Capítulo 33. Sin miedo
—¡Mierda! No pensé que...—susurró mi hermano, casi inaudiblemente, al verla.
Los tacones de aguja de María resonaban por las baldosas del salón-comedor con estruendo e instintivamente miré a mi alrededor: por suerte, los bocetos estaban apilados y dados la vuelta en la mesa porque Norma los había recogido al hablar con Leo, pero las pinturas seguían esparcidas por doquier...
No es que me avergonzara de ello, ni mucho menos, Norma me había quitado casi por completo todos mis complejos al hacerme "su musa"; el asunto estaba en que todo eran retratos míos, desnudos principalmente porque la tarde había sido tremendamente prolífica; y aunque algunos estaban sin terminar y Norma era sutil y elegante en estilo, era tan evidente el trasfondo de la obra que era imposible ocultar la relación que había entre nosotras. Al verlos, la mirada de María se enturbió y apretó aún más los labios, en un gesto de tensión contenida que fulminó mis vagas esperanzas de que pudiera, sino entenderlo, al menos sí tolerarlo.
Como siempre, iba maquillada y peinada como recién salida de casa (o de un salón de belleza) y me sorprendió no verla con uno de sus habituales trajes sastre, sino que vestía unos ajustados jeans oscuros con una blusa blanca impecable, a pesar de las horas que había tenido que pasar al volante. Pero lejos de admirarla, me pareció tan artificial que tuve un escalofrío... Si no fuera por los rasgos físicos que ambas compartían, jamás hubiera dicho que era la madre de Norma.
Nos miró a Leo y a mí de soslayo por encima del hombro, alzando una ceja interrogante al vernos en el sofá, pero no dijo nada; ni siquiera se detuvo, siguió con pasos duros hasta alcanzar la corredera. Se paró en el umbral y con los brazos en jarras, exigió a su hija:
—¡Norma Rendón Villajaúregui! Ven aquí, que te he visto desde la calle...
Aprovechando que quedábamos de espaldas a ella, y mientras Héctor y Norma abandonaban su charla acudiendo al llamado, me levanté de un salto y empujé a mi hermano hasta la cocina -que era la parte opuesta a la terraza- para terminar de encajar las piezas del rompecabezas que tenía delante...
—¿Qué has hecho, Leo? —susurré, con los dientes apretados.
—¿Yo? —preguntó con falso disimulo pero sin levantar la voz—. Nada... no...
—¡Ja! —le corté —. Pasaste a buscar a Norma por su casa antes de interrogar a mamá, ¿no?
—Sí —confesó—, pero sólo estaba Félix, no hablé con María...
—Ya... —siseé, asintiendo levemente con tristeza.
Norma tenía razón, Félix era una maravillosa persona pero una marioneta a manos de María; no le hubiese costado nada omitir la visita de Leo y encubrir a su hija, pero había decidido contárselo todo a su mujer y ésta, lejos de quedarse parada al descubrir el engaño al terminar el trabajo, había cogido el coche y se había plantado en su apartamento de la playa, dónde Norma le había contado que iba a pasar unos días con Leo...
Héctor se unió rápida y discretamente a nosotros, mientras madre e hija se aguantaban la mirada en el silencio más largo y tenso que había vivido jamás. Eran dos mundos absolutamente distintos que iban a colisionar, pero se habían detenido justo un instante antes del impacto. Norma no había entrado en el salón y María tampoco se había decidido a salir... como si un campo de fuerza las estuviera reteniendo... Quizás la presencia de nosotros tres, que obligaba a María a comportarse como una mujer de hierro cuando era un volcán en erupción por dentro.
Héctor me tocó el hombro con suavidad y me susurró al oído:
—Nosotros mejor nos vamos. Os recojo los bolsos y os esperaremos en el coche.
Asentí brevemente, agradecida por el gesto y también por su magnífica lectura de los hechos; Héctor no iba a dejar de sorprenderme jamás.
Norma, que al quedar frente a nosotros nos había observado brevemente, entró -ahora sí- en el salón y se situó de espaldas a sus cuadros, para obligar a su madre a verlos, a la vez que ocultaba aún más, los movimientos de los chicos. Vi como ellos salían por mi izquierda, yéndose a hurtadillas y dejando la puerta principal entornada para no hacer más ruido.
Entonces mi atención volvió a focalizarse en el combate silencioso que seguía desarrollándose al final del salón-comedor; vi como una sombra de confusión teñía el rostro de María momentáneamente, para después enfurecerse aún más. Supongo que esperaba encontrar arrepentimiento en su hija por haber sido cogida en falta; sin embargo, al igual que antes con Leo, Norma levantaba la barbilla, manteniéndose callada y desafiante.
María apretaba los puños con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos, en su férreo ejercicio de autocontrol para no explotar porque ella era de las que jamás perdían las formas en público, fue la que rompió el silencio:
—Así que para esto me montas el Cristo en agosto... para esto quisiste que te matriculara en Bellas Artes... para esto demandaste "libertad" y todas esas patochadas...—dijo señalando a su alrededor y empezando a gesticular de manera menos contenida, haciendo énfasis en ciertas palabras, continuó —: Te negaste a entrar en ADE, como yo te sugería para que terminaras dirigiendo mi empresa, con toda esa comedia de que habías encontrado "tu vocación"... Y tu padre –ingenuo como es, el pobre- que se lo creyó, terminó por convencerme de que te dejara hacer. Que daba igual la carrera, que estarías preparada igual para dirigir DreamHome... ¡Qué ilusa fui! Pensé que, por fin, empezabas a sentar tu maldita cabeza aunque fuera llevándome la contraria otra vez...
Norma bufó y puso los ojos en blanco, pero se reprimió de entrar al trapo. Vi cómo se contenía. Y por un momento, pensé que mi presencia haría que todo quedara en sermón censurador ante el shock de saber los verdaderos sentimientos de su hija; pero María parecía haber olvidado por completo mi presencia porque continuó con sus reproches, enfervorizándose más y más a medida que hablaba.
—Pero esta vez no te ha bastado con eso, ¿eh? Esta vez tenías que ir un paso más allá y humillarme, cuando ya lo tenías todo hecho, Norma. Todo. ¡Como hubiera yo deseado que mi madre hiciera por mí lo que yo hago por ti! Te lo he dicho mil veces, que tu parte es la más sencilla: seguir los pasos que yo te marco. Carrera como dios manda, un buen marido, dos hijos a los veinticinco y con treinta y cinco, los críos ya creciditos, tú directora general de la empresa y yo jubilada y disfrutando de mis nietos. Pero no... La señora tenía que hacer lo que a ella le viniera en gana y avergonzarme por el camino...
Asistía atónita al discurso déspota de María, con la rabia creciéndome por dentro... Nunca me había podido imaginar que mi preciosa Norma, tan alegre, tan pizpireta, tan desinhibida... había crecido bajo ese yugo tan asfixiantemente represor. Inevitablemente me acerqué a ellas, dispuesta a intervenir, pero fue Norma la que sin poder contenerse más, explotó:
—¡¿Pero tú te estás oyendo?! Llevas toda la vida igual... No me puedes dirigir la vida, ¡joder! Que no soy una puta muñeca de porcelana... ¿no lo entiendes o no lo quieres entender?
—¡Cuida esa boca, o me veré obligada a hacer algo que no quiero! —se envaró María.
—¿Y qué harás, eh? —se envalentonó Norma— Acabo de cumplir diecinueve, mamá. No soy tu puñetera esclava, ni siquiera eres mi responsable legal. Y por supuesto no soy y nunca he sido una prolongación de ti y tus neuróticas aspiraciones...
—¡No, por supuesto! —alzó la voz con un deje de ironía—. Tú eres más de pintar... obscenidades depravadas...
—¿Obsce...? —Norma se quedó a medio contestar, absolutamente atónita —. ¡Estás enferma, mamá! —se exaltó.
—Obligas a tu mejor amiga a desnudarse delante de ti para dibujar sus intimidades y ella acepta como si fuera una fulana cualquiera, ¿y soy yo la que está enferma?
Estábamos perdiendo el norte, y decirse las cosas en caliente nunca es buena idea... tenía que hacer algo para tratar de evitar que se hicieran más daño. No me importaba que María acabara de insultarme, solo me dolía ver el sufrimiento de Norma, que ya lejos de tapujos y mentiras, asomaba por sus preciosos ojos verdes y por cada milímetro de su ser.
—Nadie me ha obligado a nada, María —intervine, incapaz de quedarme más tiempo callada, y sacando de donde no la sentía, toda la dulzura que fui capaz —. Todo esto es amor, María; es la expresión del amor que Norma siente, el que sentimos la una por la otra... Sé que puede ser difícil de entender para ti, y que esta no era la mejor forma de enterarte, pero nos queremos mucho y quizás con...
—¿Que os queréis? —dijo interrumpiéndome y poniendo una mueca de asco — ¿Qué sabrás tú del amor? ¿Qué puñetas vais a saber vosotras del amor? Si solo sois dos niñatas mimadas y aburridas, que creyendo que la experiencia de los adultos no vale nada, tenían que probar a inventar la cuadratura del círculo haciendo vete a saber tú, qué marranadas perversas.... —hizo una breve pausa y me miró a los ojos, con la respiración tan agitada que le temblaban hasta las aletas de la nariz y levantó un dedo acusador— Ahora lo entiendo todo... Así que esto lo has orquestado tú, ¿no? La mosquita muerta, la siempre tímida y "perfecta" Rita, resulta que nos ha salido una desviada... Pues te diré una cosa, niña: haz con tu vida lo que te dé la gana, pero deja en paz a mi hija. No voy a consentir que la sigas pervirtiendo, no tienes vergüenza...
—Y tú tampoco, mamá —intervino Norma muy exhaltada—. Además, no sabes lo que estás diciendo.... ¡pídele disculpas a Rita, ahora mismo!
—¿Es que no ves lo que pasa, Norma? ¿Tan borrica eres? —dijo María fuera de sí...
Los siguientes momentos los viví a cámara lenta, pensé que calmaría a la hidra que María llevaba dentro pero sólo le había dado más carnaza y entonces vi como Norma alzaba la mano, roja de la ira y ni siquiera me escuchó:
—¡Normi, no! ¡No! —grité desesperada, en un vano intento de evitar lo inevitable.
La mano abierta de Norma cruzó la cara de María, dejando una marca rojiza, visible a pesar del maquillaje que poblaba la mejilla de la mujer, que cambió el gesto y encajó el golpe con una elegancia digna del mejor culebrón venezolano.
—Olvídate de todo, Norma —dijo con indignación —. Del dinero, de mis beneplácitos, de seguir estudiando y también de ver a tu padre. No lo voy a consentir. Para ti, desde hoy nosotros somos solo quienes te dimos la vida que ahora tú te has encargado de tirar a la basura.
—¡No quiero nada de ti! —gritó Norma.
Y oí cómo la volvía a reprender e incluso cómo la mandaba a la mierda y todo por defenderme, pero ya no lo pude soportar más. No podía ver como seguían despellejándose la una a la otra por mi culpa y llorando a lágrima viva salí corriendo del apartamento.
No sabía dónde ir, no podía pensar en nada, solo en que me faltaba el aire y necesitaba respirar. Mis eternos fantasmas de las dudas volvieron a anidar en mi interior por las palabras envenenadas de María: solo teníamos diecinueve años, ¿cómo podíamos estar seguras de que lo nuestro era cierto e iba a durar? Como mínimo, nos quedaban a cada una tres años de carrera que nos mantendrían muy ocupadas... ¿Podía obligarla a estar mal en su casa? O peor aún... ¿a buscarse la vida desde ya y a no volver a tener relación con Félix? Norma adoraba a su padre... ¿De verdad lo nuestro era tan fuerte que valía la pena renunciar a tanto?
El poco aire que me entraba, me quemaba los pulmones. Tenía que alejarme de Norma... aún con la certeza de que me amaba y yo a ella, porque solo podía ver todas las trabas con las que nos estábamos topando... Pero cuando me imaginé teniendo que renunciar hasta a lo más nimio, incluso a tenerla como amiga, para tratar de remediar lo que estaba ocurriendo, sentí tal mazazo dentro de mí, que caí de rodillas frente a las escaleras que llevaban a la calle. Si el amor era algo bueno... ¿Por qué dolía tanto?
Me puse en pie como pude, agarrándome a la barandilla con ambas manos, con la visión borrosa por las lágrimas y bajé los escalones sintiendo las piernas de gelatina y un intenso malestar que crecía exponencialmente a medida que me alejaba de allí, de mi chica...
—¡Rita! ¡Espera! No te vayas, Ritz... ¡Ritz!
Tardé unos segundos en ser consciente de que era Norma quién gritaba a mis espaldas e intenté escapar más deprisa. Pero no tardó nada en alcanzarme, quizás porque mis pasos vacilantes no me estaban llevado demasiado lejos, y agarrándome del brazo hizo que me sentara en el suelo a escasos metros de la reja metálica que daba paso a la calle.
—Respira, cariño. Respira despacio —me dijo con suavidad mientras me acariciaba la espalda y se arrodillaba delante de mí—. No hagas ningún caso a lo que dice María, joder... Ya te dije que está como una cabra...
Empecé a tranquilizarme, no sólo por sus palabras, sino por el hecho de tenerla cerca, de que hubiese corrido tras de mí. Aun así, todo bailaba en mi cabeza y tardé un rato en serenarme lo suficiente para poder mirarla a los ojos y preguntarle, sintiendo aun los restos del dolor:
—¿De verdad estás dispuesta a enfrentarte a todo lo que haga falta para estar juntas? —cuestioné con un hilo de voz, recelosa de su respuesta.
—Acabo de pegarle a mi madre, y aunque se lo tenía más que merecido y yo le tenía muchas ganas, ¿eso no te dice nada? —se rio dulcemente—. Por ti, mi amor, dejaría de estudiar e incluso de pintar... Soy capaz de renunciar a todo, menos a ti. Porque tú, Rita Andina eres la dueña de todos mis poros y diriges cada uno de los latidos de mi corazón. Yo te los di voluntariamente desde el primer día que me miraste y te sonrojaste cuando te ofrecí la mitad de esa plastilina roja... Y no temo al futuro, porque sé que juntas encontraremos el modo de que todo encaje, sé que saldrá bien, aunque sólo tengamos diecinueve. No tengas miedo de sus amenazas porque son vanas y sobre todo, no tengas miedo a amarme, Ritz, por favor...
Me miraba como se mira lo más amado: una mezcla de felicidad, esperanza y temor a perderlo y sonreí cada vez más ampliamente, mientras el dolor iba desapareciendo y las incertezas también. Sintiendo el desbocado latir de mi corazón, perdida de nuevo en sus ojos verdes que se iluminaban con franqueza y ese destello de deseo que me secaba la garganta, susurré sólo tres palabras que escondían toda una gran promesa:
— No tengo miedo.
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NOTA: Como reza la imagen, por sí leéis en el móvil y no os apetece dejaros 27 dioptrías en el intento: Muchísimas gracias por acompañarme en esta aventura, con todos vuestros comentarios, votos y también mensajes de ánimos y de cariño. Espero que lo hayáis disfrutado y que os haya gustado tanto como a mí escribirlo. Ha sido un placer compartirlo con todxs vosotrxs.
ANUNCIO: Si os habéis quedado con ganas de más.... BESOS PREDESTINADOS, la historia de Héctor.
¿Os apetece?
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