Capítulo 10: Ladrona de besos
De nuevo estábamos delante de la cancela blanca de su casa. Olivia bajó de la moto con la agilidad habitual y se quitó el casco con presteza. Yo hice lo mismo, aunque con cierta torpeza, porque los nervios me estaban comiendo por dentro. Tras mi osadía al besarla, no habíamos intercambiado ni una palabra, y tampoco ninguna mirada.
No sabía si eso era algo bueno o malo, y aunque ella me había devuelto el beso sin ningún reparo, seguía temiendo haberla molestado o haberme pasado de la raya. Me enfrenté a sus ojos, con el estómago atenazado, cuando hizo el ademán de devolverme el casco y nuestras manos se tocaron.
Olivia sonreía tranquila y yo empecé a respirar de nuevo.
-Gracias por traerme -me agradeció mientras yo hacía un gesto para restarle importancia-. ¿Nos vemos el jueves que viene? -Preguntó con toda naturalidad, decidida, como era ella.
Sentí una alegría inmensa al saber que todo estaba bien y que tenía ganas de volver a verme; me había temido lo peor y Olivia me caía muy bien, la empezaba a considerar una buena amiga y me hubiese dolido tener que dejar de saber de ella, por un desliz...
Asentí antes de que se pensara que era gilipollas del todo:
-Sí... sí, perfecto. -Balbuceé.
Ella empezó a marcharse y yo estiré la mano para retenerla a mi lado.
-Siento lo de antes, Oliv...
No pude continuar porque su boca estaba besando la mía con una dulzura infinita, como si temiera hacerme daño, pero imprimiendo sus labios contra los míos sin titubeos. Todavía estaba asimilando la placentera caricia cuando ella se separó, dejándome vacío y aturdido.
-Yo también sé robar besos, morenazo-susurró con una sonrisa pícara y luego mientras se alejaba, alzó la voz -: El jueves en el polideportivo a las seis. ¡Ciao!
Y de nuevo, se desvaneció de mi vista. Dejándome con los labios hormigueantes después de su breve contacto, el gusto de su boca en la mía y una sonrisa idiota partiéndome la cara.
Regresé a Madrid sintiendo, otra vez, la ausencia de sus brazos y de su cuerpo pegado a mí. Se había ido el sol y el tráfico nocturno dibujaba abstractas serpientes de luz a las que debía prestar mucha atención, pero me estaba siendo complicado hacerlo.
La cabeza no paraba de darme vueltas. Cuando estaba con Olivia, Rita desaparecía por completo de mis pensamientos, pero era dejarla y estos llegaban con fuerza. Haciéndome sentir culpable, como si estuviera traicionando a la morena de alguna forma.
Llegué a casa, más de una hora después, con la mente embotada. Había tardado mucho más de lo esperado y me encontré el piso casi a oscuras, en completo silencio. Mis hermanos ya dormían. Entré en el salón despacio, de dónde salía una tenue luz.
-Hola, hijo. ¿Todo bien? -Me saludó mi padre al verme, cerrando su libro, poniéndose de pie y alzándose de puntillas para abrazarme.
-Sí, había un poco de tráfico y he preferido venir con calma -contesté, mientras le devolvía el abrazo y nos sentábamos cada uno en su esquina del sofá.
-Claro que sí, no hay ninguna prisa. -Me dijo con su voz pausada, mientras volvía a abrir el libro que estaba leyendo -. Si quieres, hay cena en la cocina.
-Baye -llamé suave, ignorando lo de la comida-, yaye ya hace tres años que se fue... -dije con cautela.
Mi padre cerró de nuevo el libro y lo posó sobre la mesita que tenía al lado, con lentitud.
-Sí... -contestó un poco lacónicamente y mirándome sin entender a dónde quería ir a parar.
-¿No has pensado nunca en tener otra pareja?
Mi padre me miró con calma, sus ojos de un verde oscuro brillaron y entre la barba se le dibujó una pequeña sonrisa, antes de hablar.
-Héctor... Ndoumbe fue y es el amor de mi vida, aunque ya no esté con nosotros. Porqué sí que está... Está en vuestros ojos y en vuestro pelo, está en tu sonrisa, en ese gesto que hace Éric cuando no quiere que le interrumpan mientras escucha una canción, en la forma de enfadarse de Abel, en la voz de Ginger y también en cómo arruga la nariz Paolo... Está en todo lo que construimos ella y yo, en el recuerdo de nuestros casi veinte años juntos... Quizás cuando todos vosotros seáis mayores y, si aún no me habéis matado de un disgusto -bromeó-, me plantearé si quiero tener compañía otra vez o no, ahora no. No es el momento de pasar página; moye lolu [1]. Pero esta es mi historia, Mag [2], no la tuya. Además, tengo cincuenta y dos años, no diecinueve.
Había entendido perfectamente qué trataba de decirle. Adoraba esto de mi padre. Desde pequeño siempre sabía a qué me refería aunque estuviera dando un rodeo del quince, cómo había sido el caso.
-Ya... -suspiré.
-Mag -continuó -, el amor es un sentimiento intrincado, que se entiende mejor con el paso del tiempo y que tiene muchas caras... No dudo de lo que crees que Rita te hace sentir, pero si me aceptas el consejo, igual estás idealizando lo ocurrido. ¿Sabes aquello de que los árboles no te dejan ver el bosque, verdad?
Asentí. La teoría la tenía muy clara. Además quería ser amigo de Rita, de verdad. Solo amigo, cómo le había prometido varias veces. Pero me era imposible. Pensaba en ella y se me encendía el cuerpo y la mente, el corazón me latía desbocado y sentía que me elevaba del suelo.
-Algo parecido me dijo Esther una vez... -corroboré.
Mi padre dibujó una sonrisa amplia al nombrar a su mejor amiga.
-Sí, Esther es maravillosa. Siempre lo ha sido. Me lleva aguantando cuarenta años -rio hondamente.
Lo sabía. Se querían mucho. Cuando mi madre murió, vino muchas tardes a tratar de sacar a mi padre del pozo dónde estaba metido. Siempre he querido pensar que ella le ayudó a recordar lo que yo no podía: que nosotros cinco le necesitábamos más que nunca.
Y sabía que Esther, había sido la única que le había apoyado cuando decidió dejar su vida acomodada e irse de cooperante a Senegal. Y que ese fue el motivo por el que había dejado de hablarse con sus padres, que habían fallecido unos años atrás sin llegar a conocernos ni a mi madre ni a ninguno de nosotros cinco.
Me levanté del sofá, dándole las buenas noches a mi padre porque hablar de Esther me hacía pensar más en Rita y me fui a la cocina. No tenía ni un ápice de hambre, pero me hice un pequeño sándwich de jamón de pavo y me llené un vaso de zumo de naranja con zanahoria para mirar de distraerme. Aunque lo terminé engullendo de pie y sin quitarme a la morena de la cabeza. Me lavé los dientes y me fui a la cama.
Nada más tumbarme, el recuerdo de su voz resonó por todo mi ser y sus ojos pardos, enturbiados por el placer que yo era capaz de provocarle, me llenaron de lujuria. Una lascivia insana, que no conducía a ninguna parte, pero a la que mi cuerpo respondía con total entrega.
El pulso me latía exageradamente en una erección de campeonato, que no hice nada por contener. Al contrario, cegado por esos recuerdos, di rienda suelta a mis fantasías.
Su risa, sus gestos, la cara de concentración cuando leía, las cosquillas que tenía en el cuello, lo mucho que le sorprendía cómo le desabrochaba el sujetador con una mano y que escondía ese monumental par de pechos... ese olor a coco que siempre desprendía su pelo y su piel... ese fue el que me inundó las fosas nasales como si la tuviera aún a mi lado. Porqué ahí es donde yo la deseaba.
La veía. Veía su piel blanca, su largo y sedoso pelo castaño, sus sinuosas curvas, sus piernas abrazándome la cintura, su boca de finos y rosáceos labios entreabiertos emitiendo jadeos comedidos al ritmo que yo imponía, sus ojos cerrados mientras llegaba al borde del placer... Aumenté el ritmo de mis sacudidas, imaginándome que Rita estaba debajo de mí, extasiada de goce a la vez que yo alcanzaba el punto de no retorno y justo en ese instante, en el primer mordisco del placer, al buscar sus anhelados ojos pardos me di cuenta de que eran, en realidad, dos faros de plata que me miraban divertidos, enmarcados por una melenita corta, con flequillo, de color cobrizo, mientras una sensual lengua se relamía esos labios llenos y rojos, con una sonrisa pícara y me liberé con una sacudida convulsa, porque ya no podía, ni quería, parar.
Confuso y aturdido fui recuperando poco a poco la respiración, en la oscuridad de mi habitación. Preguntándome si Olivia sería lo que yo necesitaba en mi vida para poder relegar definitivamente a Rita de mi corazón.
Porque el beso que la taheña me había robado unas horas atrás, había sido el más dulce de mi vida y caí en la cuenta de que seguía grabado en mis labios... y empecé a pensar que, si siempre iban a ser así, quería que fuera la ladrona de todos mis besos.
Suspirando, más tranquilo, recordé que al día siguiente aún era viernes y que tenía que levantarme temprano así que cogí el móvil para ponerme el despertador y entonces vi que tenía un mensaje de Rita.
[1] Expresión que significa «así es».
[2] Literalmente significa «mayor», pero también se usa para definir al "hermano mayor". En este caso es el apodo que Héctor tiene en casa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top