria en un consultorio dental. Su ropa dejó de ser la de una adolescente y se convirtió en la de una mujer de su edad. Es elegante, presentable e incluso parece toda una mujer de negocios. Con lo bien que gana ahora, puede permitírselo, y yo estoy orgulloso de verla cambiar tanto para bien.
Estoy feliz, porque ahora ella es feliz también.
No importa cuánto quise yo haber podido ayudarla, ahora entiendo que ella no quería ser ayudada. No sé si algo pasó para que abriera los ojos y quisiera cambiar, tampoco estoy seguro de querer saberlo, pero me alegra el verla tan mejorada. Ha intentado también pasar más tiempo conmigo. Yo la he estado dejando intentar, así como dejo intentar a mi papá. Ambos están intentando tratar de arreglar sus problemas, remendar sus errores, y yo no soy quien para ponerles trabas.
Pienso nuevamente en la oferta de mi padre. Vivir con él sería quitarme un gran peso de encima. No tendría que buscar un lugar para alojarme, pero sí un trabajo para ayudar con los gastos. No pienso quedarme de mantenido durante toda la carrera.
Rasco mi nuca, nervioso, y sigo pensando en esto.
No tengo pretextos para decir que no y tampoco quiero negarme. Mi madre está bien ahora. Ya no necesita que la cuide y ella hace mucho que dejó de cuidarme a mí. Es hora de partir, ¿no? No tengo nada ni nadie que me amarre a este lugar.
«Kea», susurra mi mente. «Kea está aquí.»
Sacudo la cabeza y resoplo.
No. Kea podrá estar aquí en esta ciudad, podrá estar en todos los recuerdos que atesoro a su lado, pero no está conmigo ni quiere estarlo más. Creo que es hora de dejarla ir a ella también. Aunque pese. Aunque duela.
Miro a mi padre y sonrío por verlo tan nervioso.
—¿Qué pasa si te cansas de verme todos los días? —cuestiono.
Sus hombros se relajan al dejar escapar una risa. Sacude la cabeza, negando.
—No va a pasar. —Estira su brazo para palmear mi hombro y ríe una vez más—. Verás que nos llevaremos bien.
***
—Se me hace raro que me dediques más de un minuto de tu tiempo —le digo a Asier. Estamos sentados en el sillón de su casa jugando un partido de FIFA.
Me llamó justo después de que mi papá me dejó en casa con la promesa de que vendría por mí en un par de días para irnos. Mi madre no estaba, así que le dejé una nota avisándole que estaría con mi amigo. Él pasó a recogerme hace media hora más o menos y ahora estamos aquí.
—Bueno, mañana Nai y yo nos vamos a la universidad y ella está con Kea esta noche, así que pensé que sería bueno juntarnos. Como antes.
Ambos tenemos la vista fija en la pantalla, pero de igual manera presto atención a sus palabras. Asiento.
—Me siento como plato de segunda mesa —bromeo—. ¿Soy la otra?
—Eres la única —dice él riendo y siguiéndome el juego.
—¿Qué va a pensar Nai cuando se enteré?
—Nadie tiene por qué decirle —musita entre risas.
Continuamos jugando durante algunos minutos más, hasta que pierdo por un gol en penales. Entonces su mamá nos dice que pidamos una pizza y nosotros, obedientes, le hacemos caso.
—Así que tú también te vas, ¿no? —cuestiona tomando otro bocado. Yo asiento.
—Sí. En dos o tres días. Mi papá quiere conocerme mejor. —Pongo los ojos en blanco y río. Asier no.
—Eso es bueno.
—Supongo. —Me encojo de hombros y recuerdo la conversación parecida que tuve con Kea en la fiesta de graduación.
—¿Y Kea? —pregunta mi amigo de repente. Trago el bocado que tengo en la boca y lo miro con recelo.
—¿Qué pasa con ella? —inquiero calmado.
—No, nada, solo... Estuvieron actuando raro todo el semestre. Nai y yo pensamos que estaban juntos en secreto o algo parecido.
Baja la cabeza al decir esto, avergonzado e incómodo por haber tocado ese tema. A él jamás le ha gustado sentir que se inmiscuye en mis asuntos y con frecuencia me gusta molestarlo y hacerlo creer que ha hecho precisamente eso.
Después de algunos segundos manteniéndome serio, haciéndolo sentir preocupado por si me ha molestado, estallo en carcajadas. Asier me mira entre molesto y aliviado, se ha dado cuenta de mi broma, y aquello solo me hace reír más.
Después de algunos segundos, me calmo y coloco los codos sobre la mesa. La seriedad vuelve a mi semblante, aunque una sonrisa sigue tirando de mis comisuras por la diversión anterior.
—Nah. Kea y yo no somos nada —admito.
«Nada.» Eso es lo que siempre hemos sido... o algo parecido. Fuimos más que conocidos, más que amigos, pero menos que novios.
Siempre fuimos ese intermedio entre nada y algo; una cosa imposible de definir. Fuimos... y solo eso. Fuimos. Todo ha acabado entre nosotros.
Somos nada. Somos algo. Somos todo. ¿Acaso importa ya?
—¿Seguro? —cuestiona Asier.
Me doy cuenta de que tengo la vista fija en mi trozo de pizza mientras pienso en Kea y nuestra no-relación. Cada vez que pienso en ella todo lo demás deja de existir. Me olvido de quién soy o con quién estoy. Creo que siempre será igual.
Me obligo a sonreír y elevo la vista hacia mi amigo, quien me observa con preocupación.
—Claro —digo, aunque no estoy seguro de si miento o digo la verdad.
***
Mi padre me llamó un par de días para decirme que no puede pasar por mí y me preguntó si no puedo yo ir a donde se estaba alojando. Le dije que no se preocupara, que yo iría, así que ahora estoy acabando de alistar todo.
He terminado de empacar y ahora estoy terminando de subir las maletas a mi auto. Cuando acomodo la última, entro de nuevo a casa para despedirme de mi madre, quien parece que no puede parar de llorar.
—Voy a venir a verte en cuanto pueda —prometo. Aun así ella no parece ser capaz de detener el llanto.
—Te voy a extrañar —dice entre hipidos. Se acerca a abrazarme con fuerza y yo envuelvo sus hombros con mis brazos también.
—Y yo.
—Siempre fuimos nosotros dos y ahora seré yo sola —se queja. Sus hombros tiemblan entre sollozos y no puedo evitar sentirme culpable.
—Ya hablamos de esto —suspiro.
Habíamos quedado en que estaría bien sin mí. Su vida está yendo de maravilla y sé que seguirá así incluso después de que yo me vaya. Fue por eso que acepté irme con mi padre.
—Pero es inevitable. Eres mi bebé. Mi único hijo.
Vuelve a estallar en llanto y yo aprieto los ojos cerrados. No me gusta ver a mi mamá llorar. No por mi culpa ni por la de nadie más.
—Pero seguiré llamándote. Y te voy a venir a ver de vez en cuando. En vacaciones...
—Y fines de semana —añade. Yo sonrío.
—Y algunos fines de semana —corrijo.
Me alejo un poco de ella y sonrío viendo sus ojos llorosos.
—Te amo, hijo. No lo olvides.
—También te amo, má.
Le doy un último abrazo, beso su frente y me despido antes de salir de casa y cerrar la puerta con cuidado tras de mí. Ya la estoy extrañando, a ella y este pueblo que me vio crecer.
Varios sentimientos se apresuran a encontrarse en mi interior cuando el aire me golpea el rostro. Tristeza, alegría, ansiedad, impaciencia y alivio.
Pero nada, nada se compara a la esperanza que explota en mi pecho al vislumbrar a Kea apoyada en la puerta de mi coche.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top