[NUEVE]
Señorita, usted es tan dulce que con solo sonreírme basta para ponerle un poco de buen sabor a esta... mi amarga soledad.
EDGAR PAREJA
.
FIDEL
Al día siguiente todo pasa normal. Me despierto temprano para ir a la escuela y veo que mi mamá no ha llegado, por lo que sirvo un plato de cereal y me tomo mi tiempo para comerlo. Es una mañana típica para mí. El silencio que cubre cada rincón de la casa es estresante, pero no puedo hacer mucho para arreglar eso, a menos que quiera empezar a gritar o cantar.
Una sonrisa destella en mis labios al recordar a Kea cantando el día anterior. No es una gran cantante que digamos, pero supongo que la intención es lo que cuenta. Estaba tan molesto porque mi mamá había recibido una llamada de su ex pidiendo volver a verla para disculparse, y solo se necesitó de la desafinada voz de Kea para distraerme.
Es extraño. El sentirme cómodo con ella cerca de mí es... muy raro. Si no estuviera tratando de salvarla de un futuro como el de mi madre, probablemente podríamos ser amigos nada más. Sé que ella es de las buenas; lo ha demostrado una y otra vez.
Termino de desayunar y veo en el reloj de la cocina que ya es tarde. Sé que si no me apresuro no lograré llegar.
Tomo las llaves frente a mí y corro a la entrada, atrapando mi mochila en el camino. De verdad que hoy no quiero saltarme las clases.
***
Al estacionar frente al edificio escolar lo primero que veo es que ya casi no hay alumnos fuera, lo que significa que la primera clase ha empezado. En otras palabras, he llegado tarde de nuevo. Si no comienzo a comprometerme un poco más con mis asistencias, voy a terminar repitiendo el curso y eso significaría otro año de retrasar el empezar a trabajar, lo que a su vez resultaría en un año más de espera para ingresar a la universidad.
Lo que menos quiero es quedarme por más tiempo en este lugar. Si por mí fuera, hoy mismo me largaría. A Canadá si es posible.
Bufando me dirijo al patio trasero y dejo caer mi mochila sobre una banca. Saco mis audífonos, enciendo la música y cierro los ojos, logrando así perderme un rato e ignorar a la pareja cariñosa en la esquina escondida tras un árbol.
—¿También tarde? —oigo que alguien dice a mi lado varios minutos después. Abro los ojos para ver a Marisa, quien se sienta a mi lado y quita uno de mis audífonos para que pueda escucharla mejor.
—Nada nuevo —respondo volviendo a cerrar los párpados.
Supongo que es mi carácter, pero no me agrada tenerla cerca en este instante. O en ningún momento. No me agrada tener a nadie cerca, a decir verdad. Solo a mi mejor amigo... Y, bueno, supongo que a Kea también.
Creo que entiende que no deseo hablar en ese momento, porque por algunos instantes guarda silencio, pero entonces, para mi irritación y mala suerte, no se queda así.
—Antes nos llevábamos bien, ¿no?
Sonrío de medio lado al recordar lo bien que nos llevábamos y asiento.
—Tú lo has dicho. Antes.
—¿Es por Kea? —Esa pregunta logra que abra los párpados con urgencia—. Los vi ayer comiendo hamburguesas —explica—, y luego salir tomados de las manos. Es ella, ¿no? ¿Por lo que dejaste de buscarme?
El repentino sentimiento de pánico que me atraviesa es inexplicable. Ni siquiera sé por qué siento miedo cuando dice esto. No es miedo de que me haya visto con Kea, eso no me importa. Creo que es... porque piensa que ella significa algo más para mí.
«Lo hace», susurra mi conciencia. Frunzo el ceño ante el inesperado pensamiento y sacudo la cabeza.
—No —escupo casi furioso—, no es por ella, simplemente ya no quise pasar el rato contigo.
—Uh, dale entonces —dice sin estar convencida. No debería importarme lo que crea, de hecho no lo hace, pero de igual forma trato de explicarle.
—Solo es una amiga. Ella es...
—Ajá, una amiga. Ya entendí.
—Sí, no es importante —expreso.
Por qué mi pecho se aprieta al decir esto no es muy claro para mí.
—Bueno. Solo quería decirte que el viernes hay una fiesta en mi casa y estás invitado. Puedes ir solo o... invitar a tu amiga no importante. Es tu decisión. —Sonríe y se pone de pie—. La primera clase ya terminó. ¿Vienes?
Sacudo la cabeza en una negativa y veo a Marisa alejarse tras haberse encogido de hombros. Quiero quedarme solo un momento más para meditar las razones de mis reacciones y palabras.
La verdad es que no sé qué me está pasando. Me siento... extraño. No bien, tampoco mal. No sé si estoy feliz, molesto o triste. Mi mente es un desastre y no estoy seguro de poder organizarla antes de que inicie la segunda hora.
Casi estoy tentado a irme a casa.
Me pongo de pie antes de que la idea se asiente y veo que la parejita amorosa también ha desaparecido. Me pregunto si antes o después de Marisa.
Tomo mi mochila y camino hacia el interior, esquivo personas, saludo a otras y muy pronto me encuentro en mi aula casi vacía. Solo Asier está ahí. Y haciendo tarea nada menos.
—Vaya. Creo que tu novia ha resultado ser una mala influencia —bromeo dejándome caer en el asiento a su lado.
Me dedica una rápida mirada de reojo y vuelve al trabajo.
—Regresé tarde a casa y ya estaba cansado. No es su culpa.
—Uh-huh. ¿Y dónde estabas que volviste tan tarde? —cuestiono. Sus labios se aprietan en una fina línea sin dejar de escribir y esa es toda la respuesta que necesito—. ¿Tan cansado te dejó? Y eso que se ve seriecita la niña.
La mirada que me lanza hace que me eche a reír. Me encanta tomarle el pelo de ese modo.
—Lo siento, ya no diré nada—me disculpo.
En eso el profesor entra al salón, seguido por el resto de la clase, y no tengo oportunidad de decir nada más.
.
.
Cuando vuelvo a casa sigue sin haber rastro de mi mamá. Una pequeña nota sobre la barra de la cocina es lo que me informa que volvió en algún momento mientras yo estaba en la escuela.
«Vuelvo en la noche, pide una pizza.»
Y bajo la nota, doscientos pesos.
Meto el dinero en el bolsillo de mi pantalón y me dirijo de nuevo al auto. En este momento no tengo ganas de estar solo, por lo que llamo a mi amigo.
—¿Diga
—Hey, Asier —saludo—, ¿quieres ir por pizza?
Escucho unos papeles removerse y en seguida un suspiro de su lado de la línea.
—Ahorita no puedo. Estoy haciendo tarea y después quedé en salir con Nai a ver una película —explica en un tono de lamento.
—Oh. Está bien, no hay problema.
Me detengo antes de abrir la puerta del coche y dudo.
—Uhm, tal vez mañana podemos juntarnos y hacer algo—ofrece antes de que pueda decir nada.
—Dale entonces. Mañana nos vemos.
—Lo siento —se disculpa.
—Nah, no pasa nada. Suerte con Nai —digo, y entonces cuelgo.
La siguiente opción que viene a mi mente es Kea, pero a ella decido enviarle un mensaje.
Yo: Estás ocupada?
Su respuesta es casi inmediata.
Kea: Nop. Por?
Yo: Quieres comer pizza? Yo invito.
Mis manos comienzan a sudar cuando tarda más en enviar su respuesta. De verdad no quiero estar solo, y si ella dice que no es la única opción que me quedará.
Kea: Pasa por mí en quince.
Sonrío ante su respuesta mandona y me subo al auto. Quince minutos es lo que tardaré en llegar por ella. Enciendo el motor, la radio, y comienzo a cantar en voz baja al tiempo que el motor cobra vida.
Hace ya tiempo que no canto. Es algo que siempre me ha gustado hacer y que se me da bien, pero de repente... le perdí el gusto. Ya no me calmaba ni me hacía sentir mejor, así que solo lo dejé.
Es raro que me hayan dado ganas de intentarlo una vez más.
Cuando llego a casa de Kea, un pequeño cuerpo sale apresurado por la entrada y viene corriendo en mi dirección. Antes de que pueda procesar nada, la puerta del copiloto es abierto y ella entra al coche con el cabello despeinado y la respiración acelerada. Sus mejillas lucen coloreadas y sus ojos brillan con emoción.
—Vamos —me apresura—, si me papá se da cuenta de que salí sin permiso... ¡Vamos!
Arranco el coche mientras ella ríe como niña pequeña y, tras unos minutos, me atrevo a mirarla por el rabillo de mi ojo.
—Estás loca —declaro divertido.
Su sonrisa no ha decaído ni un poco y mi pecho se calienta al verla tan... feliz. Pero es una felicidad real, no esa falsa que se empecina en mostrar como una máscara frente a los demás. Me gusta que a mi lado pueda relajarse y dejarse llevar. Me hace sentir... diferente; importante.
—Nadie dijo lo contario —responde.
Conduzco hasta el local donde planeaba llevarla a comer, pero su mano se posa sobre mi antebrazo antes de que pueda bajar del auto.
—¿Qué pasa? —cuestiono viendo sus ojos oscuros.
—¿Comeremos aquí?
—Uh, sí —contesto algo confundido—. Te dije que te invitaba a comer pizza, ¿no? ¿Por qué? ¿No quieres comer aquí?
—No es eso, yo solo... —se interrumpe y luego sacude la cabeza—. Solo pensé que... Ya sabes, pensé que iríamos a tu casa o algo.
Luce bastante incómoda al decir esto y yo río ante su más que obvia vergüenza.
—Me quieres tener para ti sola, ¿eh?
Su cara se torna más roja si es que eso es posible.
—Yo no... Eh, si tú... Es que... —No termina ninguna de sus frases y hace que mi risa se torne más fuerte.
Me parece adorable verla nerviosa.
Decido acabar con su frustración y palmeo su pierna.
—Solo deja compro una pizza y nos vamos, ¿vale?
No dejo que conteste. Bajo del auto y entro al local sintiendo una estúpida sonrisa en mi rostro.
.
.
—Estoy llenísima —comenta Kea echándose para atrás en el sillón.
—¡Pues te comiste cinco pedazos! ¿Qué querías?
Mi brazo recibe un leve golpe y yo me quejo como si en verdad me hubiera lastimado. Incluso me tiro al suelo para darle un efecto más dramático.
—Por Dios, no seas ridículo, apenas y te toqué.
—Dolió aunque no lo creas —gimo sobando mi brazo. Ella pone los ojos en blanco y ambos reímos.
Me incorporo para dejarme caer a su lado y atraerla en una especie de abrazo, donde su cabeza se posa sobre mi hombro mientras terminamos de ver una película.
La tarde resultó ser casi perfecta. Hablamos un poco sobre todo. Sobre la universidad a la que no iremos este año, lo que le gusta hacer en su tiempo libre, las clases, nuestros amigos..., nuestra imperfecta familia. Discutimos sobre algunas cosas en las que no estábamos de acuerdo, pero al final terminamos riendo como tontos. Parecíamos ser amigos de toda la vida y fue genial. Debo admitir que jamás me había sentido tan libre al lado de una persona.
Kea hace que me olvide de todo por un instante y creo que me estoy haciendo adicto a esa sensación.
—Mi papá me va a matar cuando vuelva. Estaré castigada de por vida —susurra. Apoyo mi mejilla en su coronilla y el aroma a su champú llega a mi nariz.
—Entonces deberíamos hacer que el castigo valga la pena, ¿no? —digo en el tono de voz más seductor que puedo lograr.
Entonces no sé qué es lo que pasa.
Un momento la tengo a mi lado riéndose por mi cómico ofrecimiento, viendo sus ojos brillando de diversión, escuchando esa melodía tan bonita que es su risa, y al siguiente nuestros labios están unidos en un beso que me hace olvidar hasta mi nombre.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top