Capítulo 4: Comer con Olivia

Quince minutos después de salir de casa, aparcaba en el espacio reservado para motos del centro comercial.

La moto no me apasionaba como le apasionaba a la mayoría de compañeros del equipo, aunque reconocía que en una gran urbe como la nuestra era muy práctica.

Desde que me saqué el carnet de conducir el verano anterior, prefería coger el coche y perderme por cualquier pueblo de la sierra, como habíamos hecho Leo y yo la pasada Semana Santa.

Aunque el viaje no fue todo lo bien que cabía esperar. El entorno era maravilloso y Leo siempre había sido un compañero magnífico, pero su historia con Norma estaba llegando a su fin y en esos días todo se fue al traste definitivamente.

Sacudí la cabeza mientras me quitaba el casco para expulsarme esos pensamientos, que de nuevo, iban a llevarme a mi bombón de coco particular, y me dirigí al punto de encuentro. Consulté el reloj, llegaba a tiempo.

No es que fuera muy obseso de la puntualidad, simplemente no me gustaba llegar tarde y hacer esperar a lo demás.

El torbellino de pelo cobrizo hizo acto de presencia a la vez que lo hacía yo, pero desde el lado opuesto.

Venía con paso firme y rápido, y me dedicó una amplia sonrisa al verme que le iluminó el rostro, mientras su melena corta se movía al ritmo de sus pasos.

Levanté la mano a modo de saludo y cuando nos encontramos, me agaché ligeramente a darle dos besos corteses que ella devolvió amablemente.

Pensé que era más alta de lo que me había parecido en el vestuario, hasta que reparé en que calzaba unos altísimos tacones rojos al final de unos ajustados tejanos.

No sabía si lo había hecho a propósito para minimizar nuestras alturas o era que le encantaba pasear "subida a los andamios"; en cualquier caso, estaba más que acostumbrado a destacar por mi altura y a superar por bastante -menos a mis compañeros del básquet- a todos mis acompañantes, así que a mí no me suponía ningún problema.

Nos dirigimos a la zona de restauración a paso ágil, mientras Olivia me contaba sus preferencias para comer, en una charla pausada y dulce.

-Pues si de verdad no te da más, vamos a un italiano que conozco. Tengo hambre. Normalmente como más ligero y más temprano, pero hoy... -dejó la frase suspendida, poniendo un gesto muy divertido con los ojos en blanco y resoplando de tal forma que se levantó parte del flequillo.

-Venga, me parece perfecto -accedí sonriente.

Nos dirigimos a un local no demasiado concurrido, a pesar de la hora. Supuse que para los turistas extranjeros comer a las tres de la tarde era todo un sacrilegio y los nativos preferían cadenas de comida rápida o pizzerías más comerciales. A pesar de eso, se podía ver por el escaparate, que en el interior del local había tres o cuatro meses ocupadas, principalmente por parejas.

Entonces, Olivia se me adelantó y abriendo la pesada puerta de cristal, entró con mucha seguridad:

-¡Andrea! ¿Come va? Che gioia rivederti. -Saludó con naturalidad al camarero de mediana edad, que, al vernos llegar, había salido a recibirnos.

-Signorina Olivia, le dico lo stesso. ¿Tavolo per due?

-Sì, grazie.

-Prego. Seguimi qui...

Anonadado por el descubrimiento de su fluidez con el italiano, seguí los pasos de Olivia, que mientras nos dirigíamos a la mesa siguió hablando con el camarero:

-¿Come stanno Giulia e i bambini?

-Sono molto buoni. Gio chiede molto di te, signorina.

-Ora che sono tornato, ti prometto che verrò a trovarti presto.

-Va bene.

El camarero sonrió complacido con lo que fuera que la muchacha le había dicho y después de acomodarnos en la mesa, separando con antigua amabilidad la silla para Olivia, se marchó a atender a los otros clientes, mientras nostros terminábamos de colocarnos.

Me quité las gafas de sol del cuello de la camiseta y las posé en la mesa y después coloqué la chaqueta para la moto que llevaba en la mano, en el respaldo de la silla.

Mientras Olivia hacia lo propio con el bolso y demás enseres personales, observé con un poco más de detenimiento el local. Era amplio a pesar del enclave dentro del centro comercial, las mesas de madera estaban distribuidas equitativamente por el espacio disponible, con manteles a cuadros blancos y rojos y la decoración general emulaba una villa de la costa Amalfitana. Era bonito en conjunto.

-No me permito el capricho demasiado a menudo, pero Andrea es de la familia y Allegra también y además cocina de maravilla -dijo Olivia rompiendo el breve silencio que se había hecho.

-¿Tienes raíces italianas, entonces? -pregunté, deduciendo de sus palabras.

Rio con suavidad y negó con la cabeza, indicándome que estaba en un error.

-No... Andrea era amigo de mis padres desde antes de que yo naciera; durante este curso que ahora hemos terminado, obtuve una beca para ir a Italia, y él y Giulia, su mujer, me prestaron su casa de allí para que no tuviera que pagar alojamiento. Además, su familia me ha cuidado de co... copos de nieve, todo este tiempo.

-Entiendo -afirmé tratando de esconder una sonrisa ante una nueva de sus curiosas expresiones y para recomponerme pregunté -: ¿Una beca?

Olivia sonrió otra vez de esa manera; esa en la que el gesto iluminaba por completo su rostro, como si el sol la alumbrara solo a ella.

-Sí, del conservatorio de danza. El ballet es mi vida, bailo desde que era niña... -al decirlo, su tono de voz cambió un segundo y su rostro se ensombreció brevemente, pero enseguida se recompuso-: De hecho, esto es lo que hago en el polideportivo... Tras pedir un coj...corcho de permisos e ir hasta el quinto co... congreso a sellarlos y entregarlos, he alquilado la pista de gimnasia para dar clases de ballet durante el verano a niñas y niños que quieran entrar en el conservatorio y no puedan pagarse una academia porfesional. -Hizo una pausa.

Yo la escuchaba atentamente pues se mostraba entusiasmada con el proyecto, que por otro lado me pareció muy admirable, y me quedé callado -empezando a acostumbrarme a su curiosa forma de omitir los tacos- porque quería invitarla a seguir hablando, cosa que ella hizo:

-Mi idea es terminar alquilando un local para llevar a cabo la misma tarea pero pudiendo organizarme a mi manera; aunque eso lleva un coj... colchón de tiempo conseguirlo y yo estoy casi recién aterrizada, así que ésta me pareció la mejor opción porque ya tengo un número aceptable de alumnos y no era plan de seguir haciéndolo en el salón de mi casa. Y como te he dicho por la mañana, hoy era nuestro primer día. Suerte que ducharte con café sólo me ha retrasado unos pocos minutos -y rio con tal naturalidad al recordar nuestro pequeño incidente, que me contagió.

La carcajada se vio interrumpida por Andrea, que nos traía las cartas para que escogiéramos la comida. Las dejó discretamente y se marchó raudo a atender a otros comensales; creo que pensó que nos había roto un momento mágico o algo así, pero no era el caso.

-¿Me dejas recomendarte? -me dijo Olivia, recuperando la respiración pero sin perder la sonrisa.

Asentí cerrando la carta, confiando absolutamente en su criterio. Algo me decía que podía estar tranquilo.

-Andrea, per favore -le llamó y pidió resuelta -: due piatti di spaghetti alle vongole e un po' di casatiello ricetta di Allegra, acqua da bere e un babà piccolo da condividere -el camarero asintió con una sonrisa complacida mientras nos retiraba las cartas y se fue a la cocina, mientras el torbellino cobrizo movía su melenita y me decía -: Espero que sea todo de tu agrado, he pedido mi comida favorita.

Me gustaba comer, pero mis escasas (nulas, en realidad) nociones de italiano, me dejaron entrever que Olivia se había vuelto loca y había pedido la mitad de la carta, lo cual me preocupó un poco porque no solía hacer excesos con la comida y llevaba fatal el hecho de desperdiciarla. Herencia de mi infancia, supongo.

Andrea no tardó en servirnos y me alegré de ver que de nuevo me había equivocado y que las raciones eran muy comedidas. Además estaba todo delicioso, como Olivia había dicho.

Me encantó ver la pasión con la que comía, sin preocuparse de calorías ni dietas o cosas absurdas.

Lo cierto es que cada bocado era una sensación nueva muy placentera y ambos lo manifestamos al unísono con sonidos guturales que nos hicieron volver a reír. Y así, sin decir ni una palabra, solo con miradas y leves gestos, nos fuimos comunicando durante todo el almuerzo.

Olivia no dejaba de sonreír y cerraba los ojos al masticar, encarnando la viva imagen del placer, disfrutando de la fiesta de los sabores que se desataba en el paladar con la fina pasta de huevo y las almejas, que estaban espectaculares.

Esa fue la primera vez en mi vida que comí en absoluto silencio. Y debo confesar que comer con Olivia fue una experiencia sorprendente y muy, muy agradable.

Después de terminarnos el postre compartido, dejé que ella me invitara "para resarcirse de su torpeza matinal" según sus propias palabras, aunque ya había quedado más que olvidada; pero vi tal determinación en sus ojos grises que no pude negarme.

Salimos tras despedirnos del camarero y de la cocinera, que salió de sus dominios a darnos un beso y un abrazo a ambos y al que Olivia correspondió con una dulzura y una adoración que me sorprendió. En realidad, la pelirroja, no dejaba de sorprenderme y si bien ya no me hacía tronchar de la risa, si que me moría de curiosidad por saber a qué se debía su llamativa forma de expresarse. Aunque obviamente por respeto, nunca me atreviría a preguntarle sí que empecé a desear conocerla más, así que me limité a mirarla a los ojos en un silencio que lo decía todo: dispuesto a seguirla a dónde ella quisiera ir.

Ella alzó las cejas divertida y se puso a andar haciendo resonar los tacones. Un poco aturullado di un par de largas zancadas para acoplarme a sus pasos, maravillado otra vez, por esa singular comunicación que se creaba entre nosotros sin necesidad de palabras.

Para los que, como Héctor, no tengáis nociones de italiano, os hago la traducción de la conversación que mantienen Olivia y el camarero:

-¡Andrea! ¿Cómo va? Qué alegría verte

-Señorita Olivia, le digo lo mismo ¿Mesa para dos?

-Sí, gracias.

-Por supuesto. Seguidme

-¿Cómo están Giulia y los niños?

-Están muy bien. Gio pregunta mucho por ti, señorita.

-Ahora que estoy de vuelta, te prometo que vendré a veros pronto.

-Muy bien.

...oooOOOooo... ...oooOOOooo... ...oooOOOooo...

Unas frases más adelante Olivia pide la comida; todos son platos típicos napolitanos, del sur de italia:

-Andrea, por favor dos platos de spaghetti alle vongole, que literalmente son espaguetis con almejas, un poco de casatiello que es una típica torta salada de la que existen multitud de recetas, por eso Olivia hace esa postilla de ricetta di Allegra, que significa literalmente la receta de Allegra, acqua da bere que es agua para beber y un babà pequeño para compartir. El babà es un postre napolitano que también tiene diferentes variantes y que típicamente lleva ron.

Os dejo unas imagenes con los platos:

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