Capítulo 21: Domadora de fieras

No sé cuanto rato estuve besando a Olivia, pero al separarnos sentí que me faltaba el aliento y aún así, que sólo podía respirar cuando sus labios tocaban los míos.

Ella sonreía entre resuellos, ya sin rastro de lágrimas. Sonreí yo también y le acaricié las mejillas entre las palmas de las manos, sintiendo la suavidad de su piel, perdido de nuevo en la inmensidad de su mirada.

-Tengo hambre... -me susurró, haciendo un gracioso mohín, arrugando la nariz y frunciendo los labios -. No he comido nada en todo el día...

No me pude reprimir y la volví a besar. Quería que fuera algo breve, para animarla, pero ella se pegó más a mí e intensificó el beso. Antes de dejarme llevar de nuevo, algo que hacía con demasiada frecuencia cuando estaba cerca de Olivia, me separé riendo:

-¿Tú no tenías hambre? -pregunté mientras me levantaba del suelo y la ayudaba a ponerse en pie -. Vamos a preparar algo, que no puedes estar sin comer...

-¿También cocinas? -me preguntó con cierta sopresa y con algo de burla añadió -: ¡Madre mía, Héctor... eres mejor que la lotería!

-No te emociones demasiado; sé hacer ensaladas, sobre todo. Aunque lo que sí que bordo es esa receta de... llamar al Telepizza -bromeé.

Conseguí que Olivia se riera, y me di cuenta de cuánto había echado de menos su risa.

-¡Allegra me mataría si pruebo ni siquiera un bocado de una de esas "pizzas"! -rio, haciendo el gesto de comillas con los dedos al decir la última palabra.

Se me congeló la sonrisa al caer en que Olivia era de facto medio italiana, aunque fuera de adopción y pronunciar cualquier cadena de pizzerías rápidas de las que abundaban aquí en España era todo un sacrilegio al sanctasanctórum gastronómico de Italia.

-Aunque yo también soy muy buena con eso del teléfono -contraatacó, mientras yo seguía perplejo por haber metido la pata, sacándose el móvil del bolsillo y marcando con rapidez un número.

Quince minutos más tarde, llamaba a la puerta un repartidor con una enorme bolsa de papel, rotulada con caracteres asiáticos y tres palabras en español: El Rollito Feliz.

Dimos buena cuenta de todo lo que Olivia había encargado, sentados en una esquina de la mesa del comedor, entre besitos y carantoñas que nos salían de manera espontánea.

-¡Os...tras con perla! -exclamó de repente, cuando ya habíamos terminado y estábamos recogiendo todos los envases de la cena -. Tengo que hacer un montón de llamadas; no he avisado de que mañana no puedo dar clase...

Consulté el reloj, no era demasiado tarde para llamar a casa ajena, apenas daban las nueve de la noche, aún así, pensé en algo:

-¿No tienes un grupo de WhatsApp con los padres? -pregunté y a la taheña se le encendieron los ojos.

-Sí, claro... -dijo extrañada y luego puso una sonrisa muy tierna al comprenderme-. Gracias, morenazo. Sólo tendré que llamar a dos familias que no están en el grupo.

La dejé haciendo las llamadas, mientras yo sacaba la basura al contenedor de la calle y aproveché para llamar con un poco de calma a Leo; durante la tarde le había mandado un mensaje de que había llegado bien y poco más.

Le expliqué que había conocido a Olivia unos días atrás, que era muy divertida e impulsiva, que se había convertido en una gran amiga en muy poco tiempo y que esa tarde acababa de fallecer su madre.

Obvié el detalle de que nos habíamos acostado, porque eso, él, ya lo había deducido de forma acertiva por la mañana, aunque antes de colgar soltó:

-Pues anda vete, corre, que seguro que le viene bien tu consuelo en barra -bromeó como despedida.

-¡Eres un animal, Lion! -exclamé riendo, antes de colgar, mientras regresaba negando con la cabeza, dentro de la casa.

Oí como la taheña seguía al teléfono en el salón-comedor y esperé a que terminara sin cruzar el arco de la cocina. Nada más colgar, se acercó a mí con la cara seria y los ojos demasiado brillantes. Hablar de lo sucedido, la había enternecido.

Abrí los brazos y ella se refugió en mí pecho. Me abrazó con fuerza y aguantó las lágrimas.

-¿Te quedarás a dormir? -preguntó con un hilo de voz, contra mi camiseta.

-Si tu quieres, por supuesto que sí -contesté jovial. Encantado de que me lo hubiera pedido, porque no me apetecía nada tener que despedirme.

-Gracias. -Sonrió con suavidad, complacida, mientras levantaba la cara y me miraba a los ojos.

-No me las des -le devolví la sonrisa y cuando una idea me cruzó la mente, torcí el gesto sin poder evitarlo.

-¿Qué ocurre? ¿No puedes? ¡Claro! Tus hermanos seguro que te necesitan o tu padre... yo lo entien... -empezó a embalarse ella sola.

-Frena, Via -dije con suavidad, sonriendo -. Sólo es que necesito algo de ropa limpia, que esta mañana ya no he podido cambiarme...

-¡Ah! Es verdad. -Al caer en la cuenta ella también se rio -. Pues... te espero aquí.

Aunque era -quizás- lo más lógico, no quise dejarla sola y la invité a venir conmigo. Ella aceptó enseguida.

-Cógete la chupa, que volveremos con la moto- la advertí.

Ella, emocionada por primera vez desde la hora del desayuno, se acercó a su habitación y salió con la chaqueta de cuero en la mano. Yo aproveché para mandarle un whatsapp a mi padre para ponerle sobre aviso.

Subimos al coche y conduje hasta el garaje del bloque de edificios dónde vivíamos los Valero.

-Vamos -la insté al aparcar.

-Yo... mejor te espero aquí -dubitó.

-Si ya conoces a mis hermanos... -insistí.

-A tu padre, no. -Atajó resuelta.

-Héctor no se come a nadie -bromeé, mientras tiraba de su brazo, para que me siguiera.

Subimos al ascensor cogidos de la mano, aunque justo antes de entrar en el piso, ella se soltó.

La familia entera estaba reunida en el salón con el habitual maratón de series que hacíamos los sábados por la noche. En esta ocasión, tocaba la mítica «Starsky & Hutch», reconocí la música desde el pasillo.

-¡Hola a todos! -Saludé con alegría, mientras entraba en la estancia con Via a mi espalda.

Varios pares de ojos dejaron la pantalla para mirar hacia la puerta.

Mag! ¡Olivia! -exclamó Ginger, nada más verla y se levantó del sofá como una flecha para correr a abrazarla.

La taheña la estrechó entre sus brazos con cariño, mientras se formaba un pequeño revuelo a nuestro alrededor. Abel paró la serie con las consiguientes protestas de Eric, y mi padre retenía a Paolo en su regazo, al ver las intenciones del pequeño; aunque este no tardó en zafarse del cerco paterno y saltar también a los brazos de la bailarina.

Olivia lo cogió con soltura y se dieron un sonoro beso en la mejilla mientras se lo colocaba en la cadera, como ya había hecho el día que se conocieron, y del otro lado retenía a Ginger, abrazándola por los hombros.

-¡Vaya! Veo eres una buena domadora de fieras -bromeó mi padre, poniéndose de pie.

Olivia sonrió ante su chascarrillo.

-Baye, ella es Olivia. Olivia, él es mi padre, Héctor -presenté mientras se daban dos besos como podían, entre los pequeños.

-¿Podemos volver a poner ya la tele, por favor? -preguntó un Eric hastiado.

-Cállate, plasta -respondió Abel soltándole un manotazo mal disimulado y sonriéndole bobamente a Olivia que le devolvió la sonrisa y levantó una mano a modo de saludo.

Entre Ginger y Paolo la estiraron hacia el interior del salón y la hicieron sentarse en el sofá mientras le contaban varias cosas a la vez. Ella me lanzó una mirada divertida y yo le hice un gesto para que me diera cinco minutos.

Aproveché para escabullirme a mi habitación a preparar las cosas que iba a necesitar, seguido por mi padre.

Allí, mientras hacía una exigua mochila con mis enseres personales, le expliqué de manera poco detallada todo lo sucedido con la madre de la taheña. Después le entregué las llaves del coche familiar y recogí las de la moto, así como ambos cascos, con el beneplácito paterno.

-Bueno, voy a rescatar a Via de los enanos, o no la van a soltar en dos años. -Ambos reímos.

-Os tiene muy enamorados a todos, veo. -bromeó divertido -. Y no me extraña, porque es muy guapa.

Me reí por debajo de la nariz mientras regresaba al salón, evitando responderle. Nos despedimos de mi familia, con protestas variadas de mis hermanos, que baye atajó con una posible prohibición de helado durante el resto de verano y de nuevo, bajamos al garaje.

Mi padre también había insinuado que nos quedásemos en casa, pero aunque Olivia estaba manteniendo el tipo, sabía que estaba deseando estar a solas y poder dejar de sonreír, así que nos montamos en la moto y regresamos a Aranjuez.

Aparqué justo frente a la cancela blanca, y entramos a su casa abrazados en silencio, tal y como habíamos hecho todo el camino. Via tenía los ojos enrojecidos otra vez y temblaba ligeramente, a pesar de que la temperatura de esa noche de finales de agosto era bastante elevada. La estreché contra mí y se dejó llevar hacia el interior de la vivienda.

-¿Quieres que veamos una peli? -Propuse con ánimo de distraerla.

-Vale -contestó un poco ausente.

Fuimos directos a su habitación y Olivia abrió el armario sacando varios almohadones grandes que lanzó encima de la cama con la pericia de quién lo ha hecho muchas veces; por un momento me imaginé la de ratos que la taheña habría pasado sola viendo películas y series igual que yo, encerrado en mi habitación con el portátil. Con la salvedad que yo trataba de huir de mis hermanos y ella de la soledad.

Nos quitamos los zapatos y nos sentamos reposando la espalda contra la pared, con ayuda de los cojines. Después rebuscó en la mesita de noche, y acomodándose contra mi costado derecho, me tendió el mando a distancia.

-Tengo Netflix. Pon lo que quieras, me vale cualquier cosa.

Busqué con rapidez entre el amplio catálogo de la plataforma online hasta encontrar algo que ver. Pensé que una comedia romántica sería lo más adecuado, dadas las circunstancias. Algo ligero, con cierto argumento y que estuviera bien llena de tópicos de esos que te hacen lanzar suspiros y olvidarte del mundo real.

Poco a poco la taheña se fue acurrucando más y más contra mí, que la mantenía abrazada por los hombros. Traté de centrarme en la película e ignorar que su presencia tan cercana me estaba alterando el pulso cada vez más, pero mi cuerpo seguía su propio camino ignorando al cerebro.

Empecé a acariciarle el brazo y el costado de manera mecánica, dándole de vez en cuando besos en la cabeza. El ya conocido olor a mango me llenaba las fosas nasales, y se intensificaba cuando me acercaba a su pelo, algo que no podía evitar hacer con cierta frecuencia. Por lo menos, su cuerpo había dejado de temblar.

La película fue avanzando y cuando iba a darle el enésimo beso en el pelo, Olivia levantó la cara hacia mí y atrapó mi boca con la suya. Una vez, dos, tres... Sus dedos se enredaron en mi nuca, en una caricia dulce y demandante a la vez, que me erizó la piel.

Mientras nos besábamos, sentí que una de sus largas piernas se apoyaba encima de las mías y se doblaba, resiguiéndome de los tobillos a la rodillas y luego seguía subiendo más y más... Sin percatarnos nos habíamos ido deslizando poco a poco por la inmensa cama y habíamos quedado casi tumbados, lo cual le daba vía libre a la taheña para seguir acariciándome con su pierna.

No me pude contener y atrapando su rodilla exploradora justo cuando llegaba al epicentro de mi cuerpo, recorrí su muslo hasta la cadera y continué hasta posar la mano en su trasero. La apreté contra mí con cierto ímpetu y ella, lanzando un pequeño jadeo evocador, se encaramó a mis caderas hasta quedar tumbada encima de mí, mientras volvíamos a besarnos con dulzura.

La abracé estirando los brazos para abarcar todo cuanto pude, para que sintiera mi abrazo por todo su cuerpo. Ella se amoldó a la caricia y empezó a explorarme con sus labios. Dejé que tomara el control total de la situación por dos motivos, uno porque no quería exigirle ni negarle nada y el otro porque me excitaba cederle el mando.

Olivia impuso su ritmo de besos y mimos, mientras la película quedaba por completo olvidada y solo era un conjunto de ruidos y destellos al que ninguno le prestaba atención, hasta que en un momento dado, encontramos el mando y apagamos el televisor, para centrarnos el uno en el otro.

Con mucha calma, como si fuera un ritual, se desnudó encima de mí y a la vez, me fue desnudando. Y una vez sin ropa, volvió a tenderse sobre mí y nos abrazamos, dejando que nuestra piel se fundiera bajo las palmas de las manos, encontrando los límites del cuerpo con la punta de los dedos y besándonos cada vez más profundamente.

Así, a oscuras y en silencio, nuestros gestos sin artificios, surgían sin ningún propósito y buceaban libres de pretextos hasta que nos quedamos dormidos.

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