Capítulo 3. El sofá azul
Llamé sin entrar y me encontré a mi hermanito tirado encima de la cama, con los pantalones a medio muslo y con toda su hombría en la mano.
Menudo homenaje se estaba pegando. Y yo, en lugar de marcharme era incapaz de moverme y de apartar los ojos de aquel enorme aparato, que no parecía el de un crío de dieciséis camino a los diecisiete.
Mi cerebro consiguió reaccionar, o mi boca, no lo sé.
—¡Joder, Leo! ¡¡Que no vives solo!! ¡Qué cerdo eres!
Él se subió los pantalones en una décima de segundo, pero no parecía nada cortado.
—Sí, bueno ¿Qué narices quieres?
—Nada —bajé la mirada hacia el suelo—. Que hagas la dichosa maleta, que mañana te vienes conmigo...
—¡Guay!
Agitó el brazo en señal de objetivo cumplido y yo salí de allí muerta de vergüenza y con las mejillas encendidas como si tuvieran una llama dentro.
Intenté quitarme esa la imagen de la cabeza, quería arrancarme los ojos... Era realmente grande... Y eso que no podía compararlo, porque el de Christian solo lo había intuido unos días atrás, cuando nos habíamos puesto un poco tontorrones con besos y abrazos más apretados de lo habitual. Nos reservábamos para las vacaciones.
Para mi bienestar mental, me centré en la emoción del viaje, intentando olvidar aquella visión...
Al día siguiente, Leo y yo nos despedimos –después de prometerle veinte veces a mi madre que cuidaría de mi hermano- y nos fuimos a la estación de tren dónde habíamos quedado con Norma. Christian subiría en la siguiente parada, porque le quedaba más cerca de donde vivía con sus padres.
Al vernos, Norma nos abrazó y nos besó y en un segundo, me llevó a un aparte y no puedo evitar preguntarme:
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué viene Leo contigo?
—Bufff... Ya te contaré. Pero el titular es: un chantaje fraternal en toda regla. Lo siento... ¿Te molesta?
—No, mujer. Ya lo entiendo...aunque no tenga hermanos. Además, el tuyo es un bombón.
—¡¿Qué dices, Norma?! Pero si es un crío... Solo tiene dieciséis años.
—Sí, y muy bien llevados... pero que muy bien —dijo Norma, dándole un repaso a mi hermano.
Dejé a Norma por imposible. Ya tenía bastante con no enfadarse y total... dos días con Leo y seguro que dejaría de verle taaaaaan mono.
Subimos al tren y buscamos un compartimento donde pudiéramos caber los cuatro. Era un viaje largo porque habíamos cogido el tren más barato y era el que hacía más paradas. Colocamos las maletas mientras la locomotora se ponía en marcha. Dejé a Norma y a Leo hablando, resulta que a Norma también le fascinaba El Hobbit y el universo Tolkien, y yo me fui a hablar por teléfono con Christian.
Cuando el tren paró en la siguiente parada busqué a Christian en el andén y cuando lo encontré, le ayudé a subir la maleta. Mientras íbamos hacia el compartimento le conté -en versión abreviada- lo del "invitado" sorpresa y me dijo que le parecía genial, así Norma no estaría desplazada en ningún momento.
Él siempre tan práctico.
El viaje se me hizo un poco largo. Leo y Norma no paraban de charlar y de sonreírse como tontos -y yo ya me temía lo peor- y Christian estaba enfrascado en un libro de economía e inversiones bursátiles en los mercados internacionales...
Apasionante.
Salí al pasillo a caminar un poco. Le mandé un WhatsApp a mi madre para que estuviera tranquila y me quedé distraída mirando por la ventanilla, viendo el paisaje pasar a toda velocidad. Sin darme cuenta me encontré soñando despierta con mi ratoncito de biblioteca particular y rezando para que el trayecto fuera corto y poder dedicarme a él y olvidarme del resto del mundo.
Llegamos al apartamento con las últimas luces del día. Era muy amplio y confortable. Se notaba que la madre de Norma se dedicaba a la arquitectura de interiores. Tenía tres habitaciones con camas de matrimonio, dos baños y un salón-comedor con la cocina integrada gracias a una barra americana. Todo en tonos crema y azul marino. Dejamos las maletas y bolsos esparcidos por el salón y nos dividimos para hacer las primeras compras e instalarnos. Christian y yo abrimos ventanas, pusimos en marcha la nevera y puse las cosas de Norma en la habitación más grande. En las otras dos, acomodé nuestras maletas y la mochila de Leo, respectivamente.
Más tarde, cenamos algo rápido y después Leo y Norma dijeron que les apetecía darse un bañito nocturno y bajaron a la playa.
Me alegré de quedarme a solas con Christian y de que mi hermanito me ignorara sin ninguna compasión.
Cuando aquellos dos se marcharon, le propuse a Christian ver alguna chorrada en la tele. Haciendo acopio de valor y movida sin duda, por todo ese fuego que llevaba sintiendo en el interior durante todo el día, empecé a besarle mientras le abrazaba.
Él también empezó a reaccionar. Estábamos solos ¡al fin! y yo quería -necesitaba- darle rienda suelta a mi pasión... Que no sabía de donde me nacía, pero era evidente que no dejaba de brotar. Desabroché los pantalones de Christian y metí mi mano dentro. Le fui acariciando con suavidad, mientras sentía como se iba despertando.
Mientras tanto él metió sus grandes manos debajo de mi camiseta, tocándome la espalda y buscando con torpeza el broche de mi sujetador.
Me quité la camiseta para facilitar la tarea. Después de unos minutos, lo logró y mis pechos se bambolearon libres entre nosotros.
Saqué la mano de sus pantalones para quitarle la camisa. Tenía el torso blanco, y aunque estaba flaco no se le notaba ni un músculo.
Sentí cierta decepción debido a la influencia de internet y las redes sociales, pero no le eché más cuenta. Me senté encima de él y apreté mis pechos contra su torso, mientras le abrazaba y sus manos resbalaban hacia mi culo.
Empecé a hacer círculos amplios con las caderas, para provocarle. En pocos minutos noté como su erección completa, pugnaba por salir.
Me levanté, me quité con rapidez mi pantalón y las braguitas mientras Christian hacía lo propio. Volvió a sentarse en el sofá y yo me coloqué encima, a horcajadas. Le acaricié, aunque estaba completamente duro y le coloqué una gomita (como nos habían enseñado en clase de educación sexual). Luego volví a levantar las caderas y me coloqué, para dejarme caer con lentitud.
Era mi primera vez, pero estaba muy excitada y me apetecía tanto, que apenas fui consciente del dolor. Me moví despacio hasta que sentí que habíamos encajado. Nuestras respiraciones agitadas y el deseo de querer más, me hicieron perder el juicio. Me volví loca cabalgando a Christian, buscando con desesperación la liberación y que el fuego de mi interior se calmara. Pero de pronto, cuando apenas había comenzado a sentir los primeros espasmos del orgasmo, muy lejos del final, Christian empezó a resoplar y paró.
Paró de tocarme y de moverse. Había terminado. Me empujó las nalgas con suavidad hacia arriba. A regañadientes alcé las caderas y salí de él, mientras oía sus disculpas.
—Bufff Rita... Lo siento, es que... Estabas desatada y yo también tenía tantas ganas...
—Ya...no pasa nada —forcé una sonrisa.
—Tranquila cariño, déjame un ratito que me recupere y...
—Sí... —intenté que el chasco no me amargara la voz y luego poniendo morritos sexys le dije — Voy a la ducha ¿vale? Hace muchooo calor...
Me fui a la ducha con la frustración latente. Con la esperanza de que Christian hubiese entendido mis segundas intenciones y viniera a seguir jugando. Pero no fue así y al salir de la ducha me lo encontré vestido de nuevo y durmiendo a pierna suelta en el sofá...
Recogí mi ropa y me fui a la que habíamos decidido que sería nuestra habitación. Me puse un pijama de verano y me tumbé en la cama. La ducha había refrescado el ardor de la piel, pero no había apagado el fuego que me consumía.
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