10. Al suelo patos

Alexei

Al abrir los ojos, me cuesta darme cuenta de que no estoy en mi habitación y que no es el Señor Feroz, el oso de peluche, quien descansa a mi lado.

La pantalla del televisor continúa encendida y sobre la mesa hay un par de juegos esperando ser guardados. El salón está en completa oscuridad y los pocos rayos de luz que se filtran en la estancia provienen de los pequeños cristales que adornan la puerta principal. Intento moverme en el reducido espacio que parezco tener y un dolor agudo me azota la espalda. Bostezo y me basta girar la cabeza para que los recuerdos de ayer lleguen a mi cabeza con violencia.

Evan duerme, cómodamente, en el otro lado del sofá. Uno de sus brazos está sobre su pecho y el otro descansa entre el sofá y la parte posterior de mi cabeza. No recuerdo haber utilizado su cuerpo de almohada, pero es cómodo, aunque me duela admitirlo.

Algunos rizos castaños caen sobre su frente y me tomo mi tiempo para contemplar la forma en que sus gruesos labios se entreabren tras cada respiración. Estoy tentada a mover mi mano hacía su rostro para delinear con los dedos cada perfecta curva que es su cara. Es un idiota guapo, no puedo desmeritarle eso. El claxon de un auto entrando a la urbanización me provoca un preinfarto y él abre los ojos para que esas largas pestañas que tanta envidia generan me saluden.

—¿Hola? —Su voz ronca causa algunos estragos en mi interior.

—¿Qué tal dormiste?

—No siento el brazo—Bueno, ya somos dos. Aún así, el no hace amague de alejar lo que utilicé como almohada toda la noche—. ¿Descansaste?

Soy incapaz de articular otra palabra y en su lugar doy un leve asentimiento.

El brazo que reposaba en su pecho acaba en mi rostro y él si que se toma el atrevimiento de pasar el dedo índice por mi cabello, mi nariz y aterrizar en mi labio inferior por varios segundos.

Santo calor que hace en las mañanas.

—Me gusta tu cabello.

—A mí igual—Suelta una leve risa tras mi comentario que me eriza piel—. Quiero decir, gracias.

—Ahora tu podrías decir que te gusta algo de mí.

—¿Tienes ropa linda?

—Vaya, te lo agradezco—Parece que no puede dejar de sonreír—, he esperado años para que alguien me lo diga.

—Puedo alagar tu vestimenta si eso te pone.

Sus cejas se alzan con incredulidad al escucharme y se da media vuelta en el estrecho sofá para quedar frente a mí, su pecho contra el mío y sus ojos tres tonos más oscuros de lo que frecuentan.

—¿Eso significa que intentas ponerme?

Seguro que tengo el rostro en llamas.

—No.

—Que mentirosa saliste, niña.

—¿Podrías dejar de llamarme niña? Soy mayor que tú—Por casi dos años si quiero ser exacta, pero él no tiene que saberlo.

—¿Y cómo estás tan segura de eso?

—No eres el único que puede hurgar en el papeleo de la emisora.

—Yo no hice eso.

—¿Ahora quién es el mentiroso?

Estoy feliz. Puede que haya estado apretando el abdomen debajo de mi pijama y que me haya pegado al respaldo del sofá en cuanto él se dio la vuelta, pero ahora solo estoy relajada. Tranquila. Tengo una sonrisa en el rostro que no esconde los dientes y me pone igual de feliz saber que él me está dedicando el mismo tipo de sonrisa.

—Alexei...

—Puedes llamarme Alex, todos mis amigos lo hacen—No sé que dije mal, pero algo en mis palabras lo frenan de soltar lo que sea que fuera a decirme.

—Alexei—continua el muy terco—. No debería decirlo y aún así lo diré...

Desarrollé un don cuando nos mudados a la capital. Si quería ejercitarme en casa necesitaba que no hubiera nadie para verme y aprendí a escuchar hasta el caer de una hoja contra el suelo. Por eso, las pisadas en la grava de la entrada me ponen alerta.

Sin pensarlo dos veces, arrojo a Evan al suelo.

—¡Ni sabes que iba a decir!

—¡Tienes que irte!

—Creí que ya habíamos superado esa etapa—Continua en el suelo y yo ya estoy como loca eliminando cualquier rastro que demuestre que alguien más estuvo en casa.

—Hablo en serio. Isidro nos matará si descubre que pasaste la noche aquí.

¿Cómo pude ser tan idiota? No debí haber permitido esto. Evan no debería estar aquí y yo no debería sentir emoción por tenerlo en casa.

—¿Isidro? —Su cara adquiere un tono nervioso y parece que ahora él quiere vomitar—. ¡Mierda! ¿Estás casada?

—¡Linda! ¿Puedes abrir? —Mi figura paterna está gritando desde el otro lado de la puerta—. No diré quién, pero alguien se dejó las llaves en casa.

—¿Tus padres? —No me esfuerzo en corregirlo. Es mucho que explicar—. Puedo manejarlo, he conocido a otros padres antes. Me aman.

Ya. El problema no es que lo conozcan. El problema es todo el drama que me perseguirá de por vida si descubren que Evan está aquí.

—¿Alex? —Esta vez el grito proviene de Viviana—. ¿Estás despierta?

—¡Si! Tampoco encuentro las llaves—Me acerco al chico que se puso de pie en medio de mi crisis—. Tenemos que sacarte de aquí. No hagas preguntas y obedece.

—Te pone lo de dar órdenes ¿No?

Será tonto.

Corro de un lado a otro de la sala con él de mi mano. Los llamados de Viviana no hacen más que desesperarme y es un impulso lo que me hace mirar la ventana de la cocina que aún tiene la cortina puesta y señalar hacía ella.

—Debes estar bromeando.

—Ve ahí, Evan.

—Deja de utilizar mi nombre para que haga lo que quieres. Puedo ser un niño bueno por mi cuenta.

Estamos frente al mesón de la cocina y necesito su ayuda para mover las cortinas y abrir la ventana de par en par. Dos señoras muy chismosas observan la cómica escena desde las ventanas de sus casas, pero no tengo tiempo para preocuparme por eso.

—¿Las llaves estaban en Narnia? —preguntan afuera.

—Acostumbro a salir por las ventanas cuando hago más que jugar parqués o dormir en un sofá.

—Te creo, pero debes irte. Te veo en Eureka.

—¿Volverás?

—¿Tengo opción?

Él finge pensárselo.

—No. No la tienes. Sé donde vives, niña. Volvería por ti.

Cuando me aseguro de que cayó en una pieza al otro lado de la casa cierro la cortina como puedo y abro por fin la puerta.

—¡Hola! Bienvenidos a casa.

Isidro es el primero en pasar, inspeccionando la sala como si supiera que soy un completo desastre y que escondo algo. Viviana, por otro lado, me abraza en cuanto me ve y me hace caminar con ella colgando de mi cuello.

—¡Te extrañe tanto!

—Ya baja, que pesas.

—¿Algo que decir? —pregunta el hombre señalando la sudadera que quedó en el suelo.

Me lleva la que me trajo.

—¿Hacía frio esta mañana?

—Deja a la niña quieta, está muy triste como para pensar en sudaderas.

La frase cae en mí como un balde de agua fría y por un momento recuerdo lo que hizo que ellos viajarán fuera de la ciudad en un primer momento: El aniversario de la muerte de papá.

—¿Cómo estás? —pregunta Acacia una vez que termina su largo abrazo y me deja tomar asiento en una de las mesas de Revolución.

—Bien.

—Mentirosa—Tose Leo fingiendo que no está pendiente de nuestra conversación.

En este lugar es imposible hablar con una persona sin que escuchen otras cinco.

—No estoy mintiendo. Estoy bien.

Claro que no estoy bien. Tuve una semana horrible y lo único que he dormido en días han sido las pocas horas que pase junto a Evan en la incómoda sala.

Evan. Carajo.

No tendría que haber estado ahí ayer.

Perdí dos horas de calentamiento anoche y una hora de caminata esta mañana. Deje que mi compañero de trabajo se metiera en mi rutina y llevo todo el día con la constante necesidad de llegar a casa para compensar esas horas de ejercicio.

La escena del baño se repite en bucle en mi cabeza y me entran ganas de llorar. Nadie debería presenciar eso. Es más fácil fingir que el mundo entero está bien, que descubrir que alguien a quien crees conocer se rompió en trozos en tu cara y no hiciste nada para evitarlo. Lo sé de primera mano. Esa fue la solución de mi ex novio. Hacer como que no notaba que me estaba hundiendo en la miseria frente a él y actuar como si todo estuviera bien en nuestra relación. Hasta que dejó de estarlo.

«¿Quieres que te pida perdón? Estás loca. Tu solita te metiste esas ideas en la cabeza y si la busqué a ella fue para tener por fin eso que dejaste de darme. Eres patética si crees que diciéndome esto no te dejaré, Alexei. Hace tiempo que lo nuestro no tiene solución».

—Dejen de preocuparse chicos, estaré mejor con una taza de café en mis manos.

—Sale una taza de café sin azúcar y negro como el alma de Raquel—dice Zac regresando a su zona de trabajo y dejándome con mis tres amigos que no paran de lanzarme miradas lastimeras.

Odio que hagan eso.

Prefiero incluso que me den esos halagos que tanto me cuesta aceptar, por más que me dejen todo el día con la intriga de si dicen lo que dicen porque es verdad o solo porque soy su amiga y me deben empatía.

—¿Fuiste al cementerio? —pregunta Raquel llevándose el silencio que la partida de Zac dejó en la mesa—. Papá dice que vio a Isidro irse esta mañana.

—No, no fui.

Llevo tantos años lejos del lugar donde vivió papá, que ya no podría recordar como llegar al lugar donde dejó de hacerlo.

—¿Te quedaste por el sexo con el señor "¿Solo es una reunión de negocios? —Maldigo a la señora que vive frente a mi casa, a Zac, el sobrino de dicho chismosa y al café que deja en la mesa.

—¡Tuviste sexo! —grita Acacia atrayendo la atención de un par de clientes que disfrutan de sus bebidas a una mesa de distancia.

—¡Con tu compañero de trabajo! —apoya Leonardo mucho más alto.

Trágame tierra y escúpeme en el Taj Mahal.

—No tuve sexo con Evan—Me giro para ver a Zac—. Chismoso.

—Pero si que pasaste la noche con él, ¿Me equivoco? —No lo hace—. Tía Amanda se lo contó a mis primos y luego tuve que recibir veinte llamadas.

Su tía Amanda es una chismosa.

Mi mirada se centra en Raquel. Es la única que no ha aportado nada y de quien más temo su reacción. De alguna manera, vivo esperando la aprobación de la pequeña maquina de violencia que es mi amiga. Es la más honesta de nosotros y si cree que hago algo mal seguro es porque es cierto. Por eso le creo cuando dice que yo sola puedo arreglar los problemas que sabe que tengo con la comida y los espejos.

—¿No vas a contarnos que pasó? —El interés del ojiazul es más que evidente—. ¿O te avergüenza? Seguro que es eso. ¿Le gusta el cosplay? ¿O le pone que lo traten como a un objeto? Sacos se han visto.

—Casos—repite toda la mesa a la vez.

—Eso.

—La respuesta a todo es "no" y agradecería que me dejen en paz con el tema—Una notificación en mi teléfono me distrae de la cantidad de quejas que llenan la mesa y sonrío cuando leo la pantalla.

Comunícate.

E182: Detrás de la muerte y al frente de la vida

—Tengo que dejarlos chico, ya salió mi novela—aviso sin preocuparme en sus respuestas y cuando estoy dentro de la oficina de Zac arrojo la puerta con un golpe seco, y me dejo caer en el sillón.

«Estás escuchando Comunícate, parte de Eureka FM Estéreo, yo soy Bladimir Ferrero y en compañía de Catalina Moreno y Tatiana Alaya les damos la bienvenida al episodio número 182 de nuestro programa. Gracias por escucharnos y por participar en cada emisión».

Comunícate es el único programa de Eureka cuyo formato queda almacenado en la red de manera individual. Si bien puedes encontrar un archivo de cada emisión en la pagina web de la emisora, Comunícate se publica al día siguiente en diferentes plataformas.

También es mi programa favorito.

«Para adentrarnos en el tema de este episodio debo confesarles que no es la primera vez que recibimos anécdotas de este estilo. Tatiana y Bladimir han tenido que descartar decenas de historias similares para hoy, pero quiero recordarles que estaremos recibiendo sus llamadas a lo largo de la tarde y podremos expresar, entre todos, lo que significa perder a un ser querido o estar tan cerca de la muerte como para cambiar tu vida».

Como si no tuviera suficiente con estar viviendo mi propio duelo.

Los tres locutores son los encargados de revisar los cientos de mensajes que reciben en su correo de dominio y seleccionar la historia que más les llama la atención para centrar un episodio en ella. Comparten lo sucedido a veces con nombres reales o de manera anónima, dependiendo de la preferencia del dueño de dicha historia, y cuando llega el momento de dar su opinión acuden a diferentes expertos y a las voces del público.

Es un momento de chisme y reflexión que no me pierdo desde que entré a la emisora.

Los viernes me tomo mi descanso en el momento en que empieza la transmisión y corro a cabina para escuchar en primera persona el tema del día. De cierta manera es devastador estar atrás y ser testigo de cómo parecen disfrutarlo. Evan intentó cada viernes que aprendiera el trabajo tras el sonido y lo entendí a la primera. No tocar, reproducir lo solicitado después de cada aviso y dejar que la magia ocurra. Gracias a esos pequeños espacios estoy teniendo el primer acercamiento a mi mayor sueño e intento aferrarme con uñas a las migajas que me están ofreciendo.

—Algún día—digo esperanzada. Algún día seré yo quien conteste esas llamadas y les diga a las personas que ellas importan. Que sus problemas son reales y que no tienen nada de que avergonzarse.

Mientras tanto, intento demostrar que soy digna de ello. Que puedo pasar de ser la encargada de la música y las fotocopias, a tener el honor de sentarme con ellos a charlar antes de cada grito que anuncia que están al aire.

La historia avanza con lentitud y me pierdo en la vida de una chica de secundaria y la perdida de su mamá a causa de una enfermedad terminal. Se me encoje el corazón por ella y casi puedo agradecer no haber estado en vivo para presenciar esa historia. De ser yo quien tuviera que leer eso no sé cuál habría sido mi intervención. Puedo imaginarme contando mi historia y se me acelera el pulso de solo pensar en Evan tras la consola de sonido oyendo todo lo que llevo años teniendo que ocultar.

Ese tema nunca podría ser contado en mi presencia.

No cuando a mi primera perdida se le suman muchas más.

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