18. Llámalo amor

Alexei

Cuando Viviana e Isidro me dieron su apellido me sentí una ladrona.

Tener un hijo no hacía parte de sus planes no importa cuantas veces papá se los planteará o sus padres los presionaran por un nieto. ¿Para qué? Pasaban poco tiempo en casa, viajaban con regularidad y la idea de adoptar era más que grande que las ganas que tenía Viviana de sufrir los dolores de un parto. No había una criatura para ellos en un futuro ni cercano ni lejano y fue así hasta que su amigo murió y la niña que consideraban su sobrina pasó a tener sus apellidos.

Así de rápido pueden cambiar nuestros planes.

Un día estaban viajando a la ciudad para celebrar su aniversario y al otro estaban siendo contactados por una joven problema que no tenía familia alguna que velará por ella. Todo esto, mientras lloraba en un hospital la muerte de su padre, el dolor de un accidente y la pérdida de su mejor amigo. Parecía demasiado para cualquiera ¿Cómo iban a negarse? Todo fue tan de repente que se vieron obligados a estar atados de por vida a mí. No solo les robé el futuro soñado, sino que también me llevé la oportunidad de otro ser humano de ser elegido. Si existía la posibilidad de que su familia creciera esa era la adopción. Puedo imaginármelos años atrás yendo a un centro, conversando con niños cuyos destinos no jugaron a su favor y eligiendo a uno de ellos para cambiar su vida. Para brindarles su amor. Sé que, de tener la opción, nunca se hubieran decidido por mí.

Estuve encerrada los meses que tardó en formalizarse mi adopción. Pasaba mi tiempo con la adorable anciana que pasé a llamar abuela tratando de no estorbar en sus vidas o cambiando sus planes más de lo que ya lo había hecho. Para mi suerte— y no la de ellos—ser su hija a los ojos del estado fue la oportunidad perfecta para desaparecer. En cuanto mi adopción se resolvió salimos del país y me negué con fuerzas a volver a ese sitio donde toda mi vida se arruinó. Es eso lo que me tiene en un mar de lágrimas.

Por primera vez en años estoy regresando al lugar con mis mejores y peores recuerdos mientras rezo para que la mujer que se vio obligada a ser mi madre no muera, que Viviana no me abandone.

—Ya te dije que no es necesario que vengas conmigo.

—Te escuche la primera vez, ahora haz silencio para que pueda oír la radio—dice Evan deslizando sus dedos por la nuca, cerrando los ojos y estirando las piernas en su asiento. Es la viva imagen de la tranquilidad.

Yo, sin embargo, soy la imagen de la angustia y la desesperación. No importa cuantas veces las desgracias toquen a mi puerta, yo sigo recibiéndolas con angustia. Por eso me dejé llevar por el terror y no di más que vagas explicaciones cuando Evan detuvo un taxi y me hizo explicar que hubo un accidente camino a visitar a la abuela. Que debía ir al hospital. Que tenía que salir de la ciudad. Que el taxímetro me iba a dejar en la pobreza y que podía hacer todo lo anterior yo sola. No recuerdo cual fue su respuesta a todo eso, pero recordaré por siempre la manera en que desliza su mano hacía mi rodilla para detener el movimiento involuntario que me atormentaba y entrelazar sus dedos con los míos.

Todo esto, sin abrir los ojos.

—Estará bien—habla rompiendo el bullicio de los autos en la calle y llevándose el ruido de mi cabeza—. La vi esa noche en tu casa y parece estar en mejor forma que yo. Sé que no puedes evitar preocuparte por ella, pero no te atormentes por el futuro ahora.

Acaricia la palma de mi mano.

—Permanece aquí conmigo, Alexei. Tendrás tiempo para colapsar en cuanto lleguemos.

Si bien aferrarme a sus palabras suena como un descanso que necesito con urgencia, la verdad es más cruel y no puedo escapar del hilo de pensamientos que me llevan a esperar lo peor todo el tiempo. El viaje en taxi me parece interminable, no puedo dejar de pensar en cómo me fui sin despedir de ella esta mañana o como corrí a esconderme a mi cuarto hace tres años cuando ella quería hablar sobre papá y yo quería estar sola y llorar.

Justo ahora no quiero estar sola, la quiero a ella.

La ansiedad regresa en el momento en que cruzamos el puente que anuncia el cambio de ciudad y las conocidas calles del hogar donde nací me saludan. Hace diez años podía caminar por esas calles con los ojos cerrados e identificar el sitio en el que me detenía, ahora, veo pasar las tiendas con rapidez y me siento una completa extraña. Una turista en mi propio hogar.

El taxi se detiene frente al hospital más grande del municipio y no discuto cuando Evan paga la tarifa, me saca del taxi, nos anuncia en la recepción y me guía por toda la sala de espera en completo silencio. Correspondo por inercia hasta que nos detenemos frente a la apuesta anciana que preparaba mi comida favorita cada domingo con tal de verme feliz.

A partir de allí soy solo llanto. Corro a los brazos de la abuela y vuelvo a ser la niña que lo perdió todo.

—Mi niña, pero ¿Qué haces aquí? —La veo golpear a Isidro—. Te dije que no la llamarás, solo la preocupaste.

—Quería estar aquí, abuela. Por favor no lo culpes—No estoy lista para alejarme, pero aún así lo hago—. Y no vine sola.

Retrocedo dos pasos hasta estar al lado de Evan, quien vuelve a ser el chico tímido que era hace menos de un mes cuando conoció a mi familia.

—Un gusto en conocerla señora.

—Llámame abuela, por favor—Nos toma por sorpresa abrazando a Evan que le corresponde algo avergonzado—. Eres tan apuesto como te imaginaba.

Dejo que la abuela y su nueva amistad se alejen hacía una de las sillas mientras yo permito que el fornido hombre me arrope en sus brazos

—¿Cómo está ella? —Preguntarlo me horroriza—, ¿llegue muy tarde?

—Dios mío, niña. No digas esas cosas, mi Vivi tiene mejor resistencia física que cualquiera de nosotros. En este momento está en revisión, dicen que el accidente no fue tan grave—Me invita a tomar asiento junto a él—. Gracias por estar aquí, sé que este lugar no trae buenos recuerdos.

De nuevo vuelve la angustia. Isidro nos cuenta como el auto en el que viajaba Viviana para visitar a su mamá chocó a causa de un conductor, que, en pleno medio día, manejaba ebrio por la autopista. Ella siempre fue una conductora asustadiza y eso nos tiene atados a la esperanza de que el golpe solo fue eso: un accidente pequeño del cual saldrá solo con rasguños.

Ninguno se atreve a mencionar lo que nos tiene a los cuatro en la sala de un hospital y mi abuela no puede apartar la mirada de mi acompañante. Luce tan fascinada como asustada. Permito que nos tome de las manos, que oré por quienes esperamos su mejora, pero tengo suficiente cuando hace la primera pregunta incorrecta de la tarde.

—¿Cómo fue tu infancia, Evan?

—Muy bien, debo ir por algo de tomar—Lo tomo de la mano para que me siga—¿Ustedes quieren algo? ¿No? De acuerdo.

Sin dar lugar a reclamos o quejas, me marcho por el mismo camino que recorrí hace años cuando visitaba a escondidas a quien era mi mejor amigo esperando que despertará. Aun con el corazón queriendo salir de mi pecho y la ansiedad rogando para que me alimente con algo dulce, hago mi pedido de un simple café.

—Gracias por acompañarme, es muy dulce de tu parte—entrego su bebida con algo de recelo—. Lamento que hayamos huido así de nuestro recorrido, seguro querías hablar otro poco con tus amigos del hogar para adultos.

—Son poco acaparadores, a decir verdad, no quería molestarlos hoy.

Mentiroso.

Eleonor confesó no haberlo visto en su vida. Mientras él robaba bocadillos, ella me contaba que apenas esta semana fue ingresada al centro para adultos.

—Y supongo que ya conocías la historia de Eleonor, ¿No fue aburrido tener que escucharla de nuevo?

—Para nada, esa mujer es un encanto.

Sigue mintiéndome en mi rostro, el muy descarado.

—Evan, ya sé que nunca habías pisado ese lugar—Me mira como si lo hubiera ofendido—. ¿A qué juegas?

Calla su respuesta en la taza de café, sin incomodarse por mi atenta mirada.

—No es una conversación para este momento, tendremos otro día.

Dejar pasar la idea de discutir no me agrada. Yo quiero escucharlo ahora. Aferrarme a cualquier cosa que me mantenga con vida.

—¿Cómo te sientes? —Su pregunta es la razón por la que saqué a colación el hogar para adultos. No quiero hablar de como me siento. No cuando preferiría dejar de hacerlo—. Has estado callada todo el viaje y me asusta que estés reprimiendo tanto.

Teme el momento en el que explote.

—Papá entró en pánico cuando mamá murió. Apenas estaba aprendiendo a ser un padre cuando tuvo que aprender a ser una madre también—He escuchado esta historia cientos de veces. Era el tema favorito de Isidro cada que nos visitaban—. No sabía como hacer peinados, combinar mi ropa o mantenerme con vida. Y durante un tiempo no se atrevió a pedir ayuda.

Fueron Viviana e Isidro quienes nos salvaron en más de una ocasión. Eran tan amigos de él como de mamá y se sintieron comprometidos a compartir la responsabilidad de cuidarme. Prestaron dinero a mi padre, me llevaron los tres a mi primer día de escuela, enviaron regalos en cada cumpleaños y fue Viviana quien habló conmigo en mi primera menstruación.

No soy consciente de las lagrimas que se deslizan por mis mejillas hasta que siento sus dedos limpiar con suavidad cada una de ellas.

—Actuaron como mis padres antes de quedarme sin ellos y ahora puede irse sin haber escuchado jamás que es así como la veo—Me quema solo pensarlo—. Puede irse sin saber que es una mamá para mí.

Lo que comenzó como simples lagrimas traicioneras se convierte en una catarata ruidosa que nubla mi vista y rompe mi voz. Siento la humedad descender por mi rostro a la vez que cada momento con Viviana se reproduce en bucle dentro de mí. Ha estado desde que tengo uso de razón y preferiría perder la razón antes que a ella. Desearía irme yo si eso me asegura que no lo hará ella.

El café pasa a segundo plano cuando el cuerpo de Evan actúa como escudo a mi dolor, permitiendo que, una vez más, empape su ropa con mi llanto. Esto comienza a ser una costumbre.

—Podrás decírselo pronto. Estará bien—Quiero que se retracté en seguida. Cada vez que susurran esa promesa, lo contrario pasa y mi mundo se desbarata. Quiero regresar a las conversaciones seguras. A los espacios donde no estoy hecha de moco o lágrimas. Entonces, el destello de una conversación incompleta vuela a mi cabeza con fuerza y las ganas de pedirle a Evan que terminé esa frase que sonaba tan importante hace unas horas puede conmigo.

—Me gustaría hablar—Comienzo haciéndome a un lado para limpiar mi rostro—. Ya sabes, sobre lo que pasó antes de que Isidro...

No termino la oración cuando el mencionado vuelve a llamar a mi teléfono. Sin terminar nuestras bebidas corremos de regreso a la sala donde un doctor se está despidiendo de Isidro y la abuela llora a mares.

Mi mundo comienza a desmoronarse por completo. Las piernas me fallan, debo sujetarme del brazo de Evan intentando mantener el equilibro para no ceder ante el final que me estoy imaginando.

—Podemos pasar a verla—anuncia la única figura paterna que me queda con una amplia sonrisa que me desarma—, cariño ¿Estás bien?

No puedo hallar las palabras. En mi mente solo hay un grito ensordecedor que quiero recrear en el mundo real.

—Alex, háblame.

—¿Ella está bien? —pregunta Evan por mí.

No quiero oírlo. No quiero tener que repetir su respuesta todas las noches por el resto de mi vida.

—Claro que sí, está estable y aunque duerme justo ahora, puede recibir visitas.

Aún no logro hallar mi voz. No entiendo que está pasando.

—Pero... La abuela...

—Es una vieja sensible, ya deberías saberlo. Son lagrimas de felicidad.

Como si mi cuerpo quisiera recrear los sentimientos de la abuela, continuó llorando ahora sin poder identificar a que le dedico mis lágrimas.

Se siente bien noperder a alguien después de acostumbrarte a perderlo todo. 

—Quiero quedarme—pido escondiendo el rostro en la manta de la camilla. Siento como su delgada mano acaricia mi cabello—. Puedo hacer vigilia.

—Este no es sitio para ti, linda. Ve con la abuela.

Me encuentro en mi momento más berrinchudo pidiendo que no me envíen a casa para que pueda pasar la noche con Viviana. Llevamos las ultimas horas invadiendo su cuarto del hospital entre llanto, risas y anécdotas. Evan ha tenido que escuchar como la Alexei de 11 años escapaba por la ventana de su cuarto o escondía un gato durante una semana intentando adoptarlo.

Prefiero dormir en el sillón de este pequeño cuarto que huir a casa de la abuela junto a Evan. Ya dijo que podía pasar la noche en un motel y todos le gritaron que esa no era una opción.

—Te veremos aquí en la mañana antes de poder irme—anuncia Isidro alejándonos del cuarto—. Cuida a la abuela.

La idea de tener que irme no termina de gustarme.

Ya ha caído la noche fuera del hospital y la imagen de las calles desoladas me transportan a esa noche donde, de a uno en uno, los perdí a todos. Salir hoy sin una perdida es una ganancia que pienso gozar.

Cuando llegamos a casa debo tomarme un momento para asimilar lo que estoy viviendo. Afuera todo parece sacado de otra dimensión, mientras que aquí todo sigue tal como lo recordaba. Han pasado años, pero el sofá continua en el mismo lado, la foto de mi graduación sigue decorando la pared y el mismo olor a canela inunda la estancia. Aunque en estas cuatro paredes los años no han pasado, yo observo todo como si fuera la primera vez. Lo único que no encaja con la imagen de este sitio es la presencia del chico que parece demasiado grande para esta casa, a pesar de medir lo mismo que yo.

—Tu cuarto sigue tal como lo dejaste pequeña, lo organicé para que puedan pasar la noche—Compartir la cama con mi compañero de trabajo no suena muy profesional y ella debe notarlo en mi cara porque se me adelanta—. Es la única cama disponible. Te invitaría a dormir conmigo, pero valoro mi espacio. Que tengan buena noche.

Dicho eso, la abuela desaparece por el largo pasillo y de un portazo acaba la discusión que nunca se empezó. En la sala quedamos únicamente Evan y yo posponiendo todo lo posible la hora de dormir.

—Aún puedo irme a un motel—dice tras un rato de moverse entre las estanterías del lugar.

Y que mi familia me mate. Si claro.

—Vamos al cuarto, Evan.

—Ve adelante—pide dándome la espalda—. Escucharte decir eso causa cosas.

Puedo oír sus pasos a escasos centímetros de mí durante el recorrido hacía mi antiguo cuarto. Nos guio por el pasillo con la tenue luz de la linterna de mi celular y me giro para enfrentarlo cuando estamos frente a la puerta con la calcomanía de un piano que ocupa todo el espacio.

—¿Planeas dormir así? —señalo el traje negro que ha usado desde nuestra visita de trabajo esta mañana.

—Quisiera no hacerlo, pero si no tienes algo para mí allí adentro me puedo adaptar.

La imagen de un par de prendas ajenas me pasa por la cabeza y me arrepiento de inmediato. Es demasiado riesgo por hoy.

Cuento hasta tres en voz baja y cuando giro la perilla me tomo un segundo más para empujar la puerta. Le estoy mostrando a Evan la parte a la que nadie ha tenido acceso jamás.

—Bienvenido a mi cueva—digo en cuanto su rostro pasa de la formalidad a la emoción pura. Este sitio es todo lo contrario a mi cuarto en la ciudad. Aquí hay algo de mí en cada rincón. Estamos rodeados por una cantidad exagerada de fotografías en blanco y negro, libros de historia decoran mis antiguos estantes e incluso en la pequeña cama aún descansan los peluches que no me lleve conmigo. Dejo que explore cual niño pequeño este nuevo descubrimiento, a la vez que yo intento distraerme en la tarea de buscar unos pantalones de pijama que puedan quedarle.

—¿Libro favorito? —pregunta tocando el lomo de cada libro.

—El conde de Montecristo—Detengo mi tarea cuando lo veo buscar el titulo—. Fue de las pocas cosas que me llevé. Está en casa en uno de esos cajones que no te permití revisar.

Los pantalones a cuadros que me regalo Isidro para una navidad aparecen ante mi y termino lanzándolos con una mala puntería.

—Esto debe quedarte.

Espalda con espalda, cada uno se cambia en un lado de la habitación ocasionando que el único ruido que rompa nuestro silencio sea el sonido de la ropa cayendo. Mi ropa cae en tiempo récord con mis latidos llenando el cuarto ante la posibilidad de que el gire y logre ver todo lo que he estado escondiendo. Una vez en pijama no me atrevo a esperarlo y me lanzo al lado derecho con la cama pegándome todo lo posible al rincón.

La duda está escrita en todo el rostro de Evan, pero al final se deja caer en el blando colchón donde una versión más chica de mí soñó cada noche con él. Espero todo sea tan igual de incómodo para él y que la calma con la que se acuesta a mi lado solo sea fingida. Ambos nos mantenemos mirando al techo permitiendo que nuestros hombros se rocen en cada respiración.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que la situación puede conmigo.

—¿Evan?

Nada.

—¿Estás despierto?

Silencio.

—¿Podemos hablar?

No hay indicios que me digan si está despierto o no.

—¡Idiota!

Evan

—Muy bien, ¿Qué es lo que quieres, niña? —pregunto después del cuarto llamado tomando asiento en mi lado de la cama

—No puedo dormir—confiesa al cabo de un rato.

¿Y se cree que yo sí? Estar con una chica nunca suponía pasar la noche a su lado y mi lado más sentimental está tomando el control de mi cerebro. No puedo dejar de pensar en lo cerca que está, en como su cabello ocupa una parte de mi almohada o en la delgada tela que cubre su hombro y que choca con el mío.

Me estoy volviendo loco.

—¿Qué quieres hacer? —Al final cedo. Este no está siendo un día fácil para ella.

Por fin se deja caer contra el espaldar de la cama para imitar mi postura.

—No puedo creer que estés aquí. Hace meses estaba empeñada en ignorar tu existencia y ahora no solo pasas todo el día siendo amable conmigo, sino que también estás en casa de mi abuela compartiendo mi cama.

—¿Prefieres que vaya al sofá?

—¡No! No es eso—Casi grita su respuesta—. Es decir, llevas todo el día conmigo. Seguro estás cansado.

Lo estoy. Llevo noches sin dormir más de cuatro horas y solo una parte de eso es su culpa.

—¿Qué pasa, Alexei?

Suspira antes de girar su rostro para intentar verme en la oscuridad.

—Me gustaría posponer esto—Nos señala en la ultima palabra—, pero creo que me volveré loca si no lo dices ya. ¿Qué quieres de mí?

Cualquier persona enloquecería con esa pregunta.

Definir el tipo de relación que tienes con otro ser humano nunca es una tarea sencilla. Siempre está el riesgo de romper un corazón en el proceso, de no hallar la respuesta correcta o de tirar a la basura la amistad que por meses lleva construyendo. Y, a decir verdad, no sé cual opción me jode más.

Cuando intento dormir solo pienso en cómo sería esta conversación. En las ventajas y desventajas de arruinar mi plan de tener una amiga y confesar por fin que parece que me ha tentado la idea de ser algo más. El resto del tiempo, durante esas cuatro horas donde concilio el sueño, solo aparece ella. Alexei con Miguel jugando al póker, Alexei con Betty intentando bailar, Alexei en la emisora justo antes de empezar a hablar, Alexei conmigo. Siempre Alexei.

—Acabas de tener un día agitado, no necesitas más emociones con las cuales lidiar.

—Y si pude con eso, puedo con esto—sentencia.

Suspiro llevando las manos a mi cabello, aunque ella no pueda verme.

—Quiero salir contigo—Que se caiga un rayo si su jadeo no significa preocupación—. Llevamos meses rondando uno cerca del otro y no había sentido tantas ganas de cruzar la línea de la amistad hasta que te conocí. Sal conmigo, llámame novio y yo te llamaré novia.

Su respiración—ahora agitada— es la prueba de que sigue conmigo. Creo que pasan minutos hasta que responde.

—Pensé que no tenías material de novio— Imita mis palabras a la perfección, pero eso no evita que se me cierre el pecho al pensar que ella también puede creer eso.

—Pruébame.

Me está escuchando y es más de lo que esperaba. La veo mover su cabello, esconder el rostro en sus manos, deshacerse de la sabana que la cubría y girar hacía mí.

—No puedo arriesgarme a quererte, Evan—Dolor. Esa es la primera palabra que se me ocurre en cuanto abre la boca—. No están siendo buenos días para mí. Llevo meses sin tener uno de esos y no es justo para ti arrastrarte a ello.

Por más que me cueste aceptarlo, sé a lo que se refiere. La veo todos los días esconderse tras capas de ropa, cubrir su boca si se ríe más alto que los demás y hacerse a un lado cuando alguien se acerca a sus amigos con la intención de charlar. Llevo meses observando cómo se desenvuelve con torpeza por el mundo como si cualquier acción o palabra suya pueda desencadenar un caos. Está segura de que no podrá ser querida porque ella tampoco lo hace, no aún.

—Tengo amor suficiente para los dos— Desesperado, esa es la palabra que mejor me define ahora. No me veía diciendo eso en voz alta, pero aquí me tiene—. No tiene que ser algo formal. Podemos tener una cita. Ir despacio. Serán días si eso quieres. Semanas, meses y si no te echas para atrás, pueden ser años. Ponme a prueba toda la vida si es necesario, puedo quererte y esperar a que tú hagas lo mismo por ti.

Quiero que me crea. Que entienda que voy en serio, pero que también puedo ir lento si eso es lo que ella quiere. Estoy dispuesto a dar todo de mí y eso es algo que nadie más ha tenido la desdicha de tener.

Si hay algo de lo que estoy seguro es de que no quiero estar solo. No ahora y seguramente no nunca. Antes de ella podría haber estado obsesionado con hallar una compañía. Con la idea de encontrar a alguien que no me dejará en dos semanas cuando viera que no era lo que ellos creían. Ahora, con ella, la idea de esforzarme deja de parecer una opción y comienza a ser el camino correcto. Ser yo con ella y ayudarla a ser ella mientras está conmigo.

—Dime algo, por favor—En algún momento entre su silencio y mis nervios, he dejado mi puesto a su lado para ubicarme frente a ella—. Mándame a dormir, pídeme que me calle o ríete de mí. Haz lo que sea, pero haz algo.

Atrapo sus manos entre las mías. Esas manos que hace unos meses ni de chiste me hubiera permitido tocar y que de un tiempo para acá me ha permitido sostener.

—Te irás—dice por fin—. No estarás aquí cuando lo sepas todo y no sé si quiero vivir eso.

Miedo. Tiene miedo y yo de eso se mucho. He vivido con miedo desde que desperté en la cama de un hospital sin saber quienes estaban conmigo o por qué estaba allí. Tengo miedo todos los días de quedarme solo con mi presencia y ahora tengo miedo de despertar y vivir con su ausencia. Con la perdida de alguien que se hizo amiga y me hizo desear que dejará de serlo.

—Puedo quedarme si tu lo haces. No te voy a presionar, a incomodar o a pedir más de lo que quieras darme. Se hará a tu modo.

La habitación comienza a encogerse sobre nosotros. Alexei ha dejado su sitio en la cama para caminar inquieta por el cuarto enumerando las razones por las que podría ser un verdadero error.

—¡Ya viste lo que pasó después de un beso! —Espero su abuela tenga el sueño pesado o tendremos mucho que explicar.

—Quería besarte. Lo que pasó no fue un error y como actúe no fue tu culpa. Intentaba hacer las cosas bien.

Esto, para mí, es hacer las cosas bien.

Frente a frente, los dos lejos de la cama, veo tanto de ella como la oscuridad me permite y reitero lo que me ha estado carcomiendo los últimos días. Lo que sé que quiero.

—Sal conmigo, Alexei.

Puedo sentir la duda en el aire. La incertidumbre en su respiración que choca con la mía y la resignación en su voz cuando habla.

—¿No vas a huir esta vez? — dice por fin y antes de que pueda preguntar a que se refiere, planta un beso tímido en mis labios—. Está bien, Evan. Supongo que ahora debo llamarte novio.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top