Besos en guerra

Hay un momento en la vida en la que perdemos todo atisbo de inocencia, y quizá también la fe en el ser humano. Cuando eso ocurre solo tienes dos caminos, o te unes a los que destruyen o te niegas a perder tu luz. Earth eligió preservar su luz, esconderla en lo más hondo de su ser, para que nadie pudiese alcanzarla. Y Santa justamente lo contrario, destruir a todos aquellos que amenazaban a los que amaba.

Dos seres perdidos en la misma guerra, sobreviviendo cada día con la fuerza que les queda, intentando mantener a flote su cabeza para no abrazar la oscuridad que se cierne sobre ellos.

La vida de Earth siempre estuvo rodeada de amor, lindas palabras y comprensión. Hasta que la destrucción llamó a su puerta. Casi sin darse cuenta se acostumbró a esconderse, a asimilar la muerte como algo cotidiano, y no confiar en nadie como única manera de sobrevivir.

Santa desde muy pequeño aprendió a priorizar su bienestar, a no desarrollar sentimientos hacia las personas de su vida. Nadie se quedaba lo suficiente como para llegar a conocerlo, así que él simplemente existía. No fue hasta que decidió enrolarse en el ejército, que se dio cuenta de que él podía cambiar las cosas, podía ser esa persona que marcase el camino. Sus compañeros se convirtieron en su familia, una familia que se estaba escapando de su vida poco a poco. En la última batalla que libraron perdió a dos personas de su batallón, por mucho que pasara, por mucho que intentara acostumbrarse, siempre le dolía la pérdida como si le arrancaran parte de su alma, una parte de su corazón. Y así pedazo a pedazo ha ido perdiendo todo atisbo de humanidad, hasta que el destino quiso que su camino se cruzara con el de un chico despierto, sagaz y con aura radiante a pesar de vivir en el infierno.

Su batallón acampa a las afueras de una ciudad en ruinas. Tienen órdenes de sacar a la población civil lo antes posible, porque se espera un ataque aéreo inminente. La noche ha sido dura y todos están al borde de sus fuerzas. Santa les ordena descansar durante una hora y después proseguir hasta el centro de la ciudad. No esperan encontrar mucha gente, ya que prácticamente todos los edificios habían quedado arrasados hasta sus cimientos. Pero se topan con una sorpresa nada agradable. Familias enteras los miran con desconfianza desde las ruinas de sus viviendas, algunos con niños pequeños. Santa no quiere pararse a sufrir por ellos, no puede, no, si quiere ayudarles. Le indica al intérprete que les informe de la situación y los envíe al campo de refugiados donde podrán comer y descansar.

Prácticamente es de noche cuando llegan hasta las últimas viviendas del pueblo. Éstas han sufrido algo menos los daños de la destrucción que arrasó el centro. Santa se separa de su grupo adentrándose en el bosque hasta una cabaña un poco más alejada. Con su arma en mano y sus sentidos alerta inspecciona la zona. Cuando entra en la casa una sombra a su izquierda llama su atención y apunta con su arma en esa dirección.

—¡Alto, fuerzas armadas! — grita para poner en alarma a su atacante.

—No te muevas y no te dispararé— le dice alguien desde el fondo de la estancia.

Santa se adelanta un poco y la cara más preciosa que ha visto en su vida le saluda desde la penumbra. El chico tiene unos ojos marrones cálidos y unos labios generosos. La pistola que carga en su mano no le quita ni un ápice de la luz que emana de él. Su mano tiembla, Santa puede ver que nunca ha disparado a nadie, y por eso baja su propia arma.

—No voy a hacerte daño, soy un capitán de las fuerzas armadas, estoy aquí para ponerte a salvo— le explica con su voz más tranquila.

El chico lo mira con desconfianza, y no baja el arma, al contrario, se aferra más a ella. Santa avanza poco a poco, pasito a pasito para no asustar al pequeño chico, pero él levanta la pistola afianzando su agarre.

—Me llamo Santa — le dice elevando sus manos en señal de paz— ¿Y tú?

—Yo... soy Earth. Por favor no te acerques más, no quiero hacerte daño, pero lo haré si no tengo otra opción— le dice el chico, pero su voz suena temblorosa.

—Esta zona no es segura, pronto habrá un ataque aéreo, tenemos que irnos— le explica el capitán sin moverse.

—Esta es mi casa, no tengo donde ir— le dice Earth empezando a llorar sin remedio.

—¿Estás solo? ¿Dónde está tu familia? — le pregunta el militar.

—Mi familia ya no existe, murieron en el último bombardeo, solo quedo yo— le responde el chico.

—A unos kilómetros hacia el sur hay un campamento de refugiados, te llevaré conmigo hasta allí. Podrás comer y asearte. Podrás dormir sin miedo, te lo prometo— le dice Santa tendiéndole la mano.

Earth lo mira con temor, está intentando saber si puede confiar en un desconocido. Hasta ahora solo ha conocido los golpes, los ataques y la muerte de parte de esos que decían querer ayudarlo.

—Earth, sé que es difícil confiar en alguien en estos momentos. Pero te voy a enseñar una foto, la tengo en mi bolsillo trasero, no dispares ¿vale? — le dice con una sonrisa tranquilizadora.

Santa mete su mano en la parte de atrás de sus pantalones de camuflaje y saca una foto algo desvaída y rota por el uso. En ella puede verse a una versión más joven de sí mismo y a un niño de sonrisa radiante.

—Este es mi hermano pequeño, es lo único que tengo en el mundo. Él siempre me dice que en realidad debo confiar en la gente, que en el fondo todo el mundo tiene una parte buena en su corazón. Él no conoce este mundo, Earth, es inocente y bueno, como tú. Puedo ver que no vas a dispararme, nunca le harías daño a alguien a propósito— le asegura el capitán.

—¿Cómo estás tan seguro? ¿Cómo sabes que no voy a levantarte la tapa de los sesos? — le pregunta el chico mirándolo directamente a los ojos.

—Puedo verlo en tus ojos, eres como mi hermano, a pesar de todo no has perdido esa luz— le dice Santa.

Earth baja el arma con cuidado y se adelanta hasta que está justo enfrente de los ojos de Santa. Los dos se miran en silencio durante un momento, cada uno intentando saber que siente el otro.

—¿Levantarme la tapa de los sesos? — le pregunta Santa con una sonrisa divertida.

—Lo vi en una película— le responde Earth algo avergonzado.

—Bueno, me he asustado un poco, si te sirve— le responde el militar.

Earth deja escapar algo parecido a una risa, pero tan cansada que a Santa se le para por un momento el corazón.

—Ahora iremos al campamento. Estamos llevando a tus vecinos, aquellos que todavía quedan en la ciudad, hasta allí también. ¿Quieres llevar alguna de tus cosas? — le pregunta Santa a un Earth cada vez más nervioso.

—Nunca he salido de este pueblo, tengo miedo— le dice.

—Yo estaré contigo en todo momento, no te preocupes. Coge algo de ropa y cosas de aseo, no te cargues mucho y sígueme— le pide el militar.

Earth obedece y pone en una mochila lo que cree que pueda necesitar en estos días. Realmente sabe que la posibilidad de no volver a esta casa es muy alta, pero prefiere soñar que algún día todo volverá a ser como antes.

El camino hasta el lugar donde se ha montado el campamento de refugiados es largo y pesado. Santa coloca a Earth en el transporte que él mismo va a conducir y tiene su mirada fijada en su cara todo el tiempo. Puede ver como el chico acoge a varios niños a su alrededor y deja que se apretujen junto a su cuerpo. A pesar de sentir un miedo atroz, se lo traga para poder calmar a los más jóvenes. Eso reafirma en Santa la sensación que ha tenido desde que lo sacó de su casa, Earth es un ser de luz, una extraña flor en medio del caos.

Después de varias agotadoras horas, por fin llegan a su destino. Earth ayuda a bajar a los niños y a las personas mayores. Santa les da indicaciones a todos y deja que los voluntarios organicen a los recién llegados.

—Earth, tengo que reportarme a mis superiores y terminar algo de trabajo. Te veré después en el comedor principal. No hables con nadie desconocido y ten cuidado con tus cosas, no todos aquí son de fiar— le dice con un tono serio, quiere que entienda que debe tener cuidado.

—Pero... no quiero estar solo, yo... me dijiste que estarías conmigo— le reprocha Earth con sus lágrimas a punto de salir.

—Tengo que trabajar, pero no te perderé de vista. ¿Ves esas tiendas verdes detrás de las rejas? — le pregunta mientras Earth asiente — Pues allí es donde dormimos los militares, ten esta tarjeta, cuando estés instalado dásela al guarda y pregunta por mí, ¿vale?

—Vale, gracias, no quiero ser una molestia para ti... pero no puedo confiar en nadie más— le dice respirando un poco más tranquilo, cosa que hace feliz al militar.

Por primera vez desde hace mucho tiempo, Santa desea que su trabajo termine. Quiere correr al comedor inmediatamente, pero un sargento de su batallón lo detiene con algo relacionado con el campo de refugiados. Es algo meramente administrativo, y aunque antes esas tareas lo distraían y él agradecía esa distracción, ahora solo lo ponía más ansioso. Decide entonces dejarle esa responsabilidad a otra persona y recorre a pie los pocos metros que le separan de la carpa que hace de comedor. Le han dicho que un chico pregunta por él, que lo espera en su mesa habitual. Al llegar a la puerta Santa se paraliza, respira e intenta que no se le note las ganas que tiene de ver a Earth.

Pero todo el esfuerzo que hace por parecer sereno, se desmorona en cuanto entra al comedor y Earth le regala la sonrisa más sincera que ha visto en su vida. Tiene que reunir toda la fuerza de voluntad que posee, para no correr a su lado.

—Hola Santa, te he esperado aquí como me dijiste. He cogido la cena para los dos, espero que no te moleste— le dice con algo de timidez, es la primera vez que siente la necesidad de hacer feliz a alguien.

—Hola, gracias por tomarte tantas molestias, por favor siéntate y comamos— le pide con suavidad.

La cena se termina antes de lo esperado para Santa, quiere inventarse algo para mantener al dulce chico a su lado un poco más. Pero no es necesario cuando Earth le pide que le enseñe el campo y cómo puede colaborar el tiempo que esté ahí.

Santa sonríe y le dice que lo siga fuera. Le enseña con tranquilidad donde está el comedor de los refugiados, el consultorio médico, las letrinas y las duchas. En este sitio el orden es primordial y respetar las normas establecidas ayuda a minimizar los roces y enfrentamientos.

—¿Dónde te han colocado? — le pregunta Santa.

—En la tienda nueve. La comparto con gente de mi ciudad, así que creo que estaré bien. Los niños enseguida han movido sus camas para estar conmigo, son muy amables— le responde Earth con una sonrisa.

—Me alegro de que estés a gusto. Yo estaré siempre por aquí, y si no, en la parte militar puedes preguntar por mí. En cuanto a ayudar, puedes informarte en administración, siempre están faltos de manos. ¿Qué se te da bien? ¿Qué hacías antes de la guerra? — le pregunta con curiosidad, ha descubierto que quiere saberlo todo de él.

—Era enfermero, mi familia es de un clan minoritario en mi ciudad, por eso no tengo mucho roce con mis vecinos. Realmente piensan que soy inferior a ellos, pero en este contexto en el que nos encontramos han pensado que no pueden rechazarme de plano— le cuenta con un nudo en la garganta, quizá Santa también crea que es una persona poco válida.

—Ya veo, enfermero entonces. Habla mañana con la doctora Parrish, es una excelente persona, creo que le serás de mucha ayuda— le explica Santa.

—Lo haré, muchas gracias por ayudarme— le dice el chico.

Siguen paseando y Santa le cuenta cómo ha sido su vida hasta ahora, como se hizo militar y la satisfacción que siente por el fruto de su trabajo.

Están llegando a la tienda de Earth cuando unos misiles surcan el aire y se estrellan con violencia unos cuantos kilómetros más allá de su lugar. Earth se encoge sobre sí mismo y ahoga un grito de terror. Los bombardeos son algo a lo que nunca va a acostumbrarse, el ruido y la vibración que siente hasta en los dedos de los pies, lo dejan paralizado durante un buen rato.

Santa se agacha sobre el cuerpo menudo de Earth y lo rodea con sus brazos. El pobre chico tembloroso se aferra a su uniforme como a una tabla en medio del mar. Santa le susurra palabras de consuelo e intenta que respire con tranquilidad.

—Es el ataque que esperábamos, aquí estamos a salvo, no te preocupes, no dejaré que nadie te haga daño— le promete, nunca ha hecho una promesa de este tipo, no se ha atrevido nunca a responsabilizarse de otra persona de esta manera.

Así se quedan un rato, hasta que los misiles dejan de caer y Earth vuelve a respirar con normalidad.

—Es tarde, será mejor que entres y descanses un rato, ha sido un día muy duro— le dice Santa.

—Muchas gracias, de verdad, te debo la vida y espero algún día devolverte todo lo que haces por mí— le contesta Earth y después sin pensarlo mucho, le deja un suave beso en la mejilla.

Santa se toca la cara allí donde todavía siente los labios del chico, y así se queda un buen rato, pasmado mirándolo entrar en su tienda.

En los días siguientes Earth empieza a trabajar en el consultorio médico y poco a poco va recuperando la sonrisa y la vitalidad perdida. Es una persona entregada y empática, todos en el campamento lo respetan. Las noches que pueden las pasan hablando, recostados sobre una manta en el campo trasero de la caseta de Santa. El tiempo aún es cálido y cada segundo compartido es un lujo que gozan con fruición.

Pero esa parca felicidad de la que disfrutan se ve empañada por una nueva misión que le es encargada al equipo de Santa. Estarán al menos dos semanas de maniobras en el exterior del campamento. Cuando Earth se entera corre a la zona militar sin demora. Ya nadie le impide el paso, saben quién es y aunque ellos no han formalizado su relación, para todos, el enfermero y el capitán son inseparables.

—Santa, ¿por qué no me has dicho que te vas mañana? ¿Pensabas irte sin decirme nada? — le reprocha con el enfado agarrado a sus entrañas.

—Claro que no, ahora mismo iba a buscarte— le contesta con el semblante serio el capitán.

—Voy a ofrecerme voluntario para ir con ustedes, con el destacamento médico— le suelta de repente, sin pensarlo.

—No te atrevas, no estás preparado para eso — le dice el capitán agarrándolo por los brazos.

—¡No me digas lo que puedo hacer! — le dice Earth apartándose de él.

—Earth, esta misión es peligrosa, aquí haces más falta, por favor — le pide más calmado el militar.

—Si es peligrosa para mí, también lo es para ti— le replica.

—Yo soy un militar entrenado, he hecho esto durante años. No me pasará nada, volveré en dos semanas sano y salvo— le asegura Santa.

—Dos semanas es mucho tiempo, júrame que tendrás cuidado y que no te arriesgarás de más— le pide Earth dándose por vencido, en el fondo sabe que no puede dejar de hacer su trabajo.

—Lo prometo y ahora dame un abrazo— le pide el capitán.

Earth se adelanta y deja que Santa lo abrace con fuerza. Ha estado esperando que el militar dé el paso de besarlo, pero sigue siendo respetuoso respecto a eso. Entonces piensa que un mes es suficiente espera para él, Santa se irá y no quiere arrepentirse de no haberlo intentado. Así que, simplemente levanta su cara, se pone de puntillas y une sus labios con los del militar. Su corazón late desenfrenado, nunca ha estado enamorado y no sabe muy bien cómo seguir. Entonces Santa rodea su cintura con las manos y se sumerge en su boca profundamente. La lengua juguetona del militar se enreda con la de Earth, haciéndolo gemir. Es su primer beso, y es tan intenso y maravilloso que no puede dejar de pensar en que no hay nada en el mundo que se compare a este sentimiento.

—No te vayas por favor, ahora sí que no dejaré que me abandones— le pide Earth en un susurro.

—Ojalá pudiera quedarme, no hay nada que desee más en este mundo que estar contigo— le confiesa Santa.

—Entonces quédate conmigo esta noche— se atreve a pedirle el enfermero.

Santa se atraganta con la saliva y lo mira con ojos desorbitados. Earth se siente avergonzado de repente y decide dar media vuelta y salir de ese lugar como alma que lleva el diablo. El capitán lo detiene justo en la salida de la zona militar y le obliga a mirarlo a los ojos.

—Earth, no esperaba tener la suerte de que me ofrecieras tu compañía esta noche, pero no soy un santo, no pienso dejar pasar la oportunidad de dormir contigo— le dice mientras lo rodea con sus brazos y vuelve a besarlo con cariño.

Los silbidos y aplausos no se hacen esperar y Earth quiere que se lo trague la tierra. Entonces Santa los hace callar, mientras coge la mano del enfermero para guiarlo hasta la caseta que usa para dormir. En ese momento da las gracias a todos los dioses por tener un dormitorio individual, allí pueden tener la intimidad que necesitan.

El corazón de Earth empieza una carrera intensa, tanto que pareciera que quiere salirse de su pecho. En su vida ha estado tan seguro de su amor por alguien, pero no sabe nada de relaciones carnales, más allá de la educación sexual que estudió en la universidad. Tampoco se hace ilusiones en cuanto a la experiencia de Santa, sabe que no es su primera vez, pero sueña con que sea una especial para él también.

Una vez solos y aislados del terrorífico mundo que los rodea, Santa lo besa. Podría pasar la vida entera así, entre los brazos del capitán y con sus labios pegados a su piel.

—No esperaba encontrarte aquí. En realidad no esperaba encontrarte jamás. Pero no puedo seguir negando que te amo. Tengo tanto miedo que a veces me paraliza la sensación de que nada será igual después de ti. Eres puro, una persona maravillosa y llena de luz. Yo en cambio soy todo lo contrario, he aceptado este mundo tal cual es y me he mimetizado en su oscuridad, la he hecho mía. Pero al conocerte he querido ser luz, he querido ser alguien merecedor de tu amor— le explica el capitán con su frente pegada a la del pequeño enfermero.

—No hay ni un ápice de ti que no adore. No te ves de la manera en que yo lo hago, y no quiero que cambies en absoluto, te amo a ti, tal y como eres— le responde Earth.

Entonces, dicho todo lo que se tenía que decir, Santa comienza a desvestir a su pequeño novio con cuidado. No deja que sus ojos se aparten en ningún momento, captando cada pequeño detalle de la reacción de Earth. Quiere que sea un momento sublime, que el recuerdo de los besos en su piel sea una impronta del amor que le profesa. La vida es algo tan frágil, y el capitán lo sabe tan bien, por eso es el aquí y ahora lo que de verdad importa.

Los besos se vuelven salvajes, Santa intentando controlarse y Earth intentando respirar. Todo es sensual y arrebatador. El cuerpo frágil y suave del enfermero se ve etéreo a la luz de la luna, que se filtra por la tela de la caseta, en contraste con los músculos trabajados y duros del militar entrenado.

Santa saborea su cuello, su pecho perfecto y se acomoda entre las piernas abiertas de su amante. Los gemidos rotos de Earth encienden la pasión dentro de Santa como una cerilla cerca de un tanque de gasolina. Todo es calor y cariño, susurros y besos entre ellos. Fuera existe un mundo en constante guerra, uno que no tiene piedad ni remordimientos, pero aquí dentro solo existen ellos dos. Su amor se respira en el aire, y cuando Santa entra en el cuerpo dispuesto de Earth, un grito de puro placer resuena en la noche. Ni siquiera intenta acallar los sonidos rotos que salen de su boca, quiere que su amado sepa lo que le hace sentir. Earth le pide que no pare, que por favor deje una huella indeleble en él, necesita algo a lo que aferrarse antes de su partida. Santa sigue haciéndole el amor con fuerza, sus dedos clavados en sus caderas, sus dientes marcando su cuello y sus palabras alojándose en su corazón. Y cuando el orgasmo más fuerte de su vida arrasa con Earth, solo puede gemir en consecuencia, boqueando por aire porque sus pulmones se han vaciado de él. Segundos después Santa lo llama entre susurros, como una oración y deja que su placer lo arrastre hasta el cielo. Nada más es dicho esa noche, se han entregado el uno al otro sin prisa, sin artificios, con toda la sinceridad del mundo.

A la mañana siguiente Santa se despide de su amado prometiéndole volver pronto. Dos semanas y podrán organizar sus nuevas vidas. Santa le ha pedido que vaya con él a su país cuando acabe su misión, y Earth no ha dudado un segundo en decir que sí.

Todos los días después de ése, el pequeño enfermero se centra en tratar a los pacientes. Cada noche se tumba bajo las estrellas y se consuela pensando en que ese cielo es el mismo que ve Santa, donde quiera que esté. Le cuenta a la luna cuanto lo echa de menos, que solo piensa en los días que quedan para volver a verlo. A veces se encuentra preguntándose cómo será su vida a partir de ahora. Una promesa de amor, una que nunca pretendió que le hiciera, pero con la que sintió que de verdad estaba con la persona correcta.

Hasta que llega el día, Earth se levanta temprano, prepara su café favorito y lo guarda con celo. Los militares hablan por el campamento, por lo visto el destacamento debería llegar de un momento a otro, pero no es así. Earth espera en la entrada del complejo a que su amor vuelva, sin embargo pasan las horas y nada pasa. Pregunta a los encargados del campo militar, pero ninguno quiere decirle nada. Sabe que le ocultan algo, y cada hora que pasa es una tortura, en su cabeza se han desatado mil ideas, ninguna es bonita.

Entonces al anochecer aparecen, el batallón de Santa llega al campamento, malheridos. El servicio médico se pone en marcha, ayudan a los heridos y se encargan de llevarlos al hospital militar. Earth corre entre el caos, pregunta por Santa pero nadie le dice nada, hasta que encuentra al hombre que es el segundo al mando en el destacamento.

—¿Dónde está tu capitán? — le pregunta seriamente.

—Earth, lo siento mucho... lo perdimos esta mañana— le dice el sargento con los ojos rojos de tanto llorar.

—No... él me prometió que volvería— le dice el enfermero negando con la cabeza.

—Nos tendieron una emboscada y escapamos de puro milagro, él se quedó atrás ayudando a los heridos, entonces lo perdí de vista. No sé dónde está, ni siquiera pudimos volver a por los cuerpos— le cuenta un sargento totalmente derrotado y en shock.

Earth corre desesperado hasta las oficinas del general del campo. Sin llamar entra en tropel en el despacho del jefe de Santa.

— ¡Hay que ir a buscarlo!¡Santa no ha vuelto, puede estar herido o ha sido capturado, tenemos que encontrarlo, por favor! — les grita a unos aturdidos mandos.

—Salga de aquí ahora mismo, no está permitido a los civiles entrar aquí— le dice un hombre mayor con el pelo canoso.

—¡No me iré hasta saber que van a hacer para ayudar a Santa! — les espeta sin ningún pudor.

Entonces uno de los soldados, que conoce a Earth y Santa, lo saca del despacho.

—¡Déjame! — le grita desesperado.

—Ya están haciendo los planes para una búsqueda aérea, por favor, no hagas las cosas más difíciles. Ve a tu tienda y en cuanto sepa algo iré a buscarte—le dice el joven soldado.

Earth claudica, no le queda más remedio que esperar. Y esa espera le come por dentro, le trae recuerdos demasiado dolorosos. ¿Se puede morir alguien de tristeza? Porque Earth cree que no podrá sobrevivir a otra pérdida, que su pobre corazón se rendirá y dejará de latir.

La noche pasa lenta y dolorosamente. Nadie va a buscarlo esa noche y tampoco la siguiente. El soldado que le prometió mantenerlo informado se reporta a la tercera noche sin Santa. Y en cuanto lo ve sabe que su vida ha terminado. Los ojos rojos del chico que le trae la noticia, es más que suficiente evidencia para Earth.

—Han cancelado la búsqueda, le han dado por caído en combate oficialmente. Esta carta es para ti, Santa dio órdenes específicas para que la tuvieras en caso de que no volviera de la misión— le dice entregándole un sobre blanco con su nombre escrito en el reverso.

Earth está en piloto automático, le pasó cuando sus padres murieron y ahora el dolor que le atraviesa es incluso mayor. No sabía que podía dejar de existir, que no le importase nada de lo que ocurriera a su alrededor.

Earth se sienta en la cama y abre el sobre con cuidado. Dentro la apretada letra de su amor le pide perdón.

«Querido Earth:

Si estás leyendo esta carta significa que no he podido mantener mi promesa y por ello te pido perdón. No esperaba que a estas alturas llegaras a mi vida. Has llenado mis días de luz y amor y no sabes hasta qué punto te amo por ello. Quisiera decirte que no llores demasiado por mí, pero sé que yo no podría no hacerlo si fuese al revés. Por lo tanto, te pido que me llores, me odies y me grites hasta quedarte afónico y que después sigas con tu vida. En el sobre hay instrucciones de entregarte todo lo que poseo y mis superiores te ayudarán a llegar a mi país, donde podrás empezar una nueva vida.

Me alegra tanto poder ser yo el que te ayude a volver a empezar. No pierdas nunca esa sonrisa, esa vida que emana de ti como un manantial de agua fresca y por favor sé feliz, eso es lo único que deseo.

Te amo, por favor perdóname.

Tuyo, Santa»

Un grito desesperado rompe la quietud de la noche. Es el sonido de un corazón dejando de latir, de un alma que se sumerge en la oscuridad intentando encontrar a su amor perdido. Es la vida que se escapa a raudales por todos los poros de su piel. Y de esa manera permanece mucho tiempo, hasta que no le quedan fuerzas para llorar.

Después de esa noche Earth solo existe a medias. Trabaja hasta la extenuación. Los altos mandos cumplieron su palabra y prepararon toda la documentación para que pudiera salir del campo de refugiados. Pero el pequeño enfermero se niega a irse, algo en su interior le grita que espere. No está muy claro el qué, porque después de un mes todo sigue igual. Su corazón está vacío y su amor no ha regresado.

La doctora Parrish le aconseja que se marche, que no podrá empezar a sanar si se aferra a la idea de que Santa volverá algún día. Pero Earth sigue negándose en redondo.

Los días pasan todos iguales, hasta dos meses después de la desaparición del capitán. Ese día Earth se levantó con mucho cansancio, había decidido dos días atrás dejar el campamento. Esa misma tarde partiría para no volver. Dedicó la mañana a empacar las pocas pertenencias que tenía, y después se fue despidiendo de cada persona que había conocido y querido en ese lugar.

Entonces se escucha a lo lejos el barullo de la gente corriendo de un lado a otro. El enfermero piensa que hay un ataque y corre a la zona militar a averiguar qué está pasando. En cuanto llega a la puerta y la muchedumbre se retira para dejarlo pasar, su mente se nubla de repente. Santa está en la puerta, de pie, con un aspecto demacrado, pero vivo. Su corazón roto escoge ese preciso momento para volver a latir, diciéndole que él tenía razón, que siempre la tuvo cuando se mantuvo con vida porque Santa no se había ido.

¿Es esto un sueño? Se pregunta Earth y no se atreve a dar un paso, no quiere despertar en caso de que así sea. O a lo mejor está muriendo y este es su cielo particular. Piensa que al final ha sucumbido a la desesperación y se ha tomado las pastillas que llevan un mes en el bolsillo de su bata. Pero entonces la voz de su amor le llega alta y clara.

—Earth, he vuelto cariño, perdona por tardar tanto— le dice, es él y es real.

Santa apenas se mantiene de pie, ha recorrido mil infiernos para llegar hasta su amor, y pasaría por otros mil si con eso pudiese ver el calor y la vida que ahora mismo emanan de Earth.

—Santa... has cumplido tu promesa— el cuerpo del pequeño refugiado se sacude sin control mientras las lágrimas se llevan el dolor intenso de la pérdida.

Entonces ya nada importa, se abrazan con fuerza. Tienen miedo a separarse, porque ya no pueden vivir el uno sin el otro, tanto como que nadie puede vivir sin respirar.

A partir de aquí nadie escribirá su historia por ellos, a partir de ahora serán ellos contra el mundo, a pesar del mundo.

FIN

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