Querido diario
No soy el tipo de persona que los padres quieren cerca de sus hijos. Tengo malas calificaciones, pasó mis tardes en las calles, los pocos amigos que tengo abandonaron la escuela y papá es considerado un mal ejemplo para cualquier niño. Es una pésima reputación para cualquier pre adolescente y para sobrevivir en mi municipio es necesario no solo cargar con dicha reputación, sino también incrementarla para mantenerte a salvo.
Por eso guardo la existencia de mi nuevo amigo solo para mí. Me niego a compartirlo. Tengo la esperanza de que así, quizá, pueda mantenerlo alejado del desorden y los malos murmullos que corren tras de mí. Es mi forma de brindarle protección y él parece ser alguien que necesita mucho de eso. Sus padres lo tienen en una cajita de cristal y se niegan a dejarlo experimentar o siquiera vivir. Sabe tan poco de la vida como para hacerme lucir como alguien experto y se comporta como el típico chico de la ciudad. Vive más en la frontera que en los barrios populares, pero es de la ciudad, al fin y al cabo. Aun así, es un gran chico. Debería estar pasando las tardes haciendo sus deberes y regodeándose cerca de niños mimados y malvados como los que hay ahora y en su lugar, les miente a sus padres para escapar de casa y camina durante casi una hora solo para verme a mí. No sé tú, pero yo lo considero un honor.
Lleva semanas queriendo conocer mi barrio. Mi casa. Cualquier cosa para conocerme mejor, pero siempre desvío el tema para acabar cerca del lugar donde él vive y no mezclarnos con el lugar donde yo vivo. Puede parecer exagerado, lo sé. Pero no importa que su ciudad y mi barrio estén divididos por un simple puente peatonal, logro mantenerlo alejado limitando nuestros encuentros a lo poco que podemos conocer de la ciudad y el olvidado Paso de Pericles que nos sirve como refugio.
Si que soy una mala influencia después de todo.
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