Capítulo 1
Un golpe a su corazón, y Gala estaba despierta. No era simple, la sensación de un pecho apretado aún cuando no había nadie más sobre ella. Pero algunas cosas no podían irse de la noche a la mañana, ella estaba acostumbrada a estos golpes porque sabía lo que significaban.
Un animal bajo la piel quería salir. Lamentablemente todavía no era momento de hacerlo, viendo la cama contigua vacía, emitió un quejido bajo y se sentó en la suya. Nunca esperó extrañar a Tanya, tampoco sentir un hueco de tal magnitud en la enfermería. Pero solo era temporal y ella sabía bien que el mayor error que podía cometer era apegarse mucho a las personas.
Después de todo, ellos morían.
Eligiendo una blusa blanca con volados en las mangas y un par de jeans color azul profundo, buscó debajo de la cama sus botas marrones, en el estrecho armario sacó una chaqueta color verde oliva. Un hormigueo sobre la piel mientras se lavaba el rostro en el pequeño baño, miró por la ventanilla, el amanecer poniendo el cielo de un rosa débil, mezcla con blanco y un celeste difuminado. Otro día en Gold Pride, otro día a salvo.
La solitaria enfermería, ordenada como a ella le gustaba, se encontraba en sombras, encendió las luces, calibró sus sentidos. Capturó un olor tentador que abrió su estómago, la bestia dentro de ella se estiró. Sobre una de las camillas vacías, había una barra de chocolate con maní, su combinación favorita, maldito fuera el gato que pudo descubrirla.
Aunque ya sabía quien la había puesto ahí, escurriéndose silencioso y confiado, había que tener el olfato atrofiado para no darse cuenta. El único que tenía acceso a las reservas de comida era el mismo cuyo aroma salvaje y caliente se esparcía como fantasma en la enfermería. Gruñendo bajo, maldijo el nombre del dueño, pero no tiró el chocolate, de donde ella venía la comida no se desperdiciaba por más furiosa que estuviera.
Es recuerdo le dejó un sabor amargo en la boca, su pecho se apretó de nuevo y la bestia mostró sus dientes.
-Maldito Alexander.
Pero el nudo de su pecho se deshizo tan pronto como tomó el primer mordisco, el gato sabía que era como un reinicio de todos los días para enfrentar el nuevo desafío de comandar el equipo medico de Gold Pride, y ella no iba a rechazar una buena acción, aunque supiera sus intenciones.
Terminando la barra, sus sentidos embriagados por el dulce placer, inspeccionó el almacén de medicamentos. No tardó en sentir hambre otra vez, él lo sabía, esto solo era un motivo para no perderse el desayuno. Gala solía perderse comidas y eso frustraba a más de un león.
Uno en especifico, se propuso alimentarla.
Saliendo al pasillo, la luz de la mañana ingresando por los ventanales corredizos que daban al balcón frontal, se detuvo un momento para apreciar la vista. Sus pulmones se llenaron con un aire fresco, aire de invierno aproximándose. Bajó a la primera planta saludando a un par de tigres que iban a sus rutas de patrullaje, un par de adiciones nuevas, la vida progresando su marcha.
El comedor no estaba muy lleno a esta hora de la mañana, pero los cocineros se despertaban temprano para tener el desayuno listo para aquellos madrugadores, como ella. Uno en particular le esperaba cada mañana con una taza de café y pan relleno con queso. Uno, que tenía una sonrisa letal para sus sentidos y ojos cristalinos, tan dulces como el chocolate que le daba todos los días.
Alexander no sabía que la comida no era una forma de llegar a ella, y nunca lo sería.
-Buen día Gala.
Tenía una voz interesante, dependiendo de la persona que estuviera en frente podía ser suave y amigable, o intensa con un borde rasposo que se deslizaba contra la piel haciendo que su estómago se moviera.
-Buen día Alex.
La indiferencia era su mejor arma.
La cocina estaba abierta por una ventana grande, de ahí Alex y sus ayudantes podían entregar los platos en mano, del borde inferior se ancla a una barra de madera. Sentándose sobre uno de los taburetes de madera en la barra, buscó su anotador digital en el bolsillo de la chaqueta, conteniendo un gruñido, tomó la taza de café.
-¿Lo olvidaste?
Una mirada depredadora, Alex levantó una ceja viendo su oportunidad.
-No estoy para charlar.
Dejando la toalla de cocina blanca sobre un hombro musculoso cubierto por una camiseta gris jaspeada, Alexander atacó:
-Nunca lo estás.
Sin mirarlo, probó un pan, el calor había derretido el núcleo, el sabor explotó en su boca, y una mirada azul hambrienta siguió cada uno de sus movimientos.
-Y tú nunca entiendes.
Enderezando su columna, un felino en toda regla, Alex se cruzó de brazos, ojos a medio cerrar, el color cristalino, brillante. De todos los leones en la coalición, era el que tenía la melena más corta en piel humana, de un rubio pálido. Sin embargo, su león era imponente, hermoso, jamás se lo haría saber.
-Querida Gala, con alimentarte estoy más que satisfecho.
El descarado cocinero mentía, por más distancia que quisiera imponer, Alexander siempre encontraba una forma de arañar su camino a ella. Fingiendo molestia, Gala apuntó:
-Vuelve a la cocina Alex.
Sonrisa satisfecha, débiles arrugas en las comisuras de un par de labios delgados, Alexander hizo una corta reverencia y regresó al interior. Mientras le daba instrucciones a sus ayudantes, Milo y Carol, Gala observó su espalda ancha, el cabello suave acariciando con descuido la piel del cuello. Un latido después se dijo a sí misma que debía prestar atención en otra cosa.
-Gala.
El llamado la tuvo dándose vuelta casi de inmediato, recibió una sonrisa tímida de una mujer que todavía estaba asentando su piel dentro de la coalición.
-Buen día Lyra.
Ella podía sentir a la bestia que vivía en el corazón de Gala, esa que nadie en Gold Pride había conocido nunca, y pese al miedo que influía en la loba sumisa, agradecía que ella nunca dijera nada al respecto.
-Buen día.
Que Lyra se sentara junto a ella sin esquivarla era algo nuevo, Micah y Joey estaban haciendo un buen trabajo de adaptación con ella.
-Lyra, buen día. -Alexander reapareció, su voz tranquila raspó contra sus sentidos. El león rubio acomodó sus antebrazos sobre el borde de la barra, inclinándose para mirar a la loba-. ¿Qué quieres desayunar hoy?
Sonrisa suave, pequeña, ¿quien no haría eso con semejante hombre en frente? Gala mordió con fuerza el pan, distrayéndose con el sabor salado, ignorando a un cambiante feroz cuyos sentidos estaban calibrados para ella.
-Un té por favor, ¿tienes galletas?
-Claro, avena, durazno y manzana.
-Oh... Quiero muchas.
Cocinar era una pasión para Alexander, un rasgo que Gala podía admirar más allá del deseo de estrangularlo solo para que dejara de mirarla con tanta hambre animal que le tentaba a romper más de una promesa.
Promesas que se hizo a sí misma para protegerse.
Pero el brillo de esos ojos azules cuando la gente venía por su comida, era magnífico, y le decía algo entre líneas. Era un hombre feliz haciendo lo que más amaba, Alexander era luz, Gala... Ella se alimentaba de un tipo de luz diferente. Porque aunque Alex fuera un león, ella era una bestia que lo devoraría en cuestión de segundos.
No había lugar para juegos, ni cortejos.
Y Gala estaba muy bien así.
Regresando tiempo después con otra taza de té, una bandeja con muchas galletas dulces, manzana y durazno, deliciosos olores combinados, Alex se fijó en la canasta vacía de Gala. Galletas cayeron en ella, sin permiso, sin contemplaciones, y cuando ella lo miró con furia por haber hecho eso, el león dio una orden:
-Come.
Si fuera por Alex, nadie dejaría de comer hasta que fueran gatos gordos. Con una mirada ceñuda al astuto león rubio, Gala observó la canasta, chocolate y maní, gran debilidad... Alexander era despiadado.
Una mirada afilada, el león negó cuando ella le entregó la canasta intacta, maldiciendo por dentro, Gala tomó algunas galletas y se las guardó en uno de los bolsillos de su chaqueta. Ni con eso cambió esa mirada, Gala no quería saber en qué pensaba, no quería entrar en esa mente.
-Haré revisión general de los cachorros en la guardería -le dijo a Lyra-. Avísale a las matriarcas por favor.
Una mirada gris, tan suave como se da, se dirigió a ella, con migas de galletas rodeando sus labios, Lyra aceptó una servilleta de Alex y respondió:
-Sí, lo haré en cuanto termine aquí.
-Gracias.
Lentamente, la casa matriz comenzaba a revivir del letargo nocturno, en la sala común vio a Ava rodeada por los leones que debían dirigir las patrullas alrededor del territorio, la tigresa le saludó apenas le vio a lo lejos, Gala le devolvió el saludo y se dirigió a las puertas de vidrio.
El invierno arribaría pronto para abrazar su piel como si de una segunda capa se tratara, pero por ahora, solo podía conformarse con temperaturas tibias y un par de ráfagas más frescas. Cerca de las nueve, el brillo del sol comenzaba a equilibrar las cosas. Gala necesitaba ir a su refugio para poder transformarse con la seguridad de que nadie le vería en piel animal.
Su refugio era una pequeña cabaña improvisada en lo profundo del bosque, al suroeste. Le había pedido a Daniel y Thomas, dos linces que se especializaron en construcción, que le armaran ese espacio como reserva de suministros de emergencia.
Sin nada más que una ventanilla y una puerta con candado por fuera, la cabaña se veía intacta. Del bolsillo interno de su chaqueta sacó la llave, se aseguró primero de que estuviera vacía. La ventanilla era lo suficientemente pequeña y estrecha para que los adultos tuvieran graves problemas para ingresar, pero un cachorro de siete años o menos podría hacerse camino por ahí.
Golpeó la pared de madera, ningún sonido por más de un minuto. Adentro, el piso solo era la tierra que la sostenía, polvo por todos lados, las cajas selladas en las tres estanterías no tenían signo de que alguien estuviera hurgando ahí. Cerrando la puerta con cuidado, Gala fue a una esquina de la cabaña, donde tenía un baúl de mediano tamaño protegido con tres candados. Solo tenía más de su ropa, pero también un objeto que estaba ligado fuertemente a su pasado, y a la bestia que pedía salir.
No cedió a la tentación de abrirlo para desenterrar recuerdos que prometió olvidar. Se quitó la ropa, la transformación sería breve, diez, tal vez quince minutos para que su pelaje se asentara y su animal obtuviera su cuota de aire libre. No saldría al bosque, ni haría lo que cualquier cambiante normal en su territorio. Tan solo se quedaría en esas cuatro paredes que resguardaban su secreto de los demás miembros de la coalición.
Gala cerró los ojos, poniéndose de rodillas, arqueó la espalda cuando el cambio vino a ella con una fuerza brutal. Su corazón se llenó de un sentimiento oscuro, un sabor a libertad, medio minuto de agonía y entonces... Estaba.
Su cuerpo se sintió pesado y sus huesos dolieron, Gala sacudió su pelaje y caminó por el espacio reducido, oliendo, mirando, sintiendo. Amaba tanto su animal que estos breves momentos en que podía sacarlo eran dulces, casi como el chocolate que Alex le regalaba.
Alex... Un temblor en su corazón, el animal mostró los dientes. Y un olor conocido le impactó hasta el núcleo, caliente, salvaje, como probar un bocado del ardiente desierto, Alex había estado aquí... ¿Había?
Entonces, cuando dio un nuevo giro desentrañando todos los olores del ambiente, sus ojos fueron a parar en una rendija entre la puerta y el umbral, un ojo espía alertó sus instintos. Su corazón bombeó con tanta fuerza que parecía estar dentro de su cabeza. Enfurecida, las largas garras queriendo rasgar, Gala regresó a su forma humana sin importar que no había estado transformada el tiempo recomendado, pateó la puerta con fuerza, la desnudez no importaba cuando tenía la sangre hirviendo.
-¡Alexander! -Un grito de guerra tronando en su garganta.
La cacería comenzó.
Nadie en su jodida existencia había visto a Gala con tanta rabia en el cuerpo, los pocos leones que tuvieron el infortunio de estar cercanos vieron a un león rubio corriendo por el duro terreno del bosque, pálido como si hubiera visto un fantasma, mientras era perseguido por una mujer desnuda de abundante cabello castaño oscuro, ondulado, una furia veloz en sus ojos marrones, furia que apuntaba al león.
-¡No vayan para allá! -Exclamó uno de los guardianes.
Pero no escucharon.
Cuando Alexander saltó una piedra enterrada en la tierra, el aterrizaje le costó un segundo vital, Gala, se impulsó como bala y empujó al hombre contra el suelo. Gruñendo de dolor, Alex se rindió.
-Mierda -masculló en medio de un quejido-. Eres como acero.
Gala cerró una mano sobre su cuello, tirando al mismo tiempo los suaves mechones rubios de su melena. Una rodilla en su columna baja, su otra pierna flexionada con el pie sobre la tierra para anclarse. Garras largas y negras, salieron de sus dedos.
-¿Sialuk?
Una voz dulce, que removió los escombros de sus pensamientos, los detuvo. Más allá de los latidos desenfrenados de Alex, su miedo enredado con instinto depredador defensivo, se oía el murmullo lejano de un arroyo. Gala miró alrededor, tratando de encontrar esa voz.
-Sialuk.
Alex pidió moverse, ella desplazó la rabia lejos. Luego ese crudo sentimiento regresó cuando sin pedirlo siquiera, el león se quitó la camiseta gris y se la puso. En otra situación, habría protestando, pero ella se movió para acomodarla, su pecho y brazos fueron cubiertos por un calor salvajemente masculino.
Su estómago se apretó. Alex, desnudo de la cintura para arriba, escudriñó los alrededores con ojos de león, dorados, intensos. Mientras Gala hacia reconocimiento, había un olor desconocido, como una marca, algo acre y terrosa, un límite territorial.
-¿Dónde estamos?
-¡Sialuk!
Ante ese grito agudo, ambos se pusieron a la defensiva, espalda con espalda. Sienten el peligro en el aire, una extraña electricidad zumbando contra la piel. La bestia de Gala se mueve, nerviosa, presionando la fosa en la que ella enterró sus recuerdos. El cambio en su respiración hace que el león se altere, un crudo sonido se alza, un depredador letal aparece en el corazón de Alex.
-No creo que sea tierra de Gold Pride -dice, su voz es calma acerada que promete violencia feroz.
El león idiota tiene razón.
-¡Sialuk!
-¿Qué rayos quiere decir eso? -Pregunta irritado.
-¡Sialuk! ¡Sialuk!
Voces se unen en coros, mujeres y hombres que no se dejan ver, y sin embargo, los rodean.
-¡Sialuk! ¡Es Sialuk!
Dardos silban en el aire, se hunden en la carne de sus piernas. El sueño, lánguido abrazo que atrapa sus manos, sus pies, y de ahí se esparce por todo su cuerpo. Alex resiste un poco más.
-Gala.
Brazos fuertes la atrapan, no por mucho, el león también sucumbe al abrazo del sueño, y Gala lucha por moverse. Cuando los dueños de las voces por fin aparecen, bajando de los árboles que se anclaban como gigantes en la tierra, Gala se desespera.
-Encontramos a Sialuk -dice una mujer.
La oscuridad se adueña de ella...
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