6. (R) Evolucion

Alexei 

La primera vez que pise Revolución había escapado de casa. Cumplía mi tercer año en la ciudad y necesitaba un respiro de todas las cosas a las que no lograba adaptarme: nuevo barrio, nueva casa, sin estudio o empleo y un corazón roto. Estaba sola por completo y peor que eso, me sentía sola.

No necesité un plan elaborado ni cientos de excusas. Dije que me encargaría del garaje y desaparecí por horas. Caminé calles enormes y crucé barrios lujosos intentando hallar lo que calara en mi definición de respiro. Cuando me daba por vencida, lo encontré: Un subterráneo en el centro de la ciudad con poca iluminación y un letrero en mal estado que ponía (R)Evolución en letras góticas. Si había cinco clientes eran muchos. Tenía un olor extraño que a nadie parecía importarle y me regalaron un café como bienvenida. Zac me recibió con una sonrisa y una oferta de empleo. Para ese entonces no era más que un estudiante de administración de empresas tomando el mando de un local familiar.

—Puedes quedarte—dice el chico de cabello largo señalando la vieja puerta de madera que desaparece entre las sombras—, el sofá no es muy cómodo, pero hay calefacción.

—¿No quieres saber si soy una ladrona?

Ríe suavemente cambiando de lado su cabello. Tiene unos rizos cobrizos mejor definidos que muchos que he visto en mi vida.

—¿Lo eres?

—Pues no.

—Con eso me basta—Lo sigo a la que, tiempo después, reconozco como su oficina y veo como golpea su cabeza con el marco de la puerta—. Ponte cómoda, Alexei.

Me quedé la primera noche y otro par después de esa. En un principio no notaron mi ausencia y no fue hasta después de unos días que entendieron que no tenía intenciones de volver. Era una malagradecida por escapar del único lugar que podía considerar hogar, pero nunca me reprocharon eso. Regresé cuando no tenía más dinero y Viviana amenazó con pasarle mi búsqueda a la policía.

El lugar no es ni la sombra de lo que era en ese momento. Ahora está a reventar de domingo a sábado y actúa como cinema los fines de semana. Se convirtió en un lugar popular en la zona, pero parece que hoy nos estamos convirtiendo en un circo.

—No estoy segura de que una cámara de besos sea una buena idea—advierto—, es una película, no un partido de fútbol.

Las chicas en el suelo asienten eufóricas. Tan solo son las tres de la tarde y ya van pasadas de tragos.

—Por eso será con luces y no una cámara—explica Leo con emoción. Está convencido de que su idea es fantástica—, me encargaré de señalar solo los lugares donde veo química y pasar de largo si no están convencidos.

Ellas asienten de nuevo, mientras que Zac responde con una mueca. No le hace mucha gracia transformar su local en una sala de juegos. Bastó con poner un pie en la oficina para ser atacados con la maravillosa exposición de Leo sobre porque debíamos aceptar su petición y, pese a que llevamos veinte minutos con la discusión, continuamos donde empezamos.

Los comentarios volaron como cada sábado antes de la función y aunque somos un consejo unido, la última palabra siempre la tiene Zac. Después de todo, Revolución en suyo.

—¿Y si hay dos amigos en el público? —pregunta Acacia tras tomar el peluche que le otorga la palabra—. Sería como si me obligarán a besar a Raquel.

—Yo te besaría—Se encoje de hombros la mencionada. Es la única que parece fascinada con la propuesta de Leo.

—También te besaría, querida, ese no es el hecho. No queremos ser los causantes de un momento incomodo o la ruptura de una amistad, es mucho peso para mi consciencia.

—Piénsenlo chicos, al público le encantará—sentencia de nuevo nuestro amigo.

Solo yo parezco pensármelo y de inmediato sé que he perdido.

—Cuando el café se convierta en una orgia no los quiero ver arrepentidos—No espero respuesta y me levanto de la mesa para regresar a los deberes que me esperan tras la puerta.

El lugar es un desastre. Los chicos encargados de transformar el local en un cinema me dedican algunas sonrisas y el olor proveniente de la pintura fresca me marea por un momento. Raquel cumplió su parte del trato con Zac y estuvo una semana pintando paisajes colombianos en las paredes. Es un metro y medio de puro talento y veneno.

—Te noto un poco ansiosa—comenta Zac ajustando la pañoleta en su cabeza. Ahora tiene el cabello corto y luce con su figura: mide 1.85, tiene un rostro lleno de lunares y viste como los hombres de negocios en las películas.

—Inquieta diría yo—corrige su mejor amiga bebiendo de la botella de aguardiente, o de lo que queda de ella.

—Pueden ser sinónimos ¿Hay algo que debamos saber?

Ya lo saben. Todos aquí lo saben. Solo juegan conmigo.

—Los chicos de la emisora no tardan en llegar—Giro el celular para que puedan leer el mensaje que recibí hace una hora.

Miguel Ángel.

Mamá dice que un lugar que se llame Revolución no puede ser buena influencia para su hijo. Solo por eso tienes mi curiosidad, estaremos allí en un rato.

No me he salido de la conversación desde entonces. ¿Qué se supone que significa un rato? ¿Una hora? ¿Dos? ¿Mañana?

—Los mismos chicos que la tienen como su expendedora de café y fotocopiadora predilecta—No me extraña reconocer un tono de hastío en las palabras de Raquel. Es la más severa de todos. No tiene filtro para decir las cosas y su honestidad puede inclinarse a la grosería cuando dice lo primero que pasa por su cabeza. Ha roto mi corazón un par de veces y nunca he recibido disculpas por ello.

No me molesto en explicarlo. Sé que quiero el mundo en mis manos, pero aprendí a aventurarme en el proceso primero, por más que eso acabe con mi paciencia y mis ánimos.

—Creyó que Revolución sería el mejor lugar para tener una reunión de negocios—Leo sale de la oficina para probar la gran luz que será la flecha de cupido esta noche.

—No es algo formal, por el amor de Dios. Ya tuvimos esta conversación.

—Lo que nunca tuvimos fue un compañero tuyo por estos lares. ¿Debo sacar la vajilla fina? —pregunta Zac sobando su barbilla con fingida intriga.

Será ridículo.

—No debes preocuparte por mí, Alex. Esta noche seré el mejor caramero que haya pisado estos suelos.

—Camarero, Leonardo. Se dice ca-ma-re-ro—Leo es el único capaz de soportar las reprimendas de Raquel, por eso no me sorprende cuando, en vez de molestarse, salta sobre ella con los brazos abiertos.

Ambos acaban en el suelo y desde allí les dan la bienvenida a los primeros clientes de la noche: Evan, Miguel y una pelirroja del brazo de ambos.

Hoy es noche de comedias románticas. Y, la elección de ese género siempre cae en manos de Acacia. Por esa razón, todos en la sala están atentos al inicio de Cuando Harry conoció a Sally. En la única pared blanca del subterráneo se reproduce la discusión en la cafetería de los protagonistas y mis ojos no dejan de saltar del público a Leo, que espera en una esquina el momento de usar su luz de besos.

Sentados cerca del gran mesón, mis compañeros de trabajo y su cita compartida prestan atención a la escena. Sirviendo en la barra, Zac y Acacia preparan tantos pedidos como sea posible, mientras que yo vigilo desde un rincón como se desenvuelve la función y la manera en que la pelirroja elegante se acerca a Evan para decirle quien sabe qué.

Intento no prestar demasiada atención. No he tenido el gusto de presentar a mis amigos y por lo mismo, no he saciado mi curiosidad conociendo a esa chica. Permití que los visitantes se adaptaran al lugar antes de saludar y cuando me acercaba para las presentaciones fui enviada a dar la bienvenida a los clientes. Una de las pocas cosas que se me permite hacer después de renunciar. El juego es el siguiente: yo digo que ayudaré y Zac me recuerda que no me pagará por ello. Yo alego que no estoy pidiendo una remuneración y él me explica que debo concentrarme en mi trabajo real. Pese a eso, siempre estoy aquí.

Soy lo más discreta posible. Echo vistazos de reojo y recorro cada curva de la joven con la que no puedo evitar compararme. Viste un jean ceñido al cuerpo, un crop top que da visibilidad un tatuaje en el abdomen y un chaleco sin mangas que deja al desnudo sus brazos. Algo que yo no podría usar y que no se me vería ni medianamente bien. No como a ella.

«¿Pensaste que dejaría pasar la oportunidad de estar con alguien que tiene lo que tú nunca tendrás?»

Cuando vuelvo a concentrarme Evan tiene la mirada puesta en mí y de un momento a otro se está acercando.

—Buenas noches, niña—Deja un beso en mi mejilla y me congelo ante la muestra de afecto—. Te esperábamos en nuestra mesa.

No espera una invitación y toma asiento en la silla a mi lado. Los protagonistas vuelven a encontrarse después de cinco años, pero mi cabeza solo presta atención al chico junto a mí.

—¿Qué les parece el lugar?

Un tema irrelevante. Eso es.

—Pintoresco—vacila—, muy visitado para un sitio que busca reconocimiento.

Atrapada.

—Nunca hay suficiente fama.

—Entonces cuento con que te acuerdes de los pobres cuando crezca tu fama.

—¿Fama? Claro que no. Esto no es mío, Zac lo hizo todo. Yo no tengo nada, jamás podría hacer algo así—hablo rápido y me esfuerzo en dejar claro que no podría lograr nada siquiera parecido a esto. Así, desde un principio sabe que lo mejor es no esperar nada de mí.

—¿Por qué deberías tener algo así? Eres locutora, no empresaria.

Suelto una molesta risa y los clientes de algunas mesas me lanzas miradas severas. Harry y Sally se volvieron a encontrar.

—Tampoco soy locutora. Escuchaste a Rodri, fotocopias, eso es todo lo que puedo hacer.

—Puede ser peor—Sus dedos encuentran en el único mechón suelto de mi cabello y lo devuelven a su sitio detrás de mi oreja—. Yo estuve meses siendo un mensajero entre los departamentos de la emisora. Subía y bajaba 11 pisos al día una y otra vez utilizando solo las escaleras.

—Puedes deberle tu trasero a eso—suelto sin pensar y él se ríe con fuerza.

Una vez más, los clientes miran nuestra mesa y algunos se atreven a soltar sus molestos "shh".

—No parece la mejor mesa para tener una conversación—Aparta las sillas alrededor y se levanta estirando los brazos. Comienzo a creer que volverá con sus amigos cuando vuelve a hablar—, ¿Me acompañas?

Su mano vacila en el aire y mi cuerpo reacciona por su cuenta tomando esa mano. Está frio y cierra sus dedos alrededor de los míos reconfortándome. Estoy tentada a ponerme de pie cuando una luz nos corta el paso.

Al otro lado de la sala, con una sonrisa en los labios, Leo apunta su luz de besos hacía Evan y yo.

Este sería un buen momento para el fin del mundo que llevan décadas posponiendo.

—Nos están mirando—Consigue pronunciar mi acompañante reforzando nuestro agarre.

Más que molestos, los clientes ahora parecen intrigados. Las personas en las últimas filas tienen toda su atención en mí y en el chico que sostiene mi mano. Harry y Sally pasan a segundo plano y comienza a ponerme nerviosa el protagonismo.

No soy capaz de mirarlo.

Mi cabeza viaja entre Leo, la mirada aterrada de Evan y la sonrisa forzosa de la chica de cabello rojo que tiene su mirada puesta en la gran lampara que nos deslumbra; a solo unos metros de allí, un letrero con las palabras KISS CAM pintadas me saluda.

Evan pasa un pulgar sobre mi mano cuando descubre lo que está pasando.

—No me dijiste que tu propuesta para la fiesta era una cámara de besos— El local continua su función aunque sus clientes estén en pausa—. Una jugada arriesgada para impresionar a tus compañeros.

Estoy contrariada. Totalmente desubicada y cuando creo que Evan tiene intención de marcharse me lanzo por la borda.

—La chica en la mesa—digo sin despegar mi vista de la esquina—, ¿viene contigo?

—No creo que este sea un buen momento para una sesión de preguntas y respuestas.

Lo miro por fin. Hay caos y desorden en todo su semblante. La luz en sus ojos es opaca y, aun así, brilla con más intensidad que la lámpara de la que aún somos foco de atención.

—¿Viene contigo, Evan?

Suspira.

—No—sentencia viendo cómo la chica ríe a unas mesas de nosotros junto a Miguel. Tiene su mano entrelazada a la del chico y parece jugar con el piercing de su ceja fingiendo no prestar atención a lo que pasa en este lado del café.

—Leo espera un beso—explico por fin a mi acompañante soltando su mano y llevando la mía a mi regazo como si el tacto me quemara—, quedamos en quitar la lampara en señal de incomodidad, pero se ve muy persistente.

La luz continua sobre nosotros, solo que ahora es más tenue. Tiene un degrade entre verde y morado, y va de Evan a mí con lentitud.

—¿Y tú quieres un beso? —Se arriesga y yo me encojo de hombros—Necesitaré más que eso, Alexei.

¿Lo quiero?

No lo sé.

Estaré jodida después de esto y sé que estaré aún más jodida cuando el café esté vacío y yo deba enfrentarme a lo que sea que está pasando aquí. Porque, aún sabiendo que esto es una mala idea, no puedo evitar asentir despacio esperando que él entienda el mensaje.

Y demonios que lo hace.

Solo en segundos el rostro de Evan se acerca al mío y si no fuera por la cantidad de suspiros que recibe nuestro roce de labios, creería que esto no está pasando. Agarra mi rostro entre sus manos y tararea sobre mis labios con satisfacción como si estuviera recibiendo un alivio y no el beso nervioso que le estoy otorgando. Es tranquilo. Suave. Sin prisa. Saborea lo que le permito con mis labios apenas entre abiertos siguiendo los suyos y mi corazón hace el trabajo restante yendo a toda prisa y amenazando con salirse de mi pecho.

Me separo de él inconscientemente y por un par de segundos me niego a abrir los ojos como si con hacerlo la imagen de él desapareciera y una realidad mucho más cruda me esperara. Pero nada de eso pasa. Frente a mí, Evan tiene una sonrisa apenas perceptible y juega con los dedos de la mano que volvió a tomarme en algún momento de nuestro encuentro.

El intento de cámara de besos desaparece de nuestras cabezas y la función no tarda en retomar su rutina antes de que la luz apunte hacia una pareja sentada cerca a la pantalla que se regala un beso corto.

—Espero se viera tan bien como se sintió —dice dejando escapar una pequeña risa que no tarda en fundirse con la mía.

Vuelvo a dirigir mi mirada hacía detrás de la barra donde mis amigos me observan impresionados y los recuerdos me caen como un balde agua fría.

Necesito salir de aquí ahora.

Intento ponerme de pie y soy interrumpida por la gran mano que mi compañero de trabajo deja caer sobre mi muslo.

Esto no está bien.

—Creí que tendríamos una conversación—Ya no luce confiado y puedo apostar a que su semblante confundido se asemeja al mío.

—Claro, una conversación. Tendremos otro día para eso.

Huyo como la cobarde que soy y no me preocupo por mirar hacía atrás en caso de que alguno de los presentes en el café haya decidido seguirme. Las paredes se cierran sobre mí y puedo sentir la marca de sus dedos quemar sobre mi muslo aún con las capas de ropa encima. Planeo escapar y esconderme lo suficiente como para olvidar que todo esto fue una mala idea.

Después de todo, no necesito ser un genio para saber que estoy jodida.

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