Capítulo 11. Tortilla de patatas
Nuevamente, tras la explosión eléctrica fruto del encuentro de nuestros cuerpos, la placidez más absoluta me colmó y afortunadamente no dejaba espacio a nada más salvo al cansancio. Héctor seguía dentro de mí mientras resollábamos y nos sonreíamos bobamente.
Cuando recuperamos el aliento, me dió un largo beso casto mientras salía lánguidamente de mi interior. Los párpados me pesaban terriblemente y por fin mi cabeza estaba en silencio. Dejé que los ojos se me cerraran.
Sentí cómo se quitaba el condón, lo tiraba en la papelera y regresaba a la cama. Noté cómo se acurrucaba a mi lado, cómo su brazo se ceñía sobre mis pechos desnudos y me los envolvía por completo, mientras su mano me acariciaba con suavidad el brazo a la altura del húmero. Entonces yo me dejé caer en un sueño profundo que esperaba que fuera reparador.
Un ruido lejano, pero no demasiado, me despertó. La puerta del piso se estaba abriendo y las voces que sonaban eran... ¡Mis padres! O sea, que ya habían vuelto del pueblo. Pero... ¿qué hora era? No, ahora no tenía tiempo para preguntarme nada, había que actuar.
Si me pillaban desnuda y con Héctor en la cama... No quería ni imaginarme la escena: Mi padre, carca de remate como él solo, infartado y con la vena del cuello a punto de estallar y mi madre, más moderna y socarrona, diciéndome que si ahora en lugar de abogada quería ser carpintera, con tanto clavo sacando otro clavo...
Sobresaltada y con mis divagaciones mentales habituales, salté de la cama y me puse corriendo un pijama. Desperté a Héctor tirándole la camiseta y los calzoncillos para que se vistiera y salimos como un rayo directos a la habitación de mi hermano. Si nos encontraban cruzados, se nos iba a caer el pelo.
Intenté despertar a Leo, pero estaba como un tronco. Lo intenté con Norma, pero aun estaba más profundamente dormida. ¡Joder con el dúo de lirones!
No sabía qué hacer...
—Héctor, ¿puedes cargar a Norma hasta mi habitación? Distraeré a mis padres —susurré.
—Sí, pero... ¡¡Está desnuda...!! —puso mala cara, que yo interpreté incorrectamente
—Joder Mini, que solo son unas tetas... —Para remilgos estaba la cosa ahora.
—No es eso, Rita... Es que si nos ven tus padres...
Tenía razón. Si por un casual mis padres veían la escena, todavía hubiese habido menos explicación posible. Pensé rápido, no había otra forma...
—Vale. Busca una camiseta de Leo y se la pondremos. Tendrá que colar una fiesta de pijamas...
Héctor me tiró una camiseta y entre los dos se la pusimos como pudimos a Norma. Lo dejé poniendo colchas y almohadones por doquier, simulando que los cuatro habíamos caído rendidos en la cama de Leo.
Salí como una liebre al pasillo hacia la entrada de casa. Por suerte mis padres se habían quedado en la cocina, desempaquetando lo que los abuelos les habían dado en el pueblo.
—Hola, qué pronto habéis llegado —dije con la adrenalina corriendo por todo mi cuerpo, pero intentado aparentar normalidad absoluta.
—¿Pronto? —mi padre miró el reloj, mientras mi madre hacía ver que aquello no iba con ella y colocaba paquetes entre la nevera y la alacena—. Rita, hija, son las siete de la tarde. ¿Qué estás haciendo en pijama todavía? ¿Dónde está Leo? ¿Habéis comido? ¡No me digas que os levantáis ahora...! —lo último lo dijo en tono amenazante.
—A ver, papá, que haces más preguntas que un periodista —mi madre empezó a reírse por debajo de la nariz, se había olido el percal nada más verme entrar en la cocina, pero no dijo ni mu. Esperaba a ver por donde salía yo y como lidiaba con mi padre —Ayer hicimos la fiesta, como os habíamos dicho, estuvieron los del equipo de Leo por aquí , Norma y yo vigilamos que todo estuviera en orden. Se nos fue un poco la hora... Norma y Mini se han quedado para ayudarnos a recoger y a limpiar. Después hemos desayunado bien y nos hemos puesto en el cuarto de Leo, a charlar y eso... pero nos hemos quedado fritos...
Resoplé internamente, era la realidad "versión para padres" y esperaba que se lo tragar an o se me iba a caer el pelo.
Mi madre dejó el paquete que estaba colocando y me miró, vocalizando mudamente una interrogación: "¿Héctor?" y luego me hizo el gesto de que hablaríamos más tarde.
—O sea que no habeís comido... —decía mi padre, mientras levantaba una bolsa de espaldas a nostras, negando firmemente con la cabeza.
—Por favor, Antonio —intervino, ahora sí, mi madre— No hagas un drama, que todos hemos hecho fiestas y además todavía tengo el pavo de navidad de tu madre a medio digerir...
—A ver, Esther... ¿Con qué me sales tú ahora, del pavo de mi madre? Los niños tienen que comer. A ver si ahora me estaré volviendo yo loco, y no lo sabía.
—Solo te digo que con las comilonas de Navidad vamos todos alimentados para medio año. Nada más. Y ahora preparamos una tortillita y una ensalada y cenamos con los chicos tan ricamente. Venga Rita, vete a buscar a todo el mundo.
Al salir de la cocina, siguiendo la orden de mi madre, me choqué con Leo. Le agarré del brazo y le susurré la "versión oficial" para que no metiera la pata, y mientras él saludaba a nuestros progenitores yo fui en busca de Héctor y Norma.
Cenamos los seis con bastante naturalidad. Yo estaba un poco preocupada por lo de Héctor, pero nadie hizo ni media mención de ello, ni tampoco salió a colación, afortunadamente, Christian.
Cuando terminamos de cenar mi padre se ofreció a llevar a Mini y a Norma a su casa, Leo dijo que estaba muerto y se fue a su cuarto. Me quedé recogiendo en la cocina con mi madre.
—¿Me lo cuentas ya o vas a esperar a que vuelva tu padre? —me preguntó.
—Creo que ya lo sabes, antes de que yo diga nada... ¿verdad, mamá?
Mi madre sonrió ladinamente. Por lo general me gustaba que fuera tan socarrona. Nos teníamos mucha confianza y nos entendíamos muy bien.
—¿Quieres hablar? ¿Qué ha pasado con Christian? —me lo preguntó con cariño, no había rastro de cotilleo, mi madre no era de esas que todo el día andaba con un chisme en la boca. Ni mucho menos.
—Bueno... Las cosas no iban bien. Tuvimos una bronca de campeonato y se acabó. Estoy bien, mamá.
—¿Y Héctor?
—¿Qué pasa con él? —no me estaba burlando, es que no sabía que me estaba preguntando exactamente.
—Rita... La fiesta del pijama colaría si tuvierais doce años... Hace años que tu hermano se come con los ojos a Norma, y desde que volvisteis de vacaciones, Norma se derrite cuando tiene cerca a Leo. Y hace un rato, a Héctor le ha faltado masticar tu comida, hija... —hizo una pausa y sonrió —que tengo ya mucha mili.
Me reí. No sé le escapaba nada. Aunque nunca lo dijera, aunque se hiciera la despistada.
—Bueno pues no sé.. Héctor es muy guapo y muy simpático... Muy dulce y atento... Pero no tengo nada claro mamá. Ha sido muy rápido.
—Es un buen chico, lo sé. Le conozco y conozco mucho a su padre, pero Rita si me aceptas el consejo: tómatelo con calma. Disfruta un poco de estar sola, de encontrarte a tí misma. Tienes edad suficiente para hacerlo, para probar cosas nuevas...
Esto me hizo pensar. Era un consejo muy valioso, pero entonces caí en la cuenta de algo:
—Mamá, ¿a ti Christian te agradaba?
—Rita, a mi me va a gustar quién te guste a tí, se llame Christian o se llame Sofía.
Me guiñó un ojo y me dio un beso. Iba a preguntarle algo más pero mi padre entró por la puerta y vino directo a la cocina. Le dí un beso a él también y me fui a mi habitación.
Las palabras de mi madre me habían dejado muy confundida.
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