Capítulo 28. Una proposición indecente
La risa inundaba el apartamento mientras nos perseguíamos desnudas, goteando agua. Aunque hacía suficiente calor como para que se evaporase rápidamente, bajé el ritmo porqué temía un resbalón inoportuno. Nunca fui la reina del equilibrio precisamente y todo el salón estaba lleno de lienzos desperdigados, por el suelo, en las sillas y en un par de caballetes.
Una breve parada, por su parte, en la isla de la cocina, me dio la oportunidad de alcanzarla y "empujarla" hacia el sofá, dónde me tiraré encima suyo, placándola, para terminar la afrenta entre millones de besos, caricias y sonrisas.
Me dejé llevar, queriendo aprovechar al máximo la oportunidad que se nos estaba brindando y porque con la rubia volverse loca era fácil.
Por fin estábamos sin reloj y dimos rienda suelta a todos nuestros deseos, olvidándonos hasta de cenar. No comprendía ni el cómo ni el por qué, pero comprobé que una y otra vez era capaz de encender su cuerpo a la velocidad de la luz, igual que ella el mío. El mundo dejaba de existir con asombrosa rapidez en cuanto mi piel rozaba la suya.
Durante horas inventamos mil formas de amarnos. Porque para mí fue eso, yo no tenía ninguna duda de mis sentimientos, la amaba profundamente. Nadie había despertado en mí todo lo que Norma despertaba y nunca había sentido por nadie lo que estaba sintiendo por ella. Y quizás por eso, en la oscuridad de la noche, con los ánimos más calmados y nuestros cuerpos laxos, empecé a sentirme vulnerable y volví a experimentar toda una amplia gama de miedos, que ya empezaban a ser conocidos. El primero de ellos era que nuestra burbuja se rompiera, que una vez fuera de ese apartamento y de esas vacaciones, lo nuestro no tuviera ningún futuro.
No quería pensar en eso, no quería enfrentarme a ello porque quizás provocaba el estallido de la burbuja antes de empezar, pero no conseguía aplacar la sensación acuciante de que debíamos mantener una conversación seria, dejando a un lado toda la pasión que sin duda afloraba constantemente entre nosotras.
El amanecer nos sorprendió en el sofá sin que yo hubiera pegado ojo. Norma estaba acurrucada a mi lado, con un rictus de placidez que la embellecía sobremanera.
Me levanté y fui a beber un poco de agua, tenía la boca seca y pastosa. Encendí la cafetera y regresé al sofá, para tratar de despertarla y llevarla a la cama, aunque sabía que era una tarea titánica, pues tenía el sueño terriblemente profundo y más si llevaba durmiendo pocas horas.
Me di cuenta que el sofá tenía una palanca, para abatir el respaldo y convertirlo en cama, y la accioné para que Norma tuviera más espacio y estuviera más cómoda. A pesar de la hora temprana hacía ya bastante calor. Corrí las cortinas para que el sol, que empezaba a elevarse, no la molestara y también para tratar de retener la subida de la temperatura ambiente. Norma seguía acurrucada sobre su lado derecho, respirando acompasadamente.
El estómago empezaba a reclamarme alimento de manera importante y fui a la habitación a ponerme unas braguitas y una camiseta ancha para luego sentarme en la barra de la cocina a tomarme un café y un pedazo de bizcocho de zanahoria, que había comprado la tarde anterior en el supermercado.
La cabeza no dejaba de darme vueltas y pensé en ir a dar un paseo por la playa. Todavía era muy temprano. Me puse un vaquero corto, me calcé unas chanclas y dejando una escueta notita en la nevera, bajé a la calle.
La costa estaba solitaria, igual que la piscina comunitaria del conjunto de bloques de dos apartamentos dónde estaba el nuestro y que había que atravesar para llegar a la nívea arena.
Me descalcé nada más pisarla y hundí los dedos entre sus finos y minúsculos granitos que a esa hora de la mañana estaban muy fríos. Un escalofrío me recorrió el espinazo, haciéndome sentir muy viva, despejándome la cabeza y haciendo que iniciara el paseo con una sonrisa en los labios. Nos debíamos una conversación, pero no lograría nada tratando de provocarla, debía dejar las cosas fluir a su ritmo.
Recorrí la orilla con agilidad. No era una playa demasiado extensa y en poco menos de una hora estaba de nuevo en el punto de inicio.
Me sacudí los pies lo mejor que pude, y como no había tocado el agua, la arena se desprendió con facilidad. Después me puse de nuevo las chanclas hawaianas y subí de vuelta al apartamento cruzando por la piscina, que seguía desierta aunque ya no era tan temprano y hacia un día radiante.
Al entrar, un tenue olor a trementina me sorprendió, pues no lo había notado hasta ese momento y sonreí porqué me di cuenta que así olía la habitación de Norma los últimos meses y era un aroma que inevitablemente identificaba con ella.
Esperando que Norma ya se hubiera levantado, fui hacia el salón. Pero cuando llegué, ella seguía durmiendo en el sofá. Sin hacer demasiado ruido, me encaminé hacia el baño y me di una breve ducha. Aunque pudiera parecer lo contrario, no estaba nada cansada. Una vez limpia y fresca, me puse un vestido de tirantes y regresé al salón.
La rubia seguía con los ojos cerrados y respirando acompasadamente, aunque se había movido y ahora reposaba bocarriba.
Entonces me deleité apreciando sin tapujos su cuerpo. Me embebí de ella, algo que ya se estaba volviendo una deliciosa costumbre. Sus labios entreabiertos eran toda una invitación, a la que me resistí con mucha dificultad. Me fascinaba el color de su piel, la redondez de sus senos generosos, sus delicadas curvas, las largas piernas y sus pies, con las uñas pintadas siempre de llamativos colores.
Como un imán, me sentía atraída hacia ella, y sin poder resistirme más, volví a tumbarme a su lado, mientras mi mano empezaba a reseguir sus formas: era inevitable, necesitaba tocar su piel. Esa suavidad aterciopelada que era capaz de encender cada fibra de mi piel y también era mi mayor calmante.
Ella abrió los ojos al sentir mi contacto incesante y me sonrió pacíficamente. No hablamos, pero con la mirada prendida nos dijimos muchas cosas bonitas.
Seguí recorriéndola a placer; no pretendía incitarla sexualmente, era una simple demostración de mis sentimientos. Hasta que me llamó la atención ver que tenía la cicatriz de la apendicitis muy enrojecida, casi violácea. Me incorporé un poco alarmada para verla mejor, ya hacía algunos años de la operación... entonces distinguí la marca de unos dientes. Los míos.
Retiré la mano enseguida y la miré, entre asustada y avergonzada. Ella se tocó el fino círculo que estaba empezando a amoratarse y agrandando la sonrisa dijo con la voz algo ronca:
—Es usted una salvaje cuando le tocan cierto botón, señorita Andina.
Y se rio mientras yo le pedía disculpas, roja hasta las orejas.
—Rita, por favor... —me riñó sin acritud —. Me encanta volverte loca. Me fascinas. Aun no te lo he demostrado suficiente, ¿verdad?
Se levantó del sofá con agilidad y destapó uno de los cuadros que estaba cubierto con una tela blanca ligeramente manchada de pintura y lo plantó en uno de los caballetes que había desplegado el día anterior.
Era yo, dormida en mi cama. Me había sacado una foto -no sé cuándo- con el móvil (que tenía impresa y sujeta con una pinza en el extremo del lienzo) y me había pintado con minuciosidad.
Me quedé anonadada, con la boca abierta... era extraño verme en el cuadro y sentí algo difícil de explicar; era mejor que la propia foto, como si la imagen tuviera movimiento, como si hubiera sido capaz de captar algo étereo, que me conmovió hondamente.
Mientras lo contemplaba, Norma daba pequeños saltitos impacientes y empezaba una explicación, incapaz de esperar más por mi reacción.
—Esto es lo que entregué para la prueba de Venerotti —me dijo, mientras yo estaba cada vez más desconcertada —. Mientras lo hacía, supe que eso era lo que me apasionaba de verdad, que podría pasarme la vida haciéndolo. Y cuando Ballester lo vio, no tardó ni dos segundos en decir que se lo llevaría en persona al retratista, para asegurarse de que lo veía. Y ya sabes que éste me invitó rápidamente al curso... Por eso, para mí, era vital poder aprovar el examen. Además, Ballester me preguntó quién era y de dónde había sacado a la modelo, y me recomendó que siguiera en esta línea. Por eso quise hacer este viaje, para... —tomó aire pero yo había dejado de prestarle atención al encajarme una pieza —; para proponerte que...
—Por eso Ballester sabía mi nombre... —dije sin poder parar las palabras y evitar interrumpirla. Estaba al borde del colapso porcesando como podía toda la información que estaba recibiendo.
—Sí... —dijo dando un breve suspiro ¿de fastidio?—, aunque solo le dije tu nombre y que eres mi mejor amiga. Pero verás, lo que yo quería decirte... pedirte, en realidad....
Las palabras «mejor amiga» me golpearon en medio del torbellino mental y me hicieron envararme sin querer y de nuevo volví a ignorar lo que trataba de decirme, para cortarla de malas formas.
—¿Tu mejor amiga? —dije desabrida, sin querer. Porque un extraño sentimiento muy oscuro me estaba cruzando el pecho.
Sin atreverme a afrontar su mirada, sintiendo un desasosiego profundo al intuir que la conversación que no quería forzar y que me había prometido a mí misma -no hacía ni dos horas- no sacar, acababa de ponerla yo frente a nosotras, en mayúsculas y con luces de neón.
Norma se removió, nerviosa. Ni siquiera reparé en que, con un gesto adusto, trataba de cubrir brevemente su desnudez con la propia tela del cuadro. Signo inequívoco de cuan inquieta estaba, porque nunca mostró pudor alguno delante de mí.
El silencio se espesó entre nosotras.
Yo seguía sentada en el sofá, inmóvil y aferrada a mis rodillas con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos. No podía esconderme... ya había lanzado la piedra, y mis ojos se posaron en ella. Su mirada glauca llena de deseo, me atrapó. Durante un rato, no sé cuánto porqué ya había perdido la noción del tiempo, nos miramos con total intensidad, arrobadas una en la otra. Mi enfado había quedado completamente mitigado y busqué la manera de suavizar mi exabrupto, pero Norma, con una calma que no debía sentir, retomó la palabra:
—Por aquel entonces es lo que eras, Ritz. Bueno... en realidad... no has dejado de serlo... ¿no? —dijo esbozando media sonrisa nerviosa —. Aunque Ballester adivinó, incluso antes que yo misma, cuál es el verdadero vínculo que nos une; porque me dijo que ese cuadro no reflejaba amistad —hizo una pausa y el corazón se me saltó un latido—. Y tiene razón... porque tú eras y eres mucho, muchísimo más que mi mejor amiga. Eres mi inspiración, mi mundo, Rita. Por eso te he traído aquí, porque quiero poder pintarte sin necesidad de fotos y sin esconderme. ¿Quieres posar para mí?
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