01 | L A N C E
Nunca esperé mucho de la vida en general, me había acostumbrado a valerme por mí mismo siempre, a andar en mis cosas, en mi mundo, solo. No me gustaba depender de otros y sin duda, no congeniaba con otros. Algunos pensarían que mi cabeza se encontraba rondando a las musarañas y, era cierto. Ya había aceptado mi realidad, no había mucho que reconsiderar.
Porque así eran mis días la mayor parte del tiempo, amargos y opacos. No conocía otro color.
Todo lo poco que tenía, tenía valor, pero al mismo tiempo lo encontraba desechable.
Quizá todo el desastre dentro de mi cabeza se debiera a que había crecido en un mundo lúgubre, sin madre y con un padre medio ausente. No era lo peor que me podría haber pasado, pero tampoco guardaba rencor, las cosas como eran. La vida era una desgraciada cuando quería. Una persona no podría nunca escoger su condición, estábamos condenados, atados de pies y manos, con un gran trozo de cinta scotch ahogando nuestras penas.
Arréglatelas como puedas, era una regla individualista y que aplicaba cada cuanto podía.
Papá era un buen hombre, pero nada nos devolvía el tiempo perdido. Yo me había vuelto más independiente y tal vez no, tal vez sí, un poco más fuerte y no tan vulnerable, al menos esa parte la había heredado de mi madre, ella tuvo las suficientes agallas para salir por la puerta por su propio pie y sin mirar atrás, solo que, a diferencia de ella, yo no abandonaría jamás a la familia.
A veces, no lo voy a negar, puedo llegar a ser un maldito pesimista de mierda, tan solo hace falta salir de mi propia carne de vez en cuando y mirar todo en retrospectiva para sentirme patético.
Soy una persona que a primera vista los demás encuentran extraña. No soy igual a ellos y ni en un millón de años llegaría a querer ser como todos, un imbécil que hace de novio, que sale de fiestas y se tira a cuanta falda se le cruce por el camino, eso no va en mí, ese no soy yo. No tengo madera de ser un chico que le agrade la vida fácil y dócil.
Soy más bien el tío melancólico, el que deambula por los pasillos callado, analizando todo a su paso, pero sin ser visto. Soy ése al que consideran invisible, pero a la vez el que anda en boca de todos y no por social, ni por simpático, sino por raro.
Soy el maldito bicho al que nadie quiere acercarse, que puede cargar con una cara de mierda todo el maldito día, pero que aun así se rebulle a leer en cada esquina un libro interesante. Soy el que no socializa, el que no sale, el de buenas notas, pero a la vez el que todos saben que no tiene futuro. Y no se equivocan, en nada.
Nadie busca acercarse a mí y hacen bien, no busco relacionarme y punto.
Pero como siempre, en todo, las cosas no se dan como queremos, algo tiene que cambiar y complicarnos todo lo que para ese momento nos resulta cómodo y conveniente.
Y ese punto y aparte comienza con un extraño.
—Eh... ¿hola? —levanto la vista al reparar en que una voz se dirige hacia mí, frunzo el ceño. ¿Eso cada cuanto pasa?
Parado a mi costado se encuentra un rubito, observándome a mí y a la vez a todo a su alrededor, comprobando quizá, que nadie le vea fraternizar conmigo. Me veo obligado a cerrar de un porrazo el libro prestado de la biblioteca que sostengo entre mis manos y le observo, a la espera de lo que tenga para decirme.
Cuando veo que no abre la boca, decido romper de una vez con este momento incómodo para ambos, mejor terminar rápido con su tortura y con la pérdida de mi tiempo.
—¿Sí? —alzo una ceja escrutándole.
Sostiene un papel frente a él y relee, después vuelve su cabeza hacia atrás, en donde la misma chica rubia de toda la vida le mira con rostro desenfadado y le sonríe, asintiéndole, infundiéndole la confianza suficiente para comenzar a hablar. Ése es el efecto de Rachel.
—¿Tú eres Lance? —inquiere con voz pausada—. Me han dicho que eras tú —responde con duda y entorno los ojos.
—Ajá... —dejo la respuesta en el aire y me pongo de pie, limpiando el resto de polvo de mi trasero—. Soy yo, ¿qué se te ofrece? —finjo falsos modales, en realidad lo único que quiero es que deje de joder mi tiempo.
—El director me ha dicho que serías tú quien me mostrase la escuela—responde desenfadado.
¿Me ven cara de guía turística?
—El director se puede ir y joder a la mierda—murmuro yo, relajado, aunque con un ligero temblor en la voz. Me ha costado insultar al hombre más de lo que me gustaría admitir. El chico delante me ha escuchado perfectamente a pesar de mi tono bajo y no ha hecho más que quedarse de piedra con mi amabilidad, soy un chico muy simpático, no voy a negarlo.
Hago amago de volver a tomar asiento y retomar con mi lectura, cuando él toma de mi brazo, alzándole.
—No soy idiota, puedo encontrar el baño solo—refuta en un siseo que no termina de ser del todo amenazante, vuelvo a alzar la vista, soltando mi brazo de su agarre de un tirón—. Pero la señora Harriet está mirando hacia acá y no creo que tenga intención de alejarse hasta que hayas cumplido con tu propósito.
—Que venga entonces para acá y te acompañe ella—miro hacia donde ha indicado y alcanzo a ver a la mujer mirándome con amenaza en sus ojos de víbora. Suelto un bufido largo y profundo, ¿qué más da? No necesito más problemas y mucho menos ahora que el curso recién está iniciando—. Vamos.
No puedo poner en peligro mi beca y mucho menos por un estirado. Tampoco puedo decepcionar a William, mucho ha hecho ya por mí como para ponerle más difíciles las cosas.
Inspiro profundo, inflando las paredes internas de mi boca y suelto el aire por mi nariz lentamente. Realmente estoy sopesando meterme en problemas, aunque esto de por sí no lo vale.
No puede ser tan malo, me prometo. En una esperanza vaga por hacer que el tiempo fluya más deprisa, no me gusta que me interrumpan a mitad de un buen capítulo, lo detesto en verdad.
Finalmente me pongo en pie una vez más y con pocas ganas merodeamos por los alrededores de la escuela. No es un recorrido muy agradable, lleno de bailes y canciones, o en su defecto, de cotilleos, esto no es una película. En realidad, es todo lo contrario; no hay mucho que mostrar, solo aulas y más aulas, sanitarios, escaleras, edificios y más paredes en blanco por recorrer en un largo pasillo sin salida que parece acabar con el poco oxígeno de los claustrofóbicos. No es una escuela muy especial ni diferente a las otras, es simplemente una institución pública aburrida y sin mucho chiste. Convencional la describe perfecto.
Pero, a pesar de ser una más de entre las cientas de instituciones públicas del país, la escuela de Lonbourgh es precisamente de las pocas que apoya el programa de becas y actividades extracurriculares que te permiten conseguir plaza en una buena universidad. Y es por ello, que la mayoría del tiempo nos vemos rodeados de alumnos de todas las clases sociales, tanto de la baja como yo, como de la alta como este rubito fresa.
—Esta de aquí es la librería, en donde puedes encontrar la máquina copiadora —le menciono por inercia, él asiente y yo continúo— y aquella de allá es la biblioteca —señalo una y luego la otra, ambas cerradas al ser el primer día de clases y me giro hacia el chico con aburrimiento, no esperando en realidad que me haya prestado atención—. Aquí acabamos. Final del recorrido.
Alzo el libro que le he robado a la escuela como señal de despedida y me doy la vuelta, sin esperar a que me detenga o busque de mí compañía. Al fin de cuentas, ya he cumplido con mi propósito.
—¿Puedes recordarme tu nombre? —inquiere sorpresivamente curioso una vez que le he dado la espalda.
Le miro por el rabillo del ojo y respondo receloso.
—Lance.
No hago amago de preguntar por el suyo.
—¿Te va bien aquí? —parece preocupado en verdad.
Sonrío, en una sonrisa más bien parecida a una mueca irónica y respondo encogiéndome de hombros a su vez—. No me quejo.
Yo me quejo de muchas cosas, pero nunca en voz alta.
—Eso parece. Eh..., gracias Lance —asiente dubitativo en una despedida corta, dejando abierto el camino para que emprenda mi marcha de nuevo. Finalmente.
Se tumba sombre la banca a mitad del corredor y hago amago de alejarme, alza una de sus manos en despedida, por lo que desaparezco por el pasillo, no sin antes toparme con la rubia de la mañana una vez más al doblar la esquina, Rachel nunca había parecido interesarse en nadie antes, no me extrañaba que comenzará a hacerlo con aquella nueva víctima.
Antes de pasarme hacia la oficina de William, decidí dejar el libro de su estantería en mi casilla, si se enteraba, probablemente no me lo devolvería y realmente necesitaba saber en qué concluía. Dejé descuidadamente el libro dentro, así como mi chaqueta y la cerré con fuerza, dispuesto a enfrentarme al hombre para que ya no me utilizará como su guía para los nuevos, sabía que detestaba aquel trabajo y aun así parecía disfrutar encomendármelos.
A Ray no se le dio mal desentonar, en un par de años se volvió casi en el rey del instituto, pero por raro que pudiese parecer, no era igual de imbécil que como los de su grupo, aún y cuando se juntase con ellos la mayor parte del tiempo.
Y no era un mal tipo, simplemente no era propio de su mundo, de eso te dabas cuenta fácil. Y no estaba tirando para el otro lado, pero al final de cuentas no era tan despreciable, por lo que había aprendido a usar más la voz cuando él se acercaba a saludar.
Como aquel día.
El día en que todo cambió y comenzó a desmoronarse la tranquilidad de nuestra rutinaria vida escolar.
—McKeen —saludó, con su novia Rachel colgándole del brazo, la misma rubia que le había acompañado desde que había llegado a Lonbourgh, alcé la barbilla, correspondiendo—. Hoy hay fiesta y tienes que venir.
Nunca había ido a ninguna de sus fiestas, no entendía por qué seguía insistiendo con eso. Rachel me miró sobre sus pestañas y alzó una ceja, sabía que una negativa estaba a punto de salir de mis labios y rodó los ojos.
La chica siempre se creía con aires de superioridad, eso me desencajó un poco. Era raro y nunca había tenido problemas con ello, pero en ese momento, en que Ray esperaba una respuesta de mi parte y que la cría me miraba como quien sabía que no debía su novio de relacionarse más, exploté.
Por un microsegundo quise ser un adolescente normal, que vive la vida desaforado sin pensar demasiado en las consecuencias.
Mi primer error.
Un tambaleo estaba a punto de arruinarlo todo.
—Claro, ahí estaré —acepté y Ray me miró no muy convencido, pero asintió contento de haber logrado el objetivo sin burlas de por medio, Rachel en cambio frunció el entrecejo y luego lo reemplazó con una sonrisa prepotente.
En ese momento me odié, nunca me había salido de mi papel ni de mi lugar, sabía a dónde pertenecía, pero ahora que había aceptado, estaba seguro de que nada bueno me traería aquello.
Me di la vuelta luego de dejarlos contentos con mi rápida falta de interés en hacerlos perder el tiempo y apreté los puños al comprender la manipulación que había ejercido Rachel sobre mí.
Me sentía un idiota, casi como todos los demás que caían rendidos a sus hechizos. Sólo que yo no estaba ni loco interesado de esa manera en ella.
Ni lo estaría nunca.
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