👠 Capítulo Especial 👠: La herencia de Olivia

La noche que hizo el amor por primera vez, había sido la noche más mágica e increíble que Olivia había vivido. Entre Héctor y ella la química fluía con tanta naturalidad que era imposible que no se desatara la combustión; y cuando se desató, hubo fuegos artificiales.

Se abrió a él con la timidez propia de ese momento, sin atreverse a confesarle en voz alta su falta de experiencia previa, porque estaba tan segura de dar el paso que no quería que nada pudiera evitarlo.

No se equivocó, Héctor la llevó de viaje por las estrellas, haciendo que esos primeros instantes de dolor quedaran mitigados entre ardientes caricias y tórridos besos sin fin.

La mañana llegó demasiado temprano para los cuerpos cansados de los jóvenes, que dormían hacía apenas dos horas. Olivia se levantó notando pequeñas molestias que le recordaban lo acontecido, aunque feliz como nunca lo había estado. Había entrado en la cama enamorada de Héctor y había salido sintiendo que era el amor de su vida.

Subió a darle la medicación a su madre y, como era habitual, le contó todo lo sucedido. Sin reservas, exultante y con la oxitocina corriendo a todo tren por su ser, le explicó que estaba enamorada y que era más feliz que nunca, porque su Héctor era maravilloso.

Fue la última «conversación» que tuvo con ella. Unas pocas horas después, Hoa fallecería en el hospital.

Un desenlace tan inevitable como agónico, esperado y temido a la vez durante demasiado tiempo, que Olivia asumió con entereza al principio, aunque al ir pasando las horas, los sentimientos fueron cada vez más contradictorios.

Héctor se portó ejemplarmente bien, cuidándola, dándole ánimos, durmiendo con ella sin buscar ningún pretexto sexual más allá de los que ella propició... y no la dejó sola durante el velatorio ni tampoco cuando fue a recoger las cenizas de su madre. Aun con todo, Olivia sabía que necesitaba enfrentarse sola a la realidad en algún momento y en cuanto tuvo ocasión (con la llegada de su querida tía Allegra) le pidió que regresara a sus quehaceres, cosa que él hizo con diligencia.


Allegra Dasere había ejercido de madre para Olivia desde que nació. La cuidaba y la quería como si fuera su propia hija, porque era hija de Hoa, la mujer a la que amaba.

Ambas creyeron que la pequeña nunca se dio cuenta de que las unía algo más que amistad y ni siquiera cuando Hoa enfermó del todo, aunque entonces Olivia ya tenía edad para entenderlo, se atrevió a decirle nada. Su calabacita, como le gustaba llamarla, siempre se había dirigido a ella como "zia" [1] y con eso se conformaba.

Verla enamorada de ese chico tan alto y educado, fue un goce. Y lamentó una vez más que Hoa no pudiera disfrutarlo plenamente. Se había perdido ya tantas cosas de su hija... «y las que se iba a perder», se apenaba a menudo. Por lo menos seguía allí, con ellas.

Esa mañana, la última mañana, entró en casa de las Santoro con Andrea, su querido amigo además de empleado, y nada más subir a la habitación besó los labios de su amada, que no respondió más allá de cerrar los ojos ante la caricia.

Después de besarla y mientras la peinaba con los dedos, le explicó a Hoa lo mismo que su hija le había dicho unos pocos minutos antes. Héctor parecía un chico muy majo, de mirada limpia y buenos modales; y lo más importante, a Olivia se la veía tan feliz que no cabía en sí de gozo.

Mientras «hablaban», de repente, Hoa tuvo una de las múltiples crisis con las que la enfermedad atacaba de manera habitual y se tensó entera a la vez que emitía débiles sonidos agónicos por la garganta. Avisaron corriendo a la ambulancia y todo se precipitó.

****....****....****....****

Horas después, cuando recogía la ropa que Olivia había elegido para amortajar a su madre, Allegra le habló al aire en un susurro con lágrimas en los ojos:

«¡Ay, mi amor! Ya te has salido con la tuya ¿eh? Nunca quisiste esto, lo sé...»

Antes de que la enfermedad avanzara del todo inexorable, lo habían hablado muchas noches. Ainhoa no quería ser una carga para su hija ni para nadie y preparó concienzudamente sus últimas voluntades. Aunque llegado el momento, Allegra no dijo nada acerca de éstas.


Dos días después del fallecimiento de su compañera de vida, llegó a casa de las Santoro justo cuando Olivia se despedía de Héctor. Entró con el corazón en un puño, sabiendo que había llegado el momento de enfrentarse a la verdad y no sabía ni por dónde empezar.

Una vez estuvieron ambas mujeres solas, empezaron hablando de ciertas banalidades, y más tarde sobre qué harían con los enseres de Hoa. Héctor llamó después de comer y observó una vez más cómo se le iluminaban los ojos grises a su joven ahijada.

Les dejó intimidad y subió a perderse una última vez entre sus propios recuerdos. Se quedó mirando una de las fotos que se habían colgado en la pared de la que -todavía- era la habitación de Ainhoa. En ella aparecía ésta vestida de bailarina, haciendo un bonito equilibrio, cómo en tantas otras, con la particularidad de que ahí estaba embarazada de ocho meses.

Recordaba a la perfección el día en que tomó esa foto, justo cuando acababan de diagnosticarle la enfermedad. Hoa se había empeñado en dejarle cuantos más recuerdos posibles a la niña.

«—Para que puedas enseñarle quién fui...

—Calla, boba, podrás hacerlo tú misma.

—No sabemos el tiempo que tendré, amor. »

—Tía —la llamó Olivia, sacándola de sus cavilaciones —. ¿Por qué no te llevas esa foto y te marchas a casa, tú también?

Allegra se sentó en la cama, con la instantánea enmarcada entre las manos, y dijo:

Calabacita, ven a sentarte un minuto conmigo, por favor.

Olivia obedeció y se sentó a su lado.

—Cariño mío...—empezó diciendo Allegra, tomando aire, buscando las palabras que se negaban a salir. Se levantó, dejando la foto a un lado y sacó un paquete del bolso que había dejado colgando en una silla. Era un sobre grande y grueso que entregó a la joven—. Eso es para ti, Olivia. No sé lo que pone con exactitud, aunque me lo puedo imaginar. Y antes de que la abras necesito contarte algo...

Olivia cogió el sobre, tocó con cuidado el anverso y leyó "Via"; hacía mucho tiempo que no veía la letra de su madre.

—Allegra —por primera vez no la llamó "tía" y eso alertó a la mujer rubia, que contuvo el aliento —. Hace ya tiempo que sé que mamá y tú... no eráis sólo amigas.

Allegra dejó ir el aire que estaba reteniendo en sus pulmones y con ello sintió que las lágrimas escapaban de su control, no podía aguantar más. Se levantó, recogiendo su bolso y se encaminó hacia la puerta.

—Olivia, yo... lo siento mucho —sollozó, secándose las lágrimas con el dorso de la mano —. Todo lo que hice fue... pensando que era lo mejor. Espero que algún día puedas llegar, si no a perdonarme, al menos a comprenderlo...

Y dicho eso desapareció de la habitación, dejando a Olivia tan confusa que ni siquiera oyó el ruido de la puerta principal al cerrarse unos instantes más tarde.

La joven no estaba enfadada por que no hubiesen sabido cómo contarle a una niña que mantenían una relación amorosa; es más, lo comprendía. No había nada que perdonar. ¿A qué venía ese comentario?

Pero Allegra sabía que, después de leer la carta, Olivia no querría volver a saber nada de ella. Y enjugándose los gruesos lagrimones que seguían brotando de sus ojos, abandonó la casa donde había sido tan feliz.


Un rato después, una Olivia que seguía confusa por lo que acababa de suceder, cogió el sobre y bajó a abrirlo a la mesa del comedor. Con las manos temblorosas rasgó la lengüeta y sacó una gran cantidad de papeles: documentos legales, trípticos informativos, formularios, fotografías... aunque lo único que llamó verdaderamente su atención fue una carta de puño y letra de Ainhoa. Dejando el resto de documentos esparcidos por la mesa, desplegó los folios y se puso a leer.

«Querida hija mía:
Acaban de confirmarme dos cosas. La mejor y la peor noticia de mi vida... Me han dicho que vas a ser una niña, lo cual me llena de gozo, pero también acabo de saber que padezco una enfermedad degenerativa para la que no existe cura.

Quería que fueras "mi bebé" hasta el momento de nacer, una cosa etérea que se ama por encima de todas las variables y etiquetas; pero cuando me han dicho lo otro... he sentido la necesidad de empezar a imaginarte, de tomar consciencia real de ti lo antes posible, porque sé que nos queda muy poco tiempo para estar juntas y quiero aprovecharlo al máximo.

Perdóname, vida mía, por ser tan egoísta y elegirte, cuando sé perfectamente que te voy a dejar sola mucho antes de lo esperado, mucho antes de lo necesario para ti...»

Así empezaba una larga carta en la que Ainhoa desgranaba todos sus sentimientos e inquietudes y en las que disponía muchas cosas, entre ellas, sus últimas voluntades. Olivia leyó línea tras línea notando como los sentimientos la sacudían sin orden ni control; era como si estuviese manteniendo una conversación con su madre... La conversación que nunca habían podido tener.

La carta terminaba con una última explicación:

«Quizás un día, cuando sepas lo qué pasó entre tu padre y yo, te preguntes porqué te elegí, y la respuesta es simple, mi amor: porque eres una parte de mí, eres mi historia y mi futuro, eres mi hija. Y por encima de todo, porque desde el primer minuto en el que supe que crecías dentro de mí, comprendí que irremediablemente y de la forma más incondicional que existe, te quiero y te voy a querer siempre.»

Olivia, que hacía rato que no podía contener las lágrimas, corrió a su cama sollozando de forma convulsa hasta que se quedó dormida de puro agotamiento.

Se despertó horas más tarde con la vibración de un mensaje de Héctor. Ni siquiera él logró animarla; con la desidia que sentía, le contestó y se mandaron un par de mensajes, después apagó el teléfono. Había visto de reojo también, varias llamadas perdidas de Lucía y una de Allegra, pero las ignoró.

Quería olvidar todo lo sucedido, incapaz de ponerse a analizar todo lo que acababa de saber; no quería hablar de nada con nadie, sólo tenía ganas de llorar. Quería dormirse otra vez y que pasaran un montón de años antes de que llegara el alba.

El timbre, insistente, la despertó de un soporífero sueño. No sabía ni el día o la hora qué era; sólo sintió como si tuviera la peor resaca de su vida, con destellos de dolor por todas partes. Trató de abrir los ojos y fue como si una serie de diminutos alfileres se le clavaran en los párpados, además sentía la cabeza embotada. Se levantó con un esfuerzo sobrehumano.

—¡Oli! ¿Estás bien? —preguntó Lucía con preocupación al ver el lamentable estado en el que su amiga se encontraba.

Ésta trató de abrir de nuevo los hinchados ojos por el llanto y entre brumas del escozor divisó a su amiga.

—Vete, por favor —se esforzó en hablar aunque tenía la lengua de trapo.

—Oli, ya está bien de revolcarse en la autocompasión... —objetó Lucía con su habitual sensatez.

Olivia iba a protestar, no era autocompasión... o quizás sí. De todas formas se hizo a un lado y dejó entrar a su amiga; sabiendo que ésta no iba a cejar en su empeño de cuidarla. Lucía no la compadecía nunca, y eso era un punto a su favor.

Se dejó mimar: se duchó y se cambió de ropa. Lucía la inundó en café y en unas tostadas que olían de maravilla y sabían aún mejor. Un poco más recuperada, comenzó a hablar.

—Es que... no puedo más ¿sabes? —se lamentó —. La casa se me cae encima, tengo que ponerme a dar clases otra vez, la dichosa coreo de final de carrera con la que casi no he podido ni ponerme; aun no me he recuperado de los pu.. entes ocho meses en la jo...sefina italia, sufriendo como una burra. Y ahora que estaba volviendo a la rutina, que por fin conozco a alguien que vale la pena, que por primera vez en la vida me hace sentir que puedo con todo, va ella y decide morirse... —dejó caer la cabeza entre las manos, resoplando— y para colmo, descubro que Allegra lleva mintiéndome... ¡yo qué sé el tiempo que hace!

—¿Mintiéndote? —preguntó Lucía extrañada.

Olivia se levantó y entró en su habitación, recogió los folios manuscritos que habían quedado esparcidos y aguantándose las lágrimas de nuevo, regresó al comedor. Señaló los papeles que Lucía había recogido hacia un extremo de la mesa sin mirar para ellos y le puso la carta delante.

—Lee —le indicó, aunque no pudo esperar a que lo hiciera y dijo—: mi madre dispuso que la internaran en un centro en cuánto la Huntington atacara fuerte. Pidió expresamente eutanasia si ya fuera posible en España y por supuesto «No RCP» [2]. No quería ni tratamientos paliativos. No quería morir aquí, ¡jo...der! —Dejó ir la palabrota sin encontrar la sustituta adecuada, cubriéndose la cabeza con las manos de nuevo.

Lucía revisó la documentación que tenía frente a ella sólo por encima, era algo íntimo de su amiga, y aunque ésta le había dado su consentimiento, no se atrevió a ir más allá.

—Oli... —trató de calmarla—. Tú no sabías que ibas en contra de su voluntad... Y no hiciste nada mal, todo lo contrario. Es muy loable, el sacrificio por tu parte.

—No es eso, Lucy... ¡jo..ta aragonesa! —dijo la joven encontrando ahora sí un símil para la palabra malsonante que le nacía sin cesar de las entrañas —. Lo que más me duele en el alma es que Allegra lo sabía perfectamente ¡Hos...pital! Y me ha estado mintiendo a la cara.

—Tendrá sus razones — concluyó con suavidad Lucía, tratando de mantener su tono calmado habitual, sacando oficio —. Deberías concederle el beneficio de la duda y hablar con ella.

—Ella era la única que conocía de verdad a mi madre —replicó Olivia dolida—. Era su pareja, ¡por Dios! Es una embustera y una egoísta... Fue ella quién me "sugirió" que montara la habitación acondicionada para Hoa o que diera clases aquí para no alejarme, hasta casi me convence de no aceptar la beca... Siempre siguiendo sus consejos, pensando que era lo que mamá quería. ¡Y quería todo lo contrario!

Lucía escuchaba en silencio a su amiga. Comprendía su malestar, la zozobra emocional en la que se encontraba y no quería herirla más con sus opiniones. Le sirvió otra taza de café y ojeó con más detenimiento los documentos mientras dejaba que Olivia supurara el amargor en su duelo. Unos rato después, cuando pensó que ya estaba algo menos agitada, no pudo evitar preguntar:

—Oli... ¿por qué no le miras el lado positivo?

—¿Y ese cuál es? —Contestó la pelirroja con incredulidad y abatimiento.

—Que según esto —señaló los papeles—, aún estás a tiempo de cumplir sus deseos...

—La hice vivir contra su voluntad, ¿Qué co...jines importa ya el resto?

—A Hoa había una cosa que le importaba más que ella misma, Oli. Y esa eres tú. Quería que fueras libre y feliz, que hicieras lo que te apasionara de verdad, que vivieras con intensidad y que la recordaras con amor... Y todo eso es más que posible. Incluso te pide que vendas esta casa y empieces de cero dónde tú quieras.

—Sí... que baile por todo el mundo, dice. —Reconoció Olivia con lágrimas en los ojos, pero con una gran sonrisa.

—Piénsalo. Tienes todas las posibilidades abiertas, se acabó lo que digan unos y otros, se acabó pensar en los demás. Ahora es tu momento, Oli.

Ambas amigas se abrazaron con fuerza. Después la enfermera se despidió, pues esa semana trabajaba de tardes en el hospital y cuando se marchó, Olivia comenzó a pensar tímidamente en lo que Lucía le había dicho y en las palabras de su madre.

Por primera vez en su vida sólo tenía que pensar en ella misma y eso le gustó. Empezó a escucharse, a hacer ese ejercicio al que no estaba acostumbrada, aunque no le costó oír su propia voz. Recorrió la casa de arriba a abajo mientras algunas ideas se perfilaban en su mente, aunque los recuerdos volvieron a asaltarla y no pudo evitar dejarle ganar la partida a la melancolía una vez más. Aún tenía el alma en carne viva, lo sabía. Regresó a su cama y, a pesar de los cafés ingeridos, el sueño la atrapó con facilidad. Estaba agotada.

De nuevo, el timbre la despertó. Sintió confusión y un pequeño déjà vu. Abrió la puerta y se encontró la alta silueta de chocolate de su morenazo particular que sonreía con suavidad al verla. Sin cruzar palabra, él se inclinó sobre ella y como si de un sueño se tratase, la besó durante unos segundos con pasión contenida, haciéndola flotar.

—Moca helado, tu favorito —le susurró al separarse, mientras se alejaba a pasos rápidos hacia la cancela blanca.

El ruido de la moto y el frío que empezaba a originarse en la mano dónde Héctor le había depositado el vaso de papel la hicieron aterrizar en la realidad. Tomó un sorbo del café con hielo y ese suave y dulce sabor que adoraba la hizo sentirse bien al instante.

Aunque sabía que no era el contenido de ese recipiente lo que le había aportado la calma que llevaba horas buscando.

[1] Zia en italiano significa tía, la que es hermana del padre o de la madre.

[2] RCP son las siglas correspondientes a Reanimación Cardio-Pulmonar; el término 'No RCP' es un término que se emplea básicamente en el mundo hospitalario para referirse a que el/la paciente no quiere que se le haga una reanimación asistida en caso de sufrir una parada cardiorrespiratoria por el motivo que sea.

La reanimación asistida, como bien enseñan las películas, consiste en insuflar aire al paciente con un instrumento que se llama ambú (en caso de no tener, se hace el 'famoso' boca a boca) a la vez que se realiza un masaje cardíaco, que es una estimulación manual o eléctrica del corazón. La manual consiste en realizar compresiones rítmicas con ambas manos en el centro del pecho intercaladas con insuflaciones de aire y la eléctrica se realiza con ese aparato famosísimo, llamado desfibrilador, en el que se dice: "carguen palas/ listo/ todos fuera".

De todas formas, existen otros tipos de reanimación, por ejemplo la química, inyectando adrenalina u otras substancias, que el término No RCP abarca también,  impidiendo su uso al personal sanitario encargado de atender al/ a la paciente.

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