Capítulo 16. Las llaves


Antes de arrancar de nuevo el coche, aspiré profundamente y me repetí una vez más en voz alta:

—Rita, deja ya de pensar.

Aunque mi cerebro se negaba a obedecer. Y dando un largo rodeo, porque no me apetecía ni lo más mínimo, puse rumbo a mi casa con un inmenso ciclón desbordante de pensamientos díscolos.

Sacudí la cabeza intentando quitarme todas esas ideas y sentimientos de encima, porque a medida que me acercaba a mi casa un creciente nudo se me formaba en el estómago. Empecé a tararear algo sin sentido buscando lo primero que se me viniera a la mente. Sin darme cuenta, el murmullo sin sentido inicial, se fue transformando en una melodía conocida y empecé a cantar el estribillo de "De tus ojos", sin querer entender lo que me estaba gritando mi inconsciente.

🎶Puedo adentrarte de lleno en mi vida

Acariciarte y quedarme dormida

Sentirme dueña del mundo en tus brazos

Desconectar y encenderte la prisa

Reconocer que me quedo en tus ojos... perdiiidaaa... 🎶🎶

La voz aterciopelada de Vanesa Martín resonaba en mi cabeza, poniendo las palabras exactas a aquello que latía en mi corazón, pero yo era terca como una mula y seguía en fase negación.

Al llegar a casa, oí las voces masculinas que provenían del salón, dónde imaginé que Leo y Héctor seguían jugando a la consola.

Intenté no hacer ningún ruido, me quité los tacones y me los colgué de una mano junto con las llaves y cerré la puerta muy despacio. Ni siquiera encendí ninguna luz. Aunque era una actitud cobarde e infantil, no tenía fuerzas para enfrentarme a ellos, estaba confusa y algo enfadada conmigo misma; no olvidaba el desplante que le había hecho  a Héctor al empezar la noche, justo unas pocas horas antes.

Pero al pasar por delante del salón, e ir tan despacio para que no me oyeran, fui yo la que escuchó más de lo que hubiera deseado.

—Tío, estás como una cabra —decía Leo.

—¿Por qué, macho? A mí la única que me gusta es tu hermana, y mucho más que eso —contestaba Héctor con ansias y se me paró el corazón.

—¿Que te voy a tener que llamar "cuñao" o qué? —se rio Leo.

—Joder, no te rías, tío. Qué más quisiera yo... — la voz de Héctor sonaba con pesar y mi corazón sin latido me dio un vuelco.

—Anda, no me jodas, Mini. Que no tenemos edad... —le rebatía mi hermano.

—Mira macho, yo no sé si tengo edad o no, yo lo único que sé es que me pasaría la vida entera con tu hermana si ella quisiera. Y sí, ya sé que cada uno es como es, pero el que está como una cabra eres tú si teniendo a una muchacha como Norma a tu lado, no deseas lo mismo —alegaba este. Y demostrándome de nuevo su madurez, mi nudo en el estómago aumentó, atenazándome y dejándome casi sin respiración.

—Ay, madre... qué intensito estás hoy, Héctor Valero... Que ni a la play hemos podido jugar... ¡joder! parecemos dos tías con tanta cursilería. Yo sólo quiero sexo, tío. Follar de todas las formas posibles hasta hartarme, pero nada de compromisos de ningún tipo. Y mientras Norma esté de acuerdo con eso, a mí ya me vale.

—Mientras los dos lo tengáis claro, fenomenal —rezó Héctor en un tono muy lastimero.

Y entonces mi hermano, demostrando que lo conocía muy bien, le soltó:

—Héctor, estás más raro que un perro verde... ¿Qué coño pasa? ¿A qué viene todo eso? ¿Me lo cuentas ya o seguimos otras dos horas en plan señoritas que toman el té? Van a volver las titis y tu seguirás dando vueltas...

—Pues... —el moreno tomó aire sonoramente—. A ver... que le dije a tu hermana que me valía cualquier tipo de relación que ella quisiera ofrecerme porque pensé que con el tiempo podría enamorarla, hacer que me conociera, ¿sabes? Y que sintiera lo mismo que siento yo por ella. Pero es que Rita ni siquiera está enamorada de mí.

Al oírle, algo dentro mío se partió y unas lágrimas que escocían horrores resbalaron por mis mejillas sin poder controlarlas. Iba a irme a mi habitación para no delatarme pero aun pude oír la respuesta de mi hermano:

—¿Qué dices? ¡Pero si os pasáis el día juntos! Si antes era un logro que se separara de Norma, ni siquiera cuando salía con el pringao sinsangre ese. Fíjate, que hasta antes del verano, yo pensaba que la rubia era bollera, todo el día pegada al culo de mi hermana.

Y al oírle, no pude evitar que entre la turbación, mi lío mental y esa revelación, me cayeran los zapatos y las llaves al suelo, haciendo un estruendo imposible de ocultar. Me maldije en todos los idiomas que sabía, secándome las lágrimas y pensando una excusa a toda prisa.

Los chicos se habían levantado y acudieron al pasillo velozmente, mientras yo me dejaba caer al suelo y escondía mi rostro, haciendo lo único que se me ocurrió que fuera a ser creíble: hacerme la borracha.

—¡Ouch! Weeeaa yaaa shtoy —dije gateando por el suelo y me reí bobamente.

—¡Rita! ¡Rita! ¿Estás bien? —me decía Héctor con preocupación, mientras Leo me agarraba por la espalda y me levantaba.

Volví a reírme laxamente y entrecerré los ojos.

—P-pppueshh clarrrroo, eeeaaa, esshtoo... Se m-m-ueve m-muchhhoo, ¿no? —dije haciendo ver que buscaba a tientas, con los brazos, algo dónde agarrarme y de nuevo más risas.

Héctor me sujetó amorosamente por un brazo y la cabeza por la unión con el cuello y me miró con preocupación.

Últimamente me estaba convirtiendo en una experta mentirosa.

Y para hacer más creíble mi actuación, me puse a simular que bailaba, tarareando una canción de Prince Royce que habíamos oído esa noche en la discoteca.

—Hostia tío, qué pedal lleva doña responsable... Me cag...

—Lion, porfavor —le susurró Héctor, dándole la espalda para cogerme fuertemente de la cintura y hacer que dejara de balancearme locamente—. Anda Rian, cariño, vamos a la cama, ¿eh?

Mi hermano, descojonándose de mí, le dijo a Héctor que iba a encenderse la play, al fin, y a echarse una partida al Call of Duty; que cuando me dejara durmiendo la mona, si quería unirse a él, que ya sabía dónde estaba.

—Quiero fiessshhhtaaaa —exclamé a mi rollo alzando un brazo y contoneando mis caderas todavía más, hasta que trastabillé adrede mis pies.

Estaba haciendo una actuación digna de Hollywood. 

Héctor sin pensárselo, se agachó para cogerme al vuelo antes de volver a darme de bruces en el suelo y me subió en brazos, cogiéndome por la espalda y por detrás de las rodillas.

—Vamos a la cama, cariño, que ya bastante fiesta has tenido por hoy —y mientras me llevaba en volandas a la habitación, susurró—: no entiendo como Norma te ha dejado ir así... Mañana le diré cuatro cosas.

No pensé que mi "actuación" pondría problemas a Norma. Y no iba a permitirlo. En cuanto entramos a la habitación, Héctor, teniéndome aún en brazos, cerró la puerta con el pie y yo dejé mi faceta de actriz cómica.

—Héctor, bájame, plis. No estoy borracha —dije un poco avergonzada.

—Sí, ya lo sé —dijo con serenidad, bajándome al suelo y dejándome anonadada—. Las llaves del coche de Norma estaban con tus zapatos y todo lo que se te ha caído al suelo.




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