Capítulo ocho

Sentado del lado de la ventana, parecía notarse fuera, cómo el verano comenzaba a disolverse en tonos otoñales. A él le gustaban estos días sin sol a la vista ni calor que apenas toleraba, sólo dulces días fríos y nostalgia de un nuevo comienzo. Dejó de mirar a la gente abajo pasar a un lado de su escuela y acomodó su rostro para mirar hacia en frente, al pizarrón. Se encontraba en su último año de bachillerato, y se preguntó a sí mismo si algún día cambiará de la misma manera en que lo hacían las estaciones. Gradualmente. Por etapas, creciendo en algo sutilmente diferente cada vez. Porque el futuro parecía tan cercano pero tan distante, demasiado pesado para pensarlo detenidamente. O tal vez, se dijo después de sus momentos de reflexión que lo desconcentraban de la clase, nunca tendría la oportunidad: tal vez se quedará así para siempre.

Esteban miró a su alrededor notando que ciertos alumnos yacían aburridos mientras que otros murmuraban en los oídos de sus compañeros de asiento, luego clavó la vista al papel frente a él, varias preguntas en tinta negra impresa que no tenían ningún sentido y se cuestionó la razón de todo esto. Primera semana de clases y la maestra de Orientación había insistido en que los alumnos llenaran un cuestionario sobre sus planes futuros, específicamente para la Universidad. Francamente, no sabía lo que quería hacer después de todo eso. Jamás tuvo un interés despampanante en las cosas, no como Luis y su amor por el arte o Pablo y su talento innato para el fútbol. Aunque, si lo pensaba bien, de pequeño había tomado un par de clases de ballet, pero eso fue antes del incidente, así que no contaba. Si moverse con una prótesis era complicado, bailar lo sería el doble, por lo que admiraba totalmente a las personas que lo hacían como si nada.

Sin estar del todo decidido, comenzó a responder sin tomarse demasiado en serio las preguntas, hasta se inventaba una que otra para terminar más pronto el trabajo. Al menos hasta que llegó a una parte donde, por más simple y predecible que pareciera, lo dejó pensando por más tiempo del debido: ¿cómo te ves en diez años?

Oh. De nuevo, no sabía qué decir.

—Muy bien jóvenes, pasaré por sus hojas. El tiempo se ha terminado.

Rápidamente, Esteban salió de su trance y garabateó cualquier tontería y siguió de esa forma hasta el último momento, tan solo dejando al final dos preguntas sin responder. La clase continuó como se esperaba, con la profesora Inés revisando los trabajos mientras los alumnos hablaban entre ellos para pasar el rato. Él, por su parte, era medio amigo de unas chicas con las que habían compartido los años anteriores una que otra clase, Bianca y Zari, quienes eran pareja desde que tenía memoria.

—¿Qué me miras? —le preguntó a Zari, quien no había apartado la vista de su rostro por un buen rato.

—Estoy esperando a que te quemes espontáneamente.

—Lo que quiere decir —interrumpió Bianca, ojos grandes y risa nerviosa—, es que te ves medio ido, ¿todo bien?

Se encogió de hombros, ojeando sin querer al escritorio donde estaba la profesora de Orientación, se veía muy concentrada y seria.

—Nomás no quiero que la profe me llame para ver mis resultados del cuestionario.

—¿Por qué sigues respirando, Esteban? Pensé que dejé más que claro que quiero que te enciendas vivo.

Bianca ignoró a su tan adorable y, por supuesto, inocente novia.

—¿Por qué te llamaría? ¿No respondiste nada o qué?

—Más o menos —dijo, pellizcándose el uniforme del pantalón gris claro—, realmente nunca me he puesto a pensar qué quiero hacer después del bachillerato, y siento que las respuestas que escribí son un tanto ¿clichés? No sé cómo decirlo, siento que quedó muy obvia mi falta de ¿interés? ¿Preocupación por el futuro?

—Ah entiendo —comentó Bianca, moviendo su cabeza de arriba a abajo—, pero si aún falta mucho para que vayamos a la Universidad.

—No realmente —dijo Zari, parpadeando varias veces hacia Esteban—, ya van a empezar las convocatorias, y si no entras no tendrás oportunidad hasta el siguiente año, y para ese entonces muchos de aquí ya estarán en la Universidad estudiando sus respectivas carreras.

—Oh —comentó su novia—, en eso tienes razón.

Zari, por fin dejando de mirarlo buscando que se incinerara, le dedicó a Bianca una mirada rápida antes de clavar los ojos en su pupitre.

—Debes pensar desde ahora qué quieres hacer con tu vida —continuó diciendo ella, empezando repentinamente a guardar los útiles de su escritorio en su mochila rosa con calaveritas—. El tiempo va y no regresa, estamos en nuestro último año y solo te la has pasado raspando el semestre una y otra vez.

—Sabes que he estado ocupado.

En esas miró como cerraba el zipper de su mochila y la puso de nuevo en el suelo, para en ese momento observar con atención a Esteban, otra vez. No con intenciones diabólicas como antes, mucho menos con preocupación, sólo una mirada neutra bajo esas pestañas negras.

—¿Ocupado haciendo qué cosas?

Ese fue el instante en que la cara de Esteban decidió enrojecerse. Apretó los labios en la más fina de las líneas y sonrió nervioso, pasando una de sus manos por su cabello, encogiéndose de hombros en su asiento. Trató de actuar natural, sin dejar que la dichosa felicidad se reflejara en sus ojos y gestos. En otra situación les diría la verdad y nada más que la verdad, pero esta vez no, ese secreto no era completamente suyo al fin y al cabo. El verano llegó y se fue en un gozo de luz, pero su extraña y nueva relación con Pablo aún continuaba, aún allí en el más vertiginoso algo. Porque había algo entre ellos, algo demasiado significativo y preciado, e incluso entonces no podía ponerle un nombre. Por lo menos, todavía no.

Antes de que pudiera decir nada en absoluto, la clase terminó y se sintió relajarse. A las chicas les dijo alguna excusa aburrida sobre que estaba pensando en meterse a un club extracurricular y demás, cosa que pareció saciar la curiosidad de Bianca, pero no la de Zari, quien hizo una mueca que no pudo leer por completo. Él era de los últimos que quedaban en el salón, y con eso la maestra lo llamó. Así que se dirigió a su escritorio, balanceando su peso de un pie a otro en espera. Ella se tomó su tiempo, buscando en la pila de papeles su cuestionario y escaneando algo escrito por allí, luego dijo algo como "parece que no sabes lo que quieres hacer" y "no tienes motivación ni ambición". Cinco minutos después, Esteban salió de la clase con una hoja de papel que decía el salón, las fechas y el horario del club de Orientación y Carrera Extracurricular en una mano, y con un dulce de sandía en la otra.

Se dio la vuelta y avanzó por el pasillo de personas que iban en dirección contraria. Un centenar de cabezas, un empujón que casi lo hizo caer al piso resbaladizo y el olor a sudor y hormonas adolescentes que lo dejaban incómodo y algo mareado hasta que por fin pudo tomar aire. Había parado enfrente de las puertas de la cancha de deportes que yacían abiertas más por obligación que otra cosa. Y se pudo disque deleitar con la vista de varios alumnos en las esquinas con su celular o simplemente hablando, y de unos pocos que lograron conseguir una pelota del almacén y jugar basquetbol antes de que el profesor de deportes llegara. Buscó con la mirada a Pablo, y lo encontró del otro lado de la cancha, en el suelo. Llamó su nombre a la vez que se acercaba, aquel subió la mirada de su celular y lo saludó con la cabeza, él hizo lo mismo solo que con la mano que sostenía el papel. Cuando se sentó a su lado, se aseguró de no quedársele viendo por mucho tiempo. Esa era una de las desventajas de que el otro chico fuera tan lindo: a veces no podía mirarlo a los ojos, porque si lo hacía, querría besarle los labios.

—¿Qué te tomó tanto tiempo? La clase ya va a empezar.

Le mostró el papel y dejó que lo leyera, Pablo resopló una risa.

—Qué mala suerte tienes.

—Sigue riendo y el karma hará que seas el siguiente —Esteban observó como aquel rodaba sus ojos marrón, la más pequeña de las sonrisas posicionándose en sus labios, la cual ocasionó que su corazón brincara por el más breve de los momentos.

Era temprano en la tarde, el profesor no se veía por ningún lado. Luis estaba en otra clase, matemáticas, supuso vagamente, y Esteban estaba con Pablo, quien parecía no estar tan peinado, suaves rizos tapándole parte de los ojos y pestañas.

—Mira el lado bueno —dijo finalmente, tomando el dulce de la mano de Esteban sin pedir permiso y abriendo la envoltura, después de unos segundos comenzó a morderlo—, esos días tengo práctica de fútbol.

Sin querer y sin pensarlo demasiado realmente, era la segunda vez que Esteban se sonrojaba aquel día. Parecía que el club de Orientación no era tan malo después de todo, porque si lo pensaba bien, podrían caminar juntos al terminar sus respectivas actividades, contarse cómo fue su día y esas cosas. Incluso tomarse de la mano, cosa que no habían logrado del todo porque Esteban era cobarde para proponerlo y Pablo muy selectivo con eso de la intimidad.

Pasar tiempo el uno con el otro y el beso ocasional era suficiente para ambos, solo que a veces él deseaba un poquito más.

Pablo terminó de masticar el dulce cuando el profesor se dignó en aparecer, y al verlo en crisis por no saber dónde tirar la envoltura, Esteban dijo que lo podía guardar en su pantalón mientras veía a los demás hacer el ejercicio del día, pues al profesor se le ocurrió implementar —que novedad— un juego que no era accesible para él, un chico con una prótesis en la pierna. La clase fue tan aburrida como se esperaba, sentado en el suelo mientras la gente jugaba, supuso que debía estar acostumbrado a no ser incluido en cosas como esa, sobre todo en deportes, pues había muchas personas que no entendían cómo la gente como él navegaba en el mundo. El sonido de la penúltima campana del día hizo suspirar de alivio a los alumnos que estaban sufriendo por lo intenso que había sido la actividad del día, varios quejándose de lo adoloridos que quedaron, entre ellos, al parecer, el chico a su lado.

—Creo que me voy a desmayar —Pablo dijo cuando caminaban por el pasillo a su siguiente clase que, extrañamente, también compartían, Esteban no estaba seguro si era broma o no, así que decidió tomárselo con humor.

—¿Por qué? ¿Ser adorable es duro para ti?

—Cállate, hablo en serio. Me duelen las manos y los pies y realmente creo que voy a-

Y efectivamente cayó, horriblemente, en medio del pasillo y en los brazos de Esteban. La gente se ocupaba de sus propios asuntos, así que nadie les prestaba tanta atención, aun así, fue notablemente obvio lo ruborizado que se pusieron ambos adolescentes. Sus rostros estaban cerca, tan cerca que de hecho Esteban pensó en lo bonitos que eran sus ojos, sin embargo, en un latido se separaron e hicieron como si nada hubiera pasado.

—Sabes —comentó Esteban, parpadeando varias veces a la vez que se rascaba la nuca nervioso—, si querías mi atención, no tenías que ir a esos extremos.

Sus palabras fueron recibidas con un resoplido que sonaba más que nada a un berrinche, y con un empujón un poco más fuerte de lo esperado para un chico tan huesudo como Pablo. Retomaron lo de caminar a su siguiente y última clase, solo que esta vez un tanto más conscientes del otro, y un poco más torpes de lo normal. La clase inició y acabó incómoda, al menos para dos peculiares adolescentes acomodados a unos cuantos asientos de distancia, porque cada que se veían se ponían demasiado colorados para su salud mental.

Pasaron las dos de la tarde y, por fin, el timbre sonó con intensidad, dando fin al horario escolar e inicio al extracurricular. Tres horas de tortura aburrida. Tres veces a la semana. Tres ocasiones en las que Esteban contempló seriamente aventarse por la ventana para evitar tal destino. Lamentablemente, no encontró ninguna ventana cerca para hacerlo. Era dolorosamente aburrido, y se puso peor cuando vio a Carina en uno en los pupitres del pequeño salón, quien realmente no le agradaba. Para nada. Ella lo ignoró y él hizo lo mismo. Perfecto, no estaba de humor para tratar con gente falsa.

Lo bueno era que nadie ponía tanta atención al tipo que dibujaba hasta el fondo del salón y pudo salir una media hora temprano. Fue así como acabó esperando a las afueras de la escuela a Pablo y no en la cancha exterior de fútbol, porque se conocía y no estaba dispuesto a hacerse pasar por la tortura de verlo en su uniforme deportivo y no poder tocarlo, mucho menos cerca de los lockers con regaderas, todo eso por obvias razones que no deseaba pensar profundamente. Esteban quedó sentado en medio de las escaleras exteriores, específicamente a un lado del barandal para no molestar a las demás personas que pasaban. Se distrajo con su celular un rato antes de escuchar cómo lo llamaban a sus espaldas, se dio la vuelta al escuchar a Pablo y lo vio sonreírle, le sonrió de vuelta y entonces fue cuando notó a dos personas más a su lado.

Oh. Se había olvidado completamente que Luis también formaba parte de un club extracurricular. Tal detalle se le pasó de la cabeza pues usualmente no esperaba por ninguno de sus dos amigos cuando se daba el fin de clases, prefiriendo ir directamente a casa y hacerse el bobo, evitando sus responsabilidades hasta la noche donde hacía la tarea. Del otro lado —y para su mala suerte— estaba Carina, la novia irritante y la última persona que quería ver. Daría tanto por el tiempo a solas, se dijo a sí mismo en su dramática penumbra.

—¿Nos vamos? —preguntó como si nada Luis, y como si nada le respondió. Su humor había bajado y ahora estaba frustrado, por lo que asintió haciendo una mueca rara y ya.

Bajaron las escaleras con la intención de ir hasta el estacionamiento estudiantil, fue así como terminaron subiéndose al auto que a Luis le había sido heredado por su mamá unos inviernos atrás. Luis y Carina en los asientos delanteros, mientras Pablo y Esteban atrás. Se venía apenas enterando, y de una manera no tan sutil por parte de Carina, que su auto estaba en el mecánico, por lo que Luis sería su conductor designado los próximos días y, en consecuencia, estaría más presente en sus vidas para acabarla de fregar.

—Esteban, deja de patearme el asiento.

—Entonces deja de hablar solo con tu novia, es molesto.

El viaje a casa fue acompañado con una canción en la radio y el murmullo de personas en el pequeño auto. No prestó mucha atención, no estaba de humor para hablar con nadie. Así que en un impulso de hacer algo, cualquier cosa para sentirse un poco mejor con la situación, bajó la ventanilla y logró asomar apenas las puntas de los dedos en dirección al cielo. El viento era frío, le golpeaba la cara pero sobre todo la mano y se sentía reconfortante en cierto modo. Ojeó a Pablo y lo escuchó reírse de algo que dijo Carina, y de nuevo ese sentimiento. Todo estaba bien, él estaba totalmente bien. Los sentimientos iban y venían, por lo que era cuestión de tiempo para que cesaran, para que él fuera una nueva versión racional de sí mismo en el futuro inmediato.

—Déjenme aquí en la esquina —dijo Esteban sin pensarlo del todo, metiendo la mano al vehículo y subiendo la ventana, tomó su mochila del suelo—, debo comprar unas cosas para la cena.

—¿Quieres que vayamos contigo? —preguntó Luis, haciendo lo que le pidió sin tanto problema.

—No, no. Estaré bien.

—¿Y cómo planeas llegar a tu casa sin carro? —comentó Carina, la adolescente irritante que este día traía lentes rojos y dos horribles coletas a los costados de su cabeza.

—Contrario a creencia popular, sé usar el transporte público, y si no, no me mata caminar como a otras personas —salió del auto susurrando lo último y cerró la puerta. De reojo vio a Pablo con cara confundida, lo vio abrir y cerrar la boca, pero nada salió de ésta.

—Adiós —dijo al final el joven—, te veo después.

Esteban asintió, miró a Luis aprovechando para darle su debida despedida mostrando el dedo de en medio y pasó de alto a Carina. Se quedó esperando a que el carro avanzara y se perdiera en una esquina, para luego dar la vuelta y caminar para otro lado, ignorando por completo la tienda a pocos pasos de donde estaba. Entonces todo se volvió más frío, notó mientras caminaba solo. El mundo se tornó más nítido y más grande, el cambio lo hizo sentirse pequeño, como si ocupara un espacio que no le pertenecía. Le recordó a cuando estaba dentro de ese auto con sus amigos y la chica que no le agradaba.

Apretando las tiras de la mochila, siguió en dirección a su casa y llegó poco antes de que anocheciera. Quitando el hecho de que casi fue atropellado por un vehículo y casi mordido por un perro sin correa, el viaje no le pareció tan terrible.

—¿Qué estás haciendo afuera de mi casa?

Pablo le sonrió, levantándose del porche en el que estaba sentado y se acomodó la bufanda, escondiendo su nariz que comenzaba a enrojecerse. Pablo vestía con ropa normal, un típico suéter de otoño, unos pantalones de mezclilla junto a un par de tenis blancos normales, y un lindo gorro con una bufanda igual de linda que él.

—Solo quería verte —habló, y cuando Esteban se le acercó a él, vio cómo su rostro cambiaba a un ceño fruncido—, ¿dónde están las cosas que compraste?

Sintió la mentira en el fondo de su lengua, casi podía escupirla como si nada, como si cualquier cosa que se atreviera a decir se hiciera realidad mágicamente porque era conocido por ser una persona honesta. Poner una excusa, decir tantas cosas y se le creería. Pero no lo hizo, no pudo.

—Mentí —dijo—, no tenía mandado que comprar.

Y eso fue todo, no tuvo que hacer más explicaciones. Observó en sus ojos la pregunta, vio que su boca se movía por un momento, pero de ella no salió palabra, solamente asintió con la cabeza, metiendo ambas manos en los bolsillos de su pantalón, vista a todos lados menos a él.

—No sabía que eras capaz de mentir.

—Hay una primera vez para todo, supongo.

—Hace frío, ¿podemos entrar?

Recordó que no había nadie en casa, Selena estaba en la pijamada de una de sus amigas del colegio y su madre estaba en un turno que se extendía hasta la madrugada. Podrían estar solos, eso es lo que él quería desde el principio, ¿no es así? Pero ahora estaba cansado, tenía frío y solo quería acurrucarse en su cama y dormir hasta que el mundo se volviera tranquilo de una vez por todas. ¿Tal vez se estaba enfermando? ¿Tal vez la caminata fue una mala idea?

—Creo que me estoy resfriando.

—Ah, ya veo —Pablo asintió, por fin mirándole a los ojos—, déjame hacerte algo de comer entonces —sonrió. 

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