1. Botellas y corazones rotos

Evan

—¿Estás terminando conmigo?

El grito resuena por todo el salón haciendo que los clientes más cercanos a la barra se giren hacía nosotros. 

—Seguro hay un mejor lugar donde podamos hablar de esto, Evan—La sonrisa en su rostro no llega al mío y por un momento, mi corazón tambalea—. Puedes esperar en nuestra mesa a que acabé mi turno.

—Te agradezco la oferta—Tratando de disipar la tensión me inclino hacia la pelirroja para sujetar su mano entre las mías; su tacto es rígido y pese a eso, no se aparta. Tomando eso como una luz verde le regalo mi mejor sonrisa sintiendo la mirada de todo el bar aún en mi nuca—, pero creo que preferiría arreglar esto ahora.

Genial, montamos un numerito.

No me gusta tener espectadores, pero es lo que me gano por ceder a la presión. De haber ignorado los comentarios de mi compañera sentimental, como llevo haciendo desde hace días, podría haber encontrado un momento más digno para hacer lo que estábamos haciendo.

—Estoy ocupada ahora y preferiría no tener problemas por tu culpa.

¿Ahora soy un problema?

—Habla conmigo, Cassie.

El apodo que tanto le gusta es la bandera de paz que necesitaba. Deja escapar un misero suspiro e ignorando los murmullos de los sujetos en la fila que segura hablan de nosotros, entrelaza nuestros dedos y me regala una sonrisa.

—Sabíamos que esto sucedería, Evan. Lo platicamos.

Sé que lo habíamos hecho, lo escribí con letra muy clara en la pequeña agenda resguardada en el bolsillo trasero de mi pantalón junto a las llaves y el bolígrafo que cargo a todas partes. Solo me falto pedirle que lo firmara.

—Y quedamos en conocernos, en intentarlo—Me gustaría no sonar tan desesperado.

—¿Cuándo es mi cumpleaños? —La pregunta me toma por sorpresa y puedo sentir mis mejillas enrojecer mientras sus ojos disparan algo similar al fuego—¿Podrías siquiera intentarlo?

Mi cuello pica de manera molesta y tengo que contener las ansias de llevar mi mano a la zona que de seguro ya se encuentra roja. Perder el control es algo que pocas veces me permito y estar atravesando por esto ya me está cobrando factura.

—¿Siete de febrero? —susurro indeciso y cuando su mano se desliza lejos de la mía sé que he fallado.

—Me divertí contigo, Evan. Eres un gran chico, pero sabes que la posibilidad de que las cosas no cambiaran estaba ahí—Su tono es suave, aunque sus ojos me matan con cada parpadeo. Sus espesas cejas se arrugan hasta tocarse y cuando creo que se lanzará a mi cara, ella solo toma aire—. Lo sabes. Fuiste tú quien puso las condiciones.

Conozco bien los términos de lo nuestro. No están en mi agenda, pero me esforcé por repetirlos cada día desde nuestro acuerdo. En la ducha, durante el desayuno, cuando iba por ella al trabajo y antes de quitarle la ropa en su auto. Pasé días repitiéndome lo que teníamos permitido y lo que no, a fin de grabarlo a fuerza sobre mi memoria y evitar los percances que me habían quedado como experiencias con chicas del pasado.

Sietes semanas. Eso había pedido. Siete semanas donde Cassandra juraba que su encanto y belleza serian suficiente para formalizar nuestras salidas y llevar nuestro limbo al siguiente paso, siempre y cuando, me comprometiera con poner de mi parte para ser un buen novio—Lo que fuera que eso significara—Sin embargo, faltan dos semanas para ese lapso y todo sigue igual.

Maldita sea, no recuerdo ni su fecha de cumpleaños.

—Somos amigos, Hércules—dice tomando el pañuelo sobre la encimera para limpiar uno de los pequeños vasos que acaban de dejar entre nosotros—. El bar siempre estará abierto para Miguel y para ti, no tienes que preocuparte por eso.

Mierda, Miguel.

Si antes me sentía mal por estar teniendo esta charla con mi mejor amiga, ahora me siento peor por olvidar que tendré que explicarle a mi mejor amigo que necesitaremos otro sitio para ahogar las penas.

—Deja ya esa cara—La pelirroja tiende una botella de cerveza hacía mí y con otra en su mano brinda al techo—. La casa invita.

Acabó. Nada de "buenos deseos", de un falso "sin rencor", de una palmada en la espalda o un agradecimiento por intentarlo. Cassandra da un largo suspiro y mira por encima de mi hombro para regalarle al chico que aguarda tras de mí en la fila una enorme sonrisa dando así por zanjado el tema. El mensaje es claro.

Doy media vuelta sobre mis pies sin preocuparme en siquiera tomar un sorbo de la cerveza y obtengo una visión panorámica de los clientes frecuntes de El Bar de Zoe, quienes, sin tener suficiente con pasar sus jueves en un local mal oliente, creen buena idea meterse en la vida de otros al punto de mirarme como si la chica que acaba de romper conmigo fuera una de sus parientes y no la mesera.

Claro, no puedo culparlos. Ese es el efecto que tiene Cassie en las personas.

Una vez afuera comienzo a respirar con más calma y me permito atacar mi cuello tratando de ignorar en vano la culpa que siempre me invade después de un evento como este. Fue igual con la morena de hace un año y la rubia antes de esta; ha sido igual desde que llegue a la ciudad y de querer recordar cómo era mi vida antes de eso, tampoco puedo. Nunca puedo.

Conforme avanzo entre los altos edificios, aligero mis pasos para dirigirme a la gran zona comercial de la ciudad donde las luces neones comienzan a llamarme con la promesa de alcohol.

Demonios, debí aceptar esa cerveza.

Las estrechas calles se abren para mí y mi cuerpo camina en modo automático. Tardé meses en memorizar esta ruta, pero todo fue más fácil cuando comencé a frecuentar el local del que acabo de ser expulsado. Ubicado en el corazón de la ciudad, se encuentra El Bar de Zoe, su fachada antigua es el mayor atributo que posee y lleva tanto tiempo funcionando que parece un milagro que aún tenga popularidad. Entre semana suele ser el punto de encuentro de obreros o conductores y, los fines de semana funciona como centro de espectáculos al recibir en sus mesas desde jóvenes alocados hasta tipos en corbata que buscan un respiro.

Así conocí a Cassandra. Yo hacía parte de ese primer grupo de clientes, el de los adolescentes sin identificación que buscaban una cerveza o echar un polvo con alguien mayor. Estaba cerca de cumplir la mayoría de edad y me gané problemas por intentar entrar como acompañante de Miguel, mi mejor amigo. Llevaba ya varios minutos intentando persuadir a los de seguridad cuando ella apareció. Su cabello estaba atado en una coleta, vestía una camisa roja y modelaba por el lugar con un pantalón de pana una talla más grande de la que debía. Bastaron un par de palabras para que nos permitieran la entrada y cuando creí que se iría por donde llegó, nos guio hasta la barra y dejo frente a nosotros un par de botellas sin molestarse por preguntar nuestra edad o echarnos un sermón. Era un sol.

Miguel fue el primero en flecharse. Esa noche se lució con sus mejores sonrisas, sus más ridículos chistes y una buena cantidad de halagos empalagosos. Era todo un casanova en potencia, pero ella nunca lo miró. A mí, por otro lado, me dedicó más atención de la que merecía. Buscaba una chica despreocupada y nunca me preparé para la manera sutil en que ella mostraba cariño y le restaba poca importancia a mi falta de atención. Su error fue colarse por el chico desinteresado y mi error fue echarle leña a las llamas con coqueteos insanos.

Todo nuestro alrededor nos advirtió y no fuimos consciente de lo ciertas que eran sus palabras hasta que las cosas estallaron en nuestra cara.

—Hay 653 pasos entre el Bar de Zoe y la nueva discoteca de la ciudad. De allí a la parada de autobús más cercana hay 352 pasos. De esa parada a mi casa hay todo un viaje en el autobús G508—repito cual loro el monologo que me llevó largos minutos memorizar antes de salir de casa creyendo que tendría una cita con mi—ya no—casi novia.

Me doy un aplauso imaginario en cuanto choco con el imponente edificio de cuatro pisos y paso de inmediato saludando con un asentimiento de cabeza a los guardias que no solicitan mi identificación. 

No tardo en integrarme a la fiesta y aceptar cuanta bebida ponen delante de mí. Mi fama en las noches me precede y las resacas son algo que hace años no me atormentan. No recordar lo que hago a causa del alcohol no supone un problema para alguien que, incluso sobrio, no puede recordar. Por eso bailo. Grito. Sudo. Acepto la mano de cualquier persona que quiera lucirse en la pista y no me cuesta encontrar un sitio entre el pequeño cuerpo de una chica con el cabello de colores y su castaña amiga un poco menos alocada que ella.

—Cuidado con tus manos Romeo—advierte la castaña moviendo la cabeza hacía la barra donde, dos jovenes, prestan mucha atención a nuestro baile—. Si te pegas mucho el rubio puede ir por tu cabeza.

—No estoy buscando problemas—Ni novia, quiero decirle—. Pueden venir a bailar si eso quieren.

—A ver si tu logras convencer a esa de allí—habla ahora la más risueña de ellas señalando sin ninguna vergüenza a la chica que se refugia entre los brazos de uno de los chicos de la barra.

—¿Viene con ustedes? —pregunto con poco interés. No estoy borracho, pero no tardaré mucho en caer sobre cualquier asiento  y quedar dormido hasta que me expulsen al día siguiente.

—No por gusto, eso seguro—Por encima puede parecer un reproche, pero puedo reconocer el cariño en sus voces. No la están juzgando, sino todo lo contrario. Por sus miradas puedo deducir que la están cuidando.

Y de ese tipo de amor yo sé mucho.

Los bailes continúan y me alejo de ellas para regalarles su espacio. Si vienen acompañadas lo único que no necesito ahora es generarles alguna incomodidad a ellas o a sus amigos. Pese a eso, no me aparto por completo. Hay una cantidad de cuerpos en este piso del bar y para nuestra suerte, ninguna canción requiere de mucha cercanía así que bailo por mi cuenta a solo unos pasos de distancia.

—Idiota—murmura un chico después de pasar por mi lado con un empujón de hombros sobreactuado.

Quiero ignorarlo. Por Dios que sí. Estoy un poco mareado y la idea de marcharme a casa comienza a sonar tentadora. Sin embargo, el alcohol hace lo suyo y me obliga a responder el empujón con más fuerza de la necesaria.

¿Qué problema tiene este tipo?

No sé a cuantos pasos de borracho estoy de mi parada y aunque me gustaría averiguarlo pronto, no tengo tiempo de marcharme antes de ver a tres hombres muy enfadados dirigirse hacia mí.

—Creí que no querías problemas—avisa con cautela una de mis antiguas acompañantes tomando a su amiga del brazo para alejarla segundos antes de que un puño impacté en mi cara.

Quizá debí mencionarles que son los problemas quienes siempre me quieren a mí.


🌼🌼🌼

¡Huola Ya ni sé cómo escribir esto.

Publiqué esta historia bajo el nombre de ¡COMUNÍCATE! cuando tenía 14 años y después de muchos intentos de correciones, por fin estoy tomando en serio esto de corregir lo que ha sido mi sueño durante meses... y meses... y meses. 

Gracias por darme una oportunidad y permitirme compartir este pedacito de vida. Si son nuevos por aquí, espero les guste. Y si leíste la primera edición de esto, espero inmensamente que te gusten estos cambios, tanto como a mí. 

IG: @KAROL.CJD                       TWITTER: @KAROLCJD

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