Capítulo 17: Corazón dividido
Olivia puso los ojos en blanco y un gesto de fastidio antes de acercarse a la entrada.
—De todas formas tengo que ir a Montejo en algún momento, Via —le dije para minimizar su contrariedad.
—Sí; ya me acuerdo...—me contestó poniendo «morritos» que acto y seguido terminaron en una sonrisa medio pícara que me hizo reír.
La seguí hasta el recibidor, pero me quedé algo alejado, en un discreto segundo plano, mientras ella abría la puerta y entonces, todo se precipitó.
Tras el umbral había dos personas que identificamos con rapidez como técnicos de emergencias médicas por sus llamativos uniformes, que se abalanzaron hacía el interior de la vivienda, mientras Andrea, el maître, aparecía en lo alto de las escaleras y les indicaba que subieran.
Olivia corrió tras ellos mientras me gritaba que llamara a Lucía y el pin de su móvil.
Yo entré en su habitación lo más rápido que fui capaz e hice lo que me había pedido.
Localicé el contacto de Lucía y llamé. No pasaron ni dos timbrazos y me respondió con alegría:
—¡Anda que a buenas horas llamas, nena! —se rio —. Te lo has pasado bomba con el morenazo, ¿verdad?
En otro momento me hubiera reído, pero la realidad apremiaba.
—Lucía, lo siento, soy Héctor. Ha ocurrido algo con Hoa y Olivia me ha pedido que te llamase. Supongo que quiere que vengas.
—¡Ay, mierda! Joder, estoy en el hospital porque me han llamado para cubrir una baja, Héctor. ¿Habéis llamado a una ambulancia?
—Sí, y están aquí los amigos de Olivia, los del restaurante —la verdad es que en ese momento no me salían ni sus nombres. Empezaba a oírse bastante alboroto y me estaba poniendo nervioso.
—Vale, no te preocupes; a veces a Hoa le dan crisis, es habitual en su estado. Si al final hay que traerla al hospital, avisadme y la esperaré en la entrada de urgencias.
—Gracias, Lucía. Ahora se lo digo.
Nos despedimos y colgamos. Salí a la zona del recibidor dónde una marabunta se agolpaba hacia la puerta. Los técnicos de emergencias llevaban atada a una camilla, en una extraña postura, a una señora que mostraba un gesto desencajado en sus facciones, con la mirada perdida y que emitía angustiosos quejidos ahogados. No tuve que fijarme ni siquiera en su pelo cobrizo, ni en sus iris grises, para saber que era la madre de Olivia. Y sentí una honda preocupación por ella y por la taheña.
Ésta bajaba tras Alegra y Andrea que hablaban en italiano a la velocidad de la luz, mientras Olivia -que ya se había puesto unas zapatillas de deporte y se estaba abrochando un vaquero-, trataba de contestarles y lo hacía con bastante calma.
—¿La llevan al Tajo? —preguntó de repente a los trabajadores de emergencias que pararon su marcha.
—Sí, señorita. ¿Quiere venir en la ambulancia con nosotros? —dijo solícito el que caminaba detrás de la camilla y que parecía ser el médico.
Olivia me miró.
—Lucía ya está allí cubriendo un turno —le dije a la taheña.
—No, gracias —les respondió a los técnicos que seguían parados, esperando su decisión—. Les seguimos con el coche, ¿verdad, Héctor?
—Claro —contesté sin vacilar.
Entré de nuevo en la habitación para calzarme y recoger las llaves del coche a toda prisa.
—Os llamo en cuanto sepa algo —les gritó Olivia a sus conocidos mientras salíamos de la vivienda.
Una vez en el coche, la taheña me indicó el camino hacia el hospital, pues la ambulancia al llevar preferencia, se nos había adelantado demasiado y ya no la veíamos, mientras ella le tecleaba un whatsapp a Lucía.
No me atrevía a preguntar nada. Conduje como un autómata y seguí las instrucciones que ella me iba dando sin pararme a analizar nada. Sólo un pequeño temor se me había instalado dentro, porque a pesar de no saber nada de medicina y menos del estado de salud de la buena señora, por lo que me había contado Olivia la tarde anterior, su madre estaba en un precario y frágil equilibrio.
Al llegar al hospital, me sorprendieron varias cosas. La primera, la familiaridad con la que Olivia se movía por entre los pasillos y boxes. Saludaba a enfermeras y celadores como si fuera una más de la plantilla. La segunda, la aparente calma y entereza que estaba mostrando en todo momento.
De esto último fui consciente más tarde. Yo mismo recordaba la histeria en la que me sumí cuando nos llamaron por el accidente que le costó la vida a mi madre. En esa incertidumbre previa, antes de la certeza. En esos minutos angustiosos en los que nadie nos contaba nada y la espera parecía interminable... y ni siquiera imaginábamos el fatal desenlace.
Pero Olivia, no. No sabía si es que no contemplaba la posibilidad de perder en ese momento a su madre o es que la contemplaba demasiado pero el caso es que estaba tranquila.
De hecho, fue ella la que me ofreció un café a mí.
—Voy a coger un café a la máquina en lo que sale Lucía a decirnos algo. ¿Quieres uno?
—No, gracias.
Me quedé sentado en una de las incómodas sillas de madera flexible, unida a otras en una especie de banco, de la aséptica "sala de espera", viendo como la taheña se alejaba a paso rápido hasta la típica máquina negra con una gran imagen de granos de café.
Lucía aún tardó más de quince minutos en salir, Olivia ya tenía entre las manos el tercer café de la máquina, cuando la enfermera apareció.
Besó a la taheña y se sentó a su lado, mientras Olivia le cedía el vasito de plástico aún medio lleno y ésta, con un sonrisa agradecida, tomaba un sorbo.
—Esta vez ha sido una crisis severa. Le han administrado una gran cantidad de sedantes y Gómez ha decido ponerle otra sonda nasogástrica, Oli. —Dijo con su voz pausada y dulce.
—¡¿Qué?! —exclamó envarada—. Pero si no las aguanta, Lucy, ya lo sabes. En cuánto se despierte, se la arrancará como la última vez y verás que estropicio...
Lucía tomó aire y apuró el café, antes de decirle con mucha suavidad:
—Ahora saldrá él a darte explicaciones. De momento, Hoa está en la U.V.I., pero me han ordenado buscarle habitación en el ala socio-sanitaria.
—Gracias, Luss... —dijo la taheña con gesto contrito.
La enfermera se puso de pie, asintiendo con cara de circunstancias y tocó la mejilla de Olivia, en un gesto que destilaba compasión, mientras ésta resoplaba.
Me sentía extraño, siendo espectador de esa parte tan íntima de la taheña, e impotente por no poder hacer nada más que estar allí como un pasmarote.
—Gracias por estar aquí, Héctor —me dijo de repente, cómo si me leyera el pensamiento, a la vez que se acercaba a mí y me tocaba el brazo.
Sonreí, ¿acaso podría estar en otro lado?
Como si el contacto de nuestras pieles hablara un lenguaje aparte, las manos se nos enlazaron con rapidez y me embebí de sus ojos grises una vez más.
Podía leer en ellos todo el rango de emociones que pasaban por su ser: cierta preocupación y enfado, pero también calma, alegría y algo más. Algo que no pude analizar pero que me hacía desear poder bañarme eternamente en ese mar de plata...
Un leve carraspeo a nuestro lado, rompió la magia del momento.
—Livi —saludó una voz masculina.
Un hombre joven, de facciones marcadas, con el pelo moreno corto y la barba que en lugar de afeitada parecía esculpida a cincel, bastante atractivo y tan alto como la taheña que vestía la tradicional bata blanca bajo un pijama azul, estaba a nuestro lado y tras lanzarme una mirada de soslayo no muy amigable, se centró en Olivia
—¡Carlos! ¿Porqué le has puesto sonda? Dijimos que no se la volveríamos a poner —soltó Olivia nada más verle.
—Livi... —dijo con voz conciliadora a la vez que le posaba, con familiaridad, la mano en el brazo que ella tenía libre y yo sentí una punzada en el estómago —, es necesario; he tenido que sedarla del todo. Esta vez no creo que pueda darle el alta.
Entonces Olivia me soltó la mano y experimenté un profundo vacío, que se llenó con su ira:
—¡Ah no! ¡Eso sí que no, Carlos! Ya te lo he dicho mil veces. No voy a dejar que mi madre se pudra aquí, sola, rodeada de extraños y pensando que la he abandonado o algo peor. ¡Ni hablar!
—Livi... —trató de razonar el joven médico en un tono que me revolvió las tripas, a la vez que le ponía las manos en las mejillas a Olivia —, nena... Lo último que quiero es hacerte daño, ya lo sabes, pero Ainhoa necesita...
Olivia se zafó de su caricia.
—Soy su hija, Carlos. Y también su responsable legal. Sé perfectamente lo que mi madre necesita.
—Vale. Estás un poco alterada, lo comprendo —dijo en tono condescendiente—. ¿Por qué... no lo hablamos cenando? La última vez nos lo pasanos genial. —Dirigió ese último comentario en mi dirección, mirándome desafiante.
—No —dijo ella poniéndose algo nerviosa de pronto—. No creo que esa sea una buena idea, Carlos. Estabiliza a mi madre y dame una fecha para poder llevármela a casa, con alta voluntaria.
—Piénsatelo, Livi... por favor —insistió.
Sentí la incomodidad de Olivia y me dieron ganas de gritarle a ese mequetrefe si es que era tonto o lo ensayaba, porque estaba claro a todas luces que la taheña no tenía la más mínima intención de repetir una cita con él, aunque estaba tratando de ser amable porque era el médico de su madre.
—No, Carlos. Mejor nos centramos en mi madre.
—Bien, como quieras —claudicó al final el facultativo, bajando la cabeza en un gesto breve—. Mínimo 72 horas. —Sentenció al volver a levantar la cara.
—Vale. Voy a entrar a verla —dijo ella resuelta.
—No, Olivia —ya no era "Livi"—. Está en la U.V.I, y ya sabes que hasta la una no hay visitas —atajó con un deje vengativo.
Olivia resopló y se mordió el labio, pero no contestó. El mequetrefe desapareció por unas puertas batientes de acero pulido mientras Olivia exudaba cabreo.
—Será mam...
—¿Mamut del cretacico? ¿Mamífero de la pradera?
Olivia me miró y corroborando que me faltaba un tornillo, explotó en risas. Suerte que seguíamos solos en esa sala de espera.
Luego, cuando las risas se calmaron, se acercó más a mí. Fijó sus ojos en los míos y de repente el ambiente entre nosotros cambió. Sin un ápice de humor, susurró con apabullante sinceridad:
—Gracias.
—¿Por qué? —Pregunté del todo eclipsado.
—No sólo no te ríes de mi problema, sino que me ayudas con él. Ya es la segunda vez que evitas que diga palabrotas.
Al instante recordé la otra vez, en los Jardines de Sabatini, en esa ocasión la había acallado con un beso...
—Por cierto —interrumpió mis pensamientos—, lo que ha dicho Carlos... —la miré con desconcierto, no sabía a qué hacía referencia— Eso de la cena... —aclaró—, sólo fue una vez. El año pasado, antes de irme.
—Via, no tienes que darme ninguna explicación —dije con todo convencimiento.
—No, ya lo sé, pero te quería aclarar que entre él y yo no hay nada —se sonrojó—. No soy boba, sé que... le gusto. Lo ha dejado bastante claro, pero es un ca...caramelo de menta; a la vista está de cómo se ha portado hace un segundo.
—Tranquila —dije sentándome otra vez en las incómodas sillas— tú no tienes la culpa.
—¿Te sientas? —preguntó abriendo mucho los ojos.
—El mamut-caramelo-de-menta ha dicho que hasta la una no puedes entrar, faltan casi de dos horas... —expliqué, porque no iba a quedarme dos horas de pie.
Olivia rio de nuevo.
—¡Ah, no! Ni caso... Ahora iré para allá; en grandes dependientes como es el caso, la normativa se flexibiliza y él lo sabe de sobras, solo estaba tratando de marcar. No hace falta que te quedes, tienes que ir a Montejo... bastante te he entretenido ya.
Y entonces el corazón se me dividió. ¿Me marchaba a Montejo a cumplir el encargo y a ver a mi amigo o me quedaba con Olivia por si las cosas se ponían peor y me necesitaba?
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