¿Quién eres tú?

—¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí escondida? — Me sorprendió el muchacho de ojos color café.
Por alguna razón desconocida, inexplicable entendía su idioma. Me quedé petrificada. No sabía que responderle. Así que simplemente le miré fijamente.
— ¡¿No sabes hablar?! ¡¿Qué has venido a buscar aquí?!...¿Te ha sucedido algo malo? ¿Necesitas ayuda?— La voz dura y áspera del principio, se fue suavizando, supongo que fue al verme él tan asustada.
Lo único que se me ocurrió hacer, fue negar con la cabeza.
El muchacho se me acercó lentamente y me empezó a examinar. Era evidente que mi cuerpo no era igual que el. Y no me refiero con eso al hecho fisiológico de ser de sexos diferentes. Yo era una chica y el era un chico.
Pero su aspecto humano, de carne y hueso le hacían parecer robusto, duro, fuerte.
Y parecer ser que el también observó algo en mi diferente, curioso, singular.
— ¿Qui... quien eres tú? ¿De dón... de donde vienes?¿Eres humana? — Dijo con voz temblorosa y vacilante.
Como si tuviera un imán, no se resistió a tocar la piel de mi brazo, y a continuación tocó con sus dedos mi rostro.
Pero pronto de un respingo se retiró hacia atrás. Su dedo dejo en mi piel una marca, una huella, como si fuera de plastelina, pero que en breves momentos recuperó su forma original.
— ¡Eres...eres muy blanda!... - Dijo sorprendido.
— Yo soy Daniel, ¿Tienes nombre tú? Bueno, perdona mi tonta pregunta, todo el mundo tiene un nombre.— Supongo que se sentía nervioso y desconcertado ante mi presencia y ni sabía que decir, o como decirlo.
—Nyela, mi nombre es Nyela. — Respondí tímidamente y en voz baja.
— Mucho gusto...supongo, debes de...— Iba a continuar hablando cuando de repente una fuerte y potente voz le llamó desde fuera, mientras se oían los pasos acercándose con rápidez.
—¡Daniel! ¡Daniel! — Le buscaba su padre.
Mi corazón se aceleró otra vez, ahora que empezaba a sentirme más tranquila en presencia de aquel joven humano que por el momento no parecía un ser cruel o amenazante.
El chico me hizo un gesto con su mano, indicándome que me escondiera detrás del auto. A lo que inmediatamente le hice caso, sin dudar.
— ¡Al final me hiciste levantar del sofá y salir de casa, con el frío y la lluvia que hace! ¿Porqué nunca haces caso a la primera? ¿Tanto te costaba cerrar la puerta del garaje? Tu madre, ya está con la cena preparada, todo está listo. ¡Venga espabila chico! — Le dio una buena reprimenda su padre.
— Enseguida, enseguida voy. Dame cinco minutos más. — Respondió nerviosamente Daniel.
— Uy, a ti te pasa algo...¿Qué escondes? ¿No estarás escondiendo droga o algo raro, no? — Ahora sí que parecía enojado el padre del chico.
— ¡Papá! Cuántas veces he de decirte, que yo no tomo nada de eso. — Respondió molesto el joven
— No sé. No me gusta la clase de amigos que te has buscado. Todo el día holgazaneando, sin hacer nada.— Continuó dándole la bulla su padre.
— ¿Ahora te metes con mis amigos también? Estamos de vacaciones, es tiempo de descansar, de divertirse, de salir, somos jóvenes. ¿No hacías lo mismo tú a mí edad? — Le replicó Daniel a su padre.
  Empezaba a darme cuenta al oír todo aquello, que nuestros mundos no eran tan diferentes a pesar de todo. Mi madre, siempre me estaba controlando, vigilando. Seguro que ahora me estaría buscando por todos lados en Drawingland, — mi mundo —.  Por un momento me arrepentí de haber venido hasta aquí. No quería hacer sufrir a mi madre ni a mis hermanos. Pero había tomado ya mi decision y no podía volverme atrás. Quizás fuese imposible regresar, pues el portal se había cerrado y no sabía cuándo ni dónde se volvería abrir otra vez, ni siquiera si ocurriría eso.
Estaba absorta en mis pensamientos cuando me di cuenta de que se había acabado la discusión entre padre e hijo. Daniel no había tenido más remedio que cerrar la puerta dejándome a oscuras y encerrada ahí dentro. Ahora estaba atrapada en aquel lugar.

Narra Daniel

No había tenido más remedio que irme con mi padre, y cerrar el portón del garaje. Me había sentado a la mesa ya, pero la novedad de aquella chica extraña y los nervios me habían quitado el apetito, pero no podía marcharme de la mesa y dejar el plato lleno. Se respiraba la tensión entre mi padre y yo.
   El había notado algo raro en mi, y no me sacaba el ojo de encima. A veces parecía como si pudiera leerme la mente.
Mi madre, intentó sacar conversación, intentando romper el hielo. Pero solo consiguió monosílabos procedentes de su marido. Así que por fin se rindió y procedió a levantarse para disponerse a fregar los platos. Yo como siempre fui para ayudarla, cuando terminé de comer.
— ¿Sabes que? — Me dijo mi madre, con voz baja entre risitas, sin que por supuesto lo oyera mi padre que se había apoltronado en el sofá y estaba viendo deportes. — A veces parece que tu padre tenga el periodo también.¡Esta algunos días de un genio que ni te cuento..!
  Eso provocó en mi una ligera carcajada. Mi madre siempre sabía hacerme reír. Con ella me sentía cómodo, incluso para contarle alguna confidencia, de vez en cuando...pero claro, ¡esta vez era demasiado. No podía explicarle que había escondida en el garaje una especie de chica que parecía de plástico o de un material parecido, quizás proveniente de otro planeta.
    Llegó la hora de acostarnos. Bueno mi padre se había quedado dormido en el sofá. Y yo procedí a irme a mi habitación, bueno al menos por un rato. Esperé un par de horas aproximadamente hasta que todo estuvo en calma y en silencio. Bajé las escaleras que conducían nuevamente a la planta baja. Observé que mi padre ya se había ido. Estaban las luces y la televisión apagada. Cogí las llaves de la puerta del garaje, que estaban en el pequeño mueble de la entrada.
  Con todo el sigilo del mundo abrí la puerta de la calle,
— Ñiiigggh... — Chirrió la puerta. En ese momento, pensé que tenía que haber hecho caso a mí padre y engrasarla como me pidió. Algunas veces tenía razón. Aunque también podía haberlo hecho el ¿No?
  El corazón me iba a cien por hora. Esperé un par de minutos. Todo en calma, no habían oído el ruido.
  Ajusté, con mucho cuidado la puerta, que por suerte esta vez casi no chirrió.
  Solo separaban unos cuantos metros la casa del garaje, pero a mí me pareció un trayecto mucho más largo. Parecía cual ladrón, temeroso de ser descubierto. Introduje la llave en la cerradura y procedí a subir el porton, lo suficiente como para entrar yo ahí.
  — Abrí la luz.
¿Hay alguien? — Pregunté. — Puedes salir de tu escondite. — dije...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top