[TREINTA]
Y hay una gran parte de mí que desearía nunca haberte conocido. Prefería el vacío en mí cuando no sabía que estaba ahí.
BEAU TAPLIN
...
FIDEL
A pesar de saber lo que va a pasar, no puedo evitar ponerme contento al verla atravesar la puerta principal. El no haberla visto toda la semana pasada, el saber que la situación con su padre no está nada bien, me tenía preocupado. Kea solo... desapareció. Así, como si nada. Su celular permaneció apagado y se alejó de todas las redes sociales. No dijo adiós a nadie, ni siquiera a su mejor amiga. Naira se hallaba tan sorprendida por su partida como yo angustiado. Ni siquiera estaba seguro de si iba a volver a casa, de si terminaría el semestre. Habría sido una lástima que no regresara, teniendo en cuenta que esta era la última semana antes de graduarnos. Pero vino. Volvió y yo me alegré al instante de verla. Fue inevitable sentir que algo se volvía a encender en mi interior al percibir su presencia. Entonces sus ojos tristes se fijaron en mí... y mi corazón cayó con la misma velocidad.
Ahora, viéndola caminar al lado de una preocupada Naira, hace que me ponga nervioso, que se me retuerzan las tripas por la incertidumbre de lo que pasará.
«Necesito decirte algo.»
Tres sencillas palabras con el poder de hacerme sentir inseguro, capaces de hacerme temblar. Por lo menos no fue el típico «necesitamos hablar», ¿cierto? Aunque viene siendo casi lo mismo, solo que aquella frase está reservada únicamente para las parejas de novios, y Kea y yo... ¿qué somos? Novios no. Jamás etiquetamos lo que teníamos; no sentimos la necesidad. Ahora me pregunto si no hubiera sido mejor hacerlo. Si eso no habría hecho alguna diferencia.
Y es que me pongo a pensar en cómo inició todo entre nosotros y me doy cuenta de que, desde un inicio, esto me tenía aterrorizado. Temía que ella se fuera, que me abandonara y me abriera el pecho de un tajo dejándome vulnerable y adolorido. Entonces la conocí mejor... y me di cuenta de que valía la pena correr el riesgo. Valía la pena arriesgarse, porque ella también estaba arriesgándose conmigo.
O eso creía. Ahora ya no estoy tan seguro. Ahora me pregunto si desde el inicio ella no estuvo encerrada tras sus paredes de cristal irrompible, impenetrable.
Cuando ambas se detienen frente a mí, Naira suspira.
—Entonces te hablo luego —susurra. Aprieta los dedos de Kea y le da un rápido abrazo antes de marcharse sin siquiera darme un vistazo.
Kea y yo nos quedamos uno frente al otro y observamos cómo sube al auto de Asier. Vemos cómo se sonríen con sinceridad, se dan un beso tierno, y entonces desvío la mirada, sintiéndome incapaz de verlos tan alegres y enamorados cuando estoy casi seguro de que lo que viene me va a hacer de todo menos feliz.
—¿Quieres que vayamos a mi casa? —cuestiono en voz baja. De reojo la veo asentir—. ¿Vamos de una vez, entonces? —Kea asiente de nuevo.
Sin verla a los ojos, le tiendo el vaso que he tenido en la mano todo este tiempo y ella suspira con tristeza. Es su batido favorito.
—Gracias. No tenías por qué...
—Pero quería —la interrumpo—. Ahora vamos.
La tomo con suavidad por el interior del codo y la guío hasta llegar a mi auto cuando ella no hace amago de alejarse. Entramos en silencio, enciendo el auto y hacemos el viaje sin decir palabra alguna.
Puedo sentir la tensión irradiando de ella y cómo se altera levemente mi respiración. Busco en mi cabeza por algo para decir, pero nada parece ser lo suficientemente bueno como para romper el silencio, así que al final opto por quedarme callado.
Llegamos a casa después de unos minutos, bajamos, entramos... y no puedo evitar recordar la última vez que ella estuvo aquí. Cuando vino por distracción y yo me ofendí, cuando estaba mal y no quiso hablar conmigo, cuando no me di cuenta de que algo no se sentía correcto en ella. O tal vez sí me di cuenta, pero lo ignoré.
Y ahora estamos aquí, probablemente con Kea pensando en terminar lo nuestro.
—¿Quieres algo de tomar? —pregunto intentando alargar el momento, la espera. La miro y ella eleva el batido que le di en la escuela.
—Ya tengo, gracias.
Inclino la cabeza, incómodo, y asiento.
—Cierto. Entonces... dijiste que querías hablar, que necesitabas decirme algo.
—Sí.
—¿Puedo saber qué es? —cuestiono. Ella baja la cabeza y muerde su labio.
—Estoy casi segura de que ya lo sabes. No eres tonto.
Aprieto los labios en una línea fina al escucharla y desvío la mirada.
—Así que... quieres terminar esto. —No es una pregunta y ella lo nota. Se encoge sobre sí misma sin despegar la vista de sus zapatos y asiente.
—Sí —acepta en un murmullo apenas audible.
Y a pesar de que ya lo sabía, de que lo venía imaginando desde que habló conmigo en la mañana, sabes que es verdad se siente como una patada en el estómago. Escucharla confirmar mis temores, es peor de lo que imaginé. Asiento intentando aparentar indiferencia y elevo mi mirada para encontrarme con sus ojos llenos de dolor.
Río sin humor.
—Irónico, ¿no? Eras tú quien tenía miedo de salir lastimada, y ahora eres tú quien me rompe el corazón.
El dolor y el rencor en mi voz se mezclan hasta formar un tono venenoso. Lágrimas se forman en sus ojos y me da rabia el que parezca estar sufriendo. ¡Es ella la que me está dejando! No tiene derecho a sentirse mal. ¡No tiene derecho a parecer culpable! Pero, bueno, tampoco tenía derecho a llegar a mi vida, entrar como si nada y poner todo patas arriba, sin embargo lo hizo igual.
—Fidel, entiende. Esto no...
—Es que no entiendo —la interrumpo—. Te vas una semana completa sin decir nada y después solo llegas a querer acabar con... Con esto —indico haciendo un gesto entre nuestros cuerpos—. ¿Es por lo de la noche antes de que te fueras? —inquiero.
—No —se apresura a decir—. No, no es eso.
—¿Entonces?
Ella suspira y pasa la mano desocupada por su rostro.
—Somos demasiado iguales —dice después de algunos segundos—. Esto no va a funcionar, entiéndelo.
Ahora es mi turno de suspirar irritado.
—Eso lo entiendo, claro que lo entiendo; pero eso no hará que deje de quererte. Eso no va a lograr que deje de estar enamorado de ti como por arte de magia, Kea. Y eres tú la que debe entender eso.
—Es que...
—¡Ese pretexto ya lo has usado mil veces! —exploto cansado de escucharla—. Y una y otra vez te he demostrado que estás equivocada. Si quieres terminar con esto porque ya no me quieres, solo dilo, pero no estés usando excusas baratas por favor.
Mi respiración agitada se deja oír dentro del silencioso cuarto. Estoy alterado, sí, pero ella también. Ambos estamos luchando como siempre por querer conseguir la razón y odio lo mucho que eso me da ganas de acercarme a besarla.
Aprieto mis puños, la mandíbula y los ojos cerrados al escucharla sollozar.
—No es justo —se queja con la voz rota.
Y en eso estoy de acuerdo con ella.
—Lo sé.
—No, no lo sabes —dice sacudiendo la cabeza—. No puedo estar contigo porque estoy mal. Estoy muy mal y no puedo darte lo que quieres. ¿Cómo voy a hacerlo? ¿Cómo voy a quererte como mereces cuando yo no me quiero como debo? —cuestiona elevando la voz—. La gente suele decir que si tienes a alguien que te quiera a tu lado todo va a ser más fácil, pero a mí no me parece así. Siempre estoy sintiéndome culpable, triste, mal, y pienso en ti y me siento peor porque sé que mereces a alguien mejor que yo. Por eso no podemos seguir ya. Me siento como una carga —admite—, y me estoy cansando de eso. —Da un paso hacia atrás y yo doy uno hacia adelante al ver sus intenciones de irse—. No —pide elevando la mano—. Por favor, solo acepta lo que te he dicho hasta ahora y no insistas más.
La manera en la que tiembla su voz... me lástima.
¿Por qué jamás me contó que se sentía así? ¿Es que acaso no sabe que yo haría todo por ella? ¿Qué yo la habría ayudado, que habría intentando con más fuerza?
—Kea...
—Te quiero, Fidel. No quiero que pienses lo contrario. Te quiero demasiado, y es por eso que estoy haciendo esto. —Deja el batido en la mesilla junto a la entrada y con cuidado abre la puerta—. Hazme un favor, ¿sí?
Desvío la mirada del vaso que le di y fijo mis ojos en los suyos. Debería decirle que no. No, no debería estar esperando que le haga favores, pero es Kea. Y yo la amo. Haría todo por ella.
Asiento tragándome el nudo que se ha formado en mi garganta y ella sonríe con tristeza.
—Sé feliz por mí —pide.
Antes de que pueda darle una contestación, ella ya ha salido de mi casa.
Y de mi vida.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top