Capítulo 3

Capítulo 3

No se sale de inmediato de una relación tóxica, se necesita tiempo y coraje para dar ese gran paso. 

El paso de mandar todo al paseo, recoger tu mochilita de emociones y largarte de donde te hacen mal. 

Pero sobre todo se necesita admitir que estás mal, que como yo, estás, o estabas obsesionada. Que esa persona nunca te ha tomado en serio y siempre jugó con tus sentimientos. 

Aunque eso te quiebre el alma, son los primeros pasos para tomar una decisión contundente. 

Aunque vuelvas a llorar, aunque todos a tu al rededor te acusen de haberlo perdonado cuando claramente no lo merecía. 

Aunque tengas que zarandearte a tí misma para que se te reorganice el cerebro y sepas que puedes superar esa situación. 

Y un detonante, algo con suficiente impacto como para regresarte a la realidad. 

Lo mío fue... demasiado. 

Estábamos en medio de la clase de Geografía. Javier se sentó a mi lado ese día, porque Lydia había faltado. Ellos, ambos tenían una especie de retorcido acuerdo, donde se turnaban, para sentarse a mi lado, pero eso no es lo importante.

Una chica, una que yo había visto varias veces en fotos circulando por ahí, irrumpió en medio de la clase y preguntó por Javier. 

—Ya sabes que es mi amiga, así que no hagas una escena —me dijo antes de levantarse e ir a darle un abrazo, que a mí me pareció muy íntimo.

Salieron del aula con permiso de la maestra, y yo me imaginé todos los escenarios posibles que involucraran a esos dos individuos. 

Me sentí tan estúpida ahí sentada y luego me convencí de que me lo merecía. Qué era la cruz que debía cargar por haberlo perdonado. Qué ahora yo también debía cargar con el peso de las mujeres de su pasado... y no tan pasado.

Pero nadie merece que le usen, que le mientan descaradamente y que encima le hagan quedar como estúpida frente a la gente.

Así que hice lo más maduro que se me pudo ocurrir.

Los seguí... exacto, ¿qué pensaban?, ¿que me iba a quedar de brazos cruzados?, jamás.

Estaban en el lugar favorito de Javier, las gradas. 

Sus amigos (que la mayoría eran de cursos superiores al nuestro) estaban allí con él. Y lo escuché decir, a él, con su estúpida voz melosa, que esa chica era su novia. 

Al principio no lloré, no sentí. La verdad es que una parte de mi ya se lo esperaba, era muy obvio. 

Luego empezó a crecer la ira dentro de mí, quemaba algo en mis entrañas. Quise correr hasta allá y tirarle a ambos de los pelos. 

Pero me contuve.

Respiré y me giré con toda la dignidad que pude recoger en mi sistema y pude llegar en una pieza, fría, como una estalagmita, a sentarme en mi pupitre, mientras sentía como el corazón se me desprendía de su engranaje cardíaco.

No se imaginan lo terrible que es, querer llorar con todo tu ser y no poder hacerlo, porque tienes la escalofriante sensación de que si te muestras vulnerable, solo por un segundo, las consecuencias pueden ser terribles. 

Ese día regresé sola a mi casa, me duché, con la mente en blanco, porque a pesar de haber retenido las lágrimas durante todo el día, por alguna razón no podía llorar. El nudo en mi garganta quemaba, pero no podía hacer nada al respecto. 

Y así me fui a dormir, con la esperanza de que el día siguiente, fuera un bucle interminable de sábados, hasta que pudiera sanar la herida y no tener que preocuparme de verlo una vez más.

Pero me equivoqué, la situación sí podía empeorar. 

Los días siguientes fueron terribles, tuve que confesarle a mis padres la extraña relación de tira y afloja que habíamos mantenido Javier y yo a petición mía. 

Tuve que admitir que aún estaba enamorada de él a pesar de todo lo que me hizo llorar en las vacaciones del año anterior. 

Tuve que reconocer que todo el tiempo supe de sus deslices y aún así siempre estuve a su lado. 

Pero ahora, ¿Cómo lo estaría, si él ya había dejado en claro que esa tipa era su novia? 

Tuve que convencerme a mi misma, delante de mis padres, que la culpable de todo era yo por dejarme usar...  

Pero no se puede tapar el sol con un dedo, de nada vale cargar uno con toda la responsabilidad mientras el otro se lava las manos. 

Él fue quien me engañó, quien me prometió tantas cosas entre ellas amarme siempre y nunca lo cumplió. 

No sabía como sentirme, pero de algo estaba segura, no podía continuar con eso, porque el posible desenlace involucraba mi muerte, y yo debía velar por mi propia vida. 

... 

Una vez más, Martín y yo nos topamos por casualidad, no fue en la casa de su hermana, sino frente a la casa de la pareja Villa, él estaba en su horario de trabajo, haciendo unos arreglitos para la casa de mis clientes. 

No pude evitar echarme a llorar en cuanto lo vi y me sentí estúpida. 

Nadie debería sentirse estúpido por mostrar sus verdaderos sentimientos.

Él estaba sobre una escalera ajustando no sé qué, pero en cuanto me vio, bajó.

No tenía idea de cómo manejarme, y honestamente, yo en su lugar, posiblemente hubiese actuado igual de torpe. No es fácil lidiar con una loca que te ha visto un par de veces y en la mayoría de ellas o llora o arremete contra ti, acusándote.

Él era, con quién menos esperaba terminar llorando, pero supongo que fue porque soporté demasiado tratando de no llorar frente a mis padres.

Martín no hizo preguntas, se limitó a quedarse callado y sentarse a mi lado mientras lloraba. 

De alguna forma me consolaba, y de la otra me martilleaba el corazón, porque callaba porque no me juzgaba, pero no me juzgaba, precisamente porque no conocía la razón.

Estaba segura a rajatablas, de que si se hubiera enterado en ese momento, su primer comentario hubiera sido, echándome la culpa por todo. 

Sin embargo, al fin y al cabo, su presencia silenciosa fue todo lo que necesité en ese momento.

No dije palabra alguna hasta que terminé de llorar.

—Sería muy útil tener un pañuelo a mano.

—Nadie sale con la intención de llorar, Isla.

—De igual modo. 

—Ya.

—Gracias, de verdad.

Asintió, pero no dijo más.

—Estoy segura de que Lydia te comentó algo, así que, si tienes algo que decir, este es el momento.

—La verdad es que, no me he enterado por Lydia, pero, eso no importa. No quiero abrumarte ni ponerte en una situación donde te veas obligada a contestar cosas que aún no quieres, así que solo te diré esto: necesitas muchas noches sin pegar un ojo. Es la única forma en la que vas a superar el dolor. Y puede sonar desalentador, pero te aseguro que el tiempo, la persistencia, y tomar la decisión de que ya no quieres que esa persona esté en tu vida van a lograr que termines olvidándolo. El pasado siempre va a estar allí, la diferencia correrá cuando seas tú quien decida si va a seguir atormentándote. Nadie ha muerto al intentar olvidar, sobrevivirás. Aunque sientas que ya no puedes, sobrevivirás.

—Para no saber qué decir, dijiste mucho —me burlé, tratando de no mostrar lo mucho que sus palabras me afectaron.

—No soy un hombre de pocas palabras, me temo.

—No deberías, eso te hace especial.

—Gracias, supongo.

—Sí.

—No tienes que limitarte, ¿Sabes? Si quieres llorar, llora. Estoy seguro de que debe ser muy difícil lo que estás pasando. No va a ser algo inmediato, será un proceso. Algunos días pensarás que superarlo está a la vuelta de la esquina, otros que no has avanzado nada, pero cuando menos lo esperes, en tu corazón ya no quedará nada de afecto por él. 

—Que fino, afecto —lo interrumpí, pero él se limitó a achicar los ojos, y seguir hablando.

—Te irás deshaciendo poco a poco de cada recuerdo doloroso, e irás cobrando fuerza. En el amor nunca se sabe, a veces todo va a bien, y a veces todo mal. Es como en la guerra, por eso la gente dice que el amor y la guerra se parecen.

—No estoy de acuerdo. 

—¿Con qué específicamente?

—Con que el amor y la guerra se parecen.

—Adelante, expón tus argumentos.

Dijo extendiendo sus manos y gesticulando.

—A la guerra vas obligado, en el amor, por más que lo intenten, nadie puede obligarte. 

—Buen punto, continúa.

—En la guerra peleas contra un enemigo, en el amor se supone que luchas en contra de las adversidades, junto a un aliado.

—Eso es cierto.

—En la guerra... mueren personas, por el amor, se muere uno cuando sufre. Cuando la otra persona te hace daño. Además, no te mueres literalmente, que alguien te hiera no es culpa del amor. 

—¿Crees que lo experimentaste?

—¿Qué cosa?

—El amor.

—No estoy segura, creo que no. Aunque lo que sentí con Javier fue muy fuerte, de algún modo, siento que el amor es algo más...

—Epa, cuidado. No dejes que las ideas romanticistas te llenen la cabeza. Lo que sentiste por Javier fue la primera etapa del amor, el enamoramiento. A ver, te explico. Todo amor, sufre etapas. La primera, es la de la conexión química, por ende, casi al mismo tiempo el enamoramiento, la idealización de ese ser, a quién estás conociendo por primera vez, luego llega la desilusión, y sí, es una etapa, aunque no siempre es mala. Me explico. La desilusión llega cuando empiezas a conectar realmente con esa persona y a conocerla. A darte cuenta de que es humano, que no es perfecto, que tiene detalles que puede que no te gusten, o en el peor de los casos que te hagan daño, es cuando descubres la calidad de la persona, y aquí surge la gran pregunta que en algún momento te vas hacer: ¿Lo amo? El amor es una decisión, es que a pesar de que esa persona tiene defectos, ya no solo estás enamorada, no solo te atrae físicamente, sino que también le amas. Estás dispuesta a ir todo a todo con tal de estar con esa persona y así... pronto te tocará el turno de experimentarlo.

—Soy muy joven aún, no creo que sea pronto.

—Nunca digas eso. Para experimentar el amor no se necesita una edad apropiada, además, el amor se vive con los padres, con los amigos, con la familia, no necesariamente con una pareja, ¿O no amas a tus padres?

—Por desgracia, aunque me llamaron "Isla".

—Pensé que era "Ayla"

—Es una historia cómica la verdad, pero te la diré luego... continúa hablando.

—Aunque te llamaron "Isla" tú los amas, ¿Verdad?, ¿Y tus amigos?

—No tengo amigos.

—No digas eso, pensé que Lydia y tú se llevaban bien.

Hice una mueca triste y lo miré a los ojos.

—No, ella tiene razón, no soy amiga de nadie.

—¿Y yo que soy entonces? Ya no puedo seguir siendo el desconocido que se queda a tu lado mientras lloras.

—¡Eso es! Tú eres el culpable de que solo quiera llorar cuando te veo.

—No soy tan feo como para darte ganas de llorar.

Lo dijo en modo de broma, pero me tomé el atrevimiento de mirarlo. No era feo.

Aunque igual yo no era parámetro, si me gustaba Javier, o sea, duh.

—Supongo que eres mi amigo, sí. 

—¿Ves? Vamos avanzando. Estamos en la parte de la ilusión, te crearás una idea de mi y yo una de ti, hasta que poco a poco descubramos la realidad de cada uno, ahí es cuando la amistad se va a consolidar.

—Entiendo tu punto, tiene sentido, es demostrable, pero la verdad es que ya no tengo ganas de hablar del amor, quiero que el tiempo pase rápido y así me olvido de Javier.

—Entonces nunca podrás olvidarlo.

—¿Por qué dices eso?

—Porque las cosas se superan cuando se viven, con exteriorizar tus sentimientos, aceptarlos, sufrirlos, es toda una cadena que no puedes evitar o saltarte.

—Bueno, eso. Deberías ser psicólogo en vez de electricista.

—Pero si a mí me gusta lidiar con cables.

—No te gusta nada, ¿Verdad?

—¡Eso! Eres muy perspicaz. Podrías concentrar tu energía en ese don, y ayudar a la gente que no se da cuenta, o no quiere admitir cómo se siente.

—Tanto que me hablaste de sentimientos y al final tú no muestras los tuyos 

—No, Isla, no confundas las cosas, yo no tengo elección por ahora, y estamos hablando de trabajo. 

—Sí, claro.

Sonreí con sinceridad, por primera vez en mucho tiempo. 

—¿Por qué eres electricista si no te gusta?

—Porque se me da bien y necesito trabajar.

—Pero, si tuvieras la oportunidad, ¿qué te gustaría hacer?

—No tengo muchas aspiraciones, me gustaría comprar un terreno, no muy grande, tener una casita, animales y árboles frutales u ornamentales, poder vivir de lo que siembre, sería un éxito.

—Pero, ¿no hay alguna carrera en la universidad que te gustaría estudiar?

—No tengo el dinero, además, no lo creo, no hay algo que me llame la atención, tal vez agronomía.

—Ya.

—¿Y tú? 

—No lo sé, apenas tengo dieciséis años

—¿Y eso qué? Deja de poner tu edad como un límite para pensar y sentir las cosas, hija.

—De acuerdo.

Dije no muy segura, pero él pareció satisfecho con mi respuesta.

Luego de un rato más charlando, me despedí de Martín y me fui.

En ese momento yo no lo sabía, pero sus consejos harían mella en mi vida.

. . .

Martín tenía razón, en algunas de las cosas que me dijo frente a la casa de los Villa esa tarde.

Sobretodo en la parte de que los primeros días serían difíciles.

Por suerte, al cambiarme de lugar, no tuve la necesidad de ver a Javier siempre, y no tenía ganas de mirar hacia atrás.

Tengo que decir, que por lo menos guardó su cinismo y no intentó acercarse a mí.

En cuanto a su pavoneo con su novia, ya eso era plato aparte. Y como sabía que posiblemente tendría que verlos a ambos allí en todo el colegio, empecé a quedarme en los pasillos, donde seguro que no aparecerían ninguno de los dos.

Lydia terminó por cansarse de hacerme compañía, pero no tardó mucho por ser sustituida.

Mi hermana Kendra decidió hacer el enorme sacrificio de dejar sus intentos de socialización y lidiar con su hermana deprimida, no sabía si agradecerle por pensar en mí, u obligarla a volver con sus amigos. No era justo que los dejara de lado por pasar tiempo conmigo.

Pero así es Kendra, no puedes obligarla o sugestionarla para que haga algo, si lo hace es porque quiere hacerlo.

Déjenme hablarles un poco acerca de ella. 

Me lleva casi dos años y es la extrovertida de la familia, porque mi madre es... bueno, ya la irán conociendo. Es excéntrica, pero más dentro de la casa que fuera de ella y mi papá es más introvertido e introspectivo que yo, y eso es mucho que decir. 

Pero volviendo a mi hermana, ella es todo lo que está bien. 

Tengo mil adjetivos para describirla, pero es que aún así me quedaría corta, porque ella es mucho. 

Irradia una alegría y una inocencia, que te dan ganas de comerte sus cachetes a besos, amo que sacara de su tiempo para levantarme el ánimo. 

Pero al mismo tiempo, a veces es un poco como Javier, me exprimían toda la esencia. 

Quizá es cosa de gente sociable, no lo sé. 

Estaba un poco harta de todo, de estar deprimida y de que me importaran tanto las cosas. Quería que se acabara, pero Martin, en eso también tenía razón, no debía saltarme ninguna etapa de esa ruptura, tenía que sacarlo de raíz de mi corazón y solo así iba a poder continuar con mi vida. 

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