Capítulo diecinueve
Era una de las pocas veces que Esteban entraba en la habitación de Pablo, una de esas raras ocasiones en las que a Pablo no le molestaba tanta cercanía y silencio. Era un viernes por la tarde, unas semanas antes de la primavera. Ambos chicos yacían sobre la cama; líneas en un pequeño espacio rectangular, a punto de caer al suelo pero demasiado testarudos para permitirlo.
La habitación de Pablo destacaba por su gusto hacia el cine de acción, con pósteres que cubrían gran parte de las paredes. La cama, enmarcada por mesillas llenas de cómics, CDs de rock latino y revistas viejas en pilas, compradas con su mesada. Sudaderas y una mochila escolar roja colgadas de una percha. Una alfombra marrón redonda yacía en el piso y, en uno de los rincones, la pierna ortopédica de Esteban junto a un escritorio.
Debajo, Frida y su padre preparaban la cena; el sonido de ollas y sartenes y los murmullos de conversaciones, apenas audibles.
—Hay que ir a una cita —dijo Esteban de repente, mirando a Pablo, quien recostaba sobre su pecho usando el celular. Lo sabía porque podía sentir cómo lo observaba.
Parecía una idea espontánea, pero Pablo sabía que no era así. Algo ocurría en el momento en que Esteban le pidió pasar tiempo juntos, y se convenció aún más cuando Esteban permaneció en silencio durante un buen rato, sumido en sus pensamientos. Esperaba a que Esteban reuniera el valor para expresar lo que tenía en mente, y no era de esperar que su... ¿novio? le pidiera una cita. Ni siquiera habían definido lo que eran. A veces se besaban y, de manera no oficial, eran exclusivos el uno para el otro. Pedir una cita no era algo que hicieran los amigos, ¿cierto?
Sin apartar la vista de la pantalla, Pablo preguntó:
—¿Por qué quieres ir a una cita?
Era una situación ideal, incluso perfecta: obligaría a Esteban a definir lo que eran, con su característica honestidad. Pablo esperó, y Esteban respondió:
—Porque no hemos tenido una desde que somos novios, duh.
Esa respuesta no fue suficiente para Pablo.
—Y según tú, ¿desde cuándo somos novios? —Apagó el teléfono y movió la cabeza buscando cualquier indicio en el rostro del otro. Sus ojos se encontraron: marrón sobre marrón, en distintos tonos.
A pesar de considerarse una persona observadora, nunca había tomado el tiempo de examinar al chico que tenía enfrente, al menos no tan de cerca y de manera tan inesperada. Tenía cicatrices de acné alrededor de las mejillas y la frente, labios que parecían secos y la nariz ligeramente grasosa. Pensó en lo apuesto que era Esteban.
—En el instante en que me dijiste que te gustaba, obviamente. Esas son las reglas.
—Sin embargo, no me has preguntado si quiero ser tu novio. Tu lógica es bastante errónea.
El rostro de Esteban se arrugó entre una sonrisa y un ceño fruncido, en un gesto de diversión y frustración. Era estúpidamente apuesto, llegándole a lo injusto.
—Oye, hablo en serio —dijo en queja. Usó su dedo índice para presionar la mejilla de Pablo varias veces—. Cita. Cita. Cita. Vayamos a una cita. ¿Te parece ir a una cita?
Pablo chilló en frustración y empujó a Esteban poniendo espacio entre ambos. Sentado y todavía sosteniendo su celular, le dedicó una mirada irritada.
—Si digo que sí, ¿vas a parar de molestarme?
—Temporalmente —sonrió, pellizcando esta vez en su brazo—. No será tan malo. Puedes comprarme flores, mis favoritas son los lirios.
Pablo entrecerró los ojos, conteniendo una sonrisa.
—¿Quién dijo que seré yo quien te dé flores?
Esteban continuaba acostado, únicamente el rostro acomodado para ver a Pablo en mejor ángulo. A pesar de la distancia, Pablo reconoció el tipo de mirada que le dirigía. La persistencia de cuánto deseaba quitarle su sonrisa con la boca.
Y en contra de sus deseos e intenciones, Esteban preguntó:
—¿Qué flores te gustan?
—Uh, no sé. ¿Las rosas?
—No puedo creer que estoy saliendo con una persona básica —exclamó Esteban en un suspiro repleto de exageración.
—Cállate —dijo Pablo, al tiempo de levantarse de la cama. Estiró sus brazos, tronó su espalda, se dio la vuelta—. Iré a la cocina por agua, ¿quieres algo?
Esteban pensó y sonrió.
—Un beso.
Pablo rodó los ojos y salió de la habitación. Bajó las escaleras, el corazón agitado y la mente pendiente de un beso que aún faltaba por llegar. Se sintió avergonzado. La ternura explícita, el deseo evidente de alguien ajeno. Por momentos se inundó de lo mucho que sentía, de lo mucho que recibía. El agobio, indescriptible.
Vio a Frida viendo algo en la tele, las manos ocupadas tejiendo algo rojo. Ella subió el rostro: en una sonrisa, un asentimiento y una mirada que significaba más de lo que podía imaginar. Era una mujer amable, de suaves bordes y cálida gracia. Aquel agobio tierno desapareció, sustituido por otro tipo de calidez. La saludó con la mano, avergonzado. En apuros, se dirigió a la cocina y encontró a su padre picando algo en la tabla. Lo vio con ropa informal, de espaldas. El olor de las especias era penetrante, el sonido del cuchillo sobre la tabla, rítmico. Las luces encendidas, el filtro amarillo recorriendo cada rincón a su alcance.
Observó su propio reflejo en la ventana y se encontró con la mirada de su padre.
—Vengo por agua —dijo Pablo, sin que nadie hubiera formulado pregunta. Tomó un vaso y se dirigió al refrigerador para servirse agua fría con hielo. Intentó ser rápido, eficiente. En su mente, practicó formas de no pasar demasiado tiempo con su padre, métodos para pasar desapercibido. Sin embargo, esperó algo que no llegó. Anunció sus intenciones y se detuvo unos instantes entre cada acción.
Con los dedos fríos, quiso conversar con su padre, aunque no tuviera nada que decir.
En ese estado, salió de la cocina, subió las escaleras, entró a su habitación y cerró la puerta. Tan pronto fue notado, Esteban se levantó de la cama y abrió la boca para hablar, pero lo que vio en el rostro de Pablo debió haberle hecho cambiar de opinión. Colocó el vaso en algún lugar, sólo concentró su energía para sentarse en la cama, las manos dirigiéndose a su rostro, hombros caídos.
—No sé qué estoy haciendo —confesó Pablo, mas salió apagado y un poco patético, si era honesto consigo mismo. Oyó que Esteban se movía a su lado, acercándose. Pudo percibir su mano apartando las suyas de sus ojos y ceño triste.
—¿Sucedió algo? ¿Quieres hablarlo?
—No.
—Okay —asintió Esteban, no convencido.
—En verdad no quiero hablarlo.
—Uh, ¿no te estoy obligando a hacerlo?
—Pero a la vez sí quiero.
No tenía sentido y Pablo lo sabía. No había forma de explicar tanta incongruencia, sobre querer ser amado de manera que no fuera una súplica.
Seguían sin apartarse, y se sonrojó con ferocidad cuando Esteban le apretó la mano, un gesto suave.
—Siento que recuerdo demasiado —susurró Pablo, observando a Estebans jugar con sus propios dedos—, siento que perdono muy facil, y a la vez, no lo suficiente.
—Me gustaría que te permitieras sentir tus sentimientos —Esteban contestó, igual en susurro—. Hablar sobre ellos es bueno, te ayuda a entenderte.
—Estoy haciendo lo mejor que puedo.
—Lo sé.
Se aferraba a las cosas más que la mayoría. Era un don, era un defecto. Lo era todo y nada en absoluto.
Pablo miró sus pies y contempló las sandalias que Luis le había comprado en la playa unos veranos atrás. Se volteó en dirección a la puerta blanca adornada con fotos Polaroid colgadas de un hilo, tomadas con una cámara que su padre le regaló a los doce años, cuando aún estaba presente. Vestía una camiseta que Esteban le había obsequiado hace dos años, en Nochevieja, con un gato disfrazado de Spiderman que se había estirado de tanto usarla para dormir. Y, por supuesto, en su clóset aún guardaba un peluche que una niña, cuyo nombre no recordaba, le había dado en una fiesta escolar de San Valentín cuando tenía ocho años, un oso pardo al que le faltaba un ojo.
—Dejé el equipo de fútbol porque ya no es lo mismo —dijo—. Pensé que si me metía en el deporte favorito de mi papá, él estaría más presente, sabes. Pero rara vez asiste a los partidos porque su trabajo lo mantiene ocupado. Y lo entiendo, de verdad que sí, tuvo que improvisar cuando llegué a la edad de quedarme solo.
Esteban se mantuvo callado, Pablo continuó:
—Parecemos extraños viviendo bajo el mismo techo.
—¿Has intentado hablar con él al respecto?
—Sí, no. No lo sé. Creo que no comprende el impacto que ha tenido su ausencia. Y si lo hace, parece que no le importa lo suficiente.
—Pensé que te gustaba el fútbol, por lo mucho que entrenas.
Pablo se encogió de hombros.
—Planeo decírselo hoy en la cena, o después de ella, aún no me decido. Sigo buscando el ánimo suficiente para hacerlo. No quiero decepcionarlo; conozco las expectativas que tiene sobre mí.
—¿Y qué planeas hacer con tu tiempo libre ahora? Ya no tienes prácticas ni partidos.
—Fotografía —respondió sin pensar—. He estado, eh, practicando. Como no hay un club en la escuela, internet es de gran ayuda.
—¿Como las fotos en la puerta?
Pablo sonrió. En realidad, no sabía cuándo se había originado. Al principio, había sido otro regalo que había fingido que le gustaba, por cortesía. Guardado años tras años en el fondo de su mente, más como una ocurrencia tardía que otra cosa. Sin embargo, un mes después de su decimoquinto cumpleaños, encontró la cámara. Se había convertido más en un hobby que en una pasión, pero encontró gusto en las cosas interesantes.
—Algo así, sí. Las fotos son malas, pero lo intento. Es divertido.
—¿Suficiente como para ir a la universidad y estudiar algo relacionado con fotografía?
—Por supuesto.
—Bien, bien. Yo, pues... —Esteban quedó callado, pensativo. Apretó los labios en una fina línea—. No sé qué quiero estudiar. Ni siquiera sé si quiero ir a la universidad.
—¿En serio?
—Sí.
—Eso está, es decir, bien. La universidad no es para todos.
—No sería un problema si supiera qué hacer con mi vida. El club de Orientación se centra demasiado en las universidades y las carreras, sin dejar espacio para otras opciones.
—Debe ser frustrante.
—Lo es.
—Crecer es difícil.
—Totalmente de acuerdo.
Hubo un golpe en la puerta, y los chicos se separaron como si los hubieran quemado. El corazón de Pablo latía fuerte en su pecho, la inesperada aparición de Frida asomándose lo hizo consciente de su cercanía previa con Esteban.
—La cena está lista —anunció ella, sonriente—. Esteban, puedes quedarte si quieres, hay suficiente comida.
—No, gracias, ya me voy —dijo, girando su rostro hacia Pablo—. Hablamos después, ¿va?
Pablo asintió, acompañándolo hasta la entrada de la casa y despidiéndose una vez más con la promesa de verse al día siguiente. El otro chico le lanzó una última mirada que parecía decir puedes hacerlo, y algo dentro de Pablo quería darle el beso que Esteban tanto anhelaba.
Sin embargo, no hubo beso, solo despedidas.
Cuando llegó la hora de cenar, con su padre y la mujer que este amaba, ambos hombres se sentaron en silencio, pero nunca cómodos, sino llenos de palabras que hacía tiempo no se decían, por miedo u otra cosa. Compartían un rostro, sí, pero nada más.
🎶: Chappell Roan - Good Luck, Babe!
El color favorito de Pablo es rojo, el de Esteban y Carina es rosa, Ayra es morado y verde, el mío y el de Luis es azul. ¿Cuál es el suyo, queridos lectores? :)
Holiii, apenas terminé el semestre y estuve SOBREVIVIENDO. Ya me registré para clases de otoño: investigación de psicología, dos de cálculo, escritura creativa ii, e historia mexico-americana.
Also, me diagnosticaron con un sindróme de hormonas que si no es tratado con dieta y ejercicio puedo desarrollar resistencia a la insulina, diabetes, problemas de corazón y cáncer :D ayuda :D
Yo y los que sufren de SOP (Síndrome de Ovario Poliquístico):
Thats it bais!!! LOS AMOOOO.
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