4

****



―¿Me estás diciendo que te ha amenazado abiertamente y tú le has colgado como si nada? Hay que estar loca para hacerlo, Diana.

―¿Qué querías que hiciera? No me apetecía escucharle más. Y, si te soy sincera, tengo miedo, Mario. No puedo hacer nada para denunciarle porque ni tengo nada que lo demuestre ni testigos que me apoyen. Jorge se encargó bien de que nada pudiera culparle si yo me atrevía a denunciarle.

Ambos se encontraban en la habitación del chico, sentados en la cama frente a frente. Mario se había encargado de cerrar la puerta con la llave por si acaso, aunque Diana seguía un poco asustada por el posible alcance de Jorge. Incluso se atrevió a preguntarle qué pasaría si lograba hacerse con una llave de la habitación que pudiera abrirle la puerta.

―Eso es imposible ―dijo Mario―, no sabe ni quién soy ni en qué habitación me hospedo. Tranquilízate, ¿vale?

Después de eso le había contado todo lo que había dicho Jorge en su llamada. Incluida aquella amenaza que no pudo oír hasta el final.

―¿Te apetece que mejor cambiemos de tema? ―propuso Mario.

―Creo que será lo mejor ―Aceptó Diana.

El silencio reinó entre ellos durante unos segundos en los que no supieron qué decir. Diana sintió que el corazón se le saldría del pecho de un momento a otro. Mario no pudo dejar de mirarla sin poder evitar pensar: «¿Qué pasaría si la besara?». Hacía mucho que deseaba hacerlo, desde antes incluso de verla. Y cuando podía hacer suyo cada momento, no supo cómo actuar. Ella le miró con cierta vergüenza, como si esperara que la besara aunque no lo dijera con palabras. Y entonces hizo acopio de todas sus fuerzas y se acercó lentamente a ella. Quería saborear cada instante por pequeño que fuera.

Antes, durante y después.

Su mano se posó sobre la mejilla de Diana y, cuando sus respiraciones chocaron, ambos cerraron los ojos como si el mismo impulso los hubiera obligado. Ella gimió, deseosa de que por fin tomara su boca y su sueño se cumpliera de una vez. Y él así lo hizo, juntó sus labios, con suavidad, a los de aquella preciosa chica, rozándolos primero y saboreándolos después. Bajó con caricias por los brazos de ella hasta que rozó su cintura y la rodeó con sus brazos para poder atraer su cuerpo más hacia él.

Diana se olvidó durante unos minutos de todo: de Jorge y sus insultos, de sus constantes maltratos psicológicos, de mantener las apariencias en la universidad y de su miedo a dejarlo con él. Se olvidó para centrarse en aquel beso tan dulce, y a la vez apasionado, con el que había soñado durante tanto tiempo. Tembló como nunca de placer, y no por el miedo que pudiera causarle su acompañante.

Mario no era Jorge. No. Mario era mejor persona de lo que Jorge jamás podría ser.

―Diana ―susurró él sobre los labios de Diana.

―¿Qué? ―preguntó ella, deseosa de volver a besarle.

―Si continuamos así no quiero ni pensar cómo acabaremos. Y no me gustaría... ―Cerró los ojos un momento y se calló unos segundos para intentar recuperar el aliento― No quiero forzarte a hacer algo que no quieras.

―Pero ¿y si resulta que quiero?

Mario se separó unos centímetros de ella para poder observar sus ojos. Ninguno mentía.

―¿Estás segura?

―Después de todas esas noches de entregas forzadas y soportando a un imbécil como Jorge, lo menos que puedo hacer es entregarme por amor. ¿No crees? Aunque realmente no sepa qué siento por ti.

―¿Lo averiguamos juntos? ―sugirió Mario.

La respuesta llegó en forma de un beso fugaz. Mario volvió a apretar su cuerpo contra el de la chica para sentirla y, de paso, que ella también le sintiera a él. Ambos se sumieron en una nube, en un ir y venir de lenguas y caricias que no se detuvo en toda la noche. Diana, que no creyó poder desnudarse jamás ante ningún otro hombre que no fuera Jorge, lo hizo para que Mario pudiera contemplarla y besarla como su novio jamás había hecho. Se entregaron como dos apasionados amantes que se aman en secreto. Ninguno de ellos se arrepintió y, por supuesto, lo revivieron una vez más antes de poder contemplar desde la cama el bonito amanecer.

Todo lo que había soñado Diana se hizo realidad junto a Mario, pero en el fondo de su corazón sabía que toda aquella felicidad podría verse destruida en un segundo.



****



Jorge aún no podía creerse, a la mañana siguiente, que Diana no estuviera a su lado en la cama. Llegó muy enfadado al piso, y aumentó más su cólera cuando comprobó que no estaba y que se había llevado algunas de sus cosas más preciadas. Sabía que se había ido para no volver, pero lo peor de todo es que esa misma noche descubrió que se había visto con un chico a solas y en el baño de la universidad. Pablo había sido muy listo manteniéndose a distancia para que no lo descubrieran, pero a la suficiente como para oír gran parte de la conversación.

«Pero ¿será zorra? ―pensó frunciendo los labios― Le he dado los mejores meses de mi vida y ahora me los paga siéndome infiel. Pero ya verá cuando la pille». Por supuesto, no pensó en las veces que él la había sido infiel con otras chicas, en todas aquellas noches que llegó al piso y se quiso acostar con ella oliendo al perfume de otra chica y en todas aquellas camisas manchadas con lápiz de labio que no se molestó en ocultar.

Y no lo pensó porque no se sentía culpable por nada.

Pese a todo, estaba seguro de que en algún momento tendría que volver y sabía que lo haría acompañada por ese chico. Entonces, ambos se lo pagarían. No necesitaba la ayuda de nadie para ponerle la mano encima, por primera vez, a los dos por igual.



****



Al despertarse y notar su desnudez bajo la sábana, Diana se asustó. Hasta que vio a su lado a Mario y suspiró aliviada. Apoyó la cabeza en el pecho de él, haciendo que se despertara ante el contacto. Miró a la chica y con una sonrisa le dio los buenos días.

―Debo estar soñando aún...

―Eso debería decirlo yo ―replicó Diana, sonriendo―, ¿no te parece?

―Tal vez, pero yo siempre he soñado con tenerte entre mis brazos y aún no me lo creo.

―¿Me tomas el pelo? ―Ella estaba sorprendida por todo lo que habían sentido en secreto. Ninguno de los dos, tal vez por miedo al rechazo o por no querer admitirlo, había mencionado nunca que esperaban justo lo mismo― Yo también he soñado mucho con este momento. Y ha sido precioso... Aunque teniendo en cuenta lo que he vivido en los últimos meses, o quizá desde el principio, no es de extrañar ¿verdad?

Mario se limitó a acariciar el brazo de Diana. Miró al techo y se mordió un poco el labio, quien sabe si era una manía o si lo hacía por primera vez, y después volvió a mirarla un poco más serio.

―¿Has pensado qué hacer con el asunto de Jorge? No podemos dejarlo así como así, no merece otra cosa que una denuncia. Pero es complicado demostrar nada sin ningún tipo de cicatriz...

―Pero tengo otra cosa ―Diana reflexionó durante unos segundos y, tras dar con la tecla, se incorporó sobre la cama en busca de su móvil. Cuando lo encontró, se levantó para buscar unos mensajes que había guardado por si algún día servían para algo. Se los mostró a Mario al mismo tiempo que decía―. Al instante de recibirlos pensé que lo mejor era borrarlos, me invadía una rabia brutal, pero entonces lo medité mejor en frío y llegué a la conclusión de que podrían servirme para destruirlo. Si se los enseño a la policía, ¿podré demostrar de algún modo que me maltrataba verbalmente?

Mario observó todos los mensajes de esa índole durante un rato antes de afirmar con rotundidad que ganaría en caso de atreverse a hacerlo.

―¿Me acompañarías? ―preguntó ella― No sé si yo sola sería capaz. Tú me das la fuerza que me falta desde hace tiempo...

―Eres fuerte, Diana, y sé que serás capaz de lograrlo sola. Pero si quieres tenerme cerca, te acompañaré para que en todo momento puedas tener presente que estoy contigo y que te apoyo. Pero tú eres la única que puede pararle los pies a ese cretino.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top