21. La cita

Alexei

—Azul—propone Acacia ondeando mi cárdigan favorito.

—Rosa—dice Raquel ubicando su opción sobre la alfombra del cuarto.

Ninguna de las dos prendas termina por gustarme.

Evan cumplió su promesa y después de algunas semanas donde evitamos ser atrapados en el trabajo, por fin tendremos una cita. Es por eso que nada de lo que tengo me parece una buena decisión.

¿Qué debo llevar a una cita?

—¿Entonces? —El cabello multicolor de Acacia golpea mi rostro cuando se gira en busca de apoyo—¿Cuál te gusta a ti?

—Ninguno.

—Debe ser una broma, Alex. Llevamos horas aquí y no has elegido nada.

—Bien, entonces elige cualquiera.

—No es así como funciona, linda—explica Raquel tomándome por los hombros para obligarme a sentar en la alfombra junto a la ropa—. Tu nos llamas, nosotras corremos en tu búsqueda, te vestimos para tu Romeo y tú vas, la pasas bien y lo más importante, te sientes cómoda en el proceso.

Parece que le está hablando a un niño de cinco años y no a la adulta de 22 que ya soy.

Y aunque tiene sentido lo que dice, ahí mismo está el problema. No sé cómo sentirme cómoda en mi piel.

—Puedes volver a la comodidad de un suéter en cualquier momento, Evan babeará por ti de cualquier modo.

Decido, por mi bien, creer en sus palabras. Envío lejos las propuestas de las chicas y me decido por un cómodo abrigo sobre un lindo suéter que combinan de maravilla con mis pantalones anchos y como plus, me mantendrán calientita. El ultimo toque es un pañuelo que logro atar a mi cuello con ayuda de Acacia.

Cuando anuncian que han terminado mi maquillaje, por fin se me permite verme al espejo.

—No voy a ir—sentencio ante el primer vistazo.

—¡Alex! —Recibo el regaño en un coro molesto.

—Ustedes saben a dónde me llevará, díganme ahora y acaben con esta tortura—Para mi completa felicidad, Evan y los chicos han pasado tiempo juntos desde que les hablé de nuestro intento por estar en una relación. Desde entonces, lo han integrado en nuestros planes y han sido sus cómplices para organizar esta cita—. Prometo no delatarlas.

—La respuesta es la misma que te hemos dado durante las últimas horas. Detente, por favor.

No soy fan de las sorpresas. Me gusta saber lo que me espera y prepararme para eso.

—Bien, no me digan. Pero planeo culparlas si algo sale mal.

—Puedo vivir con eso, ¿Tú puedes, Raquel? —La mencionada asiente—. Entonces no se diga más. Tu Romeo no tarda en llegar.

El apodo que empezó como una burla terminó siendo acogido por todo nuestro circulo. Evan sigue siendo Evan cuando está presente. Es en su ausencia cuando nos referimos a él como el protagonista de una trágica historia de amor que espero no sea la mía.

Cuando el timbre de casa anuncia la llegada de alguien, la idea de que están confabuladas con Evan toma fuerza en mi cabeza. Las muy traidoras.

—No hay nadie—grito, presa de los nervios—. Es decir, sí que hay alguien, pero aquí adentro se está muy a gusto.

Distingo su risa al otro lado de la puerta y sonrío de inmediato en un esfuerzo por deshacerme de mis dudas. El chico que me espera afuera es el mismo chico que pasaba todos los días por la fotocopiadora solo para saludar. El mismo que me ha esperado cada viernes en cabina para felicitarme después de nuestro programa y el mismo que me ha regalado besos capaces de hacer que lo extrañe en el mismo momento en que me despido.

—Si sales ahora prometo que estaremos a gusto en otro sitio—Con eso tengo suficiente para correr a su encuentro. No tardo en abrir—. Eso fue fácil.

Me toma entre sus brazos como si esto fuera lo normal entre nosotros. Hace meses no hubiera soportado la idea de estar en el aire siendo elevada por el cuerpo de alguien más. Ahora admito que me gusta lo ligera que me siento a su lado.

Estar juntos ha resultado más fácil de lo que creía. Nuestras interacciones han sido igual de problemáticas, con la única excepción de que tengo un arsenal de besos ilimitado de los que no pienso quejarme.

—Pienso fingir delirio ante el hecho de que me has llamado fácil—digo en cuento toco el suelo de nuevo, lo que me gana una sonrisa de su parte que desaparece en el momento en que uno de sus dedos encuentra el camino hacía mi usual mechón rebelde—. ¿Pasa algo?

Acacia me aseguró ocho veces que mi cabello se encontraba en perfecto orden.

—No mucho—murmura con un claro debate llevándose a cabo en su interior. Noto el momento en el que se inclina por hablar—Luces preciosa.

—¿Pero?

—¿Pero? —pregunta retrocediendo un paso—, ¿Cómo qué, "pero"?

—Siempre hay uno—Es mi respuesta a la vez que me encojo de hombros—. "Lo hiciste bien, pero podrías hacerlo mejor", "Tu trabajo es bueno, pero he visto mejores", "Me gusta tu falda, pero te ves mal". Todo lo que se dice antes de un "pero", no vale para nada.

«Eres linda. Pero no tanto como ella».

Descubrí que odio los peros gracias a esa frase.

—No esta vez—asegura—. No hay "pero" que valga cuando se trata de ti.

Y como si eso no fuera suficiente para convencerme, sella sus palabras con un beso corto.

—Ya los hacía en su cita, pequeños exhibicionistas—La aparición de Raquel en la puerta de mi casa nos sobresalta a ambos por igual. Detrás de ella, Acacia echa un vistazo hacía nosotros y sale únicamente cuando confirma que, además de nosotros, nadie más está aquí.

—Llegas tarde—avisa Acacia fingiendo que un reloj adorna su muñeca—, ahora debes traerla antes.

Ilusa.

Viviana e Isidro no volverán hasta mañana. Las chicas estarán en casa hasta que Zac pase por ellas en un rato y hasta donde tengo entendido, nuestra cita puede prolongarse hasta el día siguiente. Eso, claro, suponiendo que Evan y yo no nos matemos antes. No me molesto en explicarles esa información que seguro y hasta conocen. En su lugar, nos despedimos de ellas con un poco de afán

Nuestro destino, como lo llamó Evan, no está muy lejos de mi urbanización. Comenzamos a caminar en un silencio relajante que es roto un par de veces cuando él cree divertido chocar su hombro con el mío o meter su pie en medio de mi caminata provocándome un grito. Le devuelvo cada ataque como una campeona y nos mantenemos en esa rutina hasta que anuncia que llegamos.

—Bienvenida—dice con una enorme sonrisa que aumenta mi desconcierto. 

Evan

—Si dices que me trajiste a trabajar pienso volver a casa—promete Alexei con algo de confusión en su rostro—. No quiero ser malagradecida. Amo este sitio, pero me gustaría algo de contexto.

— Todo lo que se dice antes de un "pero", no vale para nada—Me regala una mueca cuando entiende que la he citado—, menos preguntas y más caminata.

Investigué lo suficiente para saber que, antes de esta noche, Revolución nunca había cerrado sus puertas tan temprano. La entrada rustica hacía el subterráneo avisa que se encuentran fuera de servicio y debo admitir que me siento algo poderoso cuando sacó la llave ante la atenta mirada de mi cita.

—¿Esto no es allanamiento?

—No lo es si tienes una llave.

Descendemos en completa oscuridad y a medida que nos acercamos al local comienzo a sentirme ansioso. Gran parte de la organización se la debo a los chicos quienes, no solo convencieron a Zac de dejarme usar el café cinema, sino que también ambientaron al sitio para que se viera perfecto. Por eso, al igual que Alexei, me sorprendo cuando por fin llegamos adentro y nos encontramos con una escena digna de una película: Las sillas del local están apiladas en un rincón oscuro y en mitad de la sala, junto al reproductor de video, cojines de distintos tamaños y colores adornan las pequeñas mantas que harán de cama esta noche. En el centro de todo, exigiendo nuestra atención, decenas de paquetes piden ser abiertos para iniciar nuestro picnic nocturno.

Se ve mucho mejor que en los dibujos extraños que mostré a Miguel para usar como referencia.

—¿Todo es para nosotros?

—Me temo que exageré con la comida—explico señalando lo evidente—, tenía presupuestado que fuera una noche larga.

Tomamos asiento uno al lado del otro cuidando no tropezar con las mantas y evitando no llevarnos por delante algún paquete. Ella luce tan maravillada como imaginé que lo estaría, mientras que yo continúo analizando toda la escena buscando algún defecto o algo que pueda desencajar con la temática de la cita.

Con miedo a tomarme libertades que podrían no ser de su agrado, preparé un poco de cada cosa que creí podría gustarle. Desde las películas hasta la comida, tiene de donde elegir.

—Ahora haz puesto alta la vara. ¿Cómo se supone que voy a superar esto?

No fue con esa intención que planeé toda nuestra noche. La idea de que quiera, por decisión propia, hacer algo igual de importante para nosotros me da esperanza.

—Tienes menos de un mes para pensarlo—comento poniendo a su disposición la lista de películas que tenemos a la mano—Sin querer meterte prisa.

—¿Alguna fecha que deba tener en cuenta?

—16 de junio—digo después de un rato. Me replanteé el querer hablarle de nosotros a futuro, pero al final no pude evitarlo—. Mi cumpleaños y el inicio de los cinco meses en los que puedo llamarte niña porque tendremos la misma edad.

—Seguiré siendo mayor que tú.

—Podemos fingir lo contrario durante ese tiempo.

—Claro, porque nunca saldría con alguien menor.

—Y yo jamás estaría con alguien tan mayor—Empuja mi cuerpo con delicadeza haciéndome reír—, ¿Quieres esa?

Tras su asentimiento nos sumergimos en el inicio de Outside In, la película que eligió para empezar la noche. De vez en cuando gira conmocionada a mi dirección para pedir una opinión sobre lo que está pasando en pantalla o mostrar su descontento con una situación cualquiera que ella hubiera o grabado diferente, o en la que se hubiera comportado diferente de estar en esa posición. Resultó que tenía que programar una noche de películas para hacer que hablará más de lo que callaba.

—Yo digo que todos mueren al final—comento solo con el ánimo de ofenderla y me asusto cuando no responde—, ¿Te lo estás pensando?

—Sería un final inesperado. Algo dramático para sellar la historia.

—Eso es tétrico.

—Es real a no ser que suceda de una manera trágica o poco coherente.

—Muy bien, la próxima película la elijo yo y tienes prohibido intentar asesinar a mis protagonistas.

Observo como devora las palomitas concentrada en la película e incluso me quejo por no ser digno de su atención hasta el minuto donde pasan los créditos en pantalla.

—No estuvo mal—señala.

—Gran veredicto. Recuérdame no dejarte elegir en un futuro.

Espero que sepa que solo bromeo. Pasaría otras dos horas escuchándola quejarse de escenas tortuosas si eso significa que nos esperan más citas juntos.

—¿Y qué me dices de los clichés? Totalmente predecible si me preguntas a mí.

—Creí que solo tenías problema si se trataba del protagonista ebrio declarando su amor—La luz que emite el reproductor me permite ver el tenue color rojo en sus mejillas—. No me molesta si no es el cliché de chico malo. Tengo muchas quejas respecto a ese.

—¿En serio? Cualquiera diría que te encanta parecer uno.

—Retráctate—ordeno mortificado—. No puedes creer eso en serio.

No responde a mi plegaria.

—Di que es mentira.

Silencio otra vez.

Bien, pues yo mismo obtendré mi disculpa.

Me lanzo contra ella y lo que comienza como un juego de fuerza donde usamos más fuerza de la necesaria termina convirtiéndose en un juego de besos donde usamos más contacto físico del que deberíamos.

Esta vez soy yo quien se ubica sobre ella con poca delicadeza y cuando responde con fervor profundizo el beso usando una mano para pegarla más a mí. Pocas veces la he visto perder el control de este modo y comienza a gustarme que sea en estos casos—conmigo—cuando lo hace. Es el recuerdo de la noche que estuvimos en una posición similar lo que hace que me aleje para respirar.

—Pararé si eso quieres.

—Eso no diría un chico malo—dice mordiendo—. Creí que tú misión era besarme hasta perder el conocimiento.

No suelo hacerme responsable de lo que digo en momentos donde juego, bebo o beso. Y su comentario es una de esas cosas que dejé salir en un momento de pasión desenfrenada causada por sus labios.

—Tengo una mejor idea—hablo encargándome de los botones del abrigo, muy muy despacio, esperando el momento en que se echa para atrás—. Voy a besarte por todo lo que ya olvidé una vez.

—¿Un beso por cada memoria?

—Yo lo llamaría un beso por cada recuerdo perdido.

Mi camisa, junto a su primer suéter, han acabado en el suelo.

Pueda verla temblar aún con el rastro de ropa que no me atrevo a quitar.

—Muy bien, Evan. Estoy dispuesta a llenar de besos a tu olvido.

Una a una, nuestra ropa se mezcla con las mantas en el suelo haciendo un caos de telas.

El aire comienza a escasear en mi pecho cuando deja caer la última prenda que la protegía.

Su cuerpo luce frágil. Delicado como una bomba a punto de detonar. Sus rodillas están moradas, sus brazos marcados y su abdomen tan apretado como si se quisiera ocultar. Estoy seguro de que está más preocupada por lo que yo pienso que por el frío del que lleva toda la noche quejándose. Yo, por otro lado, estoy en llamas. No encuentro palabras para deshacerme de la inseguridad que desborda su mirada y me inclino por enseñarle lo que es capaz de provocar todo lo que ella se atreve a llamar feo.

Mi cuerpo entero reacciona a la escena con la que llevo semanas soñando. Mis manos, aun temblando, se aventuran a tocar la ruta en la que llevaban tiempo queriendo aventurarse. Alexei no se opone. Cada prenda caída es un miedo entregado. Cada beso en su piel es un recuerdo vivido y luego olvidado. Actuamos por separado, presos de los nervios como un par de niños que apenas descubren que pueden caminar sin necesidad de que otra mano los esté tomando. Siento como ella se relaja en mis brazos y como todas esas partes que ella considera demasiado, comienzan a serlo también para mí; demasiado necesarias, demasiado dulces, demasiado perfectas. La tela en el suelo hace de lienzo y cuando nuestras pieles hacen por fin contacto con ella comenzamos a dejar nuestros colores impregnados. Lo que antes era un juego de dos, comienza a ser algo de un solo participante y nos fundimos en el otro, listos para el reto.

—Zac no puede saber que hicimos esto en su local—exige con una sonrisa juguetona.

—Por mí no te preocupes, planeo reservarme los detalles.

Y que me castiguen los cielos si llego a incumplirlo.

Sé de inmediato que incluso la agenda que me atreví a dejar en casa llorará la perdida de un recuerdo como este. Pero no puedo retractarme. No tengo que llegar a escribir la forma en que su cuerpo encaja con el mío o como mis sonidos se mezclan con los suyos; mi cuerpo no permitirá que olvidé la imagen de su corto cabello extendido en telas suaves o el hecho de que sus dedos arañan los míos cuando por fin llegamos a la cima de nuestro encuentro.

Así, aferrado al arte que creamos, decido mantener viva esta noche en mi memoria y usar como cómplice a la única persona con la que compartí el protagonismo de un suceso que, aún después de siglos, quedará en la posteridad como el encuentro más romántico que han compartido dos personas que ni siquiera pensaron en ser amigos. 

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