Fascinación.
Narra Daniel.
Poco a poco me adentré en el garaje, intentando no hacer demasiado ruido. Llamé pero nadie contestó. Avance un poco más y miré detrás del coche y allí la vi tumbada en el suelo, acurrucada sobre sí misma. Estaba profundamente dormida. Me quedé un buen rato contemplándola admirado, preguntándome a mi mismo, si lo que me estaba pasando estaba sucediendo de verdad o solo estaba soñando un sueño irreal. Al poco la vi temblar así que me saqué mi chaqueta y la puse sobre ella. En ese instante vi como abría lentamente sus ojos y se quedaba mirándome atenta, al tiempo que alargaba su mano y agarraba la mía.
Estaba fría, pero parece que el contacto con el calor de mi mano, la reconfortó. Entonces me sonrió. A lo cual correspondí de la misma manera.
No me atrevía a moverme, casi ni a respirar por miedo a que todo aquello se desvaneciera, cómo si pendiera todo de un suspiro.
— ¿Has estado aquí todo el rato viéndome dormir? — Dijo ella rompiendo el silencio.
— No. Estuve esperando primero a que se durmieran mis padres y cuando todo estuvo en silencio, me apresuré a venir a verte. Quería asegurarme de que estabas bien— Le respondí.
— Muchas gracias, eres muy amable. — Contestó.
— ¿Tienes hambre? Bueno, no sé de dónde vienes, o si comes allí. — Le pregunté perplejo.
— Si, tengo mucha hambre. Creo que me siento muy cansada y hambrienta desde que atravesé el portal. Pero no sé si podré comer de vuestros alimentos. Pero tampoco quisiera morir de hambre. — Dijo mientras hacía un bostezo.
— Te he traído algo. Se llama chocolate. Y también un poco de pan. Puedo volver a casa y traerte leche caliente, aunque sea un poco arriesgado. — Le ofrecí a la chica de otra dimensión.
— No, está bien. No te preocupes, probaré un poco de lo que me has traído. — Contestó al tiempo que tomaba las pastillas de chocolate de mi mano.
— ¿Te gusta? Le pregunté después de que empezó a comer.
— Umm...está riquísimo. — Me contestó mientras comía vorazmente el chocolate con el pan.
— Efectivamente, veo que tenías hambre. — Le dije riendo al ver como en pocos segundos comía todo lo que le había ofrecido.
¿De dónde vienes realmente? — La curiosidad, por saber quién era y de dónde venía me estaba matando.
— Vengo del otro lado del portal. Vivía en Drawingland. — Contestó, como si yo fuera a entender algo de todo aquello.
— ¿El otro lado del portal? ¿Qué portal? ¿Cómo me has dicho que se llama tu país? — Le pregunté nuevamente.
— ¿Tienes algo con lo que pueda dibujar? — Me preguntó.
Recordé de repente que en el garaje había una especie de baúl o cofre donde guardaba muchas cosas de cuando iba a la escuela de pequeño.
— Aquí debe de haber algo...espera. — Le dije mientras revolvía todo aquel desorden de juegos, muñecos, dibujos, trabajos escolares que guardaba con tanto cariño. Allí se encontraba un también un estuche lleno de lápices de carbón y de colores de diversos tamaños, pues estaban bastante desgastados.
También había un sacapuntas, así que me apresuré a sacar punta a esos lápices. Por suerte también encontré unos cuantos folios en blanco. Le acerqué estos, y nuevamente sentí una sensación extraña pero agradable al mismo tiempo, al sentir el roce de su mano.
Ella se quedó con la mirada fija, casi sin parpadear observándome con cuidado, mientras yo me preguntaba qué ideas pasarían en ese momento por su cabeza...qué pensaría de mi.
Después de unos instantes de incertidumbre para ambos agarró el folio de papel y lo apoyó en el suelo. Sus dedos parecían revolotear sobre la hoja en blanco. Sus dedos agarraban con gracia y firmeza los diferentes lápices de colores y estos plasmaban imágenes increíbles, que podían haber rivalizado con los pintores más famosos de todas las épocas, pero a una velocidad infinitamente superior. En pocos minutos habían decenas de páginas mostrándome la belleza de su mundo.
Quedé fascinado, anonadado, extasiado ante aquel despliegue de belleza. Ahora volví a fijarme en ella, en todos sus detalles, en su hermoso cabello negro intenso, con toques azulados. Igualmente sus ojos eran brillantes, de un azul que parecía tener toda la electricidad del universo. Sus labios de un rojo intenso, carnosos, jugosos.
Su piel blanca, sin defecto alguno.
Su cuerpo perfecto, proporcionado. No había visto a una muchacha que fuera tan bella como ella. Era "demasiado irreal" como para ser real.
— ¿Por que me miras tanto? ¿Tan extraña soy? — Dijo ella.
Al instante note arder mis mejillas y empecé a tartamudear. Creo que había perdido la noción del tiempo. No quería incomodarla, pero creo que se había hecho muy evidente mi fascinación por la joven de otra dimensión. Aunque en mi defensa pensé, que minutos antes ella también se había quedado fija observándome.
— No...no. Sí, no, sí, no sé... perdona. — En esos instantes me sentí el ser más tonto y ridículo. No lograba coordinar mis palabras. — Cálmate, intenta mantener la compostura. — Pensé para mis adentros.
Ella se puso en pie y retrocedió algunos pasos.
— ¿No vas a hacerme daño, verdad? — Preguntó algo asustada.
— En absoluto. No podría hacer daño a nadie. Y menos a alguien cómo tú. — Me apresuré a tranquilizarla.
Narra Nyela
Sentí que esas palabras me calmaron, me infundieron paz. Veía algo en aquel joven humano. Recuerdo que había leído en las grandiosas bibliotecas de Drawingland. Un libro en particular me fascinó. Yo ya había oído hablar desde pequeña de viejas leyendas, ( al menos así, es como la mayoría de los habitantes de mi mundo las consideraban ).
De hecho la mayoría de libros que hablaban del mundo en que yo me encontraba en este mismo momento, estaban prohibidos. Por eso me alegré sobremanera cuando encontré aquel libro en medio de una sección de la biblioteca, que estaba dedicada a libros extraños, fábulas, leyendas, cuentos, al que la mayoría de mi gente rechazaba, pues no parecían ser libros prácticos, de valor. Estoy segura que aquel ejemplar "proscrito","prohibido", había quedado perdido entre miles de otros libros. Estaba ahí olvidado en esa sección de libros polvorientos a los que ni siquiera las propias bibliotecarias daban la atención adecuada. Entonces creí que ese libro me había estado esperando "a mi", desde hacía mucho.
Por otro lado, sí que eran conocidos los "Portales" que se abrían de tanto en tanto, y a los que nadie se atrevía a traspasar. Pero ese libro que leí, a diferencia de la creencia popular de - que aquellos portales te destruían si los traspasabas, te desintegraban para siempre, y de los que nadie había regresado - ese libro sí, hablaba de otra vida, de otra clase de gente diferente a nosotros.
Obviamente alguien había ido, había regresado y lo había contado, o al menos lo había puesto por escrito.
Sea como fuere, ahora estaba yo allí, con uno de esos seres, con un humano, como se les llamaba. ¡Y curiosamente muy parecido a nosotros, a mi misma, con la salvedad de la diferencia de sexo! Con cabeza, ojos, nariz, boca, extremidades, etcétera. Quizás lo más notable, lo que sí era diferente a nosotros, fisiológicamente hablando, era su piel más dura, su cuerpo más rígido, su temperatura más cálida que la nuestra, lo cual pude percibir, cuando fugazmente coincidieron nuestras manos. Pero lo más sorprendente es que nos entendíamos, hablábamos el mismo lenguaje.
No recordaba si eso había sido un efecto de traspasar ese portal o si yo siempre había hablado ese idioma en Drawingland. Era extraño, pero sentía algunas pequeñas lagunas en mi memoria, que iban y venían, aunque pensaba que aún era por mi aturdimiento.
Aún tenía frío ( a pesar de la chaqueta que Daniel había puesto sobre mí ), y debía de ser muy evidente, por qué todavía estaba temblando; aunque creo que era por una mezcla de emociones unidas al frio. Él me acercó una manta de las que estaban en ese lugar, - llamado garaje - y me la dio, la cual puse inmediatamente sobre mi cuerpo en forma de abrigo.
— ¿Y ahora qué? — Dije audiblemente, ( aunque pensaba que lo había dicho para mí misma, solo en mi mente ).
— ¿ A qué te refieres, exactamente? — Me preguntó Daniel.
— ¿Qué voy a hacer ahora? — Le respondí, en tono angustiado.
— Quiero que me cuentes toda la verdad sobre tí, y que me expliques todos esos dibujos que me mostraste sobre tu mundo. — Me instó a contarle todo, sobre mi persona, quién era y de dónde venía.
— ¿Me vas a creer, si te lo cuento todo? — Le pregunté.
— Al menos lo intentaré. — Me respondió él en tono afectuoso.
Estuve explicándole todo con el máximo de detalles, hasta que empezó a despuntar el alba.
— ¿ Y ahora qué? — Volví a preguntarle al acabar de narrar mi relato.
— Ahora... — Hizo una pequeña pausa, antes de proseguir— ...Ahora creo que tendré que cuidarte. — Me respondió él — y esas palabras, esas palabras que salieron de su boca, quedarían grabadas para siempre desde ese momento en adelante en mi corazón.
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