Capítulo 42: Barcelona (crossover con AULA 36)
***Nota de la Autora***: Este capítulo está dedicado a una fantástica escritora y amiga que se hace llamar en redes PersefoneEntreLibros; actualmente ya no se encuentra aquí en Wattpad pero podéis leerla en otras plataformas como Inkitt (y si no la conocéis, ya estáis tardando en buscarla). Sus novelas «Aula 36» y «Aula 38», me abrieron las puertas al magnífico universo que está creando con su saga «Hilos y Pedazos» y ha motivado mi imaginación hasta el límite de atreverme a hacer este pequeño crossover.
Y a todas las lectoras de Persèfone: espero que os guste ver a sus chicos desde mis ojos.
Con el móvil nuevo en la mano, me cercioré por enésima vez de que estaba yendo en la dirección correcta. Nunca había estado en Barcelona, mucho menos en Sant Cugat, y todas las calles me parecían idénticas.
El sábado, después de ducharme y comer algo rápido, salí de la casa de Aranjuez directo a mi casa familiar de Madrid, previo paso por una tienda de telefonía móvil. Configuré el nuevo terminal y gracias a "la nube", recuperé todos mis contactos.
Hablé con mi padre acerca de lo ocurrido y me ayudó a poner en claro algunas cosas.
Cuando le comenté a Leo que quería hacerme un tatuaje, enseguida me dio un nombre: Lucas Rebull. A su criterio, el mejor artista que había conocido y un tipo de total confianza. Me puse en contacto con él, pero ya no trabajaba en Madrid, había vuelto a su tierra natal.
Mi plan para recuperar a Olivia, ese que había trazado sentado en las escaleras donde ella me había abandonado hacía apenas setenta y seis horas antes, constaba de varias fases.
No tenía ninguna garantía de que fueran a funcionar, pero no iba a darme por vencido antes ni siquiera de intentarlo. No cuando lo nuestro había acabado antes de empezar y por algo tan nimio como un serie de malos entendidos.
Una de las fases era hacer visible lo que ella había dejado grabado en mi piel. Todo lo que significaba para mí. Tratar de retener su huella y mostrarla de forma prácticamente eterna me parecía un gesto muy romántico, pero es que además sentía la imperiosa necesidad de hacerlo. Y si para ello tenía que desplazarme a cuatrocientos kilómetros de casa, lo hacía gustoso.
Sería mi primer tatuaje, con un significado muy especial y con la misión de hacerme perdonar, así que no me lo podía dejar hacer por cualquiera.
Otra fase de mi plan seguía siendo la de encontrar las «puntas» rojas. Estábamos a dos días de la Audición y sabía que ella aún no las había encontrado, porque nos habíamos recorrido medio Madrid juntos y yo me recorrí el otro medio sin suerte. Ahora, mi esperanza era una pequeña zapatería tradicional especializada en danza, ubicada en la conocida judería de la ciudad condal. Se llamaba «Mozzafiato» [1], y que su nombre fuera en italiano me pareció toda una señal.
Mientras caminaba, me desabroché un par de botones de la chaqueta; el aire de noviembre era aún cálido por esas tierras catalanas, y no quería llegar sudando. Según el sistema de navegación del móvil todavía me quedaban algunos minutos antes de terminar la ruta prevista.
Llegué a una plaza y la rodeé hasta que el GPS me indicó que había alcanzado mi destino. Miré el edificio que se alzaba frente a mí y no pude evitar torcer el gesto, confuso. Aquella era la sede de la Editorial Doble H. Reconocí su logo, con las dos haches entrelazadas, de inmediato porque la mayoría de libros de cuentos que le comprábamos a Paolo lo llevaban estampado en el lomo.
Al fijarme bien, vi que en los bajos del edificio, se hallaban tres locales con sendos negocios independientes. De pronto sentí cómo unos ojos pardos se posaban en mí y me analizaban curiosos desde una cesta colocada en el suelo, a través del cristal del escaparate. Una cola de color canela se levantó y se puso en marcha como el péndulo de un metrónomo. Sonreí y me alejé un poco, no quería alterar la paz del precioso animalito.
Al hacerlo pude ver que aquello era una consulta de fisioterapia y que justo enfrente, estaba el estudio de tatuajes que yo andaba buscando. Un potente rótulo en blanco y negro daba la bienvenida: Living for Ink.
Al empujar la puerta una campanilla sonó y al cabo de unos segundos apareció un joven de pelo rubio muy claro que vestía una camiseta blanca sin mangas -dejando ver unos bíceps definidos y un buen número de tatuajes-, unos tejanos claros un poco raídos y unas zapatillas de deporte también blancas.
—Hola —saludó con familiaridad pero sin más florituras al verme.
—Hola, soy Héctor. ¿Eres Lucas? —pregunté con incertidumbe, pues me parecía más de mi edad que rondando la treintena cómo me había dicho Leo—. Hablamos por WhatsApp...
El chico rubio sonrió por primera vez, negando con la cabeza.
—Soy Eric, su compañero. Pasa y siéntate si quieres. —Giró la cabeza y al hacerlo pude ver que llevaba un audífono. Alzando la voz habló hacia el fondo del local —: ¡Duck! Tu cliente ha llegado.
—Vale, niño, salgo en un momento —respondió una voz grave y algo ronca.
Eric volvió a girarse hacia mí y con una media sonrisa me preguntó —: ¿Quieres tomar algo?
—No, gracias. Estoy bien.
—Perfecto, tío. Pues ponte cómodo. Yo... vuelvo dentro si no te importa —dijo, señalando hacia atrás.
—Sí, claro. Haz, haz... — Indiqué, mostrando una sonrisa comprensiva a la vez que me sentaba en una de las sillas tapizadas en negro que había en un lateral. El local desprendía un buen rollo increíble. Predominaba el negro pero en ningún caso se veía oscuro o tétrico. Todo lo contrario. En las paredes, había pocas de las habituales fotos de trabajos realizados, y sí numerosas fotos de unos críos monísimos y unos cuantos pósteres de grupos de rock tan míticos como Metallica, Guns N' Roses, Pink Floyd o AC/DC.
Viendo ese buen gusto musical, entendí por donde había hecho migas Leo, que era un gran melómano. Entonces mi vista quedó atrapada en el precioso mural que vestía la pared principal.
No sabía mucho de arte, salvo algunas nociones que había aprendido de escuchar a Norma en la época en la que salíamos los cuatro -que ahora me parecía tan lejana-, pero no lo necesité para apreciar lo que estaba viendo: figuras de bordes delicados y colores intensos creaban un escenario de fantasía que recordaba de forma inequívoca al País de las Maravillas de Alicia. Un reloj de bolsillo, la reina de corazones, un original rosal con rosas vivas y otras muertas entremezcladas, más cartas de la baraja francesa e incluso un pequeño conejo blanco, se podían distinguir con facilidad. Y desde un lateral, la particular sonrisa dentada del gato de Cheshire saludaba a todo aquel que lo miraba.
El conjunto era una poderosa nota femenina que lograba abrirse paso y equilibrar la masculinidad reinante.
Cuando me quise dar cuenta, una mano se extendía frente a mí:
—¡Hola! Soy Lucas, perdona que te haya hecho esperar, tío, estaba terminando tus bocetos.
Me levanté, le tendí la mano también y mientras nos dábamos un buen apretón, puse mi vista en él. Era un chico de pelo moreno y lacio, algo alborotado, que había tenido que levantar la cabeza para mirarme a la cara. Era tan alto como su compañero, calculé que ambos pasarían el metro ochenta, pero claro... yo siempre era el más alto del lugar. Me enseñaba una sonrisa amable que no le llegaba a los ojos, que eran de un espectacular color azul y se mostraba seguro de sí mismo.
—Encantado, soy Héctor. Esto —dije señalando el mural — es precioso.
—Sí... —contestó con un deje ¿melancólico? Sin ni siquiera mirar hacia donde yo señalaba —. Ella tiene muchísimo talento.
Algo, quizás su tono de voz, que sus ojos se ensombrecieron o que yo llevaba mi propia procesión por dentro, me hizo abstenerme de seguir preguntando, aunque él pareció reponerse enseguida y cambiando el tono de voz a uno más alegre, me pidió que le siguiera hasta el mostrador, donde depositó unas cuantas hojas con los bocetos.
—Mira, basándome en lo que me pediste y las fotos que me mandaste, he hecho estos tres diseños en diferentes estilos: neo tradicional, realista y old school —me los señaló y los fue separando para que pudiera verlos bien—; este cuarto es de mi propia cosecha. Está basado en un estilo que quizás no hayas visto nunca, pero que a mí me encanta, que se llama trash polka; sé que el diseño se aleja un poco de lo que me pediste pero creo que puede funcionar muy bien en una piel... como la tuya —hizo una pequeña pausa que interpreté como incómoda por no encontrar la palabra "políticamente correcta" y solté una risita. Con exagerada teatralidad, me agaché hacia él y aguantándome las ganas de reír, le susurré:
—Tranquilo, ya me he dado cuenta que de los dos, yo soy el negro —y le di una pequeña palmada con el dorso de la mano en el brazo, en un gesto de camaradería.
Se rio y yo con él.
—No, enserio, que sé que soy más negro que el carbón. Es mi herencia senegalesa.
—¡Qué va, tío! —Negó con la cabeza—. Yo diría más bien que eres como el chocolate.
Al oírle sentí un pellizco en el pecho. Olivia solía llamarme morenazo, pero en la intimidad decía que yo era su "chocolate"... Hice un esfuerzo por sacar mis pensamientos de ese pozo donde iban a meterse. No quería desmoronarme. Tenía un plan e iba a ceñirme a él.
Por suerte, Lucas siguió hablándome:
—Piensa que elijas el que elijas -señaló los primeros tres-, todos irían con colores brillantes y claros, que es lo que se suele recomendar para pieles oscuras, pero este -señaló el cuarto boceto- aunque sólo usaríamos negro, blanco y rojo, creo que te puede funcionar muy bien.
Observé los bocetos con ojo crítico, aunque ya me había decidido. Leo tenía razón, este chico era un artistazo.
—Me encanta tu idea —dije con sinceridad señalando el cuarto boceto, que me había enamorado nada más verlo—, pero ¿crees que podrás incorporarle bien las letras?
—Estoy seguro de que no habrá problema, aunque de los textos se encarga siempre el niño. Espera que le llamo — y girando la cabeza, alzó la voz—: ¡Eric, ven!
Unos segundos después, el rubio aparecía a nuestro lado.
—Dime —dijo con cierta sequedad.
—Mira —dijo Lucas—, al final le haré este diseño; Héctor quería añadirle unas letras... ¿Como lo ves?
Eric me miró de soslayo mientras seguía atento al boceto, supongo que analizándolo, analizándonos.
—¿Es muy largo el texto que quieres?
—No —respondí— es una pequeña frase de cuatro palabras en mi idioma natal; en total serían... —conté mentalmente —dieciocho letras. Te lo escribo en un segundo, si quieres.
—Sí, porfa —le dio la vuelta a uno de los bocetos descartados y me tendió un bolígrafo.
Garabateé lo que quería. Lucas y Eric lo miraron, cada uno con una expresión diferente. Eric analizaba dónde encajar el texto, en cambio a Lucas parecía que iba a salirle un tic en el ojo.
—¡La hostia, chaval! Y me parecía difícil el castellano...
Me reí. Sí, el wólof no era un idioma fácil de transcribir, pero no quería tatuarme en otro idioma.
Eric desapareció un momento y volvió trayendo consigo una hoja llena de letras.
—Yo usaría una de éstas dos tipografias —me puso el folio delante—, la que más te guste. Piénsalo tranquilo porque no te lo haré hasta que Duck termine su parte.
—No... ya sé cual quiero. Ésta de aquí —acepté eligiendo acorde a los gustos de Olivia.
—Perfecto —afirmó y se marchó, dejándonos a Lucas y a mí solos de nuevo. Era bastante parco en palabras.
—Genial, pues ya casi lo tenemos —dijo el moreno—. Me dijiste que lo querías en el cuello y que bajara hacia el pecho, ¿no?
Asentí.
—Vale, pues déjame tomarte unas medidas... —dijo mientras cogía un papel tipo cebolla y me lo apoyaba en el cuello. Hizo unas marcas con rotulador y luego se apartó —: Ya está... Bueno, ahora haré el esténcil, que es una especie de plantilla con transferencia. Me llevará unos quince minutos más o menos, así que puedes ir al bar de ahí en frente y pedirte lo que quieras, saldré a buscarte cuando esté.
Obedecí, salí de nuevo a la calle y me senté en una de las mesas de la terraza del bar que Lucas me había indicado. Me pedí una cocacola, aunque hubiese preferido un café. Pero tomarlo me traía demasiados recuerdos de la taheña.
Saqué el móvil y comprobé que no tuviera mensajes ni llamadas perdidas. No tenía ni un simple WhatsApp. Me obligué a guardar el teléfono de nuevo en el bolsillo de la chaqueta, ignorando la tentación que tenía de ponerme a ver -por enésima vez- las fotos de Olivia que atesoraba en la memoria del smartphone y me dediqué a contemplar la vida de la plaza.
De pronto llegaron dos chicas, venían riendo y llamaron mi atención. Una de ellas parecía una muñeca: rubia, con una melena larga llena de rizos que se movían con sus pasos. Casi tan delgada como Olivia, vestía unos tejanos rotos y unas converse rojas a juego con la chaqueta. Empujaba, con la soltura de quién lo hace cada día, una sillita con una niña que era su vivo retrato. La otra era de pelo azabache, de rasgos marcados por un maquillaje nada discreto y llevaba un ajustado vestido verde oscuro que insinuaba unas curvas explosivas; remataba el look con unas botas de piel negra que le llegaban casi hasta la rodilla y con un tacón de infarto.
Ambas eran muy guapas y con un suspiro pensé que Olivia no desentonaría nada entre ellas... La echaba tanto de menos...
Le di un trago a mi bebida, sumido en recuerdos, sin darme cuenta que las chicas se habían sentado bastante cerca de mí. Fue cuando el camarero les trajo las consumiciones cuando me di cuenta que la morena no se estaba cortando un pelo a la hora de echarme una buena ojeada. Cuando nuestras miradas se cruzaron, lejos de achantarse, me guiñó un ojo y levantó su copa.
Inevitablemente su amiga, se giró hacia mí y luego se volvió hacia ella:
—¡Oh, Rox, vamos...! —la recriminó.
—¿Qué? —se encogió de hombros ésta.
—Pues que si Eric te ve, tendréis lío. Y no quiero trifulcas delante de mi hija...
—Uno, tengo ojos en la cara y puedo mirar a quién quiera, más si es un bombón de chocolate como ese y dos, el albino y yo no tenemos nada de nada —dijo haciéndole una carantoña a la pequeña que le sonrió con alegría.
La rubia se rio por lo bajo mientras negaba con la cabeza, como dejándola por imposible y sacando un biberón de dos asas con agua de la parte de abajo de la sillita, se la dio a la niña, que bebió de inmediato.
De pronto, ésta, abandonó el biberón y empezó a patalear y a hacer aspavientos mientras señalaba la puerta del estudio de tatuajes.
—Tío Ucas, tío Ucas —gritaba mientras su madre luchaba para quitarle el cinturón y liberarla de la silla.
—Sí, Lena, cariño. Ahora viene el tío Lucas a saludarte; para un momento, amor...
Lucas, que salía del estudio, me buscó con la mirada, pero al ver a las chicas puso gesto de sorpresa y se acercó a ellas primero. Besó la mejilla de la rubia mientras cogía a la pequeña en brazos.
—¿Como está mi princesa? — le decía mientras le llenaba los mofletes de besos y la hacía reír. —No sabía que veníais, yo tengo curro todavía... ¿Esperando a Coco? —le preguntó a la rubia.
—Sí, ahora termina con una reunión y nos vamos al cole a buscar a Genís.
—Iii, Nís, Nís... —farfulló la pequeña mientras era devuelta a su sillita.
Entonces Lucas me buscó con la mirada y me hizo un gesto para que me acercara.
—Perdonad, chicas... Mirad, él es Héctor, es mi cliente y me estaba esperando —dijo a modo de presentación. —Lo siento tío... —se disculpó—, ellas son mi hermana Bita y nuestra amiga Roxanne. Y esta ricura de aquí, es mi sobrina Lena.
Las saludé con la palma de la mano extendida y enseguida nos despedimos para entrar en el estudio, Aunque mientras caminábamos todavía pude oírlas:
—Dime tú si el mundo no es un jodido pañuelo... ¡Vaya clientela vip que se gasta tu hermano!
—Cállate, Rox... — volvió a recriminarla la rubia entre risas.
Entré, precedido por Lucas, al estudio y nos cruzamos con su compañero. Al verle de nuevo pensé que hubiese podido pasar por vikingo perfectamente.
—Eric, tu chica te está esperando fuera... —le dijo el moreno.
—Que no es mi chica, pesado —se exasperó el rubio.
—Si sigues así, seguro, porque se irá con otro... no le quitaba ojo a Héctor —rio Lucas.
De repente me sentí incómodo. Eric achinó los ojos y lanzó una mirada de fuego. En ese instante pensé que sí que era un guerrero vikingo, que iba a sacar su hacha de cualquier rincón y me iba a rebanar la cabeza como si fuese pan de molde. Quise excusarme, pero él se adelantó; aunque lejos de amenazarme, habló sólo hacia Lucas:
—Mira Duck, tienes suerte de que no llevo el aparato —se tocó el oído que seguía luciendo el audífono —, y no te he oído bien, capullo. ¿Sabes qué? Que me largo un rato —gruñó.
Dos segundos después, la puerta del estudio se cerraba con un pequeño golpe.
Lucas, aguantándose la risa, me miró y dijo:
—No le eches cuenta, tío. Nos pasamos la vida así. Nos conocemos desde hace mil y nos encanta chincharnos. Y aunque no suelo decirlo, para mí es como si fuera mi hermano pequeño...
Me pareció que se sentía obligado a decírmelo, así que le correspondí:
—Nah, tranquilo... de hermanos pequeños sé un rato, tengo cuatro.
—Joder... —exclamó entre sorprendido y comprensivo —yo sólo tengo a Bita.
Dentro del amplio cubículo de trabajo, me quité la chaqueta y la camisa y las puse en un perchero. Debajo llevaba una vieja camiseta de entrenar de cuello bajo muy cedido.
—¿Me quito la camiseta también?
—Si no te sabe mal, y no te hace sentir incómodo, sí. Trabajaré mejor. Y para mí te aseguro que sólo eres una piel.
—Sí, sí, sin problemas.
Jugar a baloncesto, me había acostumbrado a estar medio desnudo delante de otros chicos sin sentir ningún pudor.
Frente al espejo, Lucas me aplicó la plantilla y ajustó la ubicación. Luego la levantó y un montón de líneas azules me llenaban el cuello y bajaban por el pectoral.
Me miró con ojo crítico y me dijo:
—Quedará muy bien, ya verás. Túmbate en la camilla, ponte cómodo e intenta relajarte, voy a necesitar que estés lo más quieto posible. Te aseguro que duele menos de lo que esperas, pero si en algún momento no aguantas o te agobia el ruido de la pistola, avísame y pararemos.
Asentí y me coloqué en la camilla, pero mi envergadura se hizo de nuevo presente. Donde se supone que iban los pies, a mí me quedaban las rodillas. Lucas, con amabilidad, salió a buscar una silla de la recepción y me la colocó de manera que pudiera levantar las piernas y descansar con normalidad.
Después se sentó en su sillón, se puso unos guantes de látex negro y destapó varios frasquitos de tinta. Me fijé que en la mesa, era todo un caos ordenado: los frascos, un rollo de papel absorbente, la caja de guantes, dos pistolas y algo que llamó mi atención. Un crayón de color rosa.
Vi de reojo como lo acariciaba y lo recolocaba en la mesa antes de empezar. De repente, el ruido del compresor llenó la estancia y el zumbido de la pistola se instaló en mi oído, mientras sentía como la aguja empezaba a clavarse en mi piel, inyectando tinta a su paso.
Lucas tenía razón, dolía menos de lo que me había imaginado, así que fui relajándome poco a poco. No era una persona nerviosa y estar quieto no solía suponerme ningún problema.
Un buen rato después, cuando ya parecía que el ruido iba a quedarse instalado para siempre en mis oídos, se hizo el silencio.
—Tío, te estás portando de lujo -me felicitó mientras me pasaba unos cuantos papeles absorbentes por la piel —, pero si no te importa, necesito hacer un descansito. Nada, echarme un cigarrillo y volver.
—Sí, sí, por supuesto —accedí—. Mientras, ¿puedo ir al aseo? —de pronto me habían entrado unas ganas terribles de hacer pis.
—¡Claro! La última puerta a la derecha.
Al regresar del baño, Lucas paseaba nervioso por fuera del local, hablando por teléfono, y yo volví a tumbarme en la camilla resistiendo las ganas de mirarme en el espejo, quería verlo ya acabado. El moreno entró como una exhalación y pude oír el final de su conversación.
—Adriana... no me cuel... —resopló fuertemente y entró en el cubículo, murmurando —: Me van a matar; entre todos me matan... —hablaba para sí mismo.
—¿Problemas? —me atreví a preguntar. Se me daba muy bien escuchar a los demás.
—No, no—trató de sonreír, negando con la cabeza para quitarle importancia mientras se mesaba el pelo con cierta desesperación.
Al hacer ese gesto pude ver en la cara anterior de su bíceps un tatuaje que llamó mi atención, el mismo crayón rosa que tenía encima de la mesa, reproducido a perfecta escala y color en su piel.
No sabría explicar el porqué, pero tuve la intuición de que ese "ella tiene muchísimo talento" y el crayón rosa estaban íntimamente unidos y supe por qué había accedido a tatuarme, a pesar de tener una agenda repleta de citas. Lucas era un romántico empedernido igual que yo.
—Venga, vamos a rematar este tattoo, que ya no queda nada y enseguida vendrá Eric para ponerte el texto.
Lucas encendió de nuevo el compresor y la pistola volvió a posarse sobre mi piel. Apenas una hora después, tres en total, dio por terminado su trabajo. Me limpió por enésima vez y por fin me puse delante del espejo.
Me quedé boquiabierto, no lo pude evitar. El boceto me había encantado, pero sobre la piel era una auténtica maravilla. Había quedado perfecto, jamás me cansaría de él. Mientras seguía medio embobado mirándolo, llegó Eric.
—Wow, tío... Ha quedado de puta madre ¿no?
Asentí, incapaz de hablar, con mil emociones bailándome dentro del pecho.
—En nada le ponemos ese texto. Dame cinco minutos que lo preparo todo —me dijo, dándome una palmada cariñosa en el hombro y marchándose a su despacho después.
Volví a asentir. Tenía la cabeza a mil. Ese tatuaje era mi Olivia al cien por cien. El corazón se me había revolucionado y esos minutos que Eric me había pedido, me ayudaron a sosegarlo un poco.
Sin darme casi cuenta volvía a estar tumbado en una camilla y un Eric muy concentrado, pistola en mano, estaba sobre mi pecho dispuesto a ponerle mi texto al diseño de Lucas. Sentí como la aguja se clavaba de nuevo en mi piel, tenía la zona un poco cargada y la molestia rozaba el dolor, pero aguanté sin moverme, ya no quedaba nada y estaba valiendo tanto la pena...
—Roxanne... ¿tú por aquí? —Oí la voz de Lucas, y me giré.
Al hacerlo, vi que la puerta del despacho se nos había quedado abierta. Una sonrisa lobuna adornaba la cara al tatuador moreno cuando se giró en dirección al interior de la tienda y entonces, apareció la morena espectacular de la terraza, con su impresionante vestido verde y se apoyó en el marco de la puerta.
Eric paró de tatuarme y una sonrisa se le congeló en la cara cuando ella, descarada, me guiñó un ojo. Me ruboricé, aunque nadie lo notó. Ya me había quedado claro que entre esos dos, había más que amistad, aunque ambos lo negaran ante cualquiera que lo insinuara siquiera.
—Aún no he terminado, Rox... —espetó el rubio. Y añadió en otro idioma—: Dragos este bine?
—Greu...—suspiró ella, poniendo los ojos en blanco —Da, perfect.
—Diez minutos y estoy, nena. —Le dijo de nuevo en español, poniendo otra sonrisa.
—No vengo por ti, albino. He venido porque el chocolate es mi perdición... —dijo con un tono sensual que en realidad no iba dirigido a mí, aunque sus ojos estaban posados en mi torso.
Eric lanzó un gruñido.
—Nu mă provoca, vrajitoare... —siseó con furia, cambiando otra vez al otro idioma.
El semblante de la morena cambió por completo y sus labios maquillados dibujaron una amplia sonrisa:
—Sau ce? —replicó ella, juguetona. [2]
El rubio no contestó, simplemente se afanó en terminar de inyectarme toda la tinta necesaria para dar por concluido el trabajo. Me limpió con rapidez, pero sin dejar de ser profesional y tras levantarme, me llevó ante el espejo de pie que también tenía en su zona, ignorando a la morena, que seguía de pie en la puerta, mirándonos desafiante.
El tatuaje era perfecto y me emocioné más, al verlo terminado por completo. Tanto, que a penas presté atención a lo que sucedía detrás mío.
La morena, como si no hubieran pasado los minutos, repitió en el mismo tono:
—Sau ce, albino?
Pero entonces Eric sí que le hizo caso. Se acercó a ella con rapidez y le pasó una mano por la cintura, posesivo, mientras en la otra sostenía algo pequeño que tenía un brillo dorado y se lo puso delante de los ojos.
—No habrá ferreros... —le dijo con la voz ronca, mientras apretaba el puño para volver a esconder el bombón.
Roxanne hizo un puchero.
—No serás capaz —dijo en un tono casi imperceptible, con la voz rota.
—Mă provoci și vei vedea —contestó el rubio, para fundirse en un apasionado beso, a continuación.
Sonreí para mis adentros, ellos tenían su lenguaje propio como mis padres...
Intentando hacerme invisible, salí hacia la entrada, donde Lucas, estaba arreglando unos papeles. Pagué el trabajo, la obra de arte más bien, que ahora adornaba mi piel y me marché con una sensación agridulce. Necesitaba tanto conseguir que Olivia volviera a mi vida...
[1] Mozzafiato se suele traducir como Asombroso, Maravilloso, Espectacular... pero en realidad es una palabra preciosa que significa "dejarte sin aliento".
[2] Como bien saben los lectores de la saga de PersèfoneEntreLibros, Roxane tiene origen rumano y a veces se comunica en su idioma natal; y con el tiempo, Eric ha aprendido algunas nociones... En este caso le dice a Roxanne:
E: "¿Dragos está bien?"
R: "Pesado..." "Sí, perfectamente".
E: "No me provoques, bruja..."
R: "¿O qué?"
E: "Tú rétame y verás..."
Las siguientes imágenes son dos tatuajes reales (sacadas de internet) del estilo Trash polka, que me han inspirado para el tatuaje de Héctor.
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