19. La palabra con N

Alexei

—Así que, un compañero de trabajo, ¿verdad? —pregunta la abuela con fingida inocencia, ocasionando que todas las miradas del cuarto se dirijan a mí.

Tuve la fortuna de despertar abrazada al cuerpo de Evan y la desgracia de ser sorprendida por mi abuela en dicha posición tan cómoda. Estábamos vestidos, sobre las sábanas, con las cortinas abiertas y, aun así, sentí que fui atrapada haciendo algo indebido. En mi defensa, intenté apartarme en cuanto noté que estaba acurrucada contra él, pero me lo impidió rodeando mi cintura y manteniéndome aferrada a su pecho. Lo que en un principio me pareció incomodo, terminé considerándolo normal.

Es una pena que los señores frente a mi no piensen lo mismo.

Ayer lo presenté como un compañero de trabajo y hoy, dicho compañero, me besó en el cuarto de mi infancia, frente a la mujer que me dio una charla de preservativos cuando me atrapó leyendo un fan-fic no apto para mi edad y que ahora le está contando a mis figuras paternas, con lujo de detalles y alguna que otra exageración, todo lo que sucedió en casa.

—Estoy esperando tu excusa—dice Isidro en lo que suena más como una orden.

Debo agradecer que decidieran sacar el tema a colación cuando Evan no está presente, porque esto es vergonzoso. Tuvimos esta conversación tras su primera visita y aunque las circunstancias son diferentes, preferiría vivir en esta farsa un poco más.

—Ya dejen a la niña en paz—Para sorpresa de nadie, Viviana sale en mi defensa. A diferencia de las paredes grises e impregnadas con un olor a desinfectante, ella luce animada, contagiándonos esa felicidad a todos. No importa que llevemos horas en esta habitación o que no sienta el trasero debido a todo el tiempo que he estado en una silla incomoda, verla a ella es suficiente.

Aprovecho su intervención para continuar con la tarea de terminar el maquillaje en el que llevo un rato trabajando. Debo salir a comprar cosas para Viviana y hacerlo sin algo que cubra mi palidez no es una opción. Siempre existe la posibilidad de que alguien me reconozca, incluso aunque la abuela diga repetidamente que mi ausencia me ha condenado al olvido. No quiero arriesgarme. Dedico mayor atención a mis ojos, ignorando los comentarios de los adultos a mi alrededor que, por milésima vez, preguntan porqué me esfuerzo tanto en eso.

Hasta hace unos años, cómo se viera mi rostro no era algo que me preocupará. Sin una mujer en casa que me enseñará lo básico para cuidar mi piel, crecí sin interesarme por ese mundo. Era feliz en mi ignorancia antes de conocerlo a él. Dijo que era lo que más le gustaba de mí, que me veía natural. Pero no tardó en irse a coquetear con chicas que tenían todo lo que él no paraba de criticar. Creí que la única manera de conservarlo a mi lado era parecerme a ellas, pero no podía estar más equivocada. Me dejó y, para mi suerte, me quedó el gusto por hacer arte en mi rostro.

Por eso paso a mis labios con tranquilidad y no me detengo hasta que un chirrido agudo rasga el silencio de la sala de recuperación. Todos los ojos se dirigen a la puerta, donde Evan aparece cargado de bebidas y bocadillos. Ya se estaba tardando.

—Una orden de café para la sala—dice intentando despejar la tensión en el ambiente.

Su rostro refleja el mismo cansancio que el de todos nosotros, pero una sonrisa se dibuja en mi rostro al pensar en las decenas de oportunidades que ha tenido para marcharse y que ha decidido no tomar. Se ha pasado toda la mañana charlando con doctores, buscando respuestas e intentando ser de ayuda para todos en la sala hasta el punto de no dar señales de querer volver a casa. Es así, hasta que terminó mi maquillaje y me ve cruzar el umbral de la puerta con mis cosas al hombro.

—¿A dónde vamos? —Pregunta siguiendo mis pasos hasta el pasillo del hospital.

—Pasaré por el centro comercial para buscar algo de ropa o comida. La cafetería de este lugar es lamentable y sería triste que Viviana muriera por intoxicación después de sobrevivir a un accidente de auto.

—Veo que ya te sientes en la capacidad de hacer chistes con la situación—Toma mi suéter y me ayuda a pasarlo por mi cabeza —. Iré contigo, tengo la misma ropa de ayer, pero dudo que alguien se fije en ello.

Suelto las bolsas en mi mano para permitirme ver al chico cuya sonrisa me dice que habla muy en serio. Que quiere ir conmigo.

—Debes regresar a casa, Evan. No tienes que acompañarme.

—Sé que no tengo que hacerlo, pero quiero hacerlo—Lo veo inspeccionar el suelo hasta dar con las cosas más pesadas para después colgárselas al hombro—. ¿Crees que Viviana pueda comer chocolates?

La terquedad que me saca de quicio en el trabajo comienza a parecerme adorable en estas circunstancias. Es demasiado entrometido para el bien de cualquiera, pero solo intenta ayudar. El problema, sin embargo, es lo mucho que me asusta caminar por las calles de este lugar con él a mi lado. Los recuerdos son pesados y la mente humana pocas veces puede cargar con ellos.

—¿Planeas irte sin decir adiós? —Me veo tentada a jugar la carta de abandonarlo cuando está distraído, pero me arrepiento de inmediato al verlo regresar al cuarto para despedirse y prometer que volverá pronto.

En serio me está haciendo difícil esto.

—Misión cumplida, ¿Nos vamos ya?

No obtiene respuesta de mi parte, pero no parece molestarle. Mantiene su lugar frente a mí en la mitad del pasillo, cambiando su mirada de mis ojos a mis labios. Tiene la sonrisa juguetona que me dedicó hace meses antes de besarme en Revolución y me alegra decir que no hay rastro de la mueca de terror que me regaló hace semanas cuando lo besé en el piso de mi casa.

—¿Puedo? —pregunta devolviendo un mechón rebelde a su sitio.

Su cercanía hace cosas peligrosas en mi uso de razón, al punto de anhelar la cercanía que, en otras circunstancias, me parecería horrible.

—No creo que debas pedir permiso ya.

—Quizá no, pero no quiero agotar mi suerte.

Sin perder tiempo, acorta la distancia que nos separa y deja caer sus labios sobre los míos en un beso más significativo que cualquiera que hallamos compartido hasta el momento. Hace algunas horas, después de aceptar la propuesta que me tomó por sorpresa, nos arrojamos a la cama uno al lado del otro sin hablar del beso, de su petición y de lo que significaba ahora estar juntos. Esperaba horas de incomodidad, no despertar abrazada a su cuerpo ni recibir el beso que ahora estoy recibiendo.

—Podría acostumbrarme a esto—susurra sobre mis labios ganándose una mueca que no tarda en convertirse en risa.

Es un buen besador, aunque me niegue a admitirlo en voz alta. Se acopla a mis movimientos y encaja en mi ritmo sin esfuerzo alguno como si esto fuera algo que lleváramos meses haciendo y, aun cuando sé que no es muy ético calificar un momento como este, le daría un sobresaliente sin tener que pensarlo dos veces. Así de bueno es.

Me alegra saber que, pese a todo, sí que aprendió a besar

—La abuela va a matarnos si no nos vamos pronto, Evan.

Aun cuando continúa dejando cortos besos en mis labios, sé que está riendo por la forma en que su pecho se agita contra mí.

—Esa no es la forma de llamar a tu novio—Ha dicho esa palabra más veces en las últimas cuatro horas, que yo en toda mi vida, ¿Quién lo diría?

Comprometerse no estaba en los planes de la joven Alexei. Cuando me marché, me vi obligada a dejar atrás todo lo que suponía estabilidad y me dediqué de lleno a una vida de locura y problemas. No duraba tanto tiempo en un mismo sitio como para preocuparme por las represalias, así que hice y deshice cuanto pude hasta mudarme a la capital. Allí, antes de él, no hubo nadie a quien llamar novio. Temí durante meses usar el apelativo con alguien más, y ahora está Evan, que incluso parece orgulloso de pronunciarlo.

El beso se profundiza requiriendo toda mi atención para no separarme hasta necesitar aire. Su olor característico inunda mis fosas nasales gracias a la sudadera con la que decidió pasar la noche y sus dedos no dejan de jugar con los mechones sueltos de mi corto cabello.

Hago una nota mental para recordar pedirle a Leo un corte de cabello.

—¿Puedo decirte una cosa? —pregunta ganándose toda mi atención—. No dormí por estar esperando el momento en el que me echaras por la ventana.

Aunque me gustaría no reír, lo irreal de la situación me supera

—No necesitamos llegar a esos extremos, desde ahora puedes usar la puerta como una persona normal.

Una parte de mi se muere por escuchar que no desea irse, no ahora y no en un buen rato. Otra parte, sin embargo, quiere despegar la curita de un tirón y verlo echarse para atrás. No importa lo mucho que pueda doler en el momento, la certeza de que dolerá el doble en un futuro me hace desear que suceda pronto. Sé que podría hacerlo yo, no dolería menos, pero sería lo correcto. Sé que debo hacer lo correcto y aun así, prefiero callar y seguir aceptando su abrazo.

No se lo digo, pero estuve tentada a huir tal como él lo hizo hace unas semanas. Cuando fui consciente de que ahora había un nosotros, tuve ganas de vomitar. Ahora, cuando lo veo actuar con tanta normalidad frente a mi familia, pensar en lo que supone todo esto solo me causa un leve mareo. Es un avance.

—¿Mi niña? —La voz de la abuela llega milisegundos antes de que atraviese la puerta, haciendo que nos separemos de inmediato—, ¡Por los dioses! ¡No vi nada!

El grito de la abuela me hace desear morir de manera inmediata y todo empeora cuando mí no...Cuando Evan, se ríe a carcajadas ante la imagen de la anciana cubriendo sus ojos con sus arrugadas manos.

—¡Consigan una habitación! Degenerados. 

Siempre me gustaron las calles de este lugar.

Están llenas de graffitis coloridos, árboles en cada acera y son menos concurridas que las calles de la gran ciudad. De no ser por la cantidad de personas en situación de calle, los muchos peligros que las rodean o el olor a hierbas, sería el lugar perfecto para crecer. Muchas familias huían a este municipio en busca de tranquilidad y lo consiguieron durante unas décadas hasta que la violencia nos arropó, tal y como lo hizo con todo el país. Sin embargo, ya era algo tarde; quienes vivíamos aquí no podíamos considerar hogar a cualquier otro sitio, nuestras opciones eran resistir o morir en el intento.

Mi familia cayó en la segunda opción.

No puedo evitar tensarme a medida que recorremos el centro del municipio buscando la lista de cosas que Isidro nos pidió llevar. Tenemos menos de la mitad y yo ya quiero regresar. Evan carga la mayoría de bolsas en una mano mientras que, en la otra, entrelazada con la mía, me lleva de tienda en tienda como si fuera él quien creció aquí y no al revés.

—¿Qué te parece este? —pregunta señalando un ridículo sombrero que Viviana no usaría ni, aunque le pagaran por ello.

—Demasiado grande—digo reprimiendo la sonrisa. Señala otro a su lado que, sorprendentemente, es más feo que el anterior—. Tienes un gusto pésimo.

—Puede que sí, pero estás riendo—Con nuestras manos entrelazadas señala mi cara—. No sé si quieres salir a correr o ir a esconderte. ¿Tanto odias este lugar?

Odio es una palabra muy grande para ser un sentimiento y a la vez, muy pequeña para definir lo que me provoca este lugar. Mamá no hubiera querido que sintiera tanta aversión por la tierra que me vio crecer, de eso estoy segura.

—No es mi sitio favorito, eso es todo—respondo después de un rato mirando otra tanda de sombreros.

—Algo bueno debe tener.

Era mejor cuando estabas aquí, pienso.

—Se me ocurren unas cuantas cosas—digo en su lugar. Y no estoy mintiendo. Conozco los sitios más pacíficos, los más elegantes y hasta los más peligrosos.

—Enséñame.

—¿Cómo?

—Vamos, enséñame—repite—. Tardaremos menos en visitar esas cuantas cosas que eligiendo algo con tu estado de ánimo.

—Quizá no te guste.

Sé que le gustarán.

—Dudo que eso pasé si tu estarás allí.

Que suene tan convencido es todo lo que necesito para tomar una decisión. Cambiamos de dirección bajo la mirada de los pocos vendedores de la zona y hago memoria para llevarlo a nuestra primera parada: El Ático. Un pequeño restaurante con vista a las montañas donde la comida rápida es el plato principal. Papá me llevaba cada semana en su día de descanso y me permitía comer lo que quisiera. Caminos uno al lado del otro con nuestras manos entrelazadas sin atrevernos a romper el bullicio de los autos que hacen sonar su claxon al pasar. No es la primera vez que camino de la mano de alguien, pero hacerlo aferrada a Evan se siente diferente.

Cuando estoy segura de que vamos por el camino correcto, acelero el paso. Vivir en este tipo de lugares no solo genera que conozcas a todos, sino que también te da la ventaja de poder desplazarte usando solo tus pies. Tomar el autobús es una desgracia por la que pocas veces debíamos pasar.

Después de unos minutos, nos detenemos en El Ático y no puedo evitar sentir una oleada de tristeza por lo que es. O, por lo que solía ser. No hay restaurante. En su lugar, un refugio de mascotas se abre ante nosotros. La fachada tradicional que tanto caracterizaba a este sitio ha sido reemplazada por un concepto más moderno y no hay rastro de Silvia, la dueña del restaurante, por ningún lado.

—Parece un lugar agradable—comenta sin ser consciente de mi decepción—, siempre quise tener una mascota.

—¿Gatos o perros?

—Abrazaría un elefante sin ningún problema.

Recorro cada espacio del refugio reviviendo los momentos en este sitio y comparándolos con los elementos que ahora los reemplazan. Este sería un lugar que amaría si no estuviera tan decepcionada al punto de casi poder llorar. Que las cosas no estuvieran como las dejé es algo que no llegue a considerar. Esperaba que, si vivía a toda velocidad lejos de aquí, este lugar permanecería intacto. Ya veo que me equivoqué.

Evan, que hasta el momento estaba muy ocupado llenando de mimos a los pequeños cachorros, percibe mi tristeza al punto de entender que esto no era lo que quería mostrarle.

—¿Tienes otro sitio en mente? —pregunta acercando un gatito a mis brazos—. Si pasamos otro minuto acá comenzaré a firmar papeles de adopción.—pregunta llevándonos lejos de las miradas curiosas que esperan que nos llevemos uno de estos adorables animales.

—Es una suerte que estemos en un refugio de mascotas y no en un asilo de huérfanos—digo ganándome algunas miradas de odio—. Si, mejor que nos vayamos.

Desde aquí, solo dos sitios se me ocurren y uno de ellos queda descartado de manera automática.

—Ojalá te guste el color verde.

Cerca de la terminal de autobuses, entre el centro comercial más grande y la única sede universitaria, está el parque de diversiones de Mirasol. Fundado hace 12 años y cerrado solo tres años después, pasó a ser un simple parque infantil donde sus atracciones mecánicas inhabilitadas sirven para entretener a los jóvenes, mientras que los juegos típicos divierten a los más pequeños. Siempre está lleno de familias paseando o estudiantes que se fugaron de alguna clase aburrida.

No tengo que especificar a cuál grupo pertenecía yo.

A medida que nos acercamos, noto en su rostro la fascinación por cada juego empolvado que ha terminado siendo utilizado en cientos de juegos que requieren imaginación y actuación. No es la primera vez que veo a niños fingir que el carrusel inservible es un campo de batalla. Caminamos hasta mi sitio favorito de todo el parque: la pista de karts, que aun conserva su pintura original junto a ciertos obstáculos; ya no hay rastro de los automóviles, pero eso nunca fue un impedimento para utilizarla.

—Ya veo lo que pasa—comenta, imitando la forma en que cruzo la valla para aterrizar en la pista—, me trajiste acá para retarme. Ojalá te guste perder.

Su ego puede resultar asfixiante y, aun así, sonrío.

—Será para la próxima. Hoy debes conformarte con mi compañía.

Cada curva es dividida por césped sintético y nos dirijo a la curva más lejana para alejarnos de todo. Desde nuestra posición las atracciones se ven pequeñas, los gritos de los niños son reemplazados por el silencio y la magnitud de la pista te da la sensación de encontrarte solo.

—Mis amigos y yo nos reuníamos justo aquí—El movimiento de mis manos ayuda a explicar lo lejos que estamos—. Podíamos sentarnos a comer o tomar alguna siesta. Inténtalo.

Lo veo sacarse la sudadera de un tirón para dejarla en el césped, a la vez que me invita a tomar asiento a su lado. Todo parece demasiado tranquilo en un principio hasta que distinguimos la silueta de un par de personas a corta distancia. Solo unas curvas más atrás, una pareja está regalándose muestras de afecto eufóricas.

—¿Eso no se considera exhibicionismo? —pregunta con genuino interés sin apartar la vista de los chicos.

—Solo están enamorados—respondo sin darle mucha importancia. Seguirlos mirando solo hará que alguno de nosotros se sienta incómodo—. Deberías probarlo alguna vez. Quizá cambié tu perspectiva.

Quería resultar graciosa. Lo que no esperaba es que su semblante decayera y continuará estudiando la escena frente a nosotros.

—¿Te has enamorado, Alexei?

Pensarlo mucho no hará que la respuesta sea diferente.

—Si, un par de veces. Al menos, eso creo.

—¿Y cómo es?

—¿Enamorarse?

—¿Es tan lindo como lo pintan?

—Tiene su encanto si—digo sin entrar en detalles—¿Tú te has enamorado?

Esperar su respuesta me pone ansiosa.

—No. No lo creo—Por fin, después de que la pareja se percata de que los estamos viendo, gira para dedicarme su atención—. No he conocido mucho del amor como para querer morir por alguien, ¿sabes? Nunca he sentido que no puedo vivir sin esa persona o que mi vida acabará si no estoy con ella.

Me pregunto qué se sentirá saber que tienes ese poder sobre una persona. Vivir con la plena seguridad de que alguien no podrá seguir sin ti. Me lo pregunto lo suficiente como para responderme yo misma y no estar de acuerdo con su declaración.

—Bueno, esa percepción demuestra claramente que no te has enamorado—rebato—. No creo que necesites vivir por esa persona para amarla. Creo que es algo más complicado que eso. Para enamorarse es necesario conocer a alguien con quien quieras compartir todo, al punto de saber que puedes vivir sin ella, pero que simplemente no quieres hacerlo. Debe ser una decisión de todos los días. Levantarte y pensar " Podría estar sin ella, pero nunca nada se sentiría tan bien"

Estira la sudadera bajo nosotros para recostarse.

—¿Y eso cómo se sabe?

—El amor no llega a tu puerta. Tú lo eliges y depende de ti si quieres seguir eligiendo todos los días.

—Cuando hablas así hasta parece que eres inteligente.

Me dejo caer con brusquedad a su lado haciéndolo reír.

—Debe sentirse bien, eso de enamorarse.

—No es lo mismo para todos. Algunos desean pasión, euforia; un amor que lo consuma todo y los haga sentir como estar en caída libre en una de estas montañas rusas.

—¿Y tú? ¿Qué quieres tú?

Me tomo el tiempo para analizar su pregunta. Siempre creí estar segura de que era lo que buscaba. Quería adrenalina, una pizca de ensoñación y una buena dosis de diversión. Ahora, sin embargo, después de tener eso y que no resultará como esperaba, no estoy muy segura de que buscar.

—Me gustaría algo de paz—respondo sin atreverme a mirarlo—. Quiero alejar el ruido y estar feliz. Tener diversión sin que mi tranquilidad se vea afectada.

Supongo que no es algo tan descabellado.

—¿Estás enamorada?

No sé qué contestar, así que opto por guardar silencio. Es lo más hablador que ha estado en mucho tiempo y comienza a preocuparme. No es que tema romper su corazón, sé que hablar de amor entre nosotros es ir deprisa y por lo que acaba de decir, nada de esto se acerca a estar enamorado.

—Comenzaré a creer que la respuesta es sí.

—No, no lo estoy.

Podría estarlo. Quiero estarlo.

—¿Y cómo pasaste de no querer vivir sin una persona, a ir sola por la vida y seguir en una pieza?

Un suspiro involuntario se escapa de mí.

—Creo que un día solo desperté y lo supe. Llevaba tiempo sin estar enamorada, pero me gustaba la idea de creer que lo estaba. Al final del día, sufría más de lo que disfrutaba

La pareja cariñosa decidió marcharse, supongo yo que, para buscar un sitio más privado, y en toda la pista solo quedamos Evan y yo, tirados en el césped, uno al lado del otro, en completo silencio.

—El primer paso para enamorarse es hacer una elección—concluye él, dando media vuelta hacía mí—. Ya sabes, porque no puedo esperar a que llegué a mi puerta y eso.

Asiento.

—Me alegra que puedas resumir toda mi charla en un "Y eso".

— Solo quiero que entiendas la razón de mi elección—Juro que podría escupir mi corazón debido a la forma en que me mira—, llevo un tiempo queriendo elegirte.

No hay respuesta de mi parte y espero no esté esperando una.

—¿Te espanté? —niego—. ¿Estás segura?

—Puedes estar tranquilo, no-vio.

Creo que empezaré a decirlo más seguido, solo si eso significa que me sonreirá de ese modo más seguido.

—¿Estaremos bien, Alexei?

—Estaremos bien, Evan.  

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