Capítulo 5. La playa
Al día siguiente Christian parecía estar arrepentido, con el gesto descompuesto y sumiso como un corderito. No paraba de pedirme perdón cada cinco minutos desde que había abierto los ojos. Durante el desayuno yo me estaba poniendo de mala uva y cuando fuimos a prepararnos, para bajar a la playa, estallé.
—A ver, Chris, deja ya de pedir disculpas. Quedan muchos días de vacaciones. Ya lo arreglaremos. Ahora mi hermano y Norma nos esperan —no tenía ganas de hablar de nuestro "estreno".
Nos pusimos los bañadores y recogimos las toallas en silencio. Cuando estábamos a punto de salir, oí como Norma cuchicheaba algo con Leo, unos pasos por detrás nuestro.
—Joder, Norma...nooooo
—Leo... que sí, Rita me...
—No lo hagas...
—Shttt.
Bajamos a la playa, que estaba a escasos metros del apartamento. De hecho había una salida directa a la arena desde la zona ajardinada privada de los apartamentos. Buscamos un buen rincón y extendimos las toallas.
Norma enseguida se adelantó:
—Rita y yo nos vamos al agua. Vosotros quedaros aquí a vigilar las cosas.
Leo le lanzó una mirada algo venenosa que Norma ignoró. Me agarró de la mano y me arrastró al agua, aunque no me apetecía. Me sentía culpable por haberla espiado, y haber visto su placer, de haberme excitado con su goce...
Entramos en el agua que estaba fría para mi gusto y entonces Norma me miró con un brillo especial en los ojos y entrelazó sus dedos con los míos. Algo subió por mi interior, del estómago a la garganta, aunque la rubia siguió avanzando, cada vez más risueña y sólo podía seguirla. Caminamos agarradas de la mano, saltando las olas y riendo bobamente. Avanzamos unos cuantos metros, yo tenía la piel muy erizada y detuve a Norma.
—Venga, suéltalo ya, que me voy a congelar....
—¡Qué friolera eres Ritz! Verás es que, anoche... yo...¡bf! No sé cómo contarte esto...
—¿El qué? —alcé una ceja—. ¿Que te has liado con mi hermanito?
—¡No!¡Sí! ¡¿Qué?!... ¿Cómo lo sabes?
—Ayer os... oí —mentí. No podía contarle a mi mejor amiga que la vi en plena acción. Y que encima me dieron tanto morbo que no pude despegar la vista de ella.
—¡Uf!... Perdóname —dijo con una mirada extraña— . Es que es tan divertido y tiene ese cuerpazo... Y encima tiene esa po...
—¡Norma! Frena, hija, que no necesito esos detalles... y tranquila, de verdad. Si tú estás bien, eso es lo que cuenta.
—¿No te molesta? —inisitió con ese deje en la mirada que no supe interpretar.
—No seas boba. Para mí ha sido siempre un incordio, pero si a ti te gusta... —no terminé la frase; las palabras me habían salido solas y no sabía si en realidad no me había molestado; desde que habíamos llegado Leo había cambiado su actitud incluso conmigo y si Norma era el artífice de ese cambio, bienvenido seria. Otra cosa es que me gustara que Norma estuviera tan a gusto con mi hermano.
Emocionada, la riubia, me dio un pico y un abrazo. Fue algo natural y espontáneo... y volví a sentir esa extraña sensación que subía del estómago a la garganta. Luego sus preciosos ojos verdes perdieron la angustia que traían y me preguntó qué tal con Christian; claro que yo no estaba tan entusiasmada cómo ella. Me abrazó otra vez y se zambulló en el agua mientras yo regresaba a la arena.
Mientras me acercaba a las toallas observé a Christian y a Leo. Mi hermano aparentaba unos cuantos años más de los que tenía en realidad. Parecía mayor que yo. Se le marcaban todos los músculos del torso y sus bíceps eran dignos de un deportista de élite.
Me di cuenta entonces de que llevaba el reloj y unas pulseras de cuero ocultando el tatuaje. ¡Por eso no le habíamos visto nada! Estaba sentado en posición relajada y mirando hacia donde Norma estaba nadando. A su lado, Christian se veía escuálido y cetrino. Centrado de nuevo dentro de uno de sus múltiples libros. Nadie diría que de los dos, éste último era el mayor de edad...
Me tumbé entre ellos, alegre, sonriéndoles con amplitud.
Christian no levantó la vista y saludó de forma escueta. Sólo Leo me devolvió la sonrisa y sentí como exhalaba, relajándose. Seguro que pensaba que iba a echarle una bronca por lo de Norma, aunque nada más lejos de mi intención. Ambos eran libres para hacer lo que quisieran, y él estaba a pocos meses de cumplir la mayoría de edad.
Cogí el bronceador y se lo pasé descaradamente cerca a Chris. Ni siquiera se dio cuenta de mis gestos intencionados. No es que me molestara que leyera, a mí también me encantaba enfrascarme en la lectura, aunque me sentí dolida. Si de verdad lamentaba lo ocurrido, un poco de proactividad no iba a venir mal y en ese instante, más que nunca, deseé que estuviera pendiente de mí.
Resoplé y cambié de táctica:
—Leo, antes de irte al agua, ¿Me pones crema en la espalda?
Mi hermano me miró y luego se fijó en Christian, negando con la cabeza contestó:
—Claro, Rita.
Por una vez, no hubo acritud, ni pullitas, ni soniquete. Al menos a alguien las vacaciones le estaban sentando de maravilla.
Me tumbé boca abajo y mi hermano se acercó, poniéndose de rodillas a mi lado. Con absoluta destreza me desabrochó la parte superior del bikini y comenzó a darme un masaje con la crema solar.
—Rita, eso ya está; luego quizás Christian quiera ponerte más —dijo con toda la intención, mientras ambos mirábamos al susodicho que ni siquiera parecía estar en el mismo planeta que nosotros.
Le di las gracias a mi hermano, mientras veía como se levantaba de un salto y se marchaba al agua, diría que muy feliz.
Me levanté y el bikini abierto se movió, aproveché que los pechos me quedaban al descubierto para ponerme delante de Christian a sacudirme una inexistente arena y a abrocharme de nuevo con absoluta parsimonia. Sin embargo, ni la sombra que mi cuerpo le proyectaba, ni la posible visión de mis pechos desnudos, hicieron que moviera la mirada del texto ni un segundo.
Negando con la cabeza, me senté de nuevo en mi toalla y me seguí dando crema en brazos y piernas yo sola... No iba a mendigar más.
Me puse las gafas de sol y miré hacia el agua. Leo había llegado donde Norma y se estaban abrazando y besando como si no hubiese un mañana. Otra vez más, una sensación extraña me invadió.
Miré a mi novio. Desde luego no tenía las cualidades que yo creía; me había imaginado disfrutando tanto como Norma...
Me reñí a mí misma, diciéndome que eso no era importante y que tenía que sacar a Christian del caparazón. Que no necesitaba que nadie hicera nada por mí, que podía hacerlo yo misma.
Me tumbé y me relajé hasta que Leo y Norma regresaron. Entonces me levanté, le cerré el libro a Chris, que no se atrevió a protestar, y me lo llevé al agua, dispuesta a pasármelo bien.
Dentro del agua, solos y alejados, por fin, Christian me abrazó y me besó. Debido a todo lo ocurrido, yo era como una mecha impregnada en parafina. Me aferré a Christian, subida como un koala, rodeándole con mis piernas la cintura. Sin parar de besarnos, me puso las manos en el culo y cuando me vi estable, solté una mano de sus hombros y la deslicé por su pecho hacia abajo y me colé dentro de su bañador.
Agarré su masculinidad semierecta con suavidad y comencé un dulce meneo rítmico. Christian lanzaba suspiros largos y profundos. Sabía que le estaba gustando. La agarré con más firmeza, notando la dureza completa, dispuesta a llegar hasta el final.
—Ri...Rita...uff...pa...para...
—¿Por qué? —le pregunté con voz ronca, jadeante, cerca de la oreja —, ¿no te gusta?
—Me... en...canta pero....uff... si sigues... bfff...
Le callé con un beso y mi mano no paró. En pocos segundos, como me había insinuado, se vació. Me bajé y le dejé recuperarse un segundo. Cuando recobró el aliento me preguntó:
—¿Por qué lo has hecho, Rita?
—Para que ahora, cuando volvamos al apartamento, no me dejes a medias.
Se sonrojó hasta la raíz del pelo, aunque no me amedrenté: me encaminé hacia las toallas dispuesta a coger la llave del apartamento y continuar nuestra juerga particular en la intimidad.
Con una sola mirada, Norma captó la situación y dejó que Christian y yo subiéramos al apartamento a solas.
Yo siempre había sido una chica muy tímida y reservada, sin embargo desde hacía poco más de veinticuatro horas, me había desatado. No sabía que me ocurría, sólo deseaba calmar la hoguera que se había incendiado en mi interior. Por puro instinto animal, sabía qué necesitaba. Y quería con todas mis fuerzas que Christian me lo diera.
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