Capítulo 35
Extendiendo una mano, Gala removió la capa de vapor que cubría el espejo para poder verse, el baño estaba caliente y agradable, lleno con los olores dulces de los jabones y productos para el cabello. La mujer en el espejo no era la misma que hace una semana atrás, estaba más... Vibrante, relajada.
Pero esa sensación se fue demasiado deprisa cuando escuchó murmullos en la habitación, definitivamente no era de Alexander y era más de uno. Las voces femeninas se esforzaban por caer en susurros, pero la emoción en ella las delataba. Aplacando el temperamento de su osa que se había levantado creyendo que se trataba de una posible amenaza en la casa, Gala tomó una toalla y se secó el cabello.
No esperaba encontrarse con cinco osas polares a medio discutir en la habitación, miradas brillantes y emocionadas con la más arrolladora alegría se clavaron en ella. Yala estaba de pie y de espaldas a la cama, Iris en la punta contigua, su hermana Daku en el otro extremo, del otro lado Aiyena y Eria.
—¿Qué hacen todas aquí?
¿Donde está Alexander?
Les habría impedido subir a la habitación, lo sabía bien.
—Tranquila, estamos aquí para ayudar a arreglarte —dijo Yala, su sonrisa parecía que en cualquier momento partiría su rostro en dos.
—¿Arreglarme?
Una sacudida ligera y entonces, la mujer rubia se dio media vuelta para darle la espalda y tomar algo extendido sobre la cama. Cuando giró, Gala abrió los ojos. La tela del vestido de tirantes y escote V tenía un movimiento ligero cuando Yala lo tomó con cuidado, era suave incluso sin tener que tocarlo. El color cremoso brillante y la falda se estiraba un poco más allá de las piernas con un diseño envolvente.
—¿De dónde sacaron esto? —Preguntó.
—¿Qué importa? —Yala chilló de emoción—. Anda, pruébalo, ¡Ya, ya!
Mordiéndose el labio sabiendo que era probable que Alex estuviera detrás de esto, Gala tomó el vestido y regresó al baño, segundos después se apoyó contra la puerta y respiró, no quería reírse pero el sonido le brotó desde el interior, y una sensación cálida abrigó su cuerpo, casi tan encantadora como los abrazos de su león. Ella no había olvidado la fecha, pero nunca hizo comentarios al respecto, tampoco le agradaba la idea de una celebración.
Sin Shila, solo era otro día más como los otros.
Pero ahora...
Volvió a mirar el vestido, extendió los dedos por la suavidad de la tela, supo que Alexander habría sido aconsejado por una de las chicas, pero la tela era su elección. La comodidad y extravagancia eran partes habituales para un felino, pero esto conservaba un diseño sutil para no hacerlo parecer demasiado ostentoso.
A Gala nunca le gustó ser el centro de atención.
Alexander prestó atención a cada uno de sus detalles.
Y cuando se lo puso, sus ojos ardieron un poco. Se ajustaba a su cuerpo como si el mismo Alexander lo hubiera pedido a la medida, la tela se deslizaba sobre sus curvas de manera correcta y el color le daba a su piel un tono dorado.
Sintió su garganta un poco seca, el pecho embriagado por la idea que se le apareció en su mente. Por supuesto, Alex tenía algo planeado, pero ella no podía adivinarlo con seguridad.
Conteniendo los latidos de su corazón, Gala se atrevió a salir.
—Oh..., ¡te ves como una muñeca!
—Yala, si sigues gritando así dejarás mis oídos sensibles —Aiyena se quejó.
Pero luego la mujer se bajó de la cama y se acercó a Gala, la tranquilidad de sus ojos marrones era un polo opuesto comparado cono el nudo de emociones dentro de Gala.
—Feliz cumpleaños Sialuk.
Y entonces la abrazó, Yala se unió después, y pronto Gala se vio envuelta por cinco osas polares que sin importar lo que hubiera sucedido en el pasado, todavía cuidaban de ella, se preocupaban, y se habían confabulado con el león que sostenía su corazón. Los recuerdos llegaron por sí solos, eran cinco cachorras de diferentes edades cuando llegó al clan pero todas menores que ella, no tardaron en encariñarse y seguirla a todas partes, y Gala estaba encantada de poder cuidar de ellas.
Porque incluso si no lo sabía en ese tiempo, estaba destinada a cuidar de los demás.
—Me harán llorar.
Las risas rompieron el momento.
—Eso no le gustará a tu gato —mencionó Daku. Pero ella también tenía los ojos humedecidos, el suave tono miel traslúcido.
—¿Dónde está?
—Preparándose en un lugar seguro —respondió Iris mientras les hacía un gesto con esa mirada oscura a las demás para que le dieran espacio.
—¿Preparándose para qué?
Algo se traía entre manos.
—No estamos autorizadas a dar esa información —contestó Yala—. Ahora hay que prepararte, no podemos perder más tiempo.
—Yo arreglaré su cabello —dijo Aiyena.
—Y yo su maquillaje —continuó Yala.
—¿Daku tienes los zapatos? —Iris le preguntó a su hermana.
—Oh, sí, están abajo en el envoltorio, los traeré enseguida.
La mujer se fue por las escaleras y a los pocos minutos regresó agitada con una caja negra, tras acomodarse los mechones castaños que cayeron sobre su frente, Daku dejó la caja en la cama y sacó los zapatos. Eran bajos y casi del mismo color del vestido.
—Son de baile —Gala murmuró.
—Para sacarle brillo a la pista —dijo Daku con una voz melodiosa.
Su madre había acertado con el significado de su nombre, pues ella tenía un don para cantar aunque raras veces lo usaba.
Media hora después, la visión de Gala en el espejo era muy diferente. Aiyena había utilizado una máquina rizadora para resaltar las ondas de su cabello mientras que Yala había sombreado sutilmente sus párpados, el brillo labial rosado suavizó sus labios agrietados y el rubor ligero en sus pómulos acentuaba sus facciones.
—¿Y ahora? —Les preguntó al salir del baño.
—Ahora entro en acción —respondió Eria.
Después de recibir otro afectuoso saludo envolvente, Gala siguió a Eria hasta el primer piso. Las demás le aseguraron que se quedarían en la casa para una pijamada con pizza. Abrigada con una chaqueta blanca, salió al frío exterior, Eria la condujo hasta el todo terreno estacionado a unos metros de la casa.
—¿Donde iremos? —Le preguntó tras ingresar.
—Solo lo sabrás cuando estés ahí —la mujer respondió mientras se colocaba el cinturón de seguridad—. Soy la que mejor y más rápido conduce en terreno irregular —sus ojos color avellana brillaron cuando giró hacia ella, una sonrisa satisfactoria—. Agarrate, estarás con tu chico en quince minutos, aunque si lo hago en diez romperé una marca.
—Eria, no...
Y entonces pisó a fondo, la risa de la mujer guardaba la adrenalina de la velocidad, pero cuando Gala le gruñó una orden, Eria obedeció y disminuyó la velocidad a un punto ligeramente por debajo del límite seguro.
—Tan prudente como siempre.
—¿Desde cuando te gusta la velocidad? —Cuestionó—. Antes te daba miedo hasta subirte a una motocicleta.
Eria tamborileó los dedos en el volante.
—Muchas cosas cambian en diez años.
De reojo observó su perfil, la juventud de Eria quizá tardaría otros diez años en mezclarse con un poco de madurez, pero aún así sus rasgos conservaban una inocencia y suavidad casi infantil. Tenía la estructura corporal fuerte envuelta en una chaqueta de cuero sintético negro y vaqueros azules, poseía la firmeza de cualquier soldado del clan pero mantenía su lado femenino en ese largo y suave cabello castaño claro.
—Lamento no haberme comunicado con ustedes —dijo Gala luego de un tramo de silencio.
Eria respondió con un suspiro.
—Era algo que tenías que hacer, respetamos tus decisiones, pero nunca dejamos de pensar en ti.
Un nudo de emoción se aferró a su pecho. La lealtad de estas mujeres no tenía precio, ellas no merecían nada más que agradecimiento, pues llenaron su vida de color y alegría mientras que su alma se partía en dos por el distanciamiento de su gemela. Gala había recibido tanto... Y solo ahora se daba cuenta de eso.
—Él...
—Está vivo —Eria respondió, anticipándose—. Noatak lo exilió a Newfoundland —continuó refiriéndose a la antecesora de Nilak en el cargo—. Ahora vive en San Juan de Terranova, ciego de un ojo.
La oscuridad de Gala se removió insidiosa en el momento en que una extraña sensación de culpa abrigó su pecho. Imnek seguía con vida y libre mientras que Gala no sabía absolutamente nada sobre las condiciones en las que vivía su gemela. Las garras presionaron contra la piel, Gala tomó hasta el último remanente de control para mantenerlas adentro, no cedería a los instintos que rugieron en su interior.
No caería en la espiral otra vez, porque si lo hacía entonces no habría espacio en su mente para el hombre que buscaba sacarla de la oscuridad.
Esta noche, dejaría todas las inquietudes, miedos y dudas solo para tener un momento brillante con él.
Le había prometido que dejaría todo esto atrás. Y Gala era una mujer de palabra.
Cuando Eria detuvo el coche en medio del bosque oscuro, ambas bajaron y caminaron el último tramo del sendero, el viento helado mordía su piel y hacía crujir las ramas de los árboles, el aire prometía la llegada de una tormenta.
—Aquí es —anunció Eria, se agachó para remover la hojarasca que cubría la escotilla de acceso a uno de los salones subterráneos y la abrió para ella.
El nudo se hizo más duro dentro de Gala, con una intensidad casi salvaje en la emoción que ella sentía. Dicha, una energía extendiéndose lado a lado en su corazón, la sangre caliente, agitada en las venas. Y cuando Eria se acercó para abrazarla y susurrar una felicitación en su oído, Gala no tensó su cuerpo, se entregó a la muestra de afecto y amistad como lo habría hecho antes.
Antes de romperse.
—Tengo algo para darte —dijo Eria al separarse, del bolsillo de su chaqueta sacó una pequeña cadena de metal con un crisantemo en el centro hecho en el mismo material. A Gala le gustaban los crisantemos—. Es de un lote que hicieron en el taller —continuó mientras ataba la cadena en su muñeca izquierda—. Me aseguré de esconder uno antes de que los demás arrasaran con todos.
Tocando la delicada figura que ahora colgaba en su muñeca, Gala levantó la mirada para encontrarse con la oscuridad en los ojos de Eria, una profundidad diferente en ella, su expresión cambió de pronto y por un momento fugaz hubo una sensación de tristeza que desapareció tan pronto como dijo:
—Disfrutalo.
Y entonces, la osa más contenida de todas se despidió con un gesto y se escurrió entre las sombras oscuras de la noche. Sabiendo que debía prestarle atención a lo que había visto en Eria, Gala perdió el pensamiento cuando su osa polar gruñó y se deslizó contra la piel interior, el tirón le obligó a ir en una dirección.
Bajó.
Una oscuridad cerrada en el pasillo de conexión pero a medida que se acercaba a la entrada del salón un brillo iba devorando el negro. Agitada por el suave perfume a lavanda, su tipo de perfume favorito que llenaba sus pulmones, Gala se dirigió a la entrada y se quedó en el umbral. Maravillada. Luz celeste se derramaba desde el techo hacia el suelo, cristales que parecían esquirlas de hielo cubrían esas luces, como estalactitas brillantes que giraban en un círculo ordenadas de mayor a menor.
Todo era negro alrededor. Oscuro. Pero inquietantemente adornado por el poder enérgico de una presencia salvaje que le dijo que este sitio no estaba vacío. Pasos hacia ella, la hermosa luz tocó la figura de Alexander, casi podía jurar que había convertido su cabello en plata.
Vestido con una camisa formal blanca abotonada solo hasta la mitad de su pecho y pantalones de traje negros con zapatos brillando con tono azabache, Alexander deslizó esa mirada azul por su figura, de pies a cabeza, y luego sonrió.
La sensación fue un golpe directo a su parte más sensitiva. Gala caminó hacia él, abriéndose a las cosas en su interior. Una osa polar en piel humana, su poder era ahora una llama desnuda brillando a través de la oscuridad. Alexander se mantuvo fijo en su lugar, esperando por ella, este hombre, que le enseñó que lo que llevaba adentro no estaba destinado a matar, tenía un brillo de satisfacción en sus ojos azules.
Y ella podía chocar contra él, volverse uno, si solo supiera cómo...
Su osa quería tenerlo, necesitaba tenerlo.
Pero ahora no pensaría en eso, ni en los cambiantes desaparecidos y sus parejas en coma, ni en la nueva amenaza para su raza que prometía golpearlos a todos en lo más hermoso y puro que tenían.
Este momento, era suyo. Solo para los dos.
—Sabía que estabas detrás de esto.
Manos firmes aferraron su cintura, Gala rodeó su cuello, deslizó una mano en su melena dorada. Alexander subió extendiendo una mano sobre la suavidad de la tela del vestido, hasta las costillas, sus ojos se volvieron dorados y la belleza salvaje que allí habitaba volcó toda su adoración sobre Gala. La compulsión se agitó dentro de Gala, una reacción de necesidad alimentada por el tirón de emparejamiento. Ya no había duda de que estaban destinados a ser compañeros, incluso la barrera de la especie animal parecía unirlos en vez de apartarlos.
Los emparejamientos y vínculos entre cambiantes de diferente tipo era algo recurrente dentro de la raza, un mínimo porcentaje. Porque la tendencia era encontrar una pareja de los suyos.
Un león y una osa polar era una combinación absurda e imposible para cualquiera que se detuviera a pensarlo, pero mientras Gala y Alexander compartían una mirada, estaba bien. Podían saltarse un par de reglas, ser una excepción. Una maravillosa excepción. Porque él era la luz dorada intentando tocar su oscuridad.
—Ya sé que no eres una osa fácil de impresionar.
Gala le regaló media sonrisa, estirándose contra su cuerpo para tomar una larga inspiración de su perfume.
—Y tú eres un desvergonzado sin remedios.
Alex se inclinó para rozar la parte superior de su oreja con los dientes, la reprimen da felina envió una descarga eléctrica a todo su cuerpo.
—¿Tienes hambre?
—Sí.
Aunque la necesidad de alimentarse no era tan profunda y visceral como la de compartir cosas, tiempo, con él. Y eso mostraba un quiebre dentro de ella que de no haber sido arrastrada de regreso a Icy Souls, jamás habría aceptado, ni existido. Gala quería a Alexander. Demasiado.
Desde uno de sus bolsillo delanteros del pantalón, Alex sacó un interruptor inalámbrico y presionó uno de los pequeños botones. Las sombras escaparon, el salón se iluminó con el brillo frío de las largas hileras de luces. Como pedazos de hielo resplandecientes.
—Es hermoso —dijo, incapaz de apartar la vista de aquel brillo suave.
—Eria me ayudó con la instalación —respondió él, tomó su mano y comenzó a llevarla a otro punto del salón—. Los decorados son obra de Sakari y la gente de su taller.
Gala no podía detener la sonrisa, tampoco ocultarla. Era demasiado, una sobrecarga dulce en los sentidos, y cuando sus ojos se detenían en el hombre que la guiaba veía su orgullo en cada encuentro.
Llegaron a una mesa redonda cubierta por un mantel blanco, un par de sillas con el mismo material pero rodeadas con un lazo de tela roja para ajustarlo. Alexander se movió más rápido, anticipándose, y corrió un poco la silla para que ella se sentara. Las mejillas de Gala estaban ardiendo cuando Alexander tomó lugar en la silla frente a ella, jamás había tenido semejante atención.
—No era necesario —murmuró.
Una risa profunda que se arrastraba sobre ella como el suave oleaje del mar en calma.
—No puedes detenerme.
Estirando un brazo, Alexander acercó un carro de metal usado para transportar comida, tenía en sus rejillas dos bandejas de metal cubiertas.
—Oh, eso es... —Inhaló—. ¿Paella de mariscos?
Alexander levantó la cubierta de la bandeja que previamente había colocado sobre la mesa, una fuente pequeña pero llena con paella desprendía calor y olores deliciosos. Los labios de Gala temblaron, sus mejillas dolían pero no podía dejar de sonreír, decenas de recuerdos bañados por una lejana sensación agridulce recorrieron su mente mientras dejaba que Alex le llenara su plato de porcelana blanca.
Había comido este platillo muchas veces, mientras visitaba las ferias de comidas cercanas a los puertos en Halifax, primero con Shila y Asiavik, luego con Yala y Aiyena, después se le sumarían a cada viaje las demás. Incluso Nilak le había llevado allí un par de ocasiones luego de descubrir que le encantaba.
—¿Cómo lo supiste?
Despegó la mirada del plato para encontrar el brillo orgulloso de un león satisfecho por su logro.
—Investigué —respondió con un deje de arrogancia masculina—. Mi parte favorita fue cocinarlo, no había percibido estos olores antes.
Alexander no comió hasta que ella lo hizo, e incluso permaneció vigilante en el primer bocado. La suavidad de los mariscos se mezclaba con la textura de los tomates, zanahorias, cebollas y el arroz. Le recordaba tanto al mar...
—Delicioso —dijo, extasiada por los sabores, como una verdadera réplica exacta a la receta de los feriantes del muelle.
Alexander sonrió complacido. Y entonces supo que todo esto lo venía planeando desde hace tiempo. Sobre todo la parte de la comida, ahora entendía por qué lo había visto tan poco tiempo durante estos últimos días, se había dedicado por completo a esto. Esas manos y esa mente... Hacían maravillas con la comida y con su corazón. Curiosa por averiguar qué o quién había inculcado esa pasión por la cocina en él, Gala se atrevió a preguntar:
—¿Quién te enseñó a cocinar?
Un breve momento de contacto visual antes de que dijera:
—Tomé un curso de cocina.
Esta vez ella no se conformaría con eso.
—No, eso explica solo tu certificado de estudio en gastronomía.
Un atisbo de tensión en el azul y luego:
—Tenía una casa enorme rodeada por grandes parches de bosques —su mirada se perdió en la de Gala, sin nervios, sin sudoración, el íntimo contacto de dos personas iguales—. Un salón de fiestas del tamaño de la Casa Matriz, reuniones cada fin de semana. —Suspiró—. Si no estaba en clases particulares, estaba en la cocina, ayudando a la jefa de cocina. Amanda Schaffer.
Alexander dio una ligera sonrisa, contemplando el recuerdo al que Gala no podía acceder, pero sabía que era importante.
—Me ponía sobre la isla de mármol y me decía con un puño de autoridad: quieto ahí cachorro, si te portas bien podrás ir probando la comida. —Riendo por lo bajo, comió más de la paella y luego de aclararse la voz continuó—. Ella quería parecer firme y dura, pero le encantaba alimentarme.
Consciente de la emoción infundida en su voz, Gala acercó su mano, Alexander dio vuelta la suya para dejar expuesta la palma.
—¿Qué edad tenías?
—Once.
Su osa gruñó por el cachorro que fue, arrastrado lejos de su familia y arrojado a una vida en cautiverio por el capricho de un demonio con dinero.
—Aprendí primero observando, luego cuando me hice más grande, Amanda me dejó ayudarle.
La forma en que la recordaba... Absoluta nostalgia, sí, no sé equivocaba, la mujer que Alexander describió para ella, frágil, delgada y de poca paciencia, ocupaba un lugar especial dentro de él.
Para Alexander, Amanda fue la bondad y el cariño disfrazados de mal carácter, mientras que para la mujer humana que había perdido dos hijos por abortos espontáneos, aquel niño cambiante fue lo más cerca que estuvo de sentir un amor de madre.
—La comida es amor —recordó, una sonrisa agridulce—. Compartir un buen plato caliente es entregar una parte de ti.
Entrelazaron los dedos, el brillo acuoso en su mirada azul, pero Alex cambió tan rápido de humor y le dio una orden simple y llana, pero repleta del cuidado y afecto:
—Come.
Terminaron la paella y luego el soufflé de chocolate, y cuando ella estaba embriagada por la dulzura, del postre y este momento que parecía salido de algún sueño, el hombre que era la mente maestra detrás se puso de pie y extendió una mano. Curiosa, el pelaje de su osa queriendo alcanzarlo, aceptó la invitación y fue tras él.
La llevó hasta el centro del salón, donde la luz celeste era más intensa, y se sentía como estar debajo de la luna, mil cosquillas en el estómago. Alexander la soltó y casi gruñó por eso, pero luego solo inclinó su cabeza hacia un costado mientras lo observaba moverse con esa gracia felina para poner distancia, girando con los talones él dio vuelta.
—¿Qué tramas ahora, gato?
Su respuesta fue una sonrisa grande y consciente del impacto que tenía sobre ella.
—Dos palabras; nudo infinito.
Conteniendo una respiración, su pecho apretado y su osa demasiado extasiada con el hombre que hacía todas las cosas correctas, Gala avanzó hacia él ignorando un ligero gruñido.
—Tú no sabes...
—Te dije que quería aprender.
El latido de su corazón era un vuelo acelerado, demasiado fuerte como para ser controlado y al final, ella simplemente lo sintió. La piel demasiado sensible, el alma demasiado sedienta, la oscuridad un grito sordo, contenido, el reclamo estaba ahí.
Él volvió a extender su mano, su determinación ardía en sus ojos.
—¿Aceptarías bailar conmigo?
«Ten mucho cuidado, natuk. Aquella persona con la que bailes esto no debe ser cualquiera. Acepta solamente si estás segura de que permanecerá juntos al final» palabras suaves y dulces de la anciana Sakari dichas a una joven de quince años que había sido arrastrada lejos de la petición esperanzada de un chico mayor, en ese entonces estaban en una celebración privada en un salón como este, la joven frustrada por la interrupción.
Lo estuvo por un tiempo.
Luego, cuando entendió que esto era más que un baile, supo que Sakari había tenido razón. No había otra persona con la que Gala quisiera tomar esta pieza.
Tomó su mano.
Subiéndola hasta rozar los nudillos con sus labios, Alexander volvió a soltarla, retrocedieron. Él apretó un botón del interruptor. Las notas de introducción sonaron dulces y encantadoras, ambos hicieron el saludo de reconocimiento llevando una mano al corazón e inclinándose hacia adelante.
Unieron sus manos, deslizaron sus cuerpos, y cuando la música comenzó a sonar, danzaron en una sincronía que no habría creído posible. Todo estaba conectado, enlazado, y ella nunca se había sentido de esta manera, como si flotara con cada paso, cada giro. Este nivel de conexión que enloquecía su sangre y era un hermoso dolor, iba más allá de la belleza del hombre que había hecho todo esto sin pedir nada a cambio, más allá del tirón que los marcaba por naturalidad biológica, la conexión los unía como complementos, encajando tan bien el uno en el otro como los movimientos fluyendo al compás de la música.
Una danza de persuasión, de seducción, que medía la llama existente entre dos personas. Y la de ellos, ardía fuerte, brillante y abrasadora. Cuando llegaron al puente largo, Gala soltó una de sus manos y luego la otra, sintiéndose joven otra vez bailó alrededor de Alexander tocando su cuerpo, casi frotándose contra él. Alexander respiraba con dificultad, sus ojos atrapando cada parte de ella que alcanzaba su vista, Gala deslizó su mano para atraparlo de nuevo y se puso frente a él otra vez.
Llamas doradas en sus ojos, volvieron a unirse, la conexión entre ellos quemaba en una agonía deliciosa con cada acercamiento, sonaron las últimas notas, con un paso hacia atrás se separaron. Respiraciones agitadas, corazones sin freno, la sangre era un rugido y el llamado salvaje demasiado fuerte como para seguir ignorarlo.
—Gala...
Se arrojó contra él, él la atrapó abrazándola, sosteniendo su rostro con las manos lo besó, lágrimas escondidas fluyeron de ella y el toque persuasivo derrumbó las últimas barreras.
La energía de Alexander era oro liquido estrellándose contra ella, una furia turbulenta y posesiva que reclamó hasta la última gota de su ser mientras hacía su camino hacia el corazón de Gala, y allí descansó, un manto protector, protegiendo las grietas con intensidad rebelde. La oscuridad en la mente de Gala ahora se redujo a un punto rodeado por zarcillos dorados.
El vínculo estaba hecho. Con ella en sus brazos, Alexander se arrodilló, sin palabras para lo que había sucedido. Y cuando la turbulencia de emociones dio paso a la calma, el vínculo tiritaba.
—Alex... —Ella gruñó, queriendo golpearlo por lo que se había hecho a sí mismo.
Porque sin necesidad de palabras, ella entendía sus emociones. Sentía los ecos de un miedo que contenía con ferocidad.
—Ahora no —logró decir, su voz áspera—. Te tengo —besó su frente—. Por fin te tengo.
Gala extendió una mano sobre la piel expuesta de su pecho, apoyó su cabeza y se acurrucó ahí, llevándose parte de ese miedo, haciéndole saber que no estaba solo, ya no, ahora vivía dentro de él sin posibilidad de escape. Se aferraron al vínculo en silencio y se refugiaron en él mientras este terminaba de asentarse.
En un punto lejano de la península, las tropas avanzaron hacia el sur, cientos, hombres y mujeres cumpliendo con las ordenes y procedimientos que memorizaron hasta el cansancio.
Muchos de ellos ansiaban esto, sus corazones envueltos en la oscuridad, sus mentes corrompidas hasta el punto de no retorno, ignorando la oleada de traición que desatarían sobre los suyos, pero otros veían la oportunidad de evitarlo y abrazaron los pensamientos rebeldes mientras avanzaban.
Los lazos se sostenían, un líquido no podía borrar toda una vida de significados, recuerdos, amor.
Y uno de ellos entendía eso.
El primer movimiento entró en marcha
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