Capítulo 17. El adiós
Me tapé la boca porque me había quedado absolutamente atónita y sin saber qué decir. Evidentemente estaba muy avergonzada, pero las palabras no me salían porque ese 'te quiero' que pensé que me había soltado "sin más" al principio de la noche, escondía detrás una verdad profunda y desgarradora.
Fue Héctor quién habló, sacándome las castañas del fuego de nuevo, con el mismo tono sereno de antes y paseando brevemente por mi habitación, mientras yo me sentaba en un lateral de la cama, aturullada, pensando cómo iba a afrontar lo que tenía encima, totalmente sobrepasada.
—Sé perfectamente que Norma jamás te dejaría coger el coche borracha, solo te lo he dicho para ver hasta dónde teníamos que llevar el teatrillo una vez que Leo se ha ido al salón. Aparte de que a ti, beber, no te gusta y de que eres demasiado responsable como para conducir ebria. Pero... ¿Por qué has fingido que estabas borracha y no has dicho simplemente que acababas de llegar? —Hizo una breve pausa, también físicamente, como si hubiese encontrado el resultado de una ecuación muy sencilla y evidente. Y girándose, me miró a los ojos, aunque yo apenas pude devolverle la mirada porque los míos estaban enrojeciendo de nuevo y me escocían brutalmente; entonces me apuntilló—, ¿Cuánto rato llevabas ahí, detrás de la puerta, Rita?
No lo pude reprimir y dos gruesos lagrimones culpables surcaron mis mejillas a buena velocidad. Cerré los ojos con fuerza para tratar de contener el torrente que se me avecinaba.
—He...Héctor, y-y-yo... —callé porque sentí sus manos posarse sobre mi mandíbula y sus pulgares acariciándome la piel, tratando de desvanecer mi llanto, pero también porque seguía sin encontrar la manera de enfrentarme a todo eso—. La verdad es que... un buen rato —concluí con un hilo de voz, notando como mi corazón se hacía cada vez más pequeño, sintiéndome no solo culpable sino la más ruin sobre la faz de la tierra.
Un pesado silencio se instauró entre nosotros. Con los ojos aún cerrados, anegados de lágrimas, podía sentir sus profundas respiraciones y la levedad de las mías, mientras sus larguísimos dedos morenos y sus anchas palmas me seguían acariciando las mejillas por completo, con una ternura infinita que solo provocaba que me sintiera una auténtica miserable, una niña caprichosa que hacía que todos bailaran a su antojo.
Me zafé con suavidad de la caricia, abatiendo la cabeza. Con todo el pesar de mi alma descubrí que su piel no abrasaba la mía como lo hacía la de Norma. Él bajó sus manos y las posó con suavidad en mis piernas. Intuí que necesitaba seguir tocándome y no rechacé esa caricia.
Me pasé el dorso de la mano con furia por los ojos para levantar la cabeza y tratar de mirarle.
Estaba en cuclillas a mis pies, y aún así su cabeza estaba algo más alta que la mía. Estiré el cuello para encontrarme con sus preciosos ojos oscuros y traté de encontrar el valor para decirle lo que me estaba ocurriendo. Aunque me mortificaba el daño que sabía que iba a hacerle, no tenía sentido postergarlo, porque ya había asumido que mis sentimientos no iban a cambiar.
—H-H-Héctor —hice un esfuerzo sobrehumano para que las palabras salieran de mi puñetera garganta obstruida por las sensaciones —. Lo s-s-s-iento. Lo siento muchísimo.
No me refería al hecho de haberles espiado, ni al numerito de la borracha payasa, y él lo supo al instante.
—No lo sientas, pequeña —me dijo con un dulzor increíble—, no se manda en el corazón.
No pude contenerme más y empecé a llorar desconsoladamente. Rápidamente sentí como me abrazaba y apoyaba las rodillas en el suelo para sostenerme mejor.
Me mecía en su ancho pecho, como si yo fuera algo pequeño y frágil. Le estaba rompiendo el corazón y me estaba consolando él a mí. Como más lo pensaba, peor me sentía.
—Cariño, deja ya de llorar —me susurró al oído —. No pasa nada.
—Claro que pasa —dije entre sollozos e hipidos—. Soy imbécil.
Rompió nuestro abrazo y me puso la mano en la barbilla.
—¿Por qué dices esto, Rian? Tu no eres ninguna imbécil, eres la tía más inteligente que conozco y además eres una muy buena muchacha. Entonces, ¿por qué crees que salgo contigo? Solo por ese maravilloso culito de melocotón que tienes, ¿o qué?
Me hizo reír. Lloraba y reía al mismo tiempo corroborando que me faltaba un tornillo. Solo Héctor era capaz de hacer coña en un momento así y no pude evitar seguirle el hilo, tratando de rebajar la tensión.
—No, hombre. También por mis gemelas.
Y los dos explotamos en risas.
—Sí, exacto —rió y luego cambiando paulatinamente el tono hasta bajarlo al susurro, continuó -: Y por tus esculturales piernas y esos increíbles ojos pardos y tu bonito pelo castaño que siempre está sedoso y huele a coco y esa sonrisa que te ilumina la cara... Está claro que solo es por el físico, Rian.
Estábamos muy cerca otra vez, el seguía postrado a mis pies y con su retahíla se había ido acercando cada vez más. Su boca de labios oscuros y gruesos estaba peligrosamente cerca de la mía y yo no era inmune a ese magnetismo.
Me besó. O le besé, no lo sé. Pero nuestras bocas se unieron. Mis labios pidiendo perdón, los suyos, como siempre, sedientos. Ambos muy desesperados.
Fue un beso muy largo y muy distinto a los que habíamos compartido nunca.
Era mucho más que la unión de nuestras bocas, era una comunicación profunda aunque desde luego había sexualidad latente en él.
—Rian, cariño —me dijo sin despegarse de mí y en un tono de súplica —por favor, hagámoslo una vez más. Por favor.
Una parte de mí lo deseaba. Héctor era un amante fenomenal. Pero no me podía permitir el lujo de ser egoísta. Me separé un poco.
—Mini, no puedo... No quiero hacerte más daño. Yo no me lo perdo...
No me dejó terminar la frase.
—Rita, sé que no me amas, lo sé desde el primer día. Que me permitieras entrar en tu vida, ha sido el mejor regalo que me han hecho jamás —no dejaba de acariciarme de los hombros a las rodillas —. Me has permitido enseñarte como soy pero no es lo que buscas, lo acepto. No te pido más tiempo, ni otra oportunidad para convertirme en quién no soy para tratar de que sientas lo mismo que yo. No es eso.
Le miré a los ojos, él leía siempre en mí mucho más de lo que yo quería pero al revés nunca funcionaba. Pero si algo me había enseñado Héctor es a decir las cosas sin miedo.
—Héctor, eres un hombre maravilloso, increíblemente considerado, comprensivo, atento, amable... Y me siento muy mal por...
—¡Ehh! —exclamó jovial— Que te olvidas de que estoy como un tren... —dijo con una sonrisa que enseñaba todos sus blancos dientes.
Me reí.
—Sí. No es que seas un bombón, es que eres la puñetera chocolatería entera. Cierto —me reí de nuevo con los labios apretados, soltando una fuerte risa nasal —y no te negaré que me atraes, conoces mi cuerpo tan bien como el tuyo...
—Mejor que el mío —rezó él, interrumpiéndome de nuevo, mientras me tocaba detrás de las orejas y yo me fundía en sus dedos —. Rita, sólo te pido que me dejes hacer el amor contigo una vez más, que nos despidamos igual que empezamos.
Elevé brevemente mi cara y sus labios volvieron a atrapar los míos. Nos fundimos en un espiral de besos, adiós y caricias... Y como él quería, igual que la primera noche, hicimos el amor varias veces hasta caer rendidos.
Me desperté bruscamente, sin haber notado que me dormía y con su sabor aun en mi boca, le busqué con el brazo, pero estaba sola. Y al levantar la cabeza, vi una nota manuscrita en mi mesita:
"Siempre he sabido que jugabas en otra liga, Rian. Y al conocerte de verdad, lo he visto. Al principio, por interés propio, lo quise ignorar; pero siempre he sabido que cada beso era el último. Por eso siempre me dices que parezco sediento. Es que lo estaba. Y he querido aprovechar cada gota de tí, porque sabía que era efímero, una quimera.
Me alegra que le hayas puesto fin a esto porque yo no hubiese sabido parar, yo hubiese alargado mi mentira hasta el final. Y sé que solo era mía, tú nunca me has mentido.
No estés triste, yo no lo estoy. No te guardo ningún rencor, al contrario. Me marcho unos días con mis hermanos, es algo que ya tenía planeado. Pero voy a seguir siendo tu amigo, y voy a seguir viniendo por tu casa a jugar a la play con Leo y a comer las paellas de Esther y todo eso. No te vas a librar de mí.
Acéptame un consejo, pequeña: Lucha por ella, porque las apariencias engañan.
Te quiere, H"
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