8. El nombre feo

Yo estaba consciente de lo mal que me veía la mañana siguiente. Mi cerebro había esta trabajando tanto durante la noche, analizando los principios de la bioética y preocupándome por la relación forzada entre mi amigo y Luan, que mis ojos tenían una enormes ojeras y apenas lograba tenerlos abiertos.

En cambio, Luan se veía preciosa.

—Buenos días, Lynn. Te ves bien, como para ganar un trofeo nada feo. ¿Entiendes?. ¡Me alegra verte, Lola! Aquí todo mundo está ciego porque robaste sus miradas. ¡Lily, hermanita! ¡Leni, hermanota! —dijo ella mientras se les unía en la sala del comedor, lista para llevarse su almuerzo.

Además de verse bien, la euforia que desplegaba era inusual; incluso en ella, que siempre animaba nuestras mañanas. Por el contrario, era el resto de mi familia el que no se veía muy tranquilo. Cada una de mis hermanas a las que ella iba saludando correspondía con una sonrisa muy fingida. Y creo saber la razón: mañana es primero de Abril, Día de los Inocentes, y Luan no estaba comentando nada al respecto. Tampoco se estaba comportando como lo haría antes de su festival de bromas pesadas favorito, buscando la menor oportunidad para ponernos nerviosos. Ellas empezaron a sentir que había cambiado.

Yo, en contraste, sé que no ha sido un cambio de todo bueno.

El timbre sonó. Luan y yo dijimos en coro: —¡Ese debe ser Clyde!

En efecto, mi amigo saludó a toda la familia desde la entrada cuando le abrí la puerta. Luan se le acercó y lo tomó de las manos.

—Hola, amor. ¿Qué tal estuvo el camino hasta acá? —preguntó mi hermana.

—Hola, bebé. Lo sentí largo. Quería estar contigo de inmediato.

Desde adentro sonó un "¡ewwwww!" que tenía escrito el nombre "Lana" por todas partes.

—Ignora eso, por favor —comentó Luan, con algo de pena en su expresión.

—No te preocupes. No habrá crítica alguna que yo no neutralice viéndote a los ojos.

Los dos se sonrojaron aún más, y se soltaron con violencia. Decidí intervenir. Tanto desvelo no me dio ninguna idea de qué hacer, pero sí la convicción de que ellos necesitan compartir un momento de romance. Uno que los haga besarse por fin.

—Lamento cortar el romance, pero ¿podrías decirme a qué horas develarás tu trabajo?

—Ah, con respecto a eso. En el trascurso de la tarde. ¿Por qué, Linc?

—Quiero invitarles a tomar gelato después de la escuela. ¿Les parece?

Ellos dos se vieron mutuamente. El rostro confundido de Clyde indicaba quién tomaría la decisión.

—Será un placer, hermano. ¿Pasan por mí?

—Estaremos puntuales, chica.

Ella y yo volvimos nuestra mirada hacia Clyde, quien tras unos segundos sacudió su cabeza y respondió: —¡Claro que sí! Muy, muy puntuales.

Le di un pequeño empujón hacia afuera de la casa a mi amigo y me despedí de Luan.

—Ahora, si nos disculpas, debemos salir ya a la escuela. Andando, McBride...

Nuestro primer paso fuera de la casa fue frenado por la fantasmagórica presencia de Lucy justo a la entrada de la casa. Algún día yo la asustaré a ella, lo juro.

—Hermano, he sentido esas nubes negras que oscurecen tu paz interior.

—¡Y tú me acabas de asustar como un trueno, Lucy!

—Me complace que menciones el tema. Hay miedo en tu futuro. Para el amigo Clyde, sin embargo, no puedo determinar lo que le espera. Primero, debe avanzar sin vacilar. Entonces, el final de su viaje aparecerá tras la niebla.

—Bonito reporte del clima —refunfuñé—. Lástima que este lindo día de primavera esté soleado y sin nubes. Actualiza tu tarot, ¿quieres?

Lucy se hizo hacia un lado.

—Era mi deber hacérselos saber. El resultado final no me afectará a mí bajo ninguna circunstancia.

Mientras yo seguía empujando a Clyde, él preguntaba a Lucy: —¿Avanzar sin vacilar? ¿Cómo lo logro?
—Camina recto. Nada más —respondió ella, a la vez que entraba a la casa.

Camino a la escuela, Clyde aprovechó para solicitar más detalles acerca de la invitación.

—No es que me moleste, amigo. Sólo me sorprendió un poco.

—Es nada más para que ustedes pasen un rato divertido juntos. Si me convierto en un mal tercio, sólo avísame y ahueco el ala —le expliqué.

—Qué bien. En realidad me preocupa mucho que algo salga mal entre Luan y yo. Eso sí: Tú nunca serás un mal tercio. Es gracias a ti que he conseguido a mi primera novia, y es nada menos que una hermana tuya. ¡Puedes estar con nosotros el tiempo que quieras!

—Como gustes —respondí, con toda la convicción de llevarle la contraria después.

Esa tarde observé de nuevo a Luan y Clyde caminar tomados de la mano, pero en un silencio que sólo yo me atrevía a romper con preguntas triviales. Que si les gustaba esa tarde, que cuál sabor de gelato pedirían, que si Lucy algún día dejaría de asustarnos... Esperaba que de verdad no les molestara mi presencia, porque sí necesitaba que pasaran un momento feliz. Uno que, al parecer, no lograban por su cuenta.

Llegamos a la heladería. Era un nuevo local que recién había abierto en el centro, así que consideré que podía ser algo interesante venir a conocerlo juntos. Clyde, como buen caballero que es, se apresuró a abrir la puerta para mi hermana. Justo al entrar, ella se maravilló: tanto la iluminación del lugar como los muebles y la barra de helados tenían un diseño moderno, pero agradable. Lleno de detalles, pero sin caer en mal gusto. Romántico, le llamarían las chicas.

—Este lugar es tan chic, que con sólo entrar de seguro ya debemos la propina —me dijo Luan, convirtiendo su admiración en un mal chiste. El brillo de sus ojos me indicaba que los había traído al lugar correcto.

Fue en ese momento que sonó una voz que se me hizo conocida.

—Es un mundo muy, muy pequeño, ¿eh?

¿De dónde viene? ¿En dónde la he escuchado antes?

Clyde dijo nervioso: —¿Bu... Buenas?

Luan giró hacia mí, buscando el origen de la voz. Entonces preguntó:

—¿Risas?

En efecto, la payasita surgió del mostrador con una pose alegre, incomodando a la empleada que se encontraba ahí.

—¡Siiiipiiii!

Luan lanzó un pequeño grito de alegría y se acercó al mostrador a toda velocidad.

—¿Qué ondas?

—¡Qué hondo está el río! —respondió Risas. Ambas se dispararon con los dedos. Entonces se dirigió a nosotros: —¡Bienvenidos a la Gelateria Romana! ¡La mejor, y la única, en todo Royal Woods! Cuánto gusto de ver que a la magistral Luan la acompañan el joven Clyde y el hermoso Lincoln.

No tuve chance de terminar de sorprenderme por la forma en que Risas me llamó. Rápidamente se puso a mi lado.

—Nunca olvides que si la gran Luan no está cerca para hacerte reír, puedes llamarme a mí, dulce de coco.

Y de un caderazo hizo que me sentara frente a una mesa cercana. Luan y Clyde se sentaron a la misma mesa.

—De verdad me sorprende verte aquí. ¿Viniste a conocer también? —preguntó mi hermana.

—¡Vine a animar el ambiente! Este negocio le pertenece a uno de mis tíos. Cuando supe que lo abriría, decidí ayudarlo a darle un poco de alegría. Como tú misma dices, siempre debemos alegrar a los que amamos.

—Eso es muy dulce de su parte, señorita Risas —comentó Clyde—. Su tío de seguro está muy agradecido.

—Él insistió en que no lo hiciera, pero yo sé que lo dijo por amabilidad —respondió ella. Al ver lo poco que combinan un ambiente romántico y una payasita, creo que comprendo a su tío. Ella sacó un menú con un elegante movimiento de manos y se lo entregó a Luan—. ¿Cuál será el sabor que disfrutarán esta vez? ¿Será vainilla, chocolate, avellana o stracciatella? ¡Esperen! No elijan ninguno de estos sabores mundanos. Ustedes se merecen algo especial.

—¿Algo especial? —pregunté sorprendido.

—Es correcto, bello Lincoln. Resulta que mi tío creó un... Menú secreto. ¡No digan nada! Ya regreso.

Se dirigió al mostrador tan rápido como sus enormes zapatos se lo permitían.

Yo me irrité un poco. Mi intención era que mis acompañantes estuvieran al final solos, en un lugar con un ambiente tan agradable como éste, pero no sabía si el entusiasmo de Risas les alterará su ánimo para bien, o para mal. Aun seguía quejándome conmigo mismo cuando la payasita depositó tres vasos de vidrio, cada uno con un color diferente de gelato en su interior. Uno era amarillo, casi dorado, con vetas blancas en zigzag. Otro era gris, de aspecto seco, casi como un puré de papas echado a perder. Y el último era de un color azul muy brillante, con manchas verdes y moradas muy relucientes.

Risas no podía disimular su emoción: —¡Adelante! Van por cuenta de la casa. Quiero su opinión sincera.

—Okey. Elijan ustedes primero, chicos. Son la pareja estelar hoy —añadí.

—Un momento... No me digan. ¿Luan y Clyde son pareja?

Ellos dos se sonrojaron. Tuve que responder por ellos.

—¡Es correcto! Merecen un trato romántico esta tarde, ¿no crees, Risas?

—¡Sin duda! Entonces los dejo solos; y si es posible, me deberías acompañar luego, Lincoln.

—En un rato quizás —respondí, tan sonrojado como mis acompañantes. Ella se alejó alegremente.

Los tres nos quedamos viendo los gelatos.

—A que logro adivinar cuál es el que elegirás tú —le dije a mi hermana.

—¡Quiero el azul! Me está haciendo ojitos desde que lo trajeron —respondió Luan, con una enorme sonrisa. Justo el que yo sabía que ella iba a escoger.

Clyde comentó: —Me parece muy bien, querida, porque siempre he querido el amarillo con blanco.

Lo cual me dejaba a mí con el gris.

Los tres tomamos las cucharas, y mientras que ellos dos se abalanzaron sobre sus respectivos postres, yo tuve más problemas para juntar ganas de probarlo.

—¿Qué tal sabe tu gelato, Clyde? — decidí preguntar.

—Es un sabor interesante. Muy cremoso.

—¿Y que me dices tú, hermanita?

—Mi gelato sabe a pato. ¡Jajaja! Ya, en serio, no está mal.

Oyendo ese par de opiniones apagadas, respiré hondo y tomé una cucharada del mío.

Ahora, haré el intento de describirles como fue probar ese gelato. El sabor sólo era un balance entre ácido y dulce, pero la sensación que me provocó fue una historia completa. Fue algo así como besar a Ronnie Anne, después de leer un cómic de Ace Savvy en ropa interior, y escuchando al fondo mi canción favorita de SMOOCH. Así lo sentí.

Fue el mejor sabor que probé en mi vida.

Tanto me impactó, que me levanté de mi asiento, fui detrás del mostrador, donde Risas le robaba la paz a una empleada, y le di un abrazo a la payasita.

—¡Gracias! Es el mejor postre que he probado en mi vida.

—¡Jajaja! De nada, muchachote.

—¿Me harías un favor? ¿Sería posible que ellos dos comieran de ese mismo sabor?

—Claro que sí. ¿Tanto te gustó?

—¡Es lo máximo! ¿Como se llama?

—Mi tío lo llama "Beso o tortazo".

—Es un nombre curioso. ¿A qué se debe?

—Porque tiene un aspecto engañoso. No sabes si te va a dar asco o si está rico. Si es algo bueno o algo malo. Es una aventura probarlo.

Interesante explicación.

—Luan y Clyde escogieron los otros dos gelatos, que tenían aspectos más bonitos, pero no parecen muy fascinados con los sabores —confesé.

Risas me dijo en voz baja:

—Muchas cosas en la vida se ven bien, y no lo son. Otras se ven mal, pero esconden un gran tesoro. Sólo se descubre tomando el riesgo. Díselo a ellos. Te lo agradecerán. ¡Vienen clientes! Te hablo luego.

Empecé a considerar nuestra visita a esta gelateria como la mejor decisión posible en mi vida. Risas me había dado la clave que necesitaba saber. ¡Ellos están temerosos, pero solo basta con tomar el riesgo! Ellos necesitan besarse cuanto antes, y con la ayuda de ese maravilloso gelato de nombre feo les será muy fácil.

Salí de regreso a la mesa, pero antes de llegar logré ver la puerta del negocio cerrándose, y a Luan sola, con los ojos muy abiertos y con las manos en la boca.

—¿Qué te pasó? ¿Donde está Clyde? —pregunté.

Ella respondió en voz baja:

—Me besó. Y yo lo abofeteé.

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