Capítulo 25. Verdades y mentiras
Ballester, catedrático de Historia del Arte y tutor de Norma, era un hombre de mediana edad, calculé que rondaría la cincuentena por las numerosas canas que poblaban su abundante pelo, que llevaba algo largo y peinado por detrás de las orejas. Era alto y bastante delgado e iba un poco encorvado hacia delante. Vestía unos modernos tejanos pitillo con zapatos de punta y cordones y un jersey de laneta negra bajo una americana oscura con coderas claras.
Se giró en seguida que oyó como Norma le gritaba.
—¡Ah, señorita Rendón! Es usted la más impaciente de mis alumnos —dijo con una voz grave y calmada.
Entonces sus pequeños ojos oscuros escondidos tras unas gafas a lo John Lennon, se posaron sobre mí. Me observó unos segundos mientras Norma le pedía las correcciones y el veredicto de su examen.
Me miró de una forma un tanto extraña, mientras se sacaba las gafas, se ponía una de las patillas en la boca y sonreía. Luego se fijó en nuestras manos enlazadas, aún sonrió más ampliamente, y dijo con suavidad antes de contestar a las demandas de la rubia.
—Ahora lo comprendo todo —hizo una pausa breve y miró a Norma directamente, mientras mi desconcierto subía enteros —. Señorita, usted no sólo ha aprobado, sino que ha sacado la mayor calificación de su grupo. Enhorabuena, le diré a Venerotti que tiene una nueva alumna. Disfrútelo, Norma. Se lo ha ganado —dijo sin alterar demasiado su rictus y antes de seguir su camino concluyó —: Un placer conocerla, señorita Andina.
Y se fue, dejándome aún más descolocada y confusa. ¿Cómo sabía quién era, si yo no había abierto la boca?
Pero no pude pensar en ello porque Norma estaba pletórica y me abrazó fuertemente.
—Sí, sí, sí. ¡Lo he hecho, Rita! Lo he conseguido. Y todo gracias a ti.
Y me plantó un beso en los morros de esos suyos tan efusivos, que no supe casi ni devolver. Pero su alegría era más que contagiosa y le contesté:
—Tú eres la que lo ha hecho. Primera de la clase, ¿eh? A ver si me vas a quitar el título de empollona.
Se rió.
—Ese es tuyo a perpetuidad, boba. La repelente de las dos, eres tú.
Me dio un pellizco en el culo y salió corriendo y riéndose. La perseguí por los jardines de la facultad hasta que nos dejamos caer en el césped, debajo de un árbol, muertas de risa y sin aliento.
En la intimidad que nos confería el lugar, no me pude reprimir y aún con la respiración alterada la acerqué a mí y la besé largamente. Nos acomodamos sin separar nuestros labios, ella se recostó sobre mi brazo izquierdo y yo quedé medio incorporada a su lado, casi encima de ella.
Mi mano derecha, díscola, resbaló sola de la cintura a las rodillas de Norma y empezó una ascensión por sus muslos, sobrepasando por debajo de la falda, sintiendo en la palma la suavidad de las medias y en el dorso la rudeza de la tela tejana.
Norma gemía entre mis labios y seguí subiendo hasta llegar al borde de encaje de las medias, avancé más y le toqué la piel, justo antes de llegar a la zona sicalíptica.
Tras preguntarle si quería seguir jugando y su afirmación vehemente y ahogada, coloqué su bandolera y mi chaqueta de forma que nos cubriera de posibles miradas indiscretas y me colé dentro de su braguitas, donde un placentero calor húmedo me recibió a la vez que Norma me mordía el labio inferior.
Mis dedos bailaron muy despacio entre sus pliegues cada vez más mojados en placer. Iba deliberadamente milímetro a milímetro, haciéndome un mapa mental, mientras nuestras bocas jugaban a besarse, morderse y lamerse, buscando aliento solo cuando no podían más.
Sentía con placer su cuerpo atrapado entre la "pinza" que hacían mis brazos.
—¡Mmmm! Más rápido, por favor —jadeó Norma.
Chisté negativamente y le susurré entre más besos:
—Has... dicho... que soy... una repelente... Este es... mi castigo.
Norma se mordió el labio inferior con furia, ahogando una maldición, mientras ponía los ojos en blanco y su cuerpo se estremecía.
Continué un breve tiempo igual, con suavidad, disfrutando enormemente del momento, de sentir cómo se inflamaba a mi antojo y después aumenté el ritmo de mis caricias, viendo como los temblores iban a más, hasta que convulsionó entera debajo de mí.
Me retiré muy despacio, satisfecha de mi travesura, mientras Norma se cruzaba un brazo por la cara tratando de contener un gran "¡Oh, joder!".
Me reí suave, había gozado tanto o más que ella, de eso estaba segura. Yo también estaba inflamada y cardíaca. Busqué a tientas una toallita húmeda en mi bolso pero antes de que pudiera asearme, Norma se incorporó y agarrando mi mano, se metió lentamente mis dedos en su boca para lamerlos con descaro. El erotismo del momento me hizo apretar las piernas con fuerza y más cuando me dijo con una mirada llena de lascivia:
—Tendré que llamarte repelente más veces...
Sentí un calambre que me recorrió todo el espinazo y me dejé caer a su lado. Ella se giró hacia mi pecho, yo la abracé tocándole el pelo y nos quedamos un buen rato disfrutando del sol de la tarde.
La placidez hizo que me quedara medio adormilada, sintiendo su respiración y el sedoso tacto de sus rizos rubios.
Sabía que era inevitable tener que levantarnos y regresar a la realidad, pero no quería salir de la burbuja que se formaba cuando estábamos juntas y solas.
Fue Norma la que se puso en pie primero y me obligó a seguirla. Me tendió la mano para ayudarme a incorporar, pero tiré de ella para que cayera encima mío y, con unas risas, nos volvimos a besar un poco más. Después sí que ambas nos pusimos en pie y nos fuimos hasta su coche, cogidas de la mano, cada una sumida en sus propios pensamientos.
Conocía muy bien cada gesto de Norma, y había observado como resoplaba con hastío al coger el móvil y ver la pantalla. Luego tecleó, sin ganas, una respuesta. Sabía que necesitaba rumiar tranquila del mismo modo que sabía que no me iba a gustar lo que vería cuando llegásemos a mi casa.
El trayecto se me hizo corto, pero solo porque no deseaba llegar. Pensé en la posibilidad de que mis padres ya hubiesen llegado del pueblo aunque apenas eran las seis y casi nunca llegaban antes de las ocho o las nueve.
Mientras subíamos en el ascensor, Norma me agarró fuerte de la mano y me dijo muy suave:
—Lo siento, cariño.
Asentí y le sonreí sin ganas. Me había pedido tiempo y se lo iba a dar, pero aún no habíamos empezado el teatro y yo ya deseaba que se terminase. Y fue mucho más duro de lo que había imaginado, cuando entramos por la puerta.
—¡Ey! ¡Mis chicas favoritas ya están aquí! —gritó mi hermano al oír las llaves, viniendo al recibidor —. ¿Cómo ha ido ese examen, bombón? —agarró a Norma por la cintura y le plantó un enorme beso en la boca. La misma que no hacía ni veinte minutos, estaba besando yo. Sentí como los celos subían por mi estómago y más al ver cómo Norma se aferraba a su cintura y no se cortaba un pelo en devolverle el morreo.
—Un desastre, Leo —dijo Norma, poniendo cara de decepción y sorprendiéndome enormemente —ha sido dificilísimo y ha preguntado cosas muy rebuscadas.
—¡Pues vaya! —exclamó mi hermano y luego se giró hacia mí sin soltar a Norma—. ¿Pero no la habías ayudado, Rita?
Y entonces vi como bajaba la mano con la que le sostenía la cintura y le apretaba el culo, en un gesto posesivo que me revolvió el estómago.
—¡Ni que el examen lo hubiese corregido yo! —salté bordemente y me fui hacia mi habitación bastante enfadada.
Al marchar, oí como mi hermano se quejaba por mis formas y preguntaba si me pasaba algo. Supongo que Norma se inventó alguna otra mentira más –acorde con el resto–, aunque no entendía sus motivos para hacerlo.
Entré en mi habitación echando humo; los celos, que hasta el momento nunca había sentido, me estaban comiendo viva.
Intenté serenarme, mirando por la ventana la vida en la calle, pensando que esos sentimientos eran irracionales, pero mi relación con Norma no era algo fuerte, duradero y/o consolidado, apenas era una chispa que empezaba a prender y yo estaba muerta de miedo, nadando entre inseguridades.
Oí sus nudillos golpeando en mi puerta, internamente -al más puro estilo infantil- me alegró sobremanera saber que había corrido detrás de mí. Antes de que pudiera girarme, Norma ya había entrado y cerrado tras de sí.
—¿Estás bien? —me preguntó con cautela.
—Sí, perfectamente —mentí, sin girarme e intentando que mi tono no fuera demasiado sarcástico.
—Ya... —suspiró Norma —Lo... Lo siento de verdad...
Entonces sí me giré, y contesté sin medir demasiado encendida:
—No te disculpes más. Me has pedido tiempo para arreglarlo y yo te lo he dado. Lo asumo.
—A mí también me duele, Rita...
Me callé que no lo parecía viendo como se había amoldado al cuerpo y al afecto de mi hermano, porque lo último que quería era pelear con ella. Pero no pude evitar preguntarle:
—¿Por qué le has mentido? Con lo del examen, quiero decir —hice la aclaración para que no hubiera confusiones.
—Pues... porque Leo ya tenía planes unos para Semana Santa pero yo... tengo otros.
La miré alzando una ceja interrogativa. Que no quisiese hacer planes con Leo, me agradaba, pero no sabía qué tenía en mente. Quizás pasar unos días sola, para encontrarse consigo misma...
—Rita —dijo muy suave y dubitativa —, ¿qué te parece si nos vamos tu y yo, solas, al apartamento de la playa de mis padres?
—¿De verdad? ¿Cuándo? —pregunté sorprendida, pero feliz.
—Claro que de verdad. Me apetece, más que nada, pasar unos días contigo. Respecto al cuando... Pues... ¿Tienes clases, todavía? Podríamos marchar mañana o el miércoles... Cómo tú quieras.
Yo había terminado todas mis clases importantes el viernes anterior. Irme con Norma acababa de convertirse en mi prioridad. Así que acepté marchar al día siguiente con el corazón rebosante de felicidad.
Nos dimos un suave beso en los labios para abrazarnos después y justo en ese instante, mi hermano abrió la puerta de mi habitación de par en par.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top