Capítulo 28: Orgasmos, ideas y una revelación

Cuando Allegra se marchó, Olivia se sirvió otra taza de café, y se la bebió respirando profundo entre sorbo y sorbo, tratando de serenarse.

Después, volvió a coger el montón de papeles y separando cuidadosamente algunos documentos, tiró el resto a la papelera.

-Necesito una ducha -dijo con aire a mitad de camino entre hastiado y travieso-. ¿Me acompañas?

Apenas di un breve asentimiento y ella, con decisión, me agarró de la mano y tiró de mi en dirección al cuarto de baño.

Sin preámbulos, con rapidez, se desnudó mientras yo hacía lo propio y nos metimos bajo los chorros tibios entre besos ardientes, como si no hubiéramos pasado toda la noche juntos.

Cuando sentí la leve presión de sus manos sobre mis hombros, vi de refilón que elevaba la pierna derecha hasta por encima de la cabeza y con un pequeño movimiento la posó sobre mi hombro con la delicadeza de una pluma. Instintivamente le agarré el tobillo con ambas manos y ella relajó sus brazos y apoyó la espalda en la pared de baldosas sonriendo con picardía.

Iba a preguntarle si ya estaba cómoda, pero las palabras murieron en mi garganta cuando sentí que agarraba con firmeza mi erección y me acariciaba con suavidad.

Mis manos, con vida propia, resbalaron de su tobillo a su rodilla y después se deleitaron recorriendo su muslo, que subía prácticamente paralelo al torso; era imposible no flipar con su flexibilidad...

Ella misma, con su mano libre, agarró una de las mías y la condujo directa hasta su propio sexo, lanzándome una mirada de lo más elocuente. Como siempre, no necesitamos palabras para comunicarnos.

Con la palma extendida, acaricié sus pliegues suaves que se iban abriendo a mis movimientos y los fui recorriendo a placer.

Olivia gimió, cimbreando las caderas con impaciencia, buscando un encaje que le aportara más fricción sin dejar de tocarme a su vez. Me gustaba lo intrépida que era, lo audaz que se había vuelto a pesar de su inexperiencia previa y en definitiva, que estuviera tan a gusto conmigo.

Sus jadeos de satisfacción me invitaban a seguir, entrecerraba los ojos a momentos y se mordía el labio inferior con fuerza cuando las oleadas de placer la invadían. También a mí, sus atenciones me estaban volviendo loco, aunque intentaba dominar mi cuerpo porque me gustaba que ella fuera la protagonista, siempre me había gustado que ellas llevaran el protagonismo. Acaricié su cúspide en círculos rápidos mientras sus jadeos se tornaban gemidos y su cuerpo temblaba cada vez más.

-No aguanto más... -se quejó entre resuellos-. Por favor... Por favor... -suplicó casi sin aliento.

-¿Por favor... qué? -la provoqué; sabía lo que quería.

Olivia lanzó un gruñido, resoplando, mientras su cuerpo se sacudía convulso y trataba de lanzar otra súplica, que moría en sus labios porque mi mano no cejaba en su empeño.

-Dime qué quieres, Via -me hice de rogar intensificando un poco más el ritmo de las caricias -. Quiero oírte. No haré nada más sino me lo pides.

Me soltó y tomó una bocanada de aire para después abrir los ojos con dificultad:

-Correrme... ¡Quiero correrme! -Exigió con claridad meridiana y una mirada que pretendía ser furibunda pero que en realidad sólo estaba enturbiada de placer.

Acaté sus deseos con una sonrisilla, introduciéndole dos dedos muy despacio. Disfrutando de todas las sensaciones de entrar en ella, sintiendo cómo su cuerpo me recibía con facilidad. Su húmeda calidez me iba envolviendo e inicié un lúbrico entrar y salir.

Olivia, que había vuelto a agarrarme de nuevo, empezó a impartirme un ritmo frenético y volvió a exigir:

-Más rápido, jod...

La besé para que no soltara la palabrota y obedecí, poniendo mis dedos en forma de garra y moviéndome con rapidez hasta llevarla a lo alto del precipicio para dejarnos ir juntos en una caída convulsa y liberadora.

Nos secamos y nos vestimos entre sonrisas y gestos cómplices. Me sentía tan a gusto con ella que empecé a fantasear con una loca y absurda idea...

Los pitidos del WhatsApp me pusieron los pies en el suelo. Era Leo.

Nos intercambiamos un par de mensajes, lo justo para saber que al final había dormido en su casa y que iría al entreno del día siguiente. Me extrañó, pero no quise ahondar en ello y le dije que nos veríamos en el polideportivo. Ya me contaría lo que tuviera que contarme, si le apetecía.

Cuando levanté la cabeza Olivia ya no estaba a mi lado. Salí y la encontré hablando por teléfono. Al verme, gesticuló en silencio "Lucía" y me indicó que la esperara. No tardó en colgar y se acercó a donde yo estaba, abrazándome y dándome un beso.

-No sé qué ocurrió ayer, pero algo pasó. Ha llamado para quedar a comer. Quiere que vayamos donde Allegra y allí solemos ir cuando está jodida...

-Ya... Leo tampoco ha soltado prenda pero me ha dicho que mañana irá al entreno y llevaba dos meses sin hacerlo.

Nos miramos con cara de circunstancias y sin añadir nada más. A ninguno de los dos nos gustaban los chismorreos, aunque estábamos algo preocupados por nuestros amigos, creíamos que habían conectado.

Fue Olivia la rompió el silencio en el que nos habíamos sumido.

-Acabo de caer en que todavía no te he enseñado toda la casa -dijo alegre, mientras me cogía de la mano y me llevaba escaleras arriba.

Mientras subíamos y me enseñaba las estancias de la planta superior, hablamos del futuro inmediato y Olivia me contó en lo que había empezado a rumiar recientemente, a raíz de la carta póstuma de Hoa.

Al principio había pensado en vender la casa como su madre le sugería, pero después había creído más oportuno mantenerla y volver a dar clases en ella. Cosa que me pareció una muy buena idea, porque según me explicó, los del polideportivo tampoco le estaban poniendo facilidades para seguir utilizando la pista de gimnasia rítmica y en casa ya tenía un espacio adaptado.

Luego, mientras regresábamos al comedor, Olivia siguió hablando:

-Sé que aún me quedan varias cosas que hacer, tendré que trasladar todas mis cosas arriba, etc. pero creo que a la larga voy a ganar tranquilidad.

-Estoy seguro, Via. Yo daría lo que fuera por tener un espacio propio... -solté más pensando en voz alta que otra cosa. Luego, preocupado, añadí -: ¿Cuántos días te quedan en el polideportivo?

-La semana que viene será la última, con ello concluyen las seis semanas que me dieron.

-Tendrás que afanarte con los cambios aquí...

-Cuento con Lucía. Entre las dos podremos dejarlo listo en un pis pas.

-Ya sabes que puedes contar conmigo, también.

Me sonrió con una de esas sonrisas suyas que le iluminaban el rostro e iba a contestar cuando el timbre de la puerta nos interrumpió.

Fui yo a abrir porque estaba más cerca de la puerta y me encontré a una Lucía, algo pálida y ojerosa, que se sorprendió un poco de verme.

-¡Hola Héctor! -saludó mientras fingía una sonrisa y me daba un pequeño abrazo.

Luego vio a Olivia y corrió hacia ella, abrazándola con fuerza. La taheña rodeó sus hombros con el mismo ímpetu y la retuvo contra sí, mientras le besaba el pelo.

Por un segundo sentí un arranque extraño en mi interior, una garra helada que me atenazaba las entrañas, al ver en Olivia y Lucía a Rita y a Norma... pero sacudí la cabeza.

Había notado más pronto que tarde como Rita se embebía de Norma cada dos por tres y como sus ojos brillaban cada vez que la rubia soltaba un chiste. Pero la relación entre la bailarina y la enfermera era muy distinta, así que me afané en sacarme de encima esas sensaciones, y más cuando oí a Olivia decir:

-¿Quieres que llamemos a Ana?

Me puse en alerta sin querer. Ana era la psicóloga que trataba a la taheña. En su consulta es dónde ambas se habían conocido; la propia Olivia me lo había contado.

Lucía se puso tensa y me miró de soslayo. Luego miró a Olivia y entró en pánico.

-¿Lo sabe? -pregunto señalándome con la cabeza-. Oli, ¿se lo has contado?, ¡Joder! Ha sido eso... ¡Joder, joder, joder!-Entonces me miró a mí y con la voz preñada de decepción dijo -: Te ha faltado tiempo para correr a decírselo a tu amigo, ¿verdad?

Estaba absolutamente perplejo, no sabía de qué iba todo eso e interrogué a Olivia mudamente. Me hizo una discreta seña de negación con la cabeza y abrazó a Lucía.

-Lucy... No estás pensando lo que dices. Primero, jamás se lo contaría a nadie y lo sabes y segundo, si ellos dos hubieran hablado y fuera "por eso", ¿crees que la noche hubiera empezado tan bien? -Hizo una pausa y con ambas manos frotó sendos brazos de Lucía -. Venga, cálmate.

-Lucía -intervine, amén de no entender ni un carajo -, no sé lo qué ha ocurrido, de verdad. No sé nada. Olivia no me ha dicho nada, ni yo a Leo... Si es que no sé ni de qué estamos hablando...

-Pero sí sabes quién es Ana, te has envarado cuando Oli la ha nombrado -observó la enfermera con perspicacia y asentí con franqueza.

-Lucy -intervino Olivia -sabe que es mi terapeuta y que ahí fue dónde nos conocimos, pero nada más. Te lo juro.

-Es verdad -corroboré y vi que los ojos de Lucía se empezaban a calmar -. Chicas, mirad... yo mejor me voy y os dejo a solas, porque de lo único que estoy seguro ahora mismo, es de que sobro.

Empecé a recoger mis cosas y oía de fondo el murmullo de las voces de las chicas, aunque eran ininteligibles. Mentiría si dijera que no me estaba matando la curiosidad, pero iba a respetar su intimidad como me gustaba que respetaran la mía.

Una vez calzado, con el móvil y las llaves de mi casa, estaba dispuesto a salir y llamar a un uber cuando ya estuviera en la calle, pero la voz de Lucía me detuvo.

-Espera, Héctor, por favor.

Me di la vuelta y la vi acercándose deprisa hacia mí.

-No te vayas, por favor -volvió a pedirme con la voz suplicante-. Y menos, así. Además, Oli tiene razón. Te debo una explicación.

Centré toda mi atención en ella y le dediqué una sonrisa amplia y cálida. Quería que se sintiera lo más cómoda posible, ya que estaba claro que eran las circunstancias las que la empujaban a hablar.

-No es necesario... -hice un último intento para darle una salida, pero ella negó con la cabeza.

-Sí que lo es. No estás entendiendo nada y es normal. Héctor, verás, es que yo... soy... una mujer trans.

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