Capítulo 24


Alexander estaba ocupado.

Había estado cocinando toda la mañana y Aidal solo le dio un respiro durante media hora para el desayuno, donde pudo tomar un café suave con un par de rebanadas de pan con mermelada de duraznos, luego, a cocinar otra vez. No es que le molestara, pero sentía una profunda curiosidad por la razón detrás de todos esos platillo delicados. Y no se refería a que fuesen refinados, sino que eran sencillos, con gran porcentaje de verduras cocidas y sopas de sabores suaves.

-¿Siempre estás tenso cuando cocinas o solo es porque este sitio te es ajeno? -Preguntó Aidal.

Alexander sabía que esa duda no era reciente, el oso polar la había guardado durante demasiado tiempo y ya no podía seguir reteniéndola. Haciendo una mueca cuando el pelador de vegetales se atascó en una grieta de la octava zanahoria, Alexander prefirió concentrarse, al menos por el momento, en su trabajo.

Por cortesía no podía dejar la pregunta en el aire, pero tampoco iba a hablar mucho.

-Pienso en mis ayudantes -respondió a medias-. Quiero creer que pueden llevar las riendas de mi cocina durante mi ausencia.

En parte era cierto, pero también resultó una buena manera de desviar la conversación y hacerlo mucho más creíble. Que el oso se convenciera de que Alexander no tenía nada malo que explicar, ningún trastorno de ansiedad, solo otro cambiante león común y corriente.

-¿Cuántos ayudantes tienes? -Preguntó, pasando por detrás para llegar hasta el horno donde estaba el pan relleno.

-Dos.

-¿Para cuántos?

-Noventa.

Alexander sonrió cuando Aidal volteó sorprendido hacia él, probablemente considerando que eso era una locura -teniendo en cuenta que alimentar estómagos cambiantes no era lo mismo que lidiar con la sencillez de los humanos-, pero ¿qué clase de jefe de cocina sería si no confiara en las capacidades de sus ayudantes? La pareja de leones era intachable en el trabajo.

-Mis respetos para ellos.

Alexander hizo una ligera inclinación, agradeciendo, luego tomó el rallador. Tras haber acabado con la zanahoria, depositó la ralladura en un recipiente que ya estaba a punto de rebosar.

-¿Eso será suficiente?

-Sí, creo que bastará. Ponlas a hervir.

-¿Para quienes serán estas comidas? -Preguntó.

Fue el turno de Aidal para hacerse esperar, pero Alexander intuía que la diferencia en el menú de hoy debía ser por alguien en especial, ya que el jefe de cocina había delegado el menú principal de la superficie a todos sus ayudantes. Echándole una mirada fugaz, Aidal probó una cucharada de una de las sopas que hervía a fuego lento y a la que había apodado "primavera"

-Nana Sakari nos ha informado que hoy es el arribo de algunas parejas de osos polares de edad avanzada que finalizan su último gran viaje.

Ancianos, pensó Alexander, y de forma inevitable se le vino a la mente las especulaciones que había detrás de las desapariciones de osos polares. Un escalofrío le recorrió la espina al imaginar a los ancianos siendo capturados por los Cazadores -porque hasta el momento no tenía otra explicación más lógica para lo que estaba pasando con los osos polares-, su león arañó las paredes de su mente, a tan solo un ligero empujón para enfurecerse.

-¿No te agradan los ancianos? -Inquirió Aidal, su mirada marrón era particularmente contenida.

-No tengo compañeros de coalición ancianos, pero si son la mitad de amables como Nana Sakari entonces no habrá problemas.

-Perfecto. Tú vas a servir el almuerzo.

Alexander giró hacia el jefe de cocina.

-¿Por qué yo?

Aidal se encogió de hombros.

-Fue una orden de Sakari, y todo el mundo sabe que no puedo negarme a un pedido de mi abuela.

No iba a discutir contra ese argumento, Alexander diría lo mismo si la anciana fuera sangre de su sangre. Ahora que sabía para quienes estaban dirigidos estos platillos, Alexander se sintió más cómodo. Ya tenía casi todo listo para el mediodía cuando Aidal reapareció empujando un carro para las bandejas.

Colocaron treinta y luego recibió las indicaciones de qué debía darle a quien, así que tuvo que echar a andar su memoria y rescatar todos los detalles físicos de los comensales, que sin contar con Sakari y su compañero Kaskae, eran veintiocho.

-Ahora, el salón donde los adultos mayores suelen comer se encuentra al final de ese pasillo. -Aidal apuntó a la ubicación, en el lado derecho de la cocina-. Nana Sakari debe estar esperándote.

Dándole una palmada en el hombro, Aidal se alejó para asistir a uno de sus ayudantes. Alexander se aferró a las agarraderas del carro y lo empujó hacia el pasillo. Pronto dejó de oír los murmullos y sonidos familiares de la cocina, el deslizamiento monótono de las ruedas del carro y la completa soledad del pasillo le hicieron sentir extraño y pequeño, muy pequeño. Antes de que sintiera las paredes aplastándolo, se dio cuenta de que había entrado a otro pasillo diferente y el anterior solo había sido uno de transición.

Las paredes eran de piedra expuesta sobre las que caía delgadas películas de agua hacia la tierra con plantas y flores, el piso seguía siendo de concreto pero solo en la parte central. Alexander se encontró perdido en la arquitectura tan natural del lugar, no hubo garras que apretasen sus entrañas, ni gritos en su mente y sudor envuelto en miedo. Solo tenía curiosidad por el sitio en el que terminaría.

Dirigió la vista al frente, al final del pasillo había una apertura con forma semi circular, veía un parche de verde a lo lejos que se transformó en una figura definida cuando estuvo en la entrada. En el centro de este extraño comedor había un enorme sauce de largas y delgadas ramas desnudas debido a la estación, una enredadera se estiraba hasta casi la mitad de su tronco y alrededor de la base -distanciados por unos metros de tierra-, había bancas de hierro.

Mesas de picnic por aquí y por allá, el comedor era una zona amplia llena de luz entrando por una cúpula que hacía de techo.

-Cachorro -Sakari llamó, Alexander no esperó a que la anciana llegara hasta él sino que continuó empujando el carro para ir hacia su encuentro-. Gracias por la ayuda.

Ella tenía un aura de juventud demasiado brillante para su edad, como si no hubiese envejecido nunca, pero no podía desmentir ese rostro lleno de arrugas y amabilidad en sus ojos oscuros, el cabello trenzado color gris con raíces negras y pequeñas. Sakari vestía pantalones de pana largos de un color negro que finalizaba en zapatillas deportivas del mismo color, un grueso suéter gris de cuello alto y collares de cuentas de diferentes colores brillantes.

-Lindos -fue lo que le salió.

Alexander se sentía diminuto a pesar de que le sacaba casi medio cuerpo de altura a la anciana, ella tenía una enorme seguridad sobre su piel que le dejaba sin habla. De joven habría sido una osa fuerte y confiada. Tal vez como Gala.

-Oh, son obsequios de los cachorros más grandes que están en el taller de artesanías. -La sonrisa de Sakari fue enorme y luminosa-. Están aprendiendo a manejar el vidrio.

-Hacen un excelente trabajo.

-¿Lo crees? Son fantásticos. Ven, vamos a servir el almuerzo.

Alexander no le permitió empujar el carro a pesar de que le hizo una mueca y le dio un golpe ligero en la parte trasera de la cabeza, se mantuvo firme porque era más fuerte y ella no debía hacer trabajo pesado. Sakari protestó y hasta lo llamó cachorro maleducado pero Alexander le ganó la batalla diciendo que de donde venía los adultos mayores merecían un retiro libre de cargas y trabajos pesados, la anciana no discutió con eso, solo le observó con detenimiento durante unos segundos con ojos negros y brillantes.

Al final ella lo acompañó en su camino, Alexander estuvo feliz por la ayuda, sin Sakari siendo su guía a través de los ancianos desconocidos habría cometido error tras error en el servicio, las indicaciones de Aidal se esfumaron de su mente apenas entró al comedor. Conoció a tantas personas que fueron presentadas por Sakari que su cabeza se convirtió en un enorme lío, pero un lío bonito, porque cada adulto mayor era un pedazo de recuerdo que giraba alrededor de Gala, se sentía en una mina de oro.

Bastaba con que Sakari mencionara que él era la presa de Sialuk para que llovieran miradas y comentarios, ninguno reaccionaba igual, había algunos que le decían que era muy valiente o muy estúpido para atreverse a tocarla, otros solo le deseaba suerte porque según ellos la iba a necesitar, un par lo miró con gravedad y guardaron silencio, pero saludaron a Sakari con animosidad.

Para cuando entregaron todas las bandejas, Alexander sentía el pinchazo del hambre crujir por dentro. Sakari le agarró del brazo y empujó en una dirección hacia una mesa libre cerca del gran sauce del centro. El árbol tal vez tenía quince o veinte metros de altura, lo que significaba que la relación entre el techo y el suelo era mucho mayor, Alexander estaba muy profundo, quizá mucho más que en la cocina. Pero por alguna razón, no se sentía aplastado, encerrado, había una sensación de libertad y comodidad que no habría esperado sentir estando bajo tierra. Tal vez fuera porque la luz del sol lo tocaba de la misma forma que tocaba las ramas del sauce, o porque estar entre ancianos le daba cierta tranquilidad.

-¿Qué tienes para nosotros, cachorro?

-Me dijeron que lo mantuviera en secreto -respondió, sonriéndole.

Alexander detuvo el carro y puso el freno de las ruedas, mientras Sakari se sentaba en una de las bancas de la mesa, él sacó las últimas bandejas y las dejó sobre la mesa, casi al mismo tiempo llegó un hombre mayor que le sonrió a Sakari y dejó una de sus manos en el hombro derecho de la mujer, vestía vaqueros gastados, zapatos negros y una chaqueta negra sobre una camisa blanca.

Alexander se quedó en el punto de contacto, el gesto era una marca de protección que cualquier cambiante podría identificar. Sakari cubrió la mano de Kaskae con la suya y le sonrió buscando su mirada.

El compañero de la anciana era todo lo contrario a ella, alto, con músculos de fuerza en la espalda, brazos y hombros pero unos kilos sobresaliendo en su panza. Un rostro un poco alargado con piel de ébano brillante y arrugada se combinaba con ojos marrones e intensos, su cabello mezcla de gris y negro era tan corto que casi le llegaba al cuero cabelludo.

Kaskae tenía la misma forma de mirar que Aidal y Kovai.

-Natuk -Sakari palmeó su mano tres veces-. Deja de mirar así.

Aunque Alexander no tenía problemas con sostener la mirada de un oso polar agresivo, agradeció la intervención de Sakari, también entendía la necesidad urgente del hombre por proteger a su compañera de un desconocido.

-Alexander Thurman -se presentó, con su mejor postura y voz gentil le extendió una mano.

Kaskae estrechó la mirada un segundo, tal vez deliberando si era digno o no de una tregua, al final tomó su mano pero el contacto fue más fuerte de lo que esperaba.

-Siéntate natuk, vamos a comer.

Kaskae bajó para besar a Sakari en la sien derecha y luego deslizó su enorme figura en el espacio libre junto a ella. El platillo de ambos osos era la sopa primavera que Aidal había preparado, apenas dieron el primer vistazo a la comida sus ojos brillaron con el conocimiento de quién estaba detrás del platillo. Cocinar para alguien más es un acto de amor, pensó Alexander, y el nieto de la pareja lo entendía tan bien como él.

Su almuerzo tenía mayor consistencia, no sabía en que momento lo habían preparado ni quien, pero sabía que detrás de una comida alta en energía estaba la orden de Gala. Ella todavía le cuidaba cuando no estaba cerca, aunque no estuviera hecho por sus manos, agradecía el plato de fideos con salsa roja.

-Tú no eres uno de nosotros -dijo Kaskae, su tono era práctico pero sin ánimos de ofensa.

-No señor, no lo soy.

Tomando otra cucharada de sopa, el hombre frente a él ladeó el rostro.

-Pero tampoco eres un humano.

Su mirada era intensa e incómoda, era indudable, reflejaba una autoridad que erizaba los vellos de su nuca. No generaba la necesidad inmediata de obedecer como cuando se estaba frente a frente con un Alfa, pero producía una comprensión del daño que podría hacer aun con su edad avanzada.

Kaskae medía el valor y la fuerza de Alexander en un silencio metódico.

-Soy un león -agregó, el pulso visceral de aligerar la tensión fue difícil de contener, como si con esa declaración pudiese hacer reflexionar al hombre sobre si valía la pena un depredador inferior.

Alexander no lo era, pero las cosas salían mejor cuando la gente así lo creyera. Mantenía el factor sorpresa para cuando fuera necesario, y este no era el momento, también influía el hecho de que este hombre era el compañero de Sakari, y a Alexander le agradaba mucho.

-¿Un león? ¿Cómo rayos hizo Sialuk para elegir a un león?

Sakari le propinó el mismo golpe detrás de la cabeza que le dio a Alexander.

-No seas irrespetuoso natuk, este joven quizá sea el afortunado.

Kaskae le gruñó a la mujer, pero sus ojos contenían un afecto fuerte y brillante. Le hizo desear cosas por demás locas y casi imposibles, como un futuro llenos de miradas así, años y años de compañía mutua, ver envejecer a Gala a su lado y que lo mirase de la misma forma intensa con la que Sakari miraba a Kaskae.

Cosas que no sabía si podía tener.

-¿De donde vienes? -Preguntó, su tono más amable.

-Gold Pride, una coalición de cambiantes felinos.

-¿Felinos? -Kaskae frunció el ceño-. ¿Qué hace Sialuk entre un montón de gatos?

-Natuk... -Gruñó Sakari.

Alexander sabía como sobrellevar las bromas.

-Es nuestra enfermera.

Los ojos oscuros del oso polar se ampliaron, el marrón profundo y brillante.

-Siempre quiso ser enfermera.

Saber que ella había cumplido su sueño profesional le llenó de orgullo.

-Es la mejor.

-Lo es -Sakari agregó-. Sialuk siempre fue muy competente con sus obligaciones, una chica muy responsable.

Alexander vio la oportunidad perfecta para tomar más información del pasado de Gala.

-Oh, ya veo, pensé que de cachorra había sido inquieta.

La sonrisa de Sakari era grande y llena de nostalgia.

-No sé como fueron sus primeros años, pero cuando llegó aquí era una joven cita encantadora y con un fuerte sentido de responsabilidad.

Alexander miró a Sakari, comprendiendo que Gala no había nacido en este clan, las dudas se acumulaban una tras otra pero su prudencia le exigía detenerse. No sabía cual era el límite con el que podían compartir información.

-¿Ella no nació aquí?

Fue Kaskae quien respondió:

-Su cuna está en el clan blanco de Groenlandia. Snow Walkers.

Caminantes de la nieve... Los osos polares no eran muy sutiles con los nombres.

-Creí que había pasado toda su vida en este clan.

-Lo hizo, pero llegó en un intercambio cuando tenía once años.

Alexander se sirvió agua en un vaso. Jamás terminaría de comprender a esta gente, cómo un padre podría dejar ir a su cachorro con un montón de desconocidos, era como soltarlos desprotegidos al mundo, una completa falta de responsabilidad. Un león jamás perdía de vista a sus cachorros, si eran feroces y protectores, un oso polar debía multiplicarlo unas cuantas veces. Mirando a Sakari sin dejar espacio para que interpretase nada más allá de lo que él quería mostrar, Alexander tomó el agua, imaginando a una niña llegando a un territorio extraño lleno de personas extrañas, ¿habría sentido miedo?

-Kaskae, natuk, creo que Iluak te está llamando.

La anciana apuntó a alguien detrás de Alexander, en una de las mesas más alejadas. Kaskae se movió y saludó con la mano, terminó su sopa, volvió a besar a Sakari en la sien y a darle una mirada de advertencia a Alexander, luego se fue a la mesa de Iluak.

La intención de Sakari era evidente para él, pero su expresión seria confirmó la teoría.

-Tú no eres su presa -dijo, palabras simples y directas.

Dolieron, pero era la verdad en su máxima expresión.

-Pueden haber engañado a los demás osos, pero no a mí. Conozco a mi Sialuk.

Sakari partió un bollo a la mitad, y comenzó a desgranarlo para untar los pedazos en el caldo de su sopa.

-Nadie la conoce -respondió Alexander-. Todos saben solo lo que ella quiere que sepan.

Un gruñido que no era propio de una dulce anciana salió para recorrerle como una ola violenta, y luego los ojos de Sakari perdieron el color al volverse negros.

-He visto crecer a esa niña hasta verla convertida en una mujer adulta, he sido una abuela para Sialuk y ella es mi nieta, así que la conozco como la palma de mi mano porque soy la única persona del clan al que ella se mostró abierta por completo.

-Entendido -dijo Alex, con un ligero temblor que no supo de donde rayos salió-. Pero tenga en cuenta que llevo más de un año y medio tratando de llegar a ella.

Sakari no respondió, solo siguió con su sopa y el pan untado, con los ojos negros del animal que sin duda y a pesar de su edad -que tal vez se hallaba cerca de los ochenta por el nivel de envejecimiento-, seguía dando pelea.

-¿Es un desafío de conquista o un verdadero cortejo?

La ofensa le golpeó duro y entonces, fue él quien gruñó. Porque no se imaginaba pasar por toda la espera y los incontables rechazos solo porque viera a Gala como una mujer difícil de conquistar, ella no era un objeto con el que aumentar su ego y hombría. Y hubiera destrozado a cualquier infeliz que hubiese ido tras ella con esa intención.

-Ella es mi compañera.

Los ojos de Sakari se hicieron más grandes, abiertos, brillantes y llenos de una comprensión desconocida para Alexander.

-Ilagaq... -murmuró.

-¿Y eso significa...?

Sakari hizo un movimiento ligero de cabeza.

-Muchos han dicho eso -dijo, evadiendo su duda-. Pero ninguno la ha hecho creer, ¿por qué piensas que serás la excepción?

Alexander bajó la mirada, un poco molesto, enterró el tenedor en medio de los fideos.

-No lo sé, pero yo hablo con la verdad.

Su argumento no parecía convencer a Sakari, pero no se le ocurría otra cosa.

-Mira cachorro, me agradas, pero no dudaría en aplastar tu cráneo si mi Sialuk sale lastimada y tú eres el responsable.

-Y yo que pensé que usted era dulce.

La risa de la anciana fue inesperadamente abierta.

-Eres tan inocente...

-Créeme -dijo Kaskae detrás de él, con su voz gruesa-. Ella puede ser delicada como la flor más hermosa o la tortura más horrible que puedas imaginar si vas en contra de los suyos.

Con eso, Kaskae regresó a su asiento y rodeó a Sakari con un brazo, ella se inclinó hacia él. Alexander miró a la pareja, confundido, pues no sabía bien si estaban a favor o en su contra.

-No pienso hacerle daño a Sialuk, ni ahora ni nunca. Y si algún día lo hago yo mismo me borraré del mapa.

La pareja le observó mientras terminaba de comer, y solo cuando la molestia de sentirse observado comenzó a ser insoportable, Alexander levantó la mirada de su plato. Para su sorpresa, o quizá su mente alucinante, había aprobación en los ojos negros de ambos osos polares.

-¿Qué tanto sabes sobre ella? -Sakari preguntó.

Se sintió como la prueba definitiva.

-Sé sobre su gemela -respondió, confiado-. Pero nada más que eso.

Había detalles alrededor de Shila que la perturbaban tanto como para hacer que abandonase su fachada de mujer fuerte y temperamental. Algo realmente malo sucedió, algo que se escondía detrás del supuesto suicidio de la otra mujer. Alexander no comentó nada sobre la supervivencia de la gemela de Gala, solo les habló de lo sorprendido y maravillado que estuvo cuando supo que ella era una osa polar.

Les dejó claro como el agua lo cautelosa que era sobre lo que era suyo, y sus recuerdos así como su pasado eran partes integrales de esa categoría.

-Sialuk es especial -dijo Sakari mientras le ayudaba otra vez con el carro lleno con las bandejas y platos vacíos-. Ella es más fuerte de lo que crees, tiene cosas en su interior que la hacen única. -Una mirada de ojos marrones y suaves le dijo que estaba a punto de recibir un regalo valioso-. Ve con coraje y cuidado con ella, llenala de tanto afecto como sea posible. Su corazón ha recibido demasiados golpes a lo largo del tiempo.

Ofreciéndole una media sonrisa, y comprendiendo que esta mujer solo quería proteger a Gala tanto como él, Alexander se atrevió a acercar su mano a su rostro agrietado y sabio, Sakari no se apartó, tampoco le gruñó, solo le miró.

-Gracias, señora Sakari.

Y atreviéndose a pisar un poco más, Alexander le dio un beso en la frente. Tal vez esto no era algo habitual entre los osos, pero para un león como Alexander dar contacto tenía múltiples significados. En este caso era su mejor forma de hacerle saber que estaba agradecido y tenía su respeto.

-Eres un cachorro impertinente.

-Olvidó terco y bien parecido.

Sonriendo, Sakari apretó su mejilla izquierda y luego se apartó para ponerse en control del carro. Esta vez, Alexander le permitió ayudarle a empujar pero procuró de llevar la mayor parte del peso.







*Natuk: cariño.

*Ilagaq: complemento.

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