Capítulo 13. De garitos
No quería hacerle daño a Mini, así que sólo vi un camino: hacer como si no hubiese dicho nada. Puse una sonrisa de circunstancias y alzándome de puntillas a pesar de los zapatos con plataforma que llevaba, le besé en la mejilla:
—Norma estará en doble fila, cojo el bolso y me voy —dije agarrando el bolso del perchero de la entrada, que ya tenía preparado, y metiendo dentro el móvil y las llaves.
—Claro. Diviértete, pequeña —respondió con naturalidad.
—¡¡Gracias!! —ensanché la sonrisa y me fui.
Mientras bajaba el ascensor me sentí algo mareada. Héctor de idiota no tenía nada y tuvo que notar mi rechazo, pero su buen carácter le había impedido decirme nada. Al salir a la calle, el aire fresco de marzo me acarició las mejillas y un escalofrío me recorrió la espalda.
Paseé la vista por la calle buscando a mi amiga. Parado dos portales más abajo del mío estaba el pequeño Corsa negro de su madre. Al volante, Norma se estaba pintando los labios usando el espejo retrovisor interior.
Me acerqué al vehículo y piqué en el cristal para que ella quitara el seguro y me dejara entrar. Nada más sentarme, mi amiga empezó a hablar:
—¡Hola Ritz! ¿Has visto tu chico? Qué majo es, ¿verdad? Es que te has agenciado un bombón ¿eh? Y de los de licor, nena, que es un amor, todo el día pien...
Norma hablaba y hablaba pero yo no la escuchaba. Ni siquiera pensaba en Héctor y mi desplante. Los labios rojos de mi mejor amiga me habían hipnotizado. Su colonia dulzona impregnaba los asientos y el ambiente y se me metía dentro. Sus rizos salvajes se movían flexibles, como si fueran de un anuncio de champú.
No sabía como conseguía esa esponjosidad y suavidad que te invitaba tentadoramente a hundir los dedos en los bucles y perderte en ellos...
—Ritz, nenaaaa, ¡que estás en la nube! ¿Qué te ocurre?
—¿Eh?... ¿Qué?... Nada... ¿Yo?... ¿Qué? —balbuceé con torpeza, sacada de mi ensoñación estúpida. No sabía que me ocurría...
—Que a dónde vamos, ¿Pub? ¿Disco?
—Disco, disco — contesté con firmeza. Nada de pubs dónde hablar, no quería hablar... Música a tope y a divertirse.
Norma condujo hasta uno de los aparcamientos subterráneos lo más cerca posible de dónde íbamos. Salimos a la calle agarradas del brazo, la noche se había quedado apacible.
Estábamos en la zona de los garitos de moda, o, por lo menos, de moda entre la gente de nuestra edad. Había muchos jóvenes como nosotras, apiñándose en la puerta de los locales. La música salía fuera de ellos y se mezclaba en la calle con risas, gritos y conversaciones variadas. Grupos de amigos que se encontraban, parejas entrando a bailar y a beber, gente saliendo a tomar el aire o a fumar...
Norma puso la directa hacia el que más le gustaba, agarrándome de la mano. Después de unos codazos estratégicos y de saludar efusivamente a un tal Richi / Michi o Lichi (yo que sé, porque no la entendí), que hacía las veces de medio segurata y relaciones públicas, nos metimos en el local.
El ambiente era más que cálido algo asfixiante, las luces giraban y bailaban al son de la música, iluminando suelo, paredes y techo indiscriminadamente.
Había bastante gente en la barra y bastante más en la pista de baile. La música atronaba la estancia de oscuras paredes, los golpes rítmicos del bajo hacían vibrar el suelo... todo invitaba a mover el cuerpo a su son, de forma casi tribal. Ni siquiera se podía hablar si no era a gritos y en la oreja del otro. Un paraíso para nosotras.
Norma encabezó la expedición hacia la barra después de dejar nuestras chaquetas y bolsos en el guardarropa. Se puso de puntillas, apoyando los codos y los antebrazos en la barra y llamó con gestos a una camarera; yo me quedé estratégicamente detrás suyo ojeando el panorama. Se notaba que empezaba la primavera y la gente tenía ganas de fiesta.
Se acercó una muchacha muy morena con el pelo más rizado que el de Norma y que iba pintada como para una fiesta de disfraces. Le dio un repaso al escote de mi amiga y sonriendo bobamente la atendió. Norma encandilaba a todo bicho viviente.
Con dos vasos de tubo, llenos de líquido transparente, en las manos se giró y me entregó uno.
Le di un pequeño sorbo. Era tónica. Me guiñó un ojo, ya sabía quién iba a conducir de vuelta a casa.
Sonreí. Hacía algunos meses que no salíamos juntas y solas pero fue agradable que volvieran las viejas costumbres. A mí, beber, no me gustaba especialmente así que no me importaba y sabía que Norma disfrutaba con una copa. Además, estaba segura de que llevaba mucho tiempo saliendo sin beber ni una gota de alcohol, pues con mi hermano no podía hacerlo porque le tocaba siempre coger el coche.
En eso ambas siempre éramos responsables. Y más teniendo la posibilidad como teníamos, de hacer fiestas en casa -tanto la mía como la suya- y poder beber sin conducir después. No había necesidad de ir a buscar problemas.
Nos alejamos un poco de la barra y del bullicio general y nos pusimos en una esquina del local, detrás de unos bafles. No era ninguna maravilla pero podíamos hablar con cierta normalidad y estar tranquilas con nuestros vasos. Siempre empezábamos las noches de fiesta, de la misma manera, charlando un rato mientras nos tomábamos algo.
—¿Cómo llevas los exámenes? —me inquirió.
—Bien. Aunque se nota que esto es la universidad, claro. ¿Y tú? ¿Qué tal por bellas artes? —le pregunté.
Norma rio ladinamente.
—Apasionante. Nos pasamos el día dibujando a gente buenorra en pelotas.
No pude evitar que se me escapara una carcajada. Más por la naturalidad pícara con la que Norma lo dijo que por el hecho de que esa no era la realidad. Aunque de serlo, cualquiera hubiese dicho: trabajamos las proporciones anatómicas. Pero ella no. Ella no era políticamente correcta y le encantaba provocar.
—Sí, ja-ja —me reí irónicamente—. Esto es para lo que te apuntaste tú a la carrera, guapa, pero seguro que os pasáis el día entre teoría y pintando jarrones con flores.
Ahora fue ella la que rió:
—En realidad pintamos melocotones, naranjas, plátanos y uvas... pero hija, ¿Qué quieres? Yo prefiero imaginarme que son gente desnuda —dijo mientras le daba un trago largo a su copa.
—Pues estarán contentos tus profes con tu "reinterpretación" de los bodegones...
Norma me sacó la lengua y apoyando el vaso de tubo vacío en el saliente de la pared, se fue al medio de la pista a darlo todo.
Iba a seguirla pero no pude. Una fuerza invisible me retuvo en el sitio, como si me hubiesen clavado en el suelo.
Norma había llegado a la pista y se giró hacia mi, sonrió y se puso a bailar.
Me quedé hipnotizada, con una extraña sensación en el cuerpo, viendo como se meneaba, cómo contoneaba sus caderas sinuosas al ritmo de la música, como su cuerpo parecía agua fluyendo entre la gente y las notas.
El resto de personas empezaron a desaparecer para mí, la música se iba quedando lejos, como si yo estuviera metida en un túnel y al fondo, en lugar de luz, sólo Norma.
Norma y su sonrisa de goce con los ojos cerrados, Norma y sus bucles claros flotando en el aire, Norma y sus vaqueros verdes sinuosos y sus botas de piel marrón que apenas tocaban el suelo, Norma y esa camiseta de flores negras que se elevaba hasta enseñar su ombligo con el estirar de sus brazos...
No existía nada más: ella bailando tentadoramente y yo mirándola absolutamente embobada.
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