Capítulo 26. Esther


Leo entró como una ráfaga de aire y, sin decir nada, se unió a nuestro abrazo por detrás de mí, con lo cual quedé aprisionada entre él y Norma.

Muy alegórico, pensé. 

—¿Ya estás mejor? No pretendía culparte de nada, Rita —me dijo suavemente, dándome un besito en el pelo antes de  apoyar la barbilla encima de mi cabeza.

Sentía las manos de Norma en mi cuello y un brazo de mi hermano me rodeaba casi todo el vientre mientras que el otro reposaba en el hombro de ella. Mis manos rodeaban la cintura de mi mejor amiga y en un resarcimiento infantil, las bajé hasta posarme en sus nalgas y tras darle un buen estrujón, contesté:

—No lo pretendías pero lo has insinuado. Aunque sí, estoy bien. Ahora ya estoy bien —dije mientras le guiñaba un ojo a una Norma que le costaba esconder la sonrisa.

—Entonces, todo arreglado —dijo Leo soltándonos a ambas.

—No —dijo Norma—Rita me ha ayudado mucho con el examen y quiero que aprovechemos las vacaciones para que me siga dando repaso. Ahora que ya sé de qué palo van, podré atinar mejor.

—Vale, me parece fenomenal. Pues que se venga Rita con nosotros —dijo Leo con alegría y luego mirándome a mí, aclaró: —he alquilado un apartamento de montaña, para pasar la Semana Santa; en Montelasierra, ¿te acuerdas? 

Claro que me acordaba: era dónde mi padre nos llevaba a pasar la Semana Santa cuando éramos pequeños. Tenía muy buenos recuerdos de la zona. Luego los abuelos empezaron a necesitar más ayuda y aparte de los veranos, íbamos con ellos siempre que podíamos con lo que dejamos de ir a la montaña. Pero, evidentemente, no me apetecía el plan.

—Ehem... —no sabía cómo salirme elegantemente — No creo que sea lo mejor... vosotros... yo...

—Tranquila, sé lo que estás pensando —dijo Leo adoptando una pose de suficiencia mientras yo alzaba una ceja, temiéndome lo peor —. Que harías de sujetavelas. Pero llamamos a Héctor y nos vamos los cuatro, ¿eh? ¡Venga, será genial!

Norma y yo nos miramos desencajadas. Iba a protestar, pero Leo se marchó como un rayo diciendo que iba a buscar el móvil para hacer un Zoom con Héctor.

Reaccioné rápido: saqué mi móvil del bolsillo de los pantalones y le mandé un wasap a Héctor muy escueto.

No le dio tiempo a escribirme una respuesta porque Leo entró de nuevo en mi habitación, portando el móvil en modo videoconferencia.

—Mini tío, convence a las chicas. Nos lo pasaremos guay los cuatro.

Se colocó delante nuestro, arrodillándose en el suelo para que viésemos la pantalla por encima de su hombro.

—Leo —dije yo un poco nerviosa, mientras saludaba a Héctor con la mano— ¿Por qué no os vais vosotros solos? Escapada de tíos. Y nosotras estudiamos. Porque si nos vamos los cuatro, no vamos a repasar ni una línea.

—Por las noches... —protestó él.

—Lion, Rian tiene razón —dijo Héctor con serenidad—. Quieres hacer excursiones, disfrutar de la naturaleza, etc. ¿Tú crees que luego por la noche y yendo así, en plan... parejas, alguien va a estudiar algo?

—Además —concluyó Norma —podréis hacer vivac, algo que a ti te entusiasma y a mí me da repelús solo de imaginármelo.

Eso terminó de convencer a Leo, que adoraba dormir al raso ya desde pequeño. Todos los años que fuimos a Montelasierra, por lo menos un par de noches, hacíamos vivac. Mi padre nos enseñaba entonces, a distinguir y conocer las estrellas, algo que en la ciudad era impensable.

Norma y yo suspiramos aliviadas, desentrelazando nuestras manos que habían permanecido unidas hasta ese momento.

A cambio, tuve que aguantar que Leo - en plan meloso- le pidiese a Norma que se quedara a cenar y a dormir "porque iban a estar muchos días sin verse" y ver que ella aceptaba.

Traté de no hacerle caso a mis celos, mientras esperábamos a que llegaran mis padres, que eran -además- el siguiente escollo. A ver cómo les contaba que íbamos a hacer planes distintos a los que Leo creía...

Mi madre se alegró mucho de ver a Norma y mi padre decidió hacer unas tortillas de patata para que cenáramos los cinco.

La tortilla de patata siempre me había encantado, pero esa noche no tenía hambre. Mi hermano no dejaba de sobar a Norma y ésta no hacía otra cosa que sonreír. Me estaba poniendo de color verde.

Pero al terminar la cena, mientas yo recogía la mesa antes de lavar los platos, Norma se levantó y dijo que se marchaba a su casa, que le dolía mucho la cabeza y que estaba muy cansada. Leo se quedó chafado y, aunque yo me alegraba de que ella hubiese cortado el flirteo y se negase a dormir con él, lo sentí por mi hermano.

—Rita —me llamó mi madre, sacándome de mis conjeturas mentales.

—Dime, mamá.

—No, dime tú. Fuiste tú la que me dijiste que teníamos que hablar después de cenar. Hija mía, estás en la luna de Valencia... ¿Va todo bien, cariño?

—Sí... no... sí, bueno...— titubeé, mientras seguía enjuagando los platos a demasiada velocidad.

—Rita, para un segundo —me dijo cerrándome el grifo —. A ver... ya sé que soy tu madre, que tienes casi veinte años y todo lo que tu quieras, pero sabes que me puedes contar lo que sea, cariño. Lo que sea... —hizo una pausa y me abrazó por los hombros, mientras me decía —: Pensabas que tu hermano y Norma no durarían tanto, ¿no? Y te carcome aguantarte todo lo que sientes por ella... aunque ahora parece que flojean... ¿me equivoco?

Me quedé perpleja, no había atinado pero casi.

—¿Tanto se me nota?

—¿Que estás enamorada de Norma? —sonrió felinamente—. No; solo es que soy tu madre y tengo el ojo entrenado.

Asentí y dudé en si contarle lo que había ocurrido ya entre nosotras o callarme y buscar otra manera de decirle que me iba a ir a la playa al día siguiente; porque durante la cena, Leo ya se había encargado de decir que no íbamos a la montaña para estudiar. Pero Esther siempre había sido mucha Esther y no hizo falta que abriera la boca, ella misma continuó hablando:

—Y ahora, quieres aprovechar que tu hermano se va con Héctor a Montelasierra y que parece que el dueto no anda nada afinado, para lanzarte con Norma mientras "estudiáis" —hizo el símbolo de las comillas con los dedos, demostrándome que no se había tragado lo de repasar para los exámenes.

Dejé de dudar. Una cosa era no contarle todas mis intimidades a mi madre y otra muy distinta mentirle.

—Bueno... —dije con suavidad—, más o menos. A ver, entre Norma y yo hay...  en realidad no sé lo que hay, pero hay algo; y Norma me ha pedido que nos vayamos estos días, juntas y solas, a la playa.

Entonces fue mi madre la que, algo perpleja, se quedó pensativa durante dos segundos. Me miró a los ojos y con una sonrisa y un golpecito de cadera me dijo:

—Así que Norma va a seguir siendo mi nuera...

No pude evitar reírme.

—No corras tanto, mamá. Tendremos que aclararnos primero... bueno, ella. Yo —suspiré—, ya sabes que yo lo tengo claro.

—Creo que lo sé incluso antes de que tú te dieras cuenta —me dijo con tono de madre veterana.

—¡Vaya! Tienes el ojo muy bien entrenado —me burlé con suavidad.

—Mucho —me respondió sin enfado — Y con ese mismo, veo que lo de esos dos... no durará. Y porque nos conocemos, amiga, no padezcas por Leo.

—Está muy encoñado...

—Sí, ahora, que está apunto de cumplir los dieciocho y salir con una universitaria experimentada es la bomba. Espera que entre él en la universidad.

—Y tu crees que Norma... aunque me corresponda y todo eso, si es el caso, ¿va a estar cómoda? Porque no dejamos de ser hermanos.

—A veces me recuerdas a tu abuela que es diez veces más carca que tu padre, nena. Y qué pasa ahora, que uno elige a quién ama ¿o qué? Parece mentira que me lo digas tú, que con Héctor... —hizo una pausa y bajó los ojos.

—Sí —concordé yo —, somos buenos amigos ahora.

—Claro que sí, Rita. Es un chico maravilloso, pero no era para tí y él lo sabe muy bien. Y como persona que tiene la cabeza bien amueblada, ha reconducido la relación hacia un sitio que no os haga daño. A ninguno de los dos. Y tú, que tampoco tienes la cabeza mal amueblada, harás lo mismo con esta situación, cuando llegue el momento.

Me miró a los ojos y volvió a hablar:

—Cariño, deja que todo fluya. El amor es un sentimiento muy complejo porque, a pesar de lo que te pueda parecer, se conoce con el paso del tiempo. Deja que las cosas vengan como tengan que venir sin miedo a equivocarte. Vive con intensidad y si toca llorar después, ya lloraremos juntas.

Abracé a mi madre con fuerza. Ella también me abrazo a mí. Enterré la nariz en su cuello y aspiré profundamente. Su suave perfume a almizcle me reconfortó como cuando era pequeña. Mi madre era un ser extraordinario. Mi superheroína de carne y hueso.

Luego soltándome, puso una sonrisa pícara y tras guiñarme un ojo, dijo:

—Id con cuidado igual, ¿eh, Rita? No porque sea entre mujeres, hay menos peligros de contraer E.T.S, y más hoy en día que podéis jugar y experimentar mucho más que antes y las dos sois bisexuales. El único riesgo inexistente es el del embarazo.

—¡Mamá! —dije fingiendo un escándalo que no sentía, pues hablábamos de sexo con naturalidad desde un poco antes de que me viniera la regla.

—A ver, cariño... —me dijo levantando una ceja irónica —, si te hablé sobre embarazos, penes y condones, no me voy a cortar ahora. Aunque vaya un poco más pez en el tema del sexo lésbico, el cuerpo femenino lo conozco muy bien.

Lo sabía, mi madre era una excelente enfermera, y aunque su rama de especialidad era la psiquiatría, no dejaba de bregar con muchos casos complicados. En casa nunca había sido tabú hablar de las enfermedades de transmisión sexual, al contrario. Leo y yo sabíamos muy bien que era el SIDA, la sífilis, la gonorrea, la clamídia y otras tantas... Y cómo prevenirlas lo máximo posible. Hubiese sido imperdonable para mí, no ir con cuidado.

—Tendré cuidado, mamá. Siempre lo he tenido.

—Lo sé, cariño mío. Pero no sería una buena madre si no te lo dijera.

—Eres una buena madre.

Volvimos a abrazarnos y noté como me destensaba. Me hacía falta esa charla madre e hija.

Luego terminamos juntas con los platos y me fui a la habitación a prepararme la maleta para el día siguiente. La terminé bastante rápido y tuve mucho cuidado de guardarla en el armario, para que Leo no la viese y empezaran las preguntas incómodas.

No me llevaba demasiadas cosas, solo nos íbamos cinco días, pero no me apetecía tener que contar más mentiras.

Después me duché, me puse el pijama y me metí en la cama, programé el despertador y me puse a dormir. Curiosamente no estaba nada nerviosa.


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