chapter four. ㅤ❛ marry me ❜
CÁSATE CONMIGO.
( 𝐟𝐨𝐮𝐫 out of 𝒕𝒆𝒏 )
julieta v ft. joaquín m
María siempre había sido una chica nostálgica; las fotos de su infancia en San Ángel eran su posesión más preciada. En ese momento, se encontraba sobre la cama de Julieta, sosteniendo la imagen del día de su despedida. Era curioso observar cómo todos habían cambiado con el paso de los años, algunos para bien y otros, quizás, para mal. La castaña notó un detalle importante en la foto: Joaquín no miraba a la cámara, sino que tenía la mirada perdida en algún punto fuera del marco. Además, se dio cuenta de que en esa última imagen, Julieta no aparecía.
—Oye, Juli, el día que nos fuimos del pueblo, ¿por qué no sales en las fotos? Lo acabo de notar —preguntó María, dirigiendo toda su atención hacia su amiga, quien había dejado de intentar arreglarse hacía rato.
—Estaba camino a la puerta de abordaje del tren. ¿Por qué preguntas?
—No, por nada.
Julieta conocía a María; la castaña nunca hacía preguntas sin un motivo aparente, pero esa vez decidió hacer caso omiso a su pequeña intuición.
De repente, en la solitaria calle de San Ángel comenzaron a escucharse voces, gritos y risas. La pelirroja, invadida por la curiosidad, decidió correr un poco la cortina para ver qué estaba sucediendo y se encontró con los mariachis del pueblo y con lo que parecía ser el amigo torero de María.
—¡Yo te quiero a ti! —comenzó a cantar uno de los mariachis—. ¡Pero hay quien dice que eres una amiga nada más! ¡Oh, baby, tú!
La "dulce melodía" fue interrumpida por Chuy, quien no dudó ni un segundo en empujar una de las macetas que Julieta tenía en su balcón para que cayera sobre el mariachi. Pero eso no haría que ellos se rindieran tan fácilmente.
—¡Si quieres mi cuerpo! ¡Y crees que soy sexy! ¡Vamos, mami, dime ya!
Y así, otra maceta del balcón cayó sobre la cabeza de Pepe. Julieta tomó al cerdito de su amiga y comenzó a acariciarle la cabeza para intentar tranquilizarlo, pero era ciertamente gracioso ver los intentos de los mariachis por captar su atención, y aún más divertido observar cómo Chuy no los dejaba continuar después de un verso. Incluso antes de que el último de los músicos pudiera hacer su "increíble" presentación, la última maceta de Julieta había caído sobre él.
—¡Chuy! —regañó Julieta, intentando contener la risa—. Me vas a dejar sin flores que cuidar.
María apagó las luces de la habitación, dejándola a oscuras, esperando que así todos se fueran. Julieta corrió la cortina de nuevo para ver si quedaba alguien abajo, llevándose la sorpresa de que Manolo aún estaba ahí, de pie, con la guitarra en las manos, que se le resbalaba mientras luchaba con un nudo en la garganta.
—Oye, Mar... Quizás quieras ver esto.
La pecosa tomó a su amiga de las manos y la llevó hasta el balcón para que pudiera escuchar con más claridad la serenata que estaban a punto de dedicarle.
—Te amo y más... de lo que puedes imaginar —la melodía de la canción era dulce y lo suficientemente cautivadora como para tener a María atenta al próximo verso—. Te amo además como nunca nadie jamás lo hará. En esta canción va mi corazón. Amor más que amor es el nuestro y te lo vengo a dar...
La pelirroja observaba la escena completamente enternecida. María estaba profundamente enamorada de Manolo desde el primer día que se conocieron, y Julieta lo sabía con lujo de detalles; no hacía falta ser la persona más inteligente del planeta para darse cuenta. Ella había guardado el secreto durante años, aunque no hacía falta preguntarle a su amiga para confirmar lo que todo el mundo ya sabía.
—Te miro y más... y más y más te quiero mirar. Te amo y sabrás puro sentimiento y no hay nada más —la gente en las calles, e incluso los animales, estaban completamente encantados con la melodía que Manolo le dedicaba a María; era algo tan puro de ver—. Y sueño llegar a tu alma tocar. Amor más que amor es el nuestro y te lo vengo a dar.
«Va a caer redondita la pava esta».
En esos momentos, Joaquín había tomado el valor de subir hasta la habitación de Elena para disculparse e intentar arreglar las cosas. Le fue imposible no ver la escena que ocurría entre María y Manolo, pero ver a la pelirroja ahí sola le hizo sentir algo extraño en el pecho, casi como si le estuviera diciendo qué hacer.
«Es mi oportunidad de demostrarle lo que siento».
—Ruego a Dios tenerte a mi lado. Y entonces poderte abrazar —María sentía cada vez más cómo su corazón se aceleraba, y Elena solo podía observarla con una pequeña sonrisa en el rostro; ella más que nadie sabía cuánto tiempo había esperado algo así—. Si no estás aquí, algo falta. Yo por ti pelearé hasta el final.
Desde las casas de enfrente, La Catrina observaba la escena con orgullo, satisfecha de lo que se había convertido Manolo; siempre supo que era un chico de puro corazón.
—Y sueño llegar a tu alma tocar. Amor más que amor es el nuestro y te lo vengo a dar... Te amo y ¡más! Te amo y sabrás que nadie como yo te amará —los amigos mariachis de Manolo salieron del bar en el que se habían escondido y así ayudar a su amigo a llegar a donde su amada—. En esta canción, yo veo quién soy. Amor más que amor es el mío y lo siento. Amor más que amor es el tuyo y presiento. Amor más que amor es el nuestro. Si tú me... lo das.
Ambos se estaban acercando para darse un beso. Julieta se dio la vuelta, sintiendo que había estado interrumpiendo la intimidad de esos dos durante un buen tiempo. Al escuchar unos gritos y las risas de María, se dio la vuelta de inmediato.
—Vaya, creo que necesitará ayuda —dijo la pelirroja una vez que llegó al balcón, señalando el desastre que se había hecho bajo su terraza. María, quien tenía la guitarra de Manolo en las manos, soltó una pequeña risa.
—Espera, ya voy.
La castaña, seguida por la pelirroja, bajaron las escaleras hasta llegar al salón principal de la casa de los Posada. Allí, todos parecían estar muy emocionados por un detalle que ambas chicas estaban pasando por alto. Joaquín fue empujado por el padre de María para que se parara frente a ella; el chico se veía incómodo, un poco nervioso.
—General Posada... no sé si esto sea una buena idea —dijo Joaquín, pero el hombre hizo oídos sordos a sus réplicas.
—No te preocupes por los permisos, muchacho. Sabes que tienes mi completa bendición. Ahora hazlo.
Todo se sumió en completo silencio; cada persona presente en la sala estaba expectante a lo que sucedería a continuación.
—María, yo... —Joaquín sentía un nudo en su garganta, una pequeña caja con un anillo reposaba en sus manos, esperando el momento correcto para ser abierta. El castaño no lucía tan confiado como de costumbre; incluso se podía notar una pequeña chispa de arrepentimiento prematuro—. Yo quería saber, ¿te gustaría casarte conmigo?
Luego de hacer esa pregunta, los ojos del héroe de San Ángel cayeron sobre la figura de Julieta. La pelirroja se había quedado dos pasos atrás en las escaleras. En otra ocasión, quizás nada de eso le hubiera importado, pero luego del detalle de la flor, el lazo y las miradas, pensó que Joaquín Mondragón podría ser un chico distinto al resto, pero estaba muy equivocada.
—Yo...
—Vamos, hija. ¿Quién más nos protegerá de Chakal? —el General Posada tomó a su hija por los hombros y la acercó hasta Joaquín en un intento de convencerla sobre la idea de un matrimonio con él.
En esos momentos, Manolo entró con algo de ayuda a la casa de los Posada. Aún estaba aturdido por el incidente de hace un rato y le costaba formar oraciones coherentes mientras se mantenía de pie. Al ver la guitarra de Manolo en manos de María, Joaquín vio una pequeña oportunidad para escapar de un compromiso que no deseaba.
—Un segundo, ¿también se te declaró? —preguntó, intentando llegar a un tono dramático con su voz.
—¡No! Claro que no... —dijo la castaña mientras acomodaba un mechón de su cabello—. Espera, ¿ibas a hacerlo? —preguntó con cierta ilusión.
—¿Qué?
—Pues qué pena, porque yo se lo dije primero —dijo Joaquín en un intento de provocar a Manolo—. Así que ve a torear o algo así.
El azabache terminó empujando al del bigote, comenzando así una pequeña discusión en la que todos eran espectadores.
—Ustedes dos se están comportando como tontos —María estaba comenzando a enojarse; el comentario ofendió a Manolo.
—¿Qué? ¿También yo? —preguntó, señalándose a sí mismo.
—Te quiero, lo sabes —recordó Joaquín, acercándose nuevamente a su amigo—. Pero, ¿cómo piensas proteger a María si no eres capaz de acabar con un toro?
—¿Ah, sí? ¡Pues tú nunca vas a ser un héroe tan grande como tu padre!
Eso fue suficiente para que ambos chicos comenzaran a tratarse de manotazos, tal cual como dos niños pequeños. A Joaquín le lanzaron una espada para hacer la pelea un poco más interesante; en cambio, a Manolo le dieron una guitarra, que aparentemente era una buena opción para dar una batalla justa.
—¡Ay, mírenlo! Tiene su guitarrita, ¿qué harás con eso? ¿Tocarme algo? ¡Qué miedo! —El tono burlón del castaño despertó la risa en varios de los presentes.
—Te voy a enseñar buenos modales.
Antes de que la pelea pudiera avanzar más allá de un ataque, María los detuvo a ambos, presumiendo así sus habilidades obtenidas en sus clases de esgrima. La chica separó a Manolo de Joaquín para evitar que volvieran a caer en discusiones tontas que eran completamente innecesarias.
—Bien, luego lo arreglaremos —dijo el castaño, tomando su espada de vuelta.
—Cuando quieras. Con mucho gusto.
—¿Ah, es en serio?
Joaquín le dio una última mirada a Julieta, quien fue incapaz de verlo igual que antes. Antes de irse, el chico frunció levemente los labios y comenzó a darse cuenta de que todas sus oportunidades con Elena se habían esfumado lentamente. La pelirroja no esperó mucho para desaparecer y encerrarse en su habitación. Al cerrar la puerta, se encontró con la flor de hace rato y se preguntó cómo un gesto tan lindo se había vuelto tan común como los demás.
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