2. A los brazos de un borracho
Alexei
Creo que acabo de vomitar un pulmón.
Es eso o el ardor en la garganta se debe al licor caducado. No hay otra respuesta para el hecho de que mi cena ahora esté flotando en el inodoro de una discoteca.
Mi estomago ruge con violencia por el repentino ajetreo y me dejo caer de rodillas al suelo con la extraña sensación de haber corrido millas enteras. La imagen es asquerosa. No. Más que asquerosa. Una chica arrodillada en un apretado cubículo, con el cabello pegado al rostro, restos de vómito en la boca y el sudor adheridos a su ropa.
Y ni hablar del olor.
Tengo suerte de haber cerrado la puerta. Tengo un aspecto deplorable y no quiero recibir miradas curiosas, ya tengo muchas de esas en mi día a día. Por otro lado, es posible que un guardia no tarde en venir a sacarme por la fuerza por querer acaparar el único baño de mujeres de todo un piso y no sé cual de las dos opciones me aterra más.
Ponte tus pantalones de niña grande, Alexei.
Requiere un gran esfuerzo bajar la cadena y limpiarme los labios con la esquina de mi suéter sin pensar en lo antihigiénico que es eso. Me levanto con prisa y la brusquedad del acto me provoca mareo. Junto a él, las ganas de vomitar regresan. Debo apoyarme en la pared para soportar mi peso y mis piernas hormiguean por el tiempo que pasé inclinada frente al inodoro. Mi padre me mataría si me viera ahora.
Camino con los ojos cerrados hasta chocar con el frío lavabo. Me saco el suéter de rayas por la cabeza y lo doblo en cuatro partes antes de meterlo en uno de los lavamanos y abrir el grifo. Hago lo mismo con los jeans desgastados, tardando un poco más en sacar toallitas del dispensador para limpiarlo junto a mis zapatillas. La labor exige toda mi atención y aunque lucho con no subir la mirada, acabo cediendo al llamado. Me detengo a verme en el espejo y el reflejo me devuelve la mueca.
La tez pálida remarca las bolsas moradas bajo mis ojos, tengo unas cuantas grietas en los labios y hay algunas líneas rojas atravesando mis hombros. Estiro los brazos hacía arriba tensando el dolor que me dejó las carreras de ayer y no puedo evitar levantar solo un poco la blusa para ver cómo se mantiene la cinta transparente que aprieta mi abdomen.
Firme. Eso es, muy bien.
Un golpe me devuelve a la realidad.
—¿Está todo bien allí? —cuestiona Acacia, golpeando la puerta del baño—, iré por ayuda.
—¡No! —respondo más rápido de lo que pretendía—. Estoy bien, solo dame un momento.
Hay silencio del otro lado y comienzo a temer que tire la puerta al suelo.
—Te doy cinco minutos.
Sonrió, pero la felicidad dura poco.
Todo esto es culpa de ella.
Pude haberle dado una oportunidad a este lugar cualquier otro día si ella no hubiera insistido en que tenía que ser hoy. Llevaba tres partidas de póker robando su dinero y tenté a mi suerte apostando mi compañía esta noche. Han pasado tres horas y cada segundo que paso atrapada entre estas paredes, es un segundo en el que me arrepiento de haber perdido.
Sin espacio a discusiones o a opciones, Femina's era el único lugar que querían conocer. La inauguración de una nueva discoteca llamaba a todos los jóvenes—incluidos mis amigos—con la promesa de barra libre y música de calidad. Mi bar favorito no estaba entre las opciones por mucho que lo sugerí, y ahora giro atormentada ante cualquier cabellera rubia creyendo que al igual que toda la ciudad, él también está aquí.
Quedarme aquí empieza a parecer una buena idea.
Me visto ante la atenta mirada de mi reflejo, golpeando el suéter contra la pared esperando que se seque. Uno. Dos. Tres. Cuatro veces repito el movimiento con más fuerza de la necesaria y la tela permanece húmeda. Si no muero intoxicada me mata la hipotermia y no hay forma en que salga solo con una blusa.
Los golpes en la puerta se repiten.
—¡Dije que estoy bien! —grito—, aún no han pasado cinco minutos
Vuelven a golpear.
—Voy a lanzar mi zapato si no te detienes.
Silencio, un gruñido de mi parte y luego risas.
—Entraré por la fuerza si es necesario—Reconozco la voz de mi otra amiga. No tiene el aspecto de un guardia de seguridad y aún así asusta como uno.
—Las bebidas estaban pasadas—pronuncio, intentando excusarme—, no tardo nada.
—La cerveza no tiene fecha de caducidad.
—No dije que bebiera cerveza—contesto—. Deja de presionarme y busca otro baño.
—Es un lugar público.
—Pague la entrada a este sitio.
—Igual que las otras chicas, Alex—Raquel no piensa rendirse—. ¿Qué haces allí que es tan importante?
—Tuve un accidente con mi ropa, necesito limpiarme antes de salir. Dame un momento.
—Te oí gritar eso hace, con exactitud, cinco minutos.
Espero otros minutos con la ropa en mis manos. Voy de lado a lado por los cubículos, golpeo el suéter contra la pared, mantengo una conversación con mi reflejo y no es hasta que me siento asfixiada que paso el suéter por mi cabeza y me planteo la idea de salir. La tela se adhiere a mi piel traspasando la humedad y envío lejos la sensación de incomodidad antes de poner un pie fuera.
Lo primero que veo al salir es el rostro impaciente de Raquel. Su largo cabello castaño está envuelto en un elegante moño sobre su cabeza y puedo ver todo su cuerpo tensarse en cuanto asoma su cabeza por el pequeño espacio entre mi cuerpo y la puerta del baño husmeando.
—¿Todo bien aquí? —pregunta con desconfianza. Sé lo que está buscando y no puedo evitar sentirme avergonzada. En lugar de responder con palabras le doy un pequeño asentimiento y emprendo mi camino hacia la barra.
Parece que el mundo sigue su rumbo. La música tiene el mismo volumen rompe tímpanos, el olor a cerveza y droga reinan el ambiente, unas cuantas parejas suben las escaleras a trompicones, mis amigos continúan en el mismo sitio y la multitud de personas se mantiene en su sitio.
Nadie más parece notar que el corazón de una chica se está rompiendo en esta zona.
—Creí que iba a necesitar llamar a seguridad para sacarte de allí—dice Acacia nada más verme—. Te ves mucho mejor.
Le regalo una sonrisa sin enseñar los dientes, tomando asiento entre ella y Zac, su mejor amigo.
—Es un poco grosero desaparecer durante tu celebración—señala Leo con sus ojos azules inspeccionando los míos—. Podría celebrar en tu nombre, solo que no sería lo mismo.
—Me disculparás por no festejar en un sitio en el que no quiero estar—Mi reproche es evidente y al igual que en las otras cinco veces anteriores, soy ignorada—. Aun así, te estaré agradecida si pones un poco de eso en mi copa.
No juzgo con tanto afán regularmente. De hecho, de no ser por la cantidad de gente, esto no está nada mal. Los cuatro pisos divididos en géneros musicales dan la sensación de libertad a los clientes y las mesas están tan bien distribuidas en comparación a otros locales, que puedes sentarte a beber sin molestarte por hacer estorbo.
Pese a todo eso, la posibilidad de encontrarme con él ocupa el primer lugar en mis preocupaciones de la noche y no puedo disfrutar por más que lo intente.
—Sabes que no tienes que agradecer—responde, tomando con torpeza la botella de la mesa dejando caer la mitad del contenido fuera de mi copa—. Soy tu batman de confianza.
—Barman, idiota—Esta vez es Raquel la que habla, sin molestarse en despegar sus ojos de la pista.
Aquí vamos otra vez.
—¿Perdona?
—Es barman, no batman.
—Yo digo que batman suena mejor.
Ninguno en la mesa se molesta en intervenir. Por su bien—y por el nuestro—dejamos que discutan hasta que uno de los dos desista y las conversaciones retomen su rumbo. Así, no tardan en olvidar lo que inició la disputa y las invitaciones a bailar no tardan en aparecer.
Yo no bailo. Al menos, no desde hace años. Mis movimientos nunca podrán compararse con los de mi alocada amiga, Acacia. Que baila en medio de la discoteca con su cabello de colores pegado al rostro debido al sudor. Su pequeño y delgado cuerpo suele ser un imán de atracción, y no es de extrañar que algunas personas se detengan para verla desenvolverse con tranquilidad contra el cuerpo de Raquel y un chico que las acompaña.
Intento hacer uso de mi metro setenta y cinco para ver más allá de la amontonada gente y fracaso en gran manera cuando tres sujetos del tamaño de Godzilla se detienen en medio de la pista, obstruyendo mi visión.
Nadie les avisó que tener ese tamaño es ilegal.
Los tipos caminan con afán entre las personas y por la forma en que se mueven sus bocas puedo apostar a que están gritando. La gente comienza a abrirles paso y Zac se tensa a mi lado cuando uno de los sujetos empuja a la mechipintada, quien no tarda en soltar un alarido cuando Godzilla 1 arroja un golpe al chico.
El caos no tarda en llegar.
El estruendo de una silla siendo arrojada llama la atención y las personas a mi alrededor corren en dirección del ruido. Mis amigos se unen a la multitud y en minutos estamos haciendo un círculo alrededor de los implicados, buscando llegar hasta las chicas.
Frente a nosotros, un chico está atrapado entre la pared y tres tipos enormes, que parecen luchar por cual tendrá el placer de matarlo. Eso no se ve muy justo.
Parecen cortados por la misma tijera, sus espaldas amenazan con llevarse las ajustadas camisetas que las cubren y tiemblo solo de imaginar el golpe que pueden arrojar con uno de esos brazos. El chico lanza escupitajos al aire en vano y es el más grande de ellos el encargado de asestar el primer golpe, levantando el puño al aire dejando en evidencia el tatuaje de triángulo en su muñeca. Mi mirada choca con la de Acacia por instinto.
Los golpes van y vienen y comienzo a marearme con la cantidad de gritos. La multitud se esfuerza por obtener un mejor campo de visión e intento mantenerme fuera de la burbuja de violencia hasta llegar al otro lado.
Godzilla 2 tiene al muchacho contra la pared y sus acompañantes lanzan algunos golpes llenos de rabia a su cara. Él no pone resistencia. Sus brazos cubren su rostro, pero el resto de su cuerpo permanece inmóvil. Esperando.
Escucho como llaman a los de seguridad y me temo que, a este paso, el chico no verá el amanecer si continúan tardando. Alguien debe hacer algo pronto.
Con ese pensamiento en mi cabeza, me animo a buscarlos yo misma, queriendo ser una buena persona. No debe ser muy difícil. Escabullirme, ir a la entrada, llamar su atención...
—¡Cuidado! —La advertencia llega acompañada del peso de alguien cayendo sobre mí, robándome la oportunidad de esquivarlo o recibirlo correctamente, haciendo que acabemos los dos en el suelo con su rostro a centímetros del mío, el olor a alcohol inundando mis fosas nasales y mis músculos rígidos por la cercanía del chico de la pelea quien se dedica a mirarme.
No. Puede. Ser.
NO. PUEDE. SER.
No sé si es por su peso o por la impresión, pero comienza a faltarme el aire. Si pasaron segundos o días no podría decirlo con certeza porque una vez que él se aleja, yo permanezco en el suelo digiriendo el haberlo visto tan cerca de mí.
Esto no puede estar pasando.
Un par de manos me toman por los hombros para ayudarme a levantar y me permito observarlo por más tiempo del permitido. Llámenme exagerada, pero las mesas comienzan a bailar en una sola pata. Tiene un ojo hinchado, varios cortes en sus mejillas y algunas hileras de sangre recorren desde su sien hasta su barbilla. Sus ojos claros están inyectados de sangre y los golpes hinchados se camuflan con un rastro de barba que, hasta el momento, había pasado desapercibida. Se ve horrible.
—¿Estás bien? —Y me lo pregunta él a mí. El chico que parece haber sido bañado en alcohol y golpeado por una estampida de elefantes. Sus dedos chasquean cerca de mis orejas y cuando voy a responder, los gritos aumentan. La gente evita que los simios vengan por nosotros—. No quiero ser grosero, pero debemos salir de aquí.
Él toma mi mano sin pedir permiso y me arrastra entre la gente en dirección a la puerta. Salir es tan difícil como lo esperaba. Cuando no estoy chocando con una pareja echándose mano, lo hago con tipos llevados hasta el coco con sustancias de procedencias dudosas y comienzo a cantar victoria en el instante en que diviso el letrero rojo de salida a algunos pasos de mí.
Una vez afuera el frío me golpea con violencia. Debo cerrar los ojos para acostumbrarme a las luces de la decena de locales que adornan la zona comercial y él se inclina sobre sí, apoyando las manos en sus rodillas aún sin soltarme.
—Eso estuvo cerca, ¿Verdad? —Su voz suena lejana. Parpadeo con una urgencia sobrehumana y retengo las arqueadas que me produce verlo, tan claro, a un lado mío—. Me tomaría un segundo para reírme si no me doliera el alma.
No hay respuesta de mi parte.
—¿El alma puede doler? Esa es una gran pregunta—Quiero lanzar mil interrogantes a todo pulmón y me detengo cuando veo como la sangre que escapa de sus labios choca con el pavimento.
No tengo oportunidad de contestar o detenerme a resguardarme del frío con mis brazos. Aún con el reclamo por la escena del bar en mis labios, envío lejos mi crisis en el momento que diviso en el otro extremo de la calle, a los sujetos que lo golpearon dentro.
Apenas sus ojos encuentran los míos comienzan a señalar y llamarlo a gritos. Estrujo su camisa entre mi mano libre hasta llamar su atención.
—Si tu intención es pasar desapercibido, estás fracasando—bromeo, buscando sin éxito mi voz.
Algo parecido a una maldición escapa de sus labios antes de salir corriendo calle abajo, conmigo de la mano.
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