Capítulo 4. El tatuaje
Un buen rato después yo seguía sin poder conciliar el sueño. Dando vueltas y más vueltas en una cama de matrimonio que no debería estar ocupada sólo por mí.
Christian debía seguir en el sofá, aunque no iba a levantarme a comprobarlo. Estaba enfadada, muy enfadada. La frustración había derivado en un cabreo en toda regla.
Seguía removiéndome incómoda, sin encontrar una postura que me permitiera descansar y no podía dejar de resoplar con fuerza, con la cabeza hirviendo de sentimientos contradictorios.
Entonces oí como se abría la puerta del apartamento sin ningún miramiento y la risa ahogada de Norma mientras hacía callar a Leo.
—Shhhht. Que no quiero molestar a Rita y a Chris, hombre.
—A Don Descafeinado, querrás decir... —dijo mi hermano sin bajar la voz.
Sonaron las carcajadas de ambos. Por las voces atropelladas y esas risas incontenibles pensé que esos dos habían estado de fiesta y bebiendo un poco más de la cuenta. Al principio me preocupé un poco, mi hermano era menor de edad, pero pensé que Norma controlaba bien y que estábamos en verano. Y nadie diría, al vernos, que mi hermano era el pequeño.
—Cállate, que nos van a oír. Y es el novio de tu hermana, joder... —le riñó Norma sin mucha convicción.
—Bfff... ese seguro que lleva horas durmiendo. Es de "los que se acuestan tempranito" —dijo Leo imitando la voz de Christian, que había hecho ese comentario durante la cena.
Volvieron a sonar más risas ahogadas y se metieron juntos en la habitación de Norma, pared con pared de la que yo ocupaba. Y pude comprobar que no eran especialmente gruesas, pues se oía todo.
Aunque a los pocos minutos, las risas y los chascarrillos cesaron y empecé a oír suaves suspiros. Pensé que se habrían dormido, cansados de la fiesta y el alcohol.
Me alegraba ver que mi mejor amiga y mi hermano se llevaban tan bien; porque había estado preocupada por hacer cargar a Norma con el pelma de Leo, aunque era un viaje de amigos, estaba claro que yo quería encontrar intimidad con Christian. Esto, Norma y yo ya lo teníamos hablado y ya me había dicho que no habría problema, pues al ser su lugar de veraneo habitual, tenía amistades y lugares suficientes para estar sin aburrirse.
Aunque desde que habíamos subido al tren, mi hermano se había empezado a comportar -más o menos- como un chico maduro y agradable, no como el picajoso descerebrado que era de manera habitual conmigo. Comprendí que ese cambio en él era por Norma. Había observado enseguida que a mi hermano se le iban los ojos con la rubia. Eso era comprensible porque Norma era exuberante. Y ella lo sabía de sobras y acostumbraba a sacarle partido a sus encantos siempre que podía. Solía manejar a los chicos como quería y Leo no fue una excepción.
Y aunque se tratara de mi hermano menor, al fin y al cabo era un hombre joven, sano y hasta dónde yo sabía al que le atraían las mujeres, y por lo tanto, cayó rendido a sus pies.
Sonreí pensando en que quizás Norma iba a lograr un hito entre los hermanos Andina: que dejásemos de pelear. Y me di la vuelta por enésima vez, dispuesta a intentar conciliar el sueño yo también, a pesar de la frustración que me corría por dentro al pensar en mi debut.
Justo cuando empezaba a relajarme, me di cuenta de que los suspiros no eran acompasadas respiraciones adormecidas sino pequeños jadeos. Abrí los ojos y al prestar atención noté que estos iban aumentando de intensidad y pronto se convirtieron en gemidos de placer.
¡Lo estaban haciendo! ¡¡Norma se estaba liando con mi hermano!!
Los gemidos y jadeos eran cada vez más fuertes y se combinaban con comentarios susurrantes de lo más explícitos. Llegando a ser soeces. ¡Tenía el audio de una puñetera peli porno al lado! Resoplé resignada aunque en lugar de cerrar los ojos y tratar de dormir, sentí el impulso irrefrenable de levantarme.
No quería reñirles ni cortarles el rollo, al contrario. Mis entrañas se habían apoderado de mi cerebro y mi curiosidad había relegado todo rastro de razón, decoro y moralidad. También habían desaparecido la sorpresa y el enfado y la frustración previos, solo quería saber qué estaba ocurriendo.
Me acerqué sigilosa como un gato y al ver la puerta entreabierta, perdí por completo el juicio y me puse a espiarles...
Desde el ángulo que me ofrecia el quicio de la puerta, podía ver cómo Norma, tumbada boca arriba en la cama estaba con los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior. Se acariciaba los pechos con deleite mientras mi hermano, arrodillado entre sus piernas, de espaldas a mí, no dejaba de besarle el cuello y el inicio del hombro, mientras se colocaba un preservativo, cosa que pude deducir porque vi como lanzaba sin miramientos el típico envoltorio plateado.
No pude procesar que era mi hermano, ni lo que estaban haciendo porque Norma había atrapado toda mi atención. No podía quitar los ojos de ella.
Su melena rizada teñida de rubio y azul, esparciéndose por la almohada como si fueran serpentinas de colores, los ojos entrecerrados buscando a Leo entre las brumas, la sonrisa desbordante a pesar de tener los dientes calcados en el labio inferior, las mejillas encendidas: toda ella era la viva imagen del placer.
Vi como él se subía a horcajadas y se colocaba encima de ella y como ésta alzaba las caderas para recibirle mientras Leo se hundía con pasión en su interior. Observé como Norma rodeaba las caderas masculinas con sus kilométricas piernas, envolviéndole y apretándole los glúteos definidos por los entrenamientos de baloncesto, al compás de las embestidas que él arremetía.
Ambos suspiraban con fuerza al ritmo del balanceo de sus cuerpos. De pronto, Leo sin dejar de empujar sus caderas contra las de Norma una y otra vez sin descanso, arqueó su musculosa espalda hacia delante, hundió la cara entre sus pechos y empezó a juguetear con los pezones.
No podía dejar de mirar aquel pecho turgente y ese pezón, de areola oscura, hinchado por las caricias de esa boca. La idea de imaginarme a qué sabría ese pedazo de piel tan fascinante, entró en mi mente a tal velocidad que no pude frenarla y tampoco analizarla.
Norma gemía con locura, mordiéndose el labio con más furia para contener los gritos y enterrando sus dedos en el pelo de Leo para que éste no separara la cabeza de sus pechos. Y yo, muy lejos de mi ser racional, poseída sin duda por el morbo y la lujuria del momento, seguí espiándolos mientras mi deseo no paraba de aumentar.
De repente, una brizna de sensatez me llegó al cerebro: no debía estar allí. Pero antes de que pudiera sentirme mal y regresar de una vez en mi habitación, mi diablilla interior aplacó mi conciencia con un argumentario irrefutable: Christian me había dejado con todas las expectativas por cumplir y tenía ante mí una clase práctica de verdad, no el típico porno (bastante machista, por cierto) que alguna vez habíamos visto Norma y yo a escondidas en mi habitación y que habíamos tenido que parar al cabo de pocos minutos de lo poco realista que era, hasta para unas chicas poco experimentadas como nosotras. Así que ahora tenía la oportunidad de "tomar nota" para poder replicarlo con mi chico y sentir lo que sin duda tenía que estar sintiendo ahora mi mejor amiga, que a juzgar por su cara debía ser poco menos que tocar el cielo con las manos.
No tardaron en llegar al clímax. Norma se convulsionó entera, casi saltaba de la cama. Era un espectáculo muy excitante verla así. Ni siquiera pensé en que mi hermano era el artífice del placer de mi amiga, ni tampoco había espacio para la envidia, eso vendría después. Yo solo la veía a ella, gozando con intensidad, gimiendo provocativamente...
Justo cuando se estaban separando, sonriéndose embobados, pude ver que Leo llevaba un tatuaje en la muñeca izquierda. Una insignia de su adorado Tolkien.
Aquello me bajó la libido de golpe y me hizo aterrizar en la tierra con una sacudida. No pude contener un golpe de aire. Y entonces sí que me fui corriendo a mi habitación. Esperaba que no me hubiesen visto. ¡Madre mía qué vergüenza!
Leo con un tatuaje... ¿Desde cuándo?
Me metí en la cama, aún con la respiración alterada por tantas emociones encontradas, y cerré los ojos fingiendo estar dormida por si me habían oído. Aunque no vino nadie y sin darme cuenta caí rendida en un sueño soporoso.
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