EPÍLOGO
DEDICATORIA: Para todas esas lectoras (y permitirme que use el femenino, porque somos mayoría y porque nosotras aguantamos el masculino como género globalizador) que me piden encarecidamente un poquito más de ésta historia.
Porque os lo merecéis todo, por invertir un pedazo de vuestro tiempo en mi historia, por cada comentario y por cada voto. ❤️
He estado buscando una canción adecuada para poner en la cabecera, para daros las gracias con música, y hay muchas canciones, pero ninguna terminaba de gustarme, así que al final os he puesto una que significa muchas cosas para mí.
»Recordad también que la historia continúa en el tiempo en Besos Predestinados (sólo a título informativo, nadie está obligado a leer); aún así, supongo que las chicas se merecen un final más cerrado, así que, aquí lo tenéis:
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La mirada conmocionada y emocionada de Norma me hizo sobreponerme.
Nos besamos con suavidad y fuerza a la vez.
Como le acababa de decir, ya no tenía ningún miedo. Esa era la verdad. No tenía ningún miedo a quererla. La amaba por encima de todas las cosas de este mundo y viniera lo que viniera en el futuro, estaba segura de que juntas lo superaríamos.
Norma me ayudó a levantarme del suelo y, de la mano, salimos del complejo de apartamentos.
Miré atrás sólo una vez, no sé si esperando o temiendo que María nos fuera a seguir, pero la escalera estaba en silencio y a oscuras.
Héctor y mi hermano nos esperaban en el coche, con nuestros bolsos y todo lo que habían podido recoger del apartamento.
Nada más entrar, a través del espejo retrovisor, le lancé una mirada agradecida y aún llena de lágrimas a esa maravillosa torre de chocolate que era mi ex, y nos acomodábamos en los asientos traseros del espacioso Dacia Lodgy de la familia Valero.
Iniciamos el viaje de vuelta a Madrid en un silencio tenso.
Héctor concentrado en la carretera, Leo se removía en su asiento; habíamos hecho las paces, pero era muy temperamental y sabía que le estaba costando horrores mantenerse callado. Norma apretaba los labios y miraba por la ventana. No podía verle la cara, pero no me hacía falta.
¡Al cuerno! pensé y me solté el cinturón. Me deslicé por la fila de asientos hasta tocar el cuerpo algo tembloroso de mi rubia favorita.
—Mi amor... —susurré apoyada en su espalda y pasándole un brazo por la pierna —. ¿Tranquila, vale?
Ella se giró hacia mí y forzó una sonrisa que enseguida se hizo auténtica.
—Sí. Estoy bien...
—Norma... —dijo Héctor con suavidad y sin apartar la vista de la carretera —lo lamento, pero no he podido recoger ningún cuadro...
—No te preocupes, Mini... —le respondió ensanchando la sonrisa —. Se pueden volver a pintar, y me queda el consuelo de que María tendrá que verlos hasta que los queme.
—Quizás... no lo hace... —dije con un hilo de voz.
Norma volvió a mirarme y sus ojos verdes brillaron llenos de ternura:
—Tú siempre pensando lo mejor de todo el mundo, ¿eh, mi niña?
Sonreí, apretando su mano con la mía, mientras oía la voz de mi hermano.
—Esta es nuestra burRita.
Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, los tres le lanzamos un pescozón a la vez y estallamos en carcajadas.
Una risa catártica que disolvió el ambiente enrarecido con el que habíamos iniciado el viaje.
Volví a sentarme correctamente y me abroché el cinturón de seguridad, aunque mis dedos seguían enlazados a los de Norma. Lo último que nos faltaba era una multa de tráfico.
Fuimos devorando kilómetros en la noche, hablando y bromeando como cuando salíamos los cuatro juntos. Poco a poco la conversación se fue apagando y cuando nos dimos cuenta, Leo y Norma dormían como troncos.
Miré el gps que se iluminaba en el salpicadero y vi que todavía faltaba bastante más de una hora para llegar.
—Héctor, para el coche cuando puedas —le susurré.
—¿Te encuentras mal? —me preguntó con angustia aunque sin elevar el tono.
—No, pero te voy a relevar un rato al volante.
Me lanzó una mirada agradecida y obedeció. Paramos en una zona de descanso y salimos del coche. Estiramos las piernas durante unos minutos. Leo y Norma seguían dentro del coche como troncos.
—¿Pasamos a Leo atrás? —propuse.
Héctor asintió. Tanto Norma como mi hermano tenían el sueño pesadísimo, lo sabíamos por experiencia. Abrimos la puerta del copiloto y agarrando a Leo entre los dos, lo trasladamos a la fila de asientos de atrás. Éste ni siquiera abrió los ojos un segundo. Mini y yo nos miramos a los ojos y nos reímos, leyéndonos la mente.
¡Hubiese podido caer una bomba y ninguno de esos dos se hubiera enterado de nada!
Me senté al volante, acercándome el asiento y recolocándome los retrovisores. Mi 1,70 estaba muy lejos de los 2,10 de Mini. Él sonrió, acomodándose en el asiento que había ocupado mi hermano y retomamos la marcha.
Llegamos a Madrid cuando apenas empezaba a despuntar el alba. Estaba hambrienta y exhausta a partes iguales. Buscamos aparcamiento cerca de mi casa y aunque era una hora intempestiva llamé a mi madre.
No me hizo falta contarle demasiado. Me dijo que ya tardábamos en subir a casa los cuatro, que nos iba preparando el desayuno. Nos cuidó y nos mimó como sólo ella sabía hacer. Y cuando mi padre -otro que dormía como un tronco- se despertó, se marcharon al pueblo con mis abuelos, para que pudiésemos serenar los ánimos y descansar.
Esther necesitaba un monumento de manera urgente.
Leo y Héctor se tumbaron en el sofá y se encendieron la play, mientras Norma y yo nos encerramos en mi dormitorio para hablar.
Teníamos que decidir muchas cosas.
****************
Hace ya cuatro meses que volvimos a Madrid. Cuatro meses que Norma vive en casa, conmigo. Y no puedo ser más feliz, aunque acabar el curso no ha sido tarea fácil para nadie. Tampoco para Héctor, que cada vez espacia más sus visitas. Lo entiendo, no le puedo pedir nada más. Ha sobrepasado con creces lo que se espera de cualquier amigo, mucho más con el bagaje de nuestra historia. Y Leo ya hace algunas semanas que se ha ido a vivir con los abuelos para estudiar para la segunda convocatoria de la Selectividad.
Las cosas entre nosotros tres empezaban a fluir; convivir con Norma es facilísimo, pero comprendo el dolor que le hemos causado. Aunque cuando lo hablamos siempre me sonríe, me besa en la mejilla y me dice que ya le pasará, tiene derecho a superarlo como quiera; porque si algo tengo claro (y más claro cada día) es que quiero a Norma con toda mi alma y que no me voy a separar de su lado jamás, por más cosas que nos depare el futuro.
Por más hermanos dolidos que tengamos, por más madres intolerantes que nos digan barbaridades a la cara, por más dificultades que nos encontremos en el camino.
Porque mi vida tiene pleno sentido cuando me despierto con su melena de leona haciéndome cosquillas en el cuello y sus ojos verdes somnolientos me miran como si yo fuera la cosa más bonita del mundo. Porque no puedo dormirme si no es acariciando su piel de vainilla y me muero si paso un día entero sin besarla.
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