chapter one. ㅤ❛ san ángel ❜
SAN ÁNGEL
( 𝐨𝐧𝐞 out of 𝒕𝒆𝒏 )
julieta v ft. joaquín m . . .
Pueblo de San Ángel, Centro de México.
El Día de Muertos es una celebración para honrar a nuestros ancestros, recordando la vida que compartieron con nosotros y celebrando su regreso a la Tierra de los Vivos. En este día mágico y festivo, las familias se reúnen para llevar comida y ofrendas a los altares de sus seres queridos. Sin embargo, en este Día de Muertos en particular, después de siglos de destierro, Xibalbá ya estaba agotado de su situación.
—De verdad, mi cielo, no tienes idea de lo fría y sombría que se ha vuelto la Tierra de los Olvidados —dijo, dejando que un leve escalofrío recorriera su amargado ser.
—Igual que tu corazón, Xibalba, igual que tu corazón —respondió La Catrina, siguiendo los pasos de su opuesto.
—¿Por qué debo gobernar un basurero mientras tú disfrutas de la fiesta eterna en la Tierra de los Recordados? No es justo —se quejó, acercándose a un anciano que se encontraba junto a una ofrenda en el cementerio.
—¡Xibalba! —La Catrina lo detuvo, golpeando suavemente su mano antes de que pudiera acercarse al hombre.
—¿Qué? ¡Llegó su hora! Bueno, más o menos.
—Nah-ah, hoy no, mi amor —La Catrina avanzó unos pasos más, observando con ternura a todas las familias reunidas junto a los altares de sus seres queridos.
—Por favor, preciosa, intercambia tierras conmigo, ¡te lo suplico! —Xibalbá se interpuso en su camino, impidiendo que continuara avanzando.
—Ay, eres tan adorable cuando súplicas~ —dijo ella, colocando una mano en su cintura.
—Hablo en serio, ¡odio ese lugar!
—¡Oye! Estás ahí por tu engaño, tú te lo buscaste con esa apuesta —le recordó ella, dejándolo sin palabras—. Ya no eres el hombre del que me enamoré hace todos esos siglos.
—No hace falta... recordar el pasado, mi amor.
Por más que intentara persuadirle con palabras dulces, la expresión de La Catrina permanecía firme.
—En fin, se me ocurre... ¿Qué te parece otra inocente apuesta? —propuso Xibalbá, una sonrisa traviesa cruzándose en su tétrico rostro.
—¿¡Crees que otra apuesta calmará mi ira!? —La Catrina se exasperó, pero ante la mirada de Xibalbá, su expresión se suavizó un poco—. Exactamente... ¿Qué tienes en mente?
Ambos se transportaron a la cima de la capilla en el cementerio, sus ojos mágicos recorriendo el lugar en busca de los elegidos para su próximo juego.
—Oh, mira eso, mi amor, el clásico dilema humano —Xibalba señaló a un grupo de tres niños que jugaban animadamente—: dos niños, mejores amigos.
—Y enamorados de la misma niña —completó La Catrina, con una sonrisa melancólica.
Al observar más de cerca, ambos seres quedaron fascinados con la escena que se desarrollaba ante ellos.
—¡No tema, señorita! ¡Su héroe ya está aquí! —proclamó el niño de cabellos castaños, luciendo un falso bigote en su rostro mientras blandía una espada de madera.
—¿Es en serio? —preguntó la niña, esbozando una sonrisa divertida hacia su amigo.
—¿Por qué interrumpes a un guitarrista? —intervino el otro niño, su cabello azabache contrastando con sus ojos color miel.
Ambos niños comenzaron una pequeña y juguetona pelea, haciendo reír a la niña. Estaban claramente compitiendo por su atención.
—¡La chica es mía! —declaró el castaño.
—No, es mía —replicó el de cabello azabache.
En ese momento, la niña descendió de la lápida donde estaba sentada y, con un empujón, derribó a sus dos amigos, haciéndolos caer al suelo.
—Yo no le pertenezco a nadie.
—Wow~ —exclamaron ambos al unísono, impresionados por su determinación.
Mientras tanto, La Catrina y Xibalba, testigos de la escena, ya habían decidido su próxima jugada.
—Bien, creo que ya tenemos nuestra próxima apuesta. ¿Cuál de los dos muchachos se casará con ella?
—De acuerdo... Cada uno elegirá a uno como su campeón.
Descendieron desde lo alto de la capilla, transformándose en una adorable pareja de ancianos. Luego, cada uno tomó un rumbo distinto para escoger a su campeón, sin percatarse de un detalle crucial...
—María, ¿no estabas castigada? —preguntó el niño con la guitarra, alzando una ceja.
—¡Ay! Mi padre está exagerando. ¿Cómo iba a saber yo que a las gallinas no les gusta bañarse?
—Tranquila, él sabe que un verdadero hombre te protegerá esta noche —aseguró el niño con el bigote, golpeando con orgullo su pecho con la espada de madera.
—Eso quisieras, Joaquín.
—¡Pero tengo bigote!
—¡Sí, igual que tu abuelita! —bromeó el niño azabache mientras Joaquín intentaba ajustar el bigote falso en su lugar.
—¡Chicos, olvidé contarles algo! —María reunió a sus amigos en un pequeño círculo—: ¡Mañana viene una familia muy importante de visita al pueblo! Mi padre me dijo que tienen una hija de nuestra edad. ¡Quiero que sea mi nueva amiga!
—¿Se mudarán aquí? —preguntó el niño de cabello azabache.
—No, solo estarán de paso, ¡pero aun así quiero conocerlos!
Antes de que pudieran seguir conversando, el padre de Manolo lo llamó para ir a la ofrenda familiar, así que cada uno tomó su propio camino esa noche.
En la ofrenda familiar de los Sánchez, apareció una anciana amable, con sus manos regordetas descansando sobre su pecho y una sonrisa cálida dirigida a los presentes.
—Buenas personas, ¿podrían darme un poco de su pan? Tengo mucha hambre.
—Sé que mamá querría dárselo, ¿verdad, papá? —dijo Manolo, extendiendo un pan de la ofrenda hacia la anciana frente a él.
—Gracias, muchacho. A cambio, te ofrezco mi bendición. Que tu corazón sea siempre puro y valeroso.
—¿Cómo se dice, Manolo? —intervino su padre.
—Gracias, señora, muchas gracias —respondió Manolo con educación.
Mientras tanto, al otro lado del cementerio, Joaquín se encontraba frente a la ofrenda de su padre, el Capitán Mondragón, un héroe que protegió al pueblo de San Ángel durante años, hasta que fue asesinado por el temido criminal conocido como El Chakal.
Una risa siniestra rompió el silencio, alertando a Joaquín. Con determinación, se dirigió al origen del sonido, donde apareció un anciano de aspecto inquietante.
—Jovencito, ¿podrías darme un poco de tu pan? Tengo mucha hambre.
—Este pan es para mi padre, y está delicioso —contestó Joaquín, tomando uno de los manjares de la ofrenda.
—Tal vez... podríamos hacer un intercambio —sugirió el anciano, mostrando a Joaquín una medalla extraña.
—¿Una medalla? —Joaquín masticó un bocado de pan—. No, gracias.
—Oh, esta no es una medalla cualquiera, muchacho. Mientras la lleves puesta, nada podrá herirte y te otorgará un valor inimaginable —el anciano colocó la medalla en las manos de Joaquín, quien quedó cautivado.
—¿De verdad? Trato hecho.
Joaquín le lanzó el pan al anciano. Con una sonrisa maliciosa, el anciano lo tomó de los hombros y le dio una última advertencia.
—Pero mantenla oculta. Hay un bandido peligroso que no se detendrá ante nada para recuperarla.
—¿Bandido? ¿Hablas de Chakal?
Antes de que Joaquín pudiera preguntar más, el misterioso anciano desapareció en el aire como si fuera magia.
La Catrina y Xibalba se reunieron nuevamente sobre el techo de la capilla, ambos satisfechos con su elección.
—Si mi muchacho se casa con la chica, por fin gobernaré La Tierra de los Recordados —dijo Xibalba acercándose a La Catrina.
Ella tomó el rostro de Xibalbá, provocando que este se sintiera embelesado.
—Y si mi muchacho se casa con ella... tú vas a... ¡Tú dejarás de entrometerte en los asuntos de los hombres! —La Catrina tiró de la barba blanca de Xibalbá, haciéndolo quejarse.
—¿Qué? ¡No puedo hacer eso! ¡Solo así me divierto!
—Entonces no hay apuesta.
A regañadientes, Xibalba aceptó las condiciones de su amada, sabiendo que él estaba jugando con ventaja.
—Está bien, querida. Por las reglas ancestrales, la apuesta está hecha.
Ambos seres mágicos se dieron la mano para sellar el trato.
Y así comenzó la apuesta más grande de la historia: Manolo contra Joaquín por la mano de María.
Sin embargo, en todo juego siempre hay un arma secreta, una pieza que nadie espera sea capaz de hacer jaque mate.
Al día siguiente, la familia Villarreal llegó al pueblo de San Ángel, un linaje distinguido con estrechos lazos con el General Posada desde hace una generación. Era tradición familiar de los Villarreal enviar a las mujeres de la familia a un viejo convento en España y de esa forma asegurar que se convirtieran en mujeres educadas.
La más joven de los Villarreal era una niña de cabellos anaranjados, mejillas rosadas y vestido rosa, cuya apariencia encantadora derretía los corazones de todos.
Pero su personalidad era muy diferente.
María descendió las escaleras de la casa de los Posada con una sonrisa radiante. Sus ojos, brillando de emoción, se iluminaron al ver a la niña pelirroja que la esperaba. No había muchas niñas en el pueblo que quisieran ser sus amigas, por lo que esta nueva oportunidad de hacer una amiga, aunque fuera por un tiempo, llenaba a María de alegría.
—¡Hola! Me llamo María, ¡tú debes ser Julieta! —dijo la castaña, extendiendo su mano con entusiasmo—. Mucho gusto.
Julieta la observó de arriba a abajo, sorprendida por su energía. Después de una breve pausa, aceptó la mano de María con un apretón suave.
—Mucho gusto, María.
—¿Quieres venir a jugar conmigo? ¡Te presentaré a mis amigos! —María, sin esperar respuesta, tomó a Julieta del brazo y la arrastró alegremente hacia la calle. La pelirroja intentaba seguirle el ritmo, aunque le resultaba algo complicado.
Al llegar a la plaza, se encontraron con Manolo y Joaquín, quienes ya llevaban un buen rato esperándola.
—¡María! ¡Por fin llegas! —exclamó Manolo, saludándola con la mano—. ¿Quién es ella? —preguntó, señalando a Julieta, que intentaba arreglarse el cabello despeinado.
—¡Ella es mi nueva amiga! Anda, preséntate —dijo María, dándole un suave empujoncito a Julieta.
—Ah, sí, me llamo Julieta Elena Villarreal.
Joaquín, que hasta entonces había estado de espaldas, se giró al escucharla. Al ver a Julieta, su boca se abrió de sorpresa y su bigote falso cayó al suelo. Ella era increíblemente linda.
—U-Un placer, señorita —dijo Joaquín, extendiendo su mano con torpeza. Julieta le dedicó una leve sonrisa, pero no le estrechó la mano, volviendo enseguida a su expresión seria.
Ese pequeño gesto fue suficiente para despertar la curiosidad de Joaquín, quien desde entonces no pudo dejar de observarla.
Con el paso de los días, los cuatro niños se fueron volviendo inseparables. Julieta comenzó a sentirse cómoda con la compañía de los tres, aunque notaba que alguien en particular no le quitaba la vista de encima cuando jugaban en la plaza.
Ese día parecía ser como cualquier otro. Los niños corrían por las calles de San Ángel, riendo de sus ocurrencias. María, siempre a la cabeza, fue la primera en detenerse frente al corral de la carnicería local, donde un pequeño cerdito con un hocico inquieto capturó su corazón.
—Qué lindo eres —dijo María, girándose hacia sus amigos—. ¡Tenemos que liberar a los animales!
—¿Eh? —exclamaron los tres al unísono.
—¡Rápido, chicos! ¡Hay que hacerlo! —gritó María, contagiando a Manolo con su energía.
—¡Alto, María! ¡No lo hagas! —advirtieron Joaquín y Julieta, pero era demasiado tarde. María ya había derribado las cadenas del corral.
En la plaza, el General Posada estaba llevando a cabo un reclutamiento de soldados para su brigada, necesitando más hombres para proteger el pueblo de los bandidos, en especial de El Chakal.
—¡Libertad!
El grito de María resonó mientras lideraba a una manada de animales que descendía por una de las calles principales. Joaquín y Manolo la seguían de cerca, mientras Julieta intentaba no ser aplastada por uno de los cerdos.
El caos se desató en el pueblo. Todos comenzaron a huir aterrorizados y a buscar refugio, aunque no todos tuvieron la misma suerte. Joaquín y Manolo chocaron de lleno con el General Posada, y los dos niños rodaron hasta caer dentro de unos barriles llenos de frutas frescas.
Julieta, siempre atenta, corrió calle abajo para ayudar al General Posada a levantarse. Justo detrás de ellos venía un feroz cerdo con grandes cuernos. Joaquín, reaccionando rápidamente, salió del barril y empujó al General Posada y a Julieta fuera del camino. El cerdo lo embistió con todas sus fuerzas, pero Joaquín no sufrió ningún daño. Parecía que la medalla era tan poderosa como el anciano misterioso había prometido.
—¡Nadie retrocede...! —comenzó Joaquín.
—...¡Ni se rinde! —gritó Manolo mientras emergía del barril de frutas, arrancando una enorme bufanda roja de una señora cercana.
Con la bufanda en mano, Manolo se lanzó a correr tras la bestia, demostrando el valor y la destreza de un verdadero Sánchez. El espectáculo que brindó fue asombroso, capturando la atención de todos los habitantes de San Ángel. Su innata habilidad para torear dejó a todos boquiabiertos, y cuando finalmente detuvo a la bestia, las monjas del pueblo lo rodearon, agradeciendo efusivamente al valiente niño por su noble acto.
Mientras tanto, Joaquín se apresuró a ayudar al General Posada a ponerse de pie, pero su verdadera preocupación era Julieta.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, tomando las manos de la pelirroja para ayudarla a levantarse.
—Sí... creo que sí. Gracias, Joaquín.
El rubor se apoderó de las mejillas de Joaquín, quien rápidamente desvió la mirada, intentando ocultar su sonrojo.
—N-No fue nada, Elena.
—Julieta, Joaquín, ya te dije que me llames Julieta.
—E-es que Elena es un nombre tan lindo como... tú.
Julieta estaba a punto de responder cuando el General Posada interrumpió la escena.
—Tú, niño, me has salvado la vida —dijo el General, colocando una mano sobre el hombro de Joaquín. Manolo intentó intervenir para contar su parte en el rescate, pero el General no le dio la oportunidad de hablar.
Al observar el caos a su alrededor, el General Posada solo pudo pensar en una responsable para el desastre en la plaza.
—Esa niña está en graves problemas. ¡María!
La niña bajó hasta donde estaba su padre, con las manos ocultas tras la espalda.
—Lo siento, papá, es solo que yo... —las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta al ver la guitarra de Manolo completamente destrozada—. Oh no, la guitarra de Manolo...
—¡María! ¡Esta rebelión sin control termina ahora! Te convertirás en una jovencita educada.
—¿Por qué?
—¡Porque yo lo digo! Te enviaré a España junto a Julieta. Las hermanas del convento de la Llama Perpetua de la Pureza te corregirán.
—¿Qué? ¡Pero papá!
—No hay discusión. Está decidido, ¡te vas a casa!
Sin poder replicar, María se fue con el rostro bañado en lágrimas, caminando hacia su casa. Julieta, sin despedirse de los otros dos, siguió a su amiga, buscando consolarla.
—Oye, María...
—¡No es justo, no quiero dejar a mis amigos! —sollozó María, abrazando la guitarra rota de Manolo. Julieta se sentó junto a ella, soltando un leve suspiro.
—Tranquila... al menos iremos juntas —dijo Julieta con la esperanza de calmarla—. Somos amigas ahora, ¿no?
—Sí... somos amigas.
Finalmente, el día llegó. Julieta y María se despidieron de San Ángel, sabiendo que sus caminos se separaban de los de Manolo y Joaquín.
Los padres de Julieta se despidieron de ella con un fuerte abrazo. Su madre le deseaba muchos éxitos a la hora de su viaje al extranjero mientras que su padre se mantenía sereno pero con una sonrisa algo amarga en el rostro, no era fácil ver a su pequeña hija irse por mucho tiempo.
—Adiós, mijita... Escribe pronto —dijo el General Posada con un nudo en la garganta, esforzándose por mantener la compostura. Sabía que estaba tomando la mejor decisión para su hija—. Cuídate mucho, Julieta.
—Gracias, General —respondió Julieta con una leve inclinación de cabeza.
Ambas niñas se giraron para despedirse de sus amigos, quienes se acercaron con rostros sombríos.
—Los voy a extrañar mucho a los dos —dijo María, abrazando a Manolo y Joaquín con fuerza.
—Estaremos aquí, esperando —dijo Joaquín, intentando mantenerse firme.
—El tiempo que sea necesario —añadió Manolo, tratando de sonreír.
María se separó del abrazo y miró a Manolo a los ojos.
—Nunca dejes de tocar, ¿sí? —le pidió, recibiendo un asentimiento solemne de su amigo—. Y tú, Joaquín, nunca dejes de luchar por lo que es correcto.
—Prometido —respondió Joaquín, asintiendo con determinación.
—Esto es para ti, María. ¿Por qué no lo abres ahora? —dijo Manolo, entregándole una pequeña caja con una sonrisa.
—¿Regalos? ¿Debíamos traer regalos? —preguntó Joaquín, preocupado por no haber preparado algo.
María abrió la caja, y de ella asomó un pequeño cerdito, el mismo que había capturado su corazón en la plaza.
—Le puse Chuy. Él te cuidará mientras no estemos juntos.
—Oh, claro que me acuerdo de ti —dijo María, acariciando al cerdito con ternura—. Gracias, Manolo. Es el mejor regalo que podría haber recibido.
—Se me ocurrió que necesitabas un pedazo del pueblo que te acompañara.
Mientras Manolo y María conversaban, Joaquín notó que Julieta se alejaba discretamente hacia la puerta de abordaje. Se excusó y la alcanzó.
—¿Te vas sin despedirte? —le preguntó, tratando de esconder su nerviosismo.
Julieta se giró, regalándole una pequeña sonrisa que hizo que las mejillas de Joaquín ardieran. Afortunadamente, la oscuridad de la noche ocultó su sonrojo.
—Adiós, Joaquín. Cuídate mucho —dijo Julieta suavemente.
El tren anunció su inminente partida. María corrió hacia Julieta justo cuando subían al vagón, y en medio del apuro, el lazo que Julieta llevaba en el cabello salió volando, siendo arrastrado por la brisa nocturna.
—¡No nos olviden! —gritó María mientras subía al tren en marcha.
—¡El lazo de Elena! —exclamó Joaquín, persiguiendo el lazo de Julieta con la esperanza de devolvérselo algún día.
Mientras el tren comenzaba su recorrido, María miraba triste y desanimada por la ventana, pero Julieta, sorprendentemente, se mantenía tranquila.
Manolo y Joaquín corrieron al lado del tren, decididos a transmitir un último mensaje.
—¡María! ¡Cuando vuelvas te tocaré una canción! —prometió Manolo, esforzándose por ser escuchado sobre el ruido del tren.
—¡Y yo lucharé por ti! —gritó Joaquín, mirando intensamente a Julieta, aunque ella no dirigía su mirada hacia afuera.
Pasarían años antes de que volvieran a ver a Julieta y a María.
Con el tiempo, los caminos de Joaquín y Manolo tomaron direcciones diferentes. Mientras Manolo se preparaba para convertirse en el mejor torero de su familia, Joaquín se forjaba un nombre como el héroe de San Ángel. El día de la primera corrida de toros de Manolo coincidió con el regreso de María y Julieta.
El tren llegó finalmente a la estación de San Ángel, deteniéndose con un suave chirrido. De él bajaron dos hermosas jóvenes, más maduras pero con el mismo brillo en los ojos.
—Es tan hermoso como lo recordaba —dijo María, tomando sus maletas con una sonrisa nostálgica.
—Sí, lo es —asintió Julieta.
—¡Estoy tan emocionada de estar aquí! ¡Ya quiero ver a Manolo y a Joaquín! —dijo María, contagiada de entusiasmo.
—¿Manolo y Joaquín? ¿No eran ellos el que tocaba la guitarrita y el otro que se pegaba un bigote falso? —preguntó Julieta con una leve sonrisa.
—¡Julieta! —María estalló en risas mientras caminaban juntas hacia el pueblo.
—Solo preguntaba —respondió Julieta, con un tono que apenas disimulaba su diversión.
< 120 votos y 60 comentarios para desbloquear la siguiente parte >
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top