Capítulo 11: Un favor
Dudé unos segundos antes de abrir el mensaje. Si hubiese sido algo urgente me hubiera llamado, así que seguro que podía esperar hasta mañana, pero era Rita...
Lo abrí y leí:
"Ey! Perdona las horas, quizás estás liado... No es urgente, de verdad. Pero necesito pedirte un favor... Verás es que a Leo se le ha roto el móvil y me ha pedido que le compre uno nuevo y se lo suba al pueblo. Ya lo tengo, pero mis padres se marchan mañana temprano a la playa y estaré días sin coche. Sé que no tengo mucho derecho a pedírtelo, pero no sé a quién más recurrir... ¿Podrías venir a buscarlo y subírselo? No hace falta que sea mañana, ni mucho menos; cuando a ti te venga bien, por supuesto... Gracias de antemano, ya me dirás algo."
Se me paralizó el corazón. Hacerle el favor a Lion, el apodo de Leo en el equipo, estaba fuera de toda cuestión; el problema era tener que ver a Rita... Desde que mi mejor amigo se había ido al pueblo de sus abuelos, había logrado poner la distancia necesaria entre Rian y yo para mi propio bienestar físico. El mental era otro cantar; estaba claro que quedaba muy lejos del equilibrio porque mi lado emocional seguía anclado a principios de año, cuando había conseguido acercarme, al fin, a la dueña de mis desvelos y mis fantasías más íntimas.
Esa noche de enero, mis sueños habían empezado a hacerse realidad, para aniquilarse en muy poco tiempo, apenas tres meses después.
Y ahora me tocaba lidiar con un olvido que parecía que me era esquivo, a pesar de haber visto, incluso antes de que ella misma se diera cuenta, que Rita estaba perdidamente enamorada de su mejor amiga y que nunca iba a estarlo de mí.
Lo tenía más que claro y me alegraba mucho saber que Norma la correspondía y que ahora estaban felices juntas. Pero no podía evitar que me doliese.
Y temía que al encontrarla, más si cabe sin Leo, me desestabilizara por completo.
Miré el reloj, eran las doce y media pasadas, era tarde, pero estaba en línea y haciendo de tripas corazón, le contesté:
"Hola Rian! ¿Qué ha hecho el loco de tu hermano para romper el móvil? ¡Ay madre! Mañana estaré libre a partir de las cuatro, cuando mi padre vuelva del trabajo. ¿Te va bien?"
"Muchas gracias!!! Sí, perfecto a las cuatro está genial. Y ya te lo contará él con detalle, pero creo que se le despeñó por un barranco...*iconos de risas* 😂😂😂"
Más iconos de risas por mi parte y después cerramos el chat.
Con una sonrisa, pensando en cuan de estrambótica sería la aventura que Lion me iba a contar, me puse a dormir. Porque era un chico encantador pero muy activo, que no soportaba estar demasiado tiempo parado, y en el pueblo de sus abuelos las opciones de ocio eran más bien... limitadas.
Al día siguiente, cuando mi padre llegó de su oficina, me marché directo a casa de los Andina y con el alma en vilo, llamé al timbre.
Una Rita descalza, vestida con unos tejanos pesqueros de talle alto y un top asimétrico verde, su color favorito, me abrió la puerta con una media sonrisa que se amplió al verme. Llevaba su larga melena oscura recogida en un moño desigual del que sobresalían dos lápices y un bolígrafo. Se me secó la boca.
—¡Mini! Gracias por venir —saludó con alegría y me abrazó brevemente.
Le devolví el abrazo y sonreí, no sabía muy bien qué contestar... estaba impactado. Me había hecho la idea de encontrarla más formal, como en las últimas ocasiones que habíamos coincidido, pero verla así, tan natural... me había trastocado por dentro.
Se apartó del dintel y entramos en ese piso que yo conocía tan bien, aunque me quedé plantado en el recibidor.
—¡Vamos! —me instó con un gesto de brazo —. Tengo la caja en el comedor, te la pongo en una bolsa y listo. ¿Quieres tomar algo?
—N...no, no hace falta, gracias —contesté un poco dubitativo y sin seguirla. La verdad, no me sentía capaz de saludar a Norma como si tal cosa. No tenía nada en su contra, pero bastante me estaba costando mantener la pose de indiferencia y controlar que todo siguiera en orden debajo de mis pantalones.
Rita se giró al ver que no la seguía.
—Tranquilo, no está —me aclaró, leyéndome el pensamiento—. Hace unas semanas que por las tardes se ve a escondidas con su padre, mientras María revisa un hotel en el que están trabajando.
Asentí y la seguí, aunque no sabía si saberla a solas me tranquilizaba o todo lo contrario.
—¿Como lo lleva? —Desviar la atención me pareció buena táctica.
—Bueno... con María las cosas simplemente no están. Y Félix está muy arrepentido de su comportamiento, pero no quiere perder a ninguna de las dos. Norma ha aceptado sus disculpas y el trato de verse de forma clandestina.
—Me alegra que esté haciendo las paces con su padre, seguro que también termináis limando asperezas con María.
—Norma no quiere ni oír hablar del tema. Necesita tiempo para perdonarle todas las atrocidades que nos dijo, lo sé. Aunque sinceramente, Héctor, igual es mejor que no lo haga, porque María sentía todos y cada uno de los improperios que soltó.
Asentí, recordando el día al que Rita hacía referencia, cuando todas las cartas se pusieron sobre la mesa. Yo ya sabía que las chicas estaban juntas, Rita me lo contó en seguida, a pesar de que nosotros ya habíamos roto; pero Norma no encontraba el modo de decírselo a Leo.
Le guardé el secreto a Rita, aunque no estaba de acuerdo con ello, porque supuse que tenía sus motivos. Y al "conocer a María" lo entendí.
Aunque Leo empezó a sospechar igualmente. No era idiota y notaba a Norma muy esquiva. Había alquilado una cabaña en una zona de montaña dónde iba de pequeño con su familia, pero las chicas no quisieron venir y eso le escoció.
Llegamos y nos instalamos pero después de dos días sin respuesta a sus mensajes, llamó a su hermana con idéntico resultado y empezó a mosquearse de manera importante.
Traté de calmarle, pero no me quiso escuchar, me obligó a coger el coche y volver a Madrid. Allí, fue directo a casa de Norma, dónde Félix nos dijo que creía que su hija estaba con nosotros en la playa. Luego fuimos a casa de los Andina y Esther, con tacto, miró de explicarle la situación, confirmándole que habían ido al apartamento de los Rendón. Le pidió que se lo tomara con calma, pero Leo es muy testarudo e impulsivo.
Así que, cuatro horas después, aparcábamos frente al complejo de viviendas. Cuando llegamos, a las chicas casi les da un infarto. Leo recordaba el apartamento porque había estado allí el verano anterior y entró matando. Yo me mantuve en un discreto segundo plano. Hasta que Norma le pidió a Rita que saliera a la terraza y entonces salí tras ella.
Vi como se aferraba a la barandilla, llorando, y yo me acerqué por detrás, abrazándola para consolarla.
Después, Rita entró a hablar con su hermano y Norma salió.
—Hola, Héctor, cielo. Gracias por venir. Leo ya me ha contado que te ha traído a rastras. —Saludó, dándome dos besos que devolví.
—¡Qué remedio! O le traía o se venía haciendo autostop, corriendo o que sé yo... alguna locura de las suyas.
—Siento mucho que te hayas visto envuelto en este follón por mi culpa. Me imagino que lo último que querrás, es ver a Ritz...
—Tranquila, estoy bien. A Leo y a mí se nos pasará la tontería —dije para quitarle hierro al asunto.
—Nos queréis, lo sabemos —dijo con un deje de tristeza—. Nosotras también a vosotros, pero...
—Es diferente, lo entiendo perfectamente, Norma, y además los cuadros... —no hacía falta decir nada más.
Ese sí había sido el mayor impacto de mi vida. Ver todos esos dibujos y pinturas de Rita desnuda desde los ojos de Norma: relajada, divertida, tímida, extravagante... Norma tenía un talento increíble con los pinceles y su amor por Rita era tan puro que traspasaba al óleo.
Norma rio.
—Lo dicen todo, ¿verdad? La amo, Héctor.
—Reconozco los síntomas... padezco el mismo mal —bromeé.
Ambos empezamos a reír a carcajadas y entonces la madre de Norma asomó por la cristalera que conectaba al salón, con los ojos en llamas:
—Norma Rendón Villajáuregui, ven aquí que te he visto desde la calle.
La mirada de furia y hiel que le dedicó a su hija y luego a Rita, no auguraban nada bueno; de la misma forma que la que me dedicó a mí, y que nada tenía que ver con mi altura o con las risas que estaba compartiendo con su hija.
Para mi desgracia, he tenido que verla lo suficiente como para reconocer cuando a alguien le «molesta» mi color de piel.
La escena que vino a continuación la viví de nuevo en segundo plano; al preveer que todo aquello iba a "explotar", me afané en recoger todas las cosas que pude de las chicas y en sacar a Leo de allí. Nosotros sobrábamos.
—Mini, tío... pero no las podemos dejar solas.
—Lion, no las dejamos solas, macho, vamos a estar dónde ahora nos necesitan. Carguemos el coche y las esperamos allí.
—Pero ellas han venido en su coche.
—Joder, macho... ¿Van a estar para conducir después de enfrentarse a semejante...persona?
—Cojones, es verdad... —Asintió cabizbajo y entendiendo, al fin, mis intenciones; luego más ancho que largo, me soltó—: De "buena" suegra, me he librado... —y se puso a reír como un tonto.
—Mira que eres capullo —le solté con camaradería.
—Y tú más —contestó entre risas y dándome un golpe suave en el hombro.
Mucho rato después, una Rita descompuesta en lágrimas y una Norma muy alterada, aparecían por la puerta de entrada del pequeño jardín que daba acceso a los apartamentos.
Se subieron a los asientos traseros y arranqué. Iniciamos el viaje en silencio, algo incómodos al principio, pero poco a poco el ambiente se fue relajando, porque tampoco hacía tanto de aquellos fines de semana en los que salíamos como dos parejas sin más; y la amistad que nos unía, prevaleció por encima de lo demás.
Al entrar en el salón-comedor precedido por Rita, mis recuerdos se esfumaron al ver colgado encima del sofá un enorme cuadro que llamaba poderosamente la atención.
—¡Vaya! —exclamé maravillado. La imagen que proyectaba el lienzo era la cara de Rita por un lado y la de Leo por el otro en una fusión perfecta, que Norma había sabido plasmar utilizando los rasgos que ambos hermanos tenían en común.
Rita colocó la caja del nuevo terminal telefónico dentro de una bolsa y me la tendió, mientras me decía:
—Sí, es impresionante. Mi madre está enamorada de esta pieza. El curso con Venerotti, el retratista italiano, está dando sus frutos. Y como aquel dichoso día en la playa perdió tantas obras... ha trabajado duro para ponerse al día.
—Sí... sigo lamentando mucho no haber podido sacar los cuadros... —me dolió mucho no haber pensado en cogerlos. Norma perdió horas de trabajo y algunas piezas eran realmente preciosas...
—Héctor, no fue culpa tuya... Bastante hiciste.
Me encogí de hombros, otro episodio lamentable en mi vida...
—¡Ey! —soltó con dulzura, acercándose a mí —. Deja ya de cargar con la culpa del mundo, hombretón, o no llegas vivo a los veinte —dijo bajando la.voz casi hasta el susurro.
Estábamos muy cerca, demasiado; el aire, que sólo me olía a coco, se espesó de repente y casi me asfixiaba. Ella tenía la cara levantada hacia la mía y me perdí en sus ojos pardos; esos que conocía tan bien y que ahora me miraban con una mezcla de compasión y... ¿lujuria?
Cerré los ojos, incapaz de aguantarle la mirada por más tiempo, y respiré profusamente al sentir como sus dedos se posaban en las manchas de nacimiento que tengo en el cuello, acercándose peligrosamente a mis labios.
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